Gonzalo, al que todavía no había visto, no demostró un gran entusiasmo.
-Espero que no estés haciendo esto para conseguirte una niñera gratis -le espetó de pronto.
Pedro esperaba que Paula no pudiera oír la conversación. Valen había empezado a llorar y ella acababa de levantarla de su asiento.
-No más que tú, cuando te ayudó durante todos estos años -replicó, pensando que Gonzalo debía de ser un grandísimo egoísta; ¿acaso no se daba cuenta de lo ofensivas que eran aquellas palabras para Paula?-. Te aseguro que no me caso por ese tipo de motivos. No te conozco, pero espero que cuando nos veamos, te alegres por tu hermana -pronunció con tono agresivo.
-Por supuesto que me alegro por Paula-respondió Gonzalo después de un segundo de silencio-. Lo que pasa es que tenía que asegurarme de que tú...
-Gracias -dijo Pedro con tono suave, interrumpiéndolo-. Yo también tengo ganas de conocerte -y colgó el teléfono. Luego se volvió hacia Paula, que estaba arrullando a Valen-: Misión cumplida.
Paula sonrió, aparentemente inconsciente de la tensa conversación que Pedro había mantenido con Gonzalo.
-Me alegro de que los hayas llamado. Ahora ya no tengo la impresión de estar escabulléndome de ellos. Daniel quería saber cuándo será la fecha de la boda; le dije que se lo diríamos más adelante.
-Desde luego que lo haremos -sonrió Pedro.
Paula insistió en que se lo contaran a sus mejores amigas, Zaira y Florencia. El resultado fue que ambas quedaron invitadas a cenar con ellos la noche siguiente. Pedro aspiró profundamente, algo inquieto; aquello podría ser peor que enfrentarse a sus hermanos. Mucho peor.
Zaira le gustaba; habían sido vecinos y amigos desde que eran niños. Pero no sabía muy bien qué pensar de Florencia. La conocía de pasada; juntos habían hecho algún negocio y la había encontrado agradable, con un gran sentido del humor. Tenía la reputación de comerse vivos a los hombres, y Pedro siempre se había mantenido lejos de ella. Además, las damas de hielo no eran su tipo.
A Pedro se le ocurrió la idea de asar unos pollos en la barbacoa para cenar, con la intención de dejar que las tres mujeres disfrutaran de una larga conversación. Pero, para su sorpresa, Paula ya lo había preparado todo de antemano, y nada más llegar sus amigas las hizo pasar al jardín cuando Pedro apenas había comenzado su tarea. En ese preciso momento oyeron el llanto de Valen por el monitor que estaba colocado en su dormitorio.
-Oh, ya se ha despertado -dijo Paula-. No, Pedro, entretenlas tú. Vuelvo dentro de un momento -y desapareció.
-Hola, Zai -Pedro la saludó con un abrazo, cuando ella le tendía la mano. Pudo sentir su inmediata tensión y, mentalmente, maldijo a su marido. ¿Qué podía haberle hecho aquel miserable para infundirle aquel temor al contacto físico?
-Hola, Pedro, me alegro de verte.
-Yo también, te lo aseguro. ¿Dónde están Jeckyll y Hyde?
Zaira rió ante aquella bromista referencia a sus revoltosos hijos.
-Esta noche se han quedado en casa de mi madre. ¡Pobrecita! -exclamó divertida, pero luego se puso seria-. Pedro, nunca te agradeceré lo suficiente que me hayas conseguido esa antigua granja: es perfecta, y a los chicos les encanta el campo.
-Y que lo digas -Flor rodeó la mesa para saludarlo-. Hola, Pedro.
-Florencia -Pedro prefirió estrecharle la mano, en vez de abrazarla como había hecho con Zai.
-Bueno -dijo con energía, y sin preámbulo alguno-, ¿por qué quieres casarte con Paula?
—¡Flor! -Zai la amenazó con un dedo-. Prometiste que no lo someterías a un interrogatorio.
-Esto no es un interrogatorio -replicó la rubia con tono razonable-. ¿Verdad, Pedro?
-Todavía no -rió él.
-¿Y bien?
-¿No resulta obvio? Paula es tierna y buena, tiene todo lo que yo podría querer en una esposa. Y no muchas mujeres aceptarían a un hombre con un bebé de tres meses.
-Mira quién ha venido -exclamó Paula en ese instante, entrando con Valentina en brazos—. Tu tía Zai y tu tía Flor.
La tarde transcurrió en un ambiente agradable, y ambas mujeres los felicitaron antes de que la conversación empezara a girar en torno a tópicos generales. Paula no hizo ningún esfuerzo por hablar con sus amigas en plan íntimo; de hecho, aparentemente quiso evitar cualquier oportunidad de abordar temas demasiado personales.
Cuando la visita terminó, Pedro abrazó a Paula, acunándola contra su pecho.
-¿Ya se lo hemos contado a todo el mundo? No estoy muy seguro de poder someterme a más interrogatorios, siempre buscando algún defecto...
-¿Qué? ¿Pedro Alfonso preocupándose por sus defectos? Yo creía que eras perfecto.
-No del todo. Si lo hubiera sido, me habría casado contigo la primera vez que te ví. ¿Quieres que nos vayamos a la cama?
Más tarde, mientras yacía en la cama saciado y agotado, meciendo a Paula en sus brazos, decidió que era el hombre más afortunado del mundo.
-Eres lo mejor que me ha sucedido en la vida.
Y, en medio de la oscuridad, pudo reconocer el gozo que destilaron sus palabras de respuesta:
-Me alegro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario