sábado, 20 de febrero de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 1

Paula estuvo a punto de atragantarse con el café cuando vió la foto en el periódico matutino. Dejó la taza con estruendo sobre el plato y trató ahogar un gemido. Bueno, nadie la llamaría por teléfono. Aquél era un sueño que iba a tener que olvidar, se dijo apartando el desayuno a un lado y sintiéndose enferma.

Magda la miró desde el lado opuesto de la mesa con ojos de resaca. Era una mujer de mundo.

-¿Qué ocurre? ¿Otro escándalo en las altas esferas?

Paula  volvió a mirar la foto. No cabía la menor duda, era él. Alto, con hombros anchos, e inmaculadamente vestido. Una leve inclinación de las cejas negras una nariz y mentón finamente esculpidos. Y la misma sonrisa deslumbrante en su boca grande y sensual.

Por un momento, la cabeza le dio vueltas y sintió un vuelco en el corazón al recordar cómo se había sentido cuando él la tomó en sus brazos por primera vez. Se estremeció recordando el instante delicioso en que su boca reclamó la de ella... y luego... aquellos dedos, fuertes y sensibles, comenzaron a desnudarla... Intentó controlarse y murmuró:

-Nada... no... no ocurre nada, Magda.

-¡Vaya, pues tu aspecto no es muy normal. Déjame ver eso -Magda alcanzó el periódico y comenzó a leer en voz alta después de observar la foto-: “Pedro Alfonso, conocido magnate de los negocios inmobiliarios, y la señorita Diana Fernandez fueron vistos ayer noche cenando en el restaurante Cardini de West End. Diana es la última de la, al parecer, interminable lista de atractivas jóvenes cortejadas por el soltero más codiciado de Londres. ¿Podemos esperar acaso la inminente boda del año?”

Magda dejó caer el periódico, miró a Paula y luego levantó la vista al cielo implorando: -¡Por favor!, no me digas que te has liado con ese despreciable hombre. ¡Es la pesadilla de las madres! No debería haberme ido de vacaciones dejándote aquí sola -suspiró-. Vamos, querida, cuéntamelo.

Era difícil admitir que había hecho el tonto, y más difícil aún hacerlo delante de alguien, especialmente de Magda, que la cuidaba como si fuera su propia hija.

-Lo... lo conocí hace dos semanas -comenzó a explicar en voz baja-. Fue tan... tan encantador. Antes de que pudiera ni siquiera darme cuenta estaba aceptando su invitación a cenar esa misma noche -añadió jugando con la taza.

-¿Qué ocurrió? Y bien? preguntó Magda impaciente-. ¿Qué ocurrió?

-Me mandó un coche a recogerme a las siete y media. La cena fue maravillosa. Y luego me... me llevó a su hotel y... y pasamos la noche juntos -terminó mirando a Magda con ojos suplicantes implorando su comprensión-. Fue tan amable y tan... tan maravilloso. Me hizo sentirme como si fuera lo más importante del mundo para él -tragó-. Por la mañana se había ido. Me dejó una nota explicándome que debía tomar un avión a París y que se pondría en contacto conmigo en cuanto volviera, en unos cuantos días. También me dejó un billete de veinte libras para el taxi de vuelta. Yo... -tragó de nuevo- yo creí de verdad que cumpliría su promesa de llamarme pero ahora... -señaló el periódico- ya ves, está aquí, vivito y coleando, ¡y con otra mujer!

-¿Y bien? -preguntó Magda encogiéndose de hombros-. Ahora ya sabes qué clase de hombre es. Te aconsejo que te olvides de él cuanto antes. Créeme, estás mejor sin él.

Paula fue comprendiendo lentamente lo acertado del consejo, y su respiración se hizo rápida y profunda. Todas aquellas palabras de amor, todas aquellas promesas y declaraciones susurradas al oído... no habían sido más que mentiras.

Cerró con fuerza los puños sintiendo que la rabia se raba de ella. Por un momento se sintió demasiado ada como para contestar, pero luego exhaló el contenido en su pecho y estalló:

-Nunca en la vida me había acostado con ningún hasta conocerlo a él. ¡Se ha aprovechado de mí! ¡Me ha humillado! ¡¿Y pretendes que lo olvide?! –terminó de decir intentando recuperar el control sobre sí a y riendo amargamente-. Supongo que toda la culpa es mía. Me imagino que esperabas más sentido común de una chica de veintiún años, ¿no? Ahora sé a que se refería mi madre cuando me aconsejó que tuviera cuidado al venir a Londres.

Magda se quedó mirándola atónita e incrédula. Luego cogió el tarro de las aspirinas, tomó una con un trago de café, encendió otro cigarrillo, tosió, y por fin dijo:

-¿Me estás diciendo que eras virgen? ¿A los veintiún años? ¡Dios mío! ¿Es que no había ni un solo hombre sangre caliente en ese pueblo escocés en el que vivias?

-Kindarroch -musitó Paula-. Y te aseguro que los Chaves de Kindarroch nunca perdonan ni olvidan una ofensa. Si alguno de mis parientes llegara a saber lo ocurrido pronto se iba a ver privado él de los medios para volver a hacerlo.

-Sí -se encogió de hombros-, bueno... Yo perdí mi virginidad allá por la época jurásica, más o menos. Él era el batería de un equipo de rock y... -hizo una pausa y luego sonrió-. Me estoy haciendo una vieja insoportable, ¿verdad? Esa historia ya te la he contado.

-Sí, Magda, ya me la has contado. Conozco todos los detalles de tus lujuriosas aventuras. Nadie puede negar que has llevado una vida muy interesante. Deberías escribir un libro algún día.

Magda rió y las cenizas de su cigarrillo cayeron por su camisón.

-Mi querida niña, hay en esta ciudad unas cuantas personas que estarían dispuestas a pagarme con tal de que no lo hiciera. Pero ya ves, no soy escritora -aseguró observándola a través del humo-. Lo siento mucho por ti. Si lo hubiera sabido, te habría prevenido contra él. Todo el mundo en Londres conoce la reputación de Pedro Alfonso. Yo me lo he encontrado alguna vez en esas fiestas típicas de Chelsea, pero por supuesto nunca me ha prestado atención.

Paula seguía sin poder creerlo. Sus ojos azules miraban suplicantes a Magda. Siempre cabía la esperanza, reflexionaba para sí misma implorante, ¿no era cierto?

Pero... pero... ¿estás segura de lo que dices, Magda? ¿Es tan malo como... como dices? Me cuesta creerlo. Parecía tan sincero...

Magda escrutó la expresión de Paula detalladamente, luego suspiró y dijo en voz baja: -Soy tonta. Debería haberme dado cuenta antes. Te has enamorado de él, ¿verdad? -Paula asintió-: Amor a primera vista, todo un flechazo como los de antaño. Creía que ya no se llevaban, pero veo que me equivoco. Ahora sé por qué eras virgen a los veintiún años. Tus principios morales te impiden disfrutar del sexo por puro placer. Primero tenías que enamorarte. Y por supuesto tenías que asegurarte de que él también lo estaba -Paula se sintió demasiado cohibida como para responder. Magda asintió-. Me temo que tu señor Alfonso es tan malo como lo pintan. No hay fiesta ni acontecimiento social al que no asista con alguna jovencita colgada del brazo. Y nunca lleva a la misma dos veces seguidas. Incluso me han contado que, a pesar de todo, no deja de mirar a las otras con esos ojos grises suyos de tiburón. Supongo que busca a la siguiente víctima. Es un mujeriego de la peor calaña, un completo libertino -aseguró observando la reacción de Paula  para luego encogerse de hombros y murmurar-: Siento no haber estado aquí para avisarte.

-No importa. Necesitabas esos días de vacaciones -sacudió la cabeza-. Soy yo quien debería saber cuidar de mí misma.

-Bueno, no te culpes -la consoló Magda-. De joven a mí me habría pasado lo mismo. Posiblemente Pedro es el peor azote de Londres desde la Peste, y hay que reconocer que es tremendamente atractivo. Lo llaman el Golden Alfonso, y no sólo por su dinero. Golden Alfonso era el nombre del barco de Sir Francis Drake, el pirata más conocido del mundo entero. En West End se dice que o bien lo hace por una apuesta o bien está tratando de averiguar a cuántas mujeres puede seducir en un solo año. Debe de estar intentando conseguir un récord. Yo creo que deberían aniquilarlo para que las mujeres pudieran pasear tranquilas por la calle.

-Bueno, en ese caso cometió un error cuando me incluyó a mí en su lista -murmuró Paula agarrando el periódico y mirando de nuevo la foto. Sólo con mirarlo se sentía llena de rabia-. ¡A Cardini! Allí es a donde me llevó la noche en que... ocurrió.

-Lleva a cenar allí a todas sus víctimas -contestó Magda con naturalidad-. Es su restaurante favorito. Tiene una mesa reservada permanentemente, y Humberto, el camarero jefe, tiene órdenes de ahuyentar a cualquier intruso que se acerque.

Paula se quedó mirando a la chica que aparecía en la foto. Era una esbelta rubia. Lo agarraba del brazo y lo miraba con adoración.

-Estoy segura de que he visto a esta chica en alguna parte. Su rostro me resulta familiar.

-Seguro, es una de tantas, la típica chica de Chelsea -contestó Magda desdeñosa-, de esas que van a la tienda con traje sastre y pañuelo de seda. Tienen aspecto de ejecutivas, pero apuesto a que ninguna sería capaz de mantener un empleo. No me da ninguna lástima.

-Bueno, pues a mí sí -replicó Paula-. Ninguna chica merece que la traten de ese modo. Todos tenemos sentimientos, ¿no crees? No somos juguetes, no nos han puesto en el mundo para satisfacer los deseos lujuriosos de nadie. Ese hombre no es más que un degenerado y un inmoral. Se merece un escarmiento. Y si alguna vez se me brinda la oportunidad yo misma seré la mano de la venganza.

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