-Es verdad... ha sido la segunda.
-No ha sido una cita.
-Ya lo sé: solos somos amigos -en aquel momento Pedro podía distinguir bien su rostro, con sus rasgos suavizados por la luz de la luna-. Pero entonces, ¿cómo es posible que no me sienta «un simple amigo» tuyo?
Paula se tensó al sentir sus manos en los hombros, quedándose tan paralizada como una estatua.
-No lo sé -susurró, pero en sus ojos Pedro podía leer que sabía tan bien como él lo que estaba sucediendo entre ellos. Era el fin de su retraimiento.
Inclinando la cabeza, Pedro hizo lo que había estado soñando durante semanas con hacer: besarla en los labios. Al mismo tiempo la estrechó entre sus brazos y Paula, poniéndose de puntillas, no se resistió. A pesar de que él mismo había provocado aquellos momentos de intimidad, no estaba preparado para sentir el contacto de su cuerpo. Sentía sus labios suaves y ávidos bajo los suyos, y Paula empezó a devolverle los besos.
Pedro se volvió entonces con ella en los brazos y se apoyó de espaldas en el coche. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no controlar el abrumador deseo que lo invadía porque, en cierto momento, sintió con toda crudeza que aquellos besos no eran suficientes. Podía sentir sus senos contra su pecho, y deslizó una mano debajo del corpiño de su vestido para apoderarse de uno; ella no lo rechazó. Inmediatamente Pedro dedicó su atención a la satinada piel de su cuello, de sus mejillas, mientras acariciaba delicadamente el pezón con el pulgar. Paula dijo entonces algo que él no escuchó, y le preguntó en un murmullo: -¿Qué?
-Que somos simplemente amigos.
En realidad Pedro odiaba interrumpir aquello, pero no tuvo más remedio que hacerlo.
-En caso de que todavía no te hayas dado cuenta, va no somos «simplemente amigos». No sé lo que somos, pero me gusta. Y a tí también -inclinó la cabeza para besarla de nuevo-, Dime que te gusta.
-Me gusta -susurró ella-. Pero no estoy segura de que esto sea lo más inteligente...
-Quizá no -concedió él-. Pero es divertido, ¿no? ¿No crees que es divertido?
Paula se echó a reír, aunque con un cierto tono de amargura.
-Ésa no es la palabra que yo utilizaría para definir esto. Tengo que pensarlo -intentó apartarse de él.
Pedro suspiró, apoyando la frente contra la suya.
-¿Por qué?
-Porque... simplemente porque sí -Paula se permitió robarle un beso más antes de que él levantara la cabeza.
Pedro retrocedió un paso mientras Paula sacaba las llaves de su bolso y abría la puerta. Cuando ella se volvió para mirarlo, no pudo menos que sorprenderse de suexpresión consternada, era conmovedora la forma en que se mordía el labio inferior.
-No quiero que estés tan preocupada -le dijo, poniéndole un dedo bajo la barbilla.
-¿Por qué no? -su tono sonaba agresivo, casi desgarrado. No se atrevía a mirarlo-. Cuando sólo éramos amigos, todo iba bien. Esto lo cambia todo.
-Lo sé- necesitas algún tiempo para acostumbrarte a esto. Pero Paula... — se detuvo, esperando a que lo mirara-... esto se veía venir. Estaba destinado a que sucediese, y no puedo decir que lo sienta, porque no lo lamento en absoluto -sonrió, besándola por última vez-. Y, si también eres sincera contigo misma, tú tampoco lo sientes.
«No, no lo sentía», pensó Paula dos días después. ¿Cómo podía lamentar que Pedro la hubiera besado, que la hubiera acariciado de esa manera? ¿Cómo podía sentir que él le hubiera demostrado tan claramente su deseo? Varias veces Pedro le había dado indicios de su interés, pero Paula se había obligado a pensar que sólo había estado practicando su encanto con ella. Después de la otra noche, sin embargo, ya no podía fingir más.
Sabía que Pedro la deseaba; de eso no le cabía duda alguna. Pero seguía sin estar segura de que relacionarse con él fuera lo más inteligente. Quizá debiera poner freno a aquella situación, aunque... ¿sería posible hacerlo a esas alturas?
Pedro la había llamado el día anterior, y aunque no habían hablado de nada importante, en sus respectivas voces había vibrado una nueva y extraña intimidad. Si era sincera consigo misma, tenía que admitir que no podía volverle la espalda sin más. Tenía el desagradable presentimiento de que durante la noche del sábado no sólo le había entregado a Jack su cuerpo, sino también su corazón.
No habían quedado en verse de nuevo hasta el siguiente fin de semana, cuando tendría que llevarse a Valentina a Tanneytown. Le aterraba la perspectiva de pasar una semana entera sin verlo, y eso que todavía estaban a lunes... De repente, sonó el timbre de la puerta. No esperaba ninguna visita, y frunció ligeramente el ceño. Estaba fregando el suelo de la cocina, y tuvo que interrumpir su tarea; limpiándose las manos en los viejos vaqueros cortos que se había puesto para trabajar, fue a abrir.
Pedro se encontraba en el umbral, sosteniendo a Valentina con un brazo. El corazón le dio un vuelco en el pecho al verlo.
-Hola -lo saludó, consciente de que estaba sonriendo como una estúpida, pero sin poder evitarlo.
-Hola -le devolvió la sonrisa-. ¿Puedo entrar?
-Claro -se hizo a un lado, experimentando una inequívoca sensación de ridículo.
-Quería hablarte -se volvió para mirarla cuando cerró la puerta.
-¿Sí? -le preguntó ella, extrañada de su vacilación y de la insistencia de su mirada.
-Quería hablarte de algo... -repitió, extendiendo una mano para deslizaría por debajo de su melena y acariciarle delicadamente la nuca-... pero no creo que seamos capaces de hacerlo hasta que hayamos resuelto algunas cosas...
En esa ocasión, cuando Pedro la tocó, no hubo ninguna vacilación en la respuesta de Paula, ni aunque hubiera querido habría podido resistirse. Se dejó atraer hacia él, se dejó besar, correspondió a sus caricias. ¿No había estado pensando precisamente en eso durante las últimas cuarenta y ocho horas?
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