jueves, 18 de febrero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 37

Pedro se cernió por un momento sobre ella, devorándola con los ojos, acogiéndola con su enorme cuerpo, hasta que empezó a moverse a un ritmo frenético, arrastrándola inevitablemente hacia el clímax, hacia un éxtasis tan antiguo como el tiempo.

Poco después Paula yacía sobre la mesa, con Pedro derrumbado sobre su cuerpo, jadeantes los dos. Le acariciaba la espalda con infinita suavidad, en aquel íntimo ritual que sólo ellos conocían, trazando lentos y pausados círculos; Pedro suspiró satisfecho, volviendo la cabeza para besar el seno sobre el que descansaba su mejilla.

-Nunca volverás a subirte a esta mesa sin acordarte de mí -le comentó sonriente. -Puede que nunca vuelva a subirme a esta mesa... sin más.

Para su sorpresa, Pedro se ruborizó, sacudiendo la cabeza, como si en aquel momento hubiera tomado conciencia de lo que acaba de hacer.

-Perdona. Creo que he perdido los estribos., -la miró con una extraña intensidad-. Tú eres la única mujer del mundo que puede volverme tan loco.

De nuevo Paula no supo qué responder, pero Pedro tampoco le dió oportunidad de hacerlo al rodar a un lado y colocarla sobre él. La joven apoyó la cabeza sobre su pecho musculoso, exhausta, mientras Pedro le soltaba cuidadosamente los broches de la espalda del vestido.

-¿Llevarás éste?

-¿Qué? -inquirió, aturdida.

-Cuándo nos casemos, ¿llevarás este vestido?

-La verdad es que es muy poco práctico....

-Pero piensa en los recuerdos que te traerá.

La miró intensamente mientras Paula recordaba de pronto por qué debería estar alerta con él. Con un pequeño esfuerzo, Pedro podía persuadirla de cualquier cosa, por muy descabellada que fuera.

-Tú y yo pronunciaremos nuestros votos pensando en la manera en que aceptaste casarte conmigo, ataviada con este vestido -continuó él-. Estaré pensando en la forma en que tu dulce y pequeño...

-¿Te das cuenta de que se necesitarán al menos cinco personas para arrastrar la cola de este vestido?

-Llamaré a un par de compañeros del equipo.

-¡De acuerdo! Tú ganas... me lo pondré. Pero no me culpes cuando tú mismo te tropieces con él -repuso Paula. Pero la realidad la impactó como si hubiera recibido una bofeteada, cuando se dio cuenta de lo que estaban hablando: boda, matrimonio...— . Pedro... quizá deberíamos pensárnoslo mejor.

-Yo no necesito pensar. No es una decisión repentina. Quiero casarme contigo, Paula. Ambos queremos lo mejor para Valen. Me gustaría tener más hijos, y creo que a tí también. En la cama nuestra relación es estupenda... y fuera de ella, también.

-Lo sé, pero quizá ésas no sean buenas ra...

-Son importantes razones. Y tendrán vigencia durante toda la vida.

Paula levantó la mirada hacia él, bebiendo cada uno de sus rasgos, sabiendo que había aceptado casarse... por motivos muy distintos de los que estaba citando.

-Si estás seguro de que te lo has pensado bien... yo también quiero casarme contigo -tomó una de sus manos entre las suyas y se la llevó a los labios, besándole la palma.

-Me encargaré de todos los detalles -repuso Pedro con tono eufórico, incorporándose y levantándola al mismo tiempo-. Iré a buscar un juez de paz, me enteraré de los requisitos de la licencia y del tiempo que tendremos que esperar...

-Pedro, no voy a echarme atrás. No es necesario que planifiquemos todos los detalles de la boda ahora mismo.

-Sí que es necesario -le levantó la barbilla con el dedo índice y la besó con avidez, derritiéndola de placer-. Anoche no usamos ningún anticonceptivo, y estoy seguro de que la semana pasada tomaste tantas precauciones como yo. Si ya le hemos hecho un hermanito o una hermanita a Valen, es mejor que legitimemos a la criatura cuanto antes. Además -esbozó aquella sonrisa confiada que tanto adoraba Paula-... ya sabemos que, por separado, somos unos padres estupendos. ¿Para qué esperar a juntar nuestras fuerzas?

Paula  sabía que existía la posibilidad de que ya estuviera embarazada. Sabía que no debería concebir esperanzas de que así fuera, que sería una locura dar a luz a un bebé cuando Valentina apenas contaba un año, pero... ¡oh, Dios! Durante toda su vida había querido tener un bebé; tener un hijo o una hija de Pedro sería la culminación de todos sus sueños.

-Tienes razón -repuso-. ¿Entonces no quieres una boda por la iglesia?

-No, a no ser que tú lo desees -respondió Pedro, encogiéndose de hombros-. Lo único que quiero es casarme lo antes posible.

Paula siempre había supuesto que cuando se casara, si llegaba algún día a casarse, lo harían en la pequeña iglesia de la comarca de su casa familiar, y de blanco; sería algo especial, mágico. Pero Pedro no deseaba lo mismo; y quería además que llevara un vestido que había confeccionado para otra mujer, un vestido que ella misma jamás habría escogido.

Pero al fin y al cabo le gustaba aquel vestido. Y era blanco. Pedro tenía razón; les evocaría recuerdos muy especiales.

La buena nueva se propagó rápidamente, y no pasó un solo día sin que alguien los felicitara. Era una sensación muy placentera. Especialmente teniendo en cuenta el extraño comportamiento de Paula.

Cuando Pedro le sugirió que llamara a su familia, ella tranquilamente le replicó que no había por qué apresurarse, que podían esperar a que estuvieran casados para comunicárselo. Él se mostró disconforme, e insistió hasta que finalmente Paula cedió y los llamó por teléfono: primero a Bruno, luego a Daniel y a Gonzalo. Fue una vez que todos estuvieron avisados, cuando Pedro le pidió hablar con ellos. Bruno se mostró contentísimo; el comportamiento de Daniel y de Gonzalo fue un tanto reservado, aunque aquél se alegró de oír de labios de Pedro que cuidaría bien de su hermana.

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