jueves, 4 de febrero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 13

-Es Valen. Hay que darle su dosis de medicina, y probablemente tenga hambre.

Yo iré a...

-No, lo haré yo. Tú necesitas dormir -mientras se levantaba, la arrastró suavemente consigo poniéndole las manos en la cintura. Apretándose contra ella, le hizo sentir la fuerza de su excitación presionando contra su vientre. Con el aliento, le acariciaba la sien-. Paula.

-¿Qué? -inquirió en un susurro, sin atreverse a mirarlo.

-Todavía no hemos terminado con esto.

Paula se despertó lentamente. Recordaba haber soñado que oía el llanto de un niño.

Pero no era un sueño; era real. Era Valen la que lloraba. Apartó la colcha y bajó de la cama. Mientras se dirigía hacia la puerta, vió que el reloj digital de la mesilla marcaba las cuatro y media de la madrugada.

Tan pronto como Pau la tomó sus brazos, la pequeña dejó de quejarse, aliviada.

-Ésa es mi chica, mi niña.... -la acunó dulcemente, arrullándola-. No es nada divertido despertarse y encontrarse sola, ¿verdad? -hábilmente la tumbó en la cuna y le cambió el pañal, tomándola en brazos antes de que pudiera llorar otra vez-. ¿Tienes hambre? Sé que anoche te quedaste con ganas; te dolían demasiado los oídos. Vamos a buscar a tu tío Pepe.

Evocó entonces los momentos de intimidad que habían compartido hacía tan sólo unas horas, pero procuró hacer a un lado aquel recuerdo. Al amanecer ya habría abandonado aquella casa. Pedro no había pronunciado en serio aquellas palabras; seguro que no tardaría en arrepentirse de ellas. Con la niña en brazos, bajó las escaleras. Pedro yacía dormido en el sofá, ignorante de su presencia.

Decidió no despertarlo, y entró sigilosamente en la cocina. Pensó que Pedro debía de estar completamente agotado después de los sucesos de la víspera. En silencio, preparó un biberón y lo puso a calentar. Una vez listo, subió con la niña a la habitación; como allí no había lugar alguno donde sentarse, la llevó a la de invitados, acomodándose en la cama, sobre los almohadones.

Para cuando Valen se tomó el biberón y se durmió de nuevo, Paula tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no cerrar los ojos de sueño. Tenía la sensación de que la habitación de la pequeña se encontraba lejísimos, y las dos estaban tan bien allí... así que dejó a Valen tumbada a su regazo y colocó unos almohadones al otro lado, para que no pudiera caerse accidentalmente de la cama.

La despertó una mosca aterrizando debajo de su oído, haciéndole cosquillas.

Soñolienta, levantó una mano para ahuyentarla. De pronto, cuando sintió que una mano le agarraba la suya, dio un respingo y abrió mucho los ojos. El rostro de Pedro ocupaba la mayor parte de su campo de visión mientras la contemplaba apoyado sobre un codo.

-¿Qué estás haciendo? ¿Dónde está Valen? -aterrada, no la encontró a su lado-. Estaba durmiendo aquí mismo...

-Tranquila, está bien. La he llevado a su cuna. Cuando me desperté hace unos minutos, pensé en echarle un vistazo. Estaba durmiendo como un tronco, acurrucada contra tí.

-Por un momento pensé que podría haberse caído de la cama...

-Te preocupas demasiado -Pedro se le acercó aún más.

Había algo que Paula necesitaba decirle... pero Pedro acababa de apoyar una mano sobre su vientre, y ya su rostro se acercaba al suyo... Ella misma se sorprendió de la desesperación con que ansiaba saborear su boca, sus besos. Cuando sintió el contacto de sus labios, estuvo a punto de gritar de alivio. Durante semanas enteras había estado esperando aquel momento, aunque no hubiera sido capaz de reconocerlo.

Mientras Pedro la acercaba más hacia sí, Paula sólo sabía que aquello siempre había estado entre ellos, esperando impaciente a ser reconocido, aceptado, desde su primer encuentro. Gimió, y él reaccionó a su gemido deslizando una mano debajo de su camiseta y apoderándose de un seno.

—Podría acostumbrarme a esto -su voz era ronca y profunda mientras interrumpía el beso, suspirando profundamente.

Aquellas palabras fueron como una inoportuna intrusión en aquella lánguida, perezosa nube de sensualidad.

-Detente. Pedro, detente.

Lentamente Pedro levantó la cabeza para mirarla. Por un instante permaneció en silencio; su expresión habitualmente abierta, afable, había desaparecido. Sus ojos estaban entrecerrados, y en ellos brillaba un extraño fuego. Tenía las mejillas encendidas, y respiraba aceleradamente. En aquel momento, pensó Pau, Pedro era pura masculinidad, puro deseo viril.

Pero aquella tensión no tardó en desaparecer. Paula pudo sentir cómo se relajaba su cuerpo, aunque no se movió de donde estaba.

-Lo siento -había cierto tono de humor en su voz, aunque la miraba pensativo-. Parece que verte dormida en mi cama acabó con mi sentido común.

Paula le puso las manos en el pecho y lo empujó con insistencia, más segura de sí misma ahora que sabía que se estaba burlando de ella otra vez. La broma era su único recurso para superar aquella incómoda situación.

-Mi belleza suele producir ese efecto con los hombres.

-Yo no he dicho que fueras bella.

Aquellas palabras le sentaron como una bofetada en la cara, y ella misma se sorprendió del daño que le produjeron. El buen humor que había acompañado a sus contradictorias emociones desapareció bruscamente. Quiso levantarse, abandonar la cama, pero Pedro la retuvo fácilmente con una sola mano, obligándola a que se quedara donde estaba.

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