-No. Necesito hablar directamente con ella.
Pedro pensó que aquel tipo no parecía muy contento después de haber descubierto que tenía competencia.... Eso podía comprenderlo bien; él mismo no había sospechado que había otro hombre en la vida de Pau. En realidad, no sabía casi nada de ella: un defecto que tenía que corregir rápidamente.
Paula bajó las escaleras, con Valen envuelta en una toalla. La niña se estaba quejando; Pedro sabía que odiaba que la sacaran del agua.
-¿Quién es? -se acercó al teléfono.
-Un hombre. No quiere decirme su nombre -y le tendió el auricular después de hacerse cargo de la niña.
-¿Diga? Oh, hola, Gonzalo... ¿cómo? Pedro es amigo mío y eso no es de tu incumbencia -la voz de Paula era cálida pero, mientras vestía y peinaba a Valen, Pedro reconoció en ella un claro tono de advertencia-. Entonces, ¿qué tal las gemelas? Diles que la tía Pau las echa mucho de menos.
«¿Gemelas? ¿Tía Pau?», se preguntó Pedro. De repente se sentía muchísimo más tranquilo. Nada de competencia; era un hermano suyo. Tuvo que recordarse que eso no quería decir que Frannie no tuviera otras relaciones... lo cual no impidió que continuara sonriendo estúpidamente a Valen, acurrucada en sus brazos.
-Sí, sí, has oído bien; es un bebé -continuó ella-. ¿El veintinueve de este mes? No estoy segura de que pueda ir. El siete ya os estuve cuidando las niñas, ¿recuerdas? -siguió un nuevo silencio, y añadió con voz fría-: Gonzalo, ya conoces la respuesta a eso. Ahora mismo no estoy disponible como niñera. El negocio está yendo mejor de lo que había esperado, estoy sobrecargada de trabajo... Eso es una estupidez. Las gemelas ya son los suficientemente mayores como para no necesitar otra niñera -escuchó nuevamente y se echó a reír, aunque con cierta tensión-. Nada, que no me has convencido. No cuentes conmigo para el veintinueve. Tengo que dejarte. Besos, adiós.
Pedro escuchó un ligero pitido, que indicaba que Paula había cortado la comunicación prácticamente antes de haberse despedido del todo.
-Hermanos —exclamó sacudiendo la cabeza y suspirando profundamente, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por contenerse.
-¿Problemas?
-En realidad no -recogió un calcetín que se le había caído a Valen, y se lo puso-. Los chicos no pueden acostumbrarse al hecho de que he emprendido un negocio con futuro -recuperándose, miró divertida a Pedro-. Gonzalo se dedicó a interrogarme cuando se enteró de tu existencia y de la de Valen. No me sorprendería que me pidiera una copia de tu historial clínico, tu partida de nacimiento y tu certificado de la vacuna contra la rabia.
-¿Un tipo protector, eh?
-Cualquier hombre que me dirija la palabra es candidato al matrimonio.
«Matrimonio»; aquella palabra impresionó a Pedro más de lo que habría sido necesario. Se vió asaltado por un abrumador sentimiento de posesividad al imaginar la posibilidad de que Pau se casara con otro hombre.
-Supongo que ya habrán intentado casarte...
-Sin éxito -una sombra de tristeza cruzó por su expresión, y luego sonrió-. Creo que temen que me convierta en una solterona.
-Lo dudo. ¿Qué edad tienes?
-No es de buena educación que un caballero le pregunte eso a una dama, pero dado que a mí no me importa... Tengo treinta y dos.
Pedro se quedó sorprendido; se había figurado que tendría veinticinco, o veintiséis. Obviamente, Paula había dejado a un lado bastantes detalles cuando, muy someramente, le había contado la historia de su vida. Si sólo había fundado su negocio hacía un año, y había hecho un curso de cuatro años, eso quería decir que no había empezado su educación universitaria hasta los veintisiete.
-No ha sido mi intención dejarte sin habla...
Pedro reconoció la expresión levemente defensiva de su mirada. Si le preguntaba directamente, lo eludiría. Decidió pedirle a su amiga Zaira que le contara todo lo que sabía sobre Pau, la próxima vez que la viera.
-Y no lo has hecho. Sólo estaba pensando que ya me gustaría a mí tener treinta y dos, en vez de treinta y cinco.
-Claro. Treinta y cinco son muchos más años que treinta y dos -bromeó ella.
-Ja, ja —se inclinó para pellizcarle la naríz-. Si tuviera treinta y dos, todavía dispondría de tres años más para jugar al lacrosse.
-¿Piensas retirarte el año que viene?
-Sí. Llevo practicando ese deporte desde que era niño.
-Pero si te gusta... ¿por qué te vas a retirar?
-Por varias razones. La primera de todas, me quita mucho tiempo ahora que tengo una niña . Quiero estar presente cuando dé los primeros pasos, cuando empiece a hablar... segundo, ya no puedo permitirme romperme ningún hueso. El lacrosse es uno de los deportes más violentos del mundo. Y la tercera razón es que tendría que contratar a una niñera para que me la cuidase varias veces a la semana durante todo la temporada. Incluso más tiempo, si conseguimos ir a los campeonatos.
-Todas son buenas razones -asintió Paula.
-Hablando de niñeras... tranquilízate. No voy a intentar convencerte de nada.
Paula ya se había retraído, recelando de que volviera a pedirle que cuidara nuevamente de Valentina. Ante sus palabras finales, sonrió.
-Perdona por haber sospechado.
Pedro le habló de sus dificultades para encontrar a alguien que cuidara de la niña durante el día, y de todas las agencias que había tanteado sin éxito hasta el momento.
-Quizá el problema sea yo mismo. Me temo que estoy siendo demasiado exigente.
-No. Jamás debes reprocharte un exceso de cuidado -le dijo ella-. Si te sientes incómodo con alguien o con alguna agencia en especial, confía en tu propia intuición.
-El problema es que mi intuición me advierte en contra de todo el mundo.
-Pues por ahí fuera hay gente maravillosa -rió Paula-. Sólo tienes que mantener abiertos los ojos.
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