jueves, 18 de febrero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 41

Nunca antes se había sentido Pedro tan impotente, ni siquiera cuando Ludmila lo abandonó. Las tres últimas horas habían sido para él un verdadero infierno; ni un segundo había dejado de preocuparse pensando que tal vez Paula había sufrido un accidente, o había ocurrido cualquier otra desgracia...

-¿Dónde está? -inquirió con voz áspera-. ¿Se encuentra bien?

-Parece que sí -Zaira se dejó caer en una silla, suspirando-. Está en un hotel; no me ha querido decir cuál. Volverá a llamar por la mañana.

Fue tan intensa la punzada de decepción que lo asaltó, que se volvió para mirar por la ventana de la cocina de Zaira, para que ninguna de las dos mujeres pudiera ver su expresión.

-¿No dijo nada más?

-Dijo... -le informó Zaira después de un largo silencio-... que volverá el lunes, que mañana Sofía se hará cargo de la tienda. Quiere que saques tus cosas de su casa cuanto antes, y que dejes tu llave en la mesa del vestíbulo. Dice que no necesitas preocuparte, que estará bien -se interrumpió de pronto y empezó a sollozar, sin poder evitarlo-. Pero no es verdad. Si no haces algo, Pedro, jamás volverá a estar bien otra vez.

Pedro no podía sentirse peor. Flor gimió en voz alta y se levantó de la mecedora para consolar a su amiga. Por encima de su cabeza, lo fulminó con la mirada:

-¿No vas a recoger tus cosas, verdad?

-No hasta que haya hablado con ella. Una vez que me escuche, si nunca quiere volver a verme, cumpliré sus deseos -pero esperaba fervientemente que eso no sucediera. Tenía la sensación de que todo su futuro era como una moneda lanzada al aire: cara, ganaba; cruz, perdía.

-Bien -dijo Flor-. Si no la amaras, Pedro, te habría matado. Pero cualquier estúpido se daría cuenta de que los dos se quieren. ¿Cómo has podido ser tan tonto?

-Ojalá lo supiera -sacudió la cabeza. Pero sí lo sabía. Había estado tan condenadamente ocupado asegurándose contra toda posibilidad de resultar herido, que había destrozado a la mujer que amaba. -... con los niños-

Pedro levantó la mirada. No había escuchado lo que Flor le estaba diciendo.

-No te he oído. Empieza de nuevo, por favor.

-He dicho que ya es demasiado malo que Paula tuviera una experiencia tan amarga con un hombre que sólo la quiso por su habilidad con los niños. Y ahora parece que la historia se repite.

-¿Qué hombre?

-¿No sabes lo de...? -Zaira levantó bruscamente la cabeza.

-Si lo supiera, no os lo preguntaría -gruñó impaciente.

Paula se comprometió hace unos años -le informó Flor-. El tipo era el primer hombre por el que realmente se interesaba, debido a que siempre había estado absorbida por sus problemas familiares. Era como una viuda con dos hijas.

-La dejó cuando se lió con otra mujer -dijo Zaira-. Le dijo a Paula que lo sentía, pero que no la amaba; que siempre había admirado su capacidad para cuidar de una familia. Incluso llegó a decirle que quería que conociera a la mujer que amaba, que estaba seguro de que serían buenas amigas...

-Eso fue cuando dejó Taneytown -añadió Flor-. Volvió a la universidad para estudiar durante dos años y luego abrió el negocio. Estaba empezado a rehacer su vida cuando apareciste tú.

Pedro se sentía enfermo por dentro. ¿Por qué no le había contado Paula todo aquello? La había presionado y presionado hasta acabar con sus defensas y conseguir que confiara en él, para luego tratarla como si fuera un ser prescindible, perfectamente reemplazable. Si lo hubiera sabido... ¿el qué? ¿En qué medida aquello habría podido cambiar las cosas?

Aquella pregunta no podía ser contestada. Pero sabía que si Paula no podía perdonarlo, su vida ya no tendría sentido.


Fue el fin de semana más largo de la vida de Paula. Estuvo fuera durante tres noches. Compró libros para leer, vió  películas, dió paseos. Pero no lloró. Aunque casi llegó a resultarle insoportable la dolorosa opresión que le atenazaba el pecho, encontró un triste consuelo en el hecho de saber que Jack no la había hecho llorar.

El domingo salió del hotel, pero hasta la tarde no fue a su casa por miedo de encontrarse con Pedro sacando sus cosas. A las seis se decidió a entrar. La casa estaba cerrada y a oscuras.

De inmediato se dirigió al teléfono. En la mesa del vestíbulo vio una llave, la de Pedro, y sintió un nudo en la garganta. La guardó en un cajón. Luego apoyó las dos manos en la mesa y aspiró profundamente, obligándose a no pensar en nada....

-¿Te encuentras bien?

Dió un respingo y se giró en redondo. El corazón empezó a latirle a toda prisa.

-¿Por qué estás aquí?

-Me gustaría hablar contigo -le dijo Pedro.

-¿Dónde está Valen?

-La está cuidando Flor.

Paula  ya había recuperado el control, y estaba decidida a no perderlo. Era vital que Pedro no supiera lo mucho que la había herido. Dió un paso hacia ella, haciéndola retroceder instintivamente.

-Pedro, no tengo nada que decirte, yo...

-Soy yo quien tiene que decirte algo -pronunció en voz baja y suave-. Te pido que me escuches, por favor, Paula.

-Pedro... no voy a casarme contigo. Si te quedara al menos una pizca de decencia, ahora mismo me dejarías en paz. No quiero analizar lo sucedido. No necesito ninguna explicación. Sólo quiero seguir adelante con mi vida. Por favor, vete.

-Mi primera esposa me dejó; ¿sabías eso?

Paula no contestó; no podía decirle que lo sabía porque estaba demasiado ocupada luchando contra el sentimiento de auto compasión que la abrumaba.

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