Pedro deslizó luego la mano libre todo a lo largo de su espalda. Dada su posición sesgada, adelantó una rodilla entre sus piernas mientras la acercaba hacia sí, de modo que Paula quedó prácticamente montada sobre su muslo, gimiendo contra sus labios.
Aparentemente Pedro le había privado de toda capacidad de pensar con coherencia. Cuando volvió a levantar la cabeza, no había ningún indicio de arrepentimiento en su mirada.
-Definitivamente hay veces en que un bebé es un verdadero obstáculo en el camino.
¡El bebé! Paula se había olvidado completamente de que Pedro seguía sosteniendo a Valentina con el otro brazo.
-Sí, y quizá tenga que agradecérselo -comentó ruborizada-. Cuando tú estás cerca, es como si se me desconectara el cerebro.
-Bien -repuso satisfecho-. Me gusta que no puedas pensar. Cuando pusiste ese cerebro a funcionar, te las arreglaste para mantenerme alejado de tí durante mes y medio por lo menos.
-¿Te gustaría tomar algo? -le preguntó Paula, tomando a Valentina en sus brazos-. Me has pillado fregando y necesitaba un descanso.
-Se me ocurren mejores cosas que hacer, pero sí, me gustaría tomar un té con hielo -respondió Pedro-. ¿Te importa que extienda una manta en el suelo para tumbar a Valen?
-Claro, no hay problema.
Pedro extendió una manta de bebé sobre la alfombra, y Paula se arrodilló para tumbar a Valen en ella antes de escapar al refugio de la cocina. «¿Qué me está pasando?», se preguntó mientras servía el té con manos temblorosas. No había tenido intención alguna de enamorarse de Pedro Alfonso; de hecho, había decidido expresamente no hacerle ningún caso. Pero aquella opción se había revelado como algo inútil; Pedro le había declarado la guerra a sus sentidos, y ella se había rendido antes de tiempo.
No había querido amarlo, pero lo amaba. El temblor de sus manos parecía comunicarse a todo su cuerpo. Se apoyó en el mostrador para calmarse, respirando profundamente. Tal vez no pudiera evitar amarlo, pero no era una completa estúpida. No había esperanza alguna de que sintiera lo mismo que ella. Oh, Pedro la deseaba: eso resultaba ya más que obvio. Pero no la amaba.
Y jamás debía saber que ella sí.
Pedro se preguntaba por lo que pensaría Paula de su idea. La intuición le decía que rechazaría la oferta, pero de todas formas estaba decidido a presentársela.
Paula estaba tardando demasiado tiempo en preparar una simple taza de té con hielo. En ese momento Lex emitió un gritito de alegría, y Pedro se acercó para mirarla. Estaba tumbada de espaldas en la manta, con los ojos muy abiertos, contemplando fascinada sus propias manos. Le satisfacía enormemente verla crecer y cambiar día a día. En la fiesta, Sergio le había confesado que jamás se habría creído que Pedro pudiera ser tan bueno con un bebé si él mismo no lo hubiera visto con sus propios ojos.
Hasta hacía muy poco tiempo, de lo único que Pedro había estado seguro era de que no pensaba concederle a ninguna mujer el grado de poder que Ludmila había ejercido sobre él. Y entonces había aparecido Valen. Al principio había sido una pesadilla, y luego un desafío: tenía que llegar a ser tan buen padre como cualquiera de sus amigos. Curiosamente, al final había resultado una adicción. Valentina era su hija; así de sencillo.
Paula volvió en ese instante al salón, interrumpiendo sus reflexiones. Llevaba una pequeña bandeja con dos vasos altos de té con hielo, y un plato de lo que parecían ser galletas caseras. Una vez que ella dejó la bandeja sobre una mesa y le ofreció un vaso, Pedro la tomó de la mano y la hizo sentarse en la manta, a su lado.
-Mira esto -le dijo-. Acaba de descubrir que tiene manos.
-Me encantan los niños a esta edad -rió Paula.
-Me parece a mí que me van a gustar los niños a todas las edades. No puedo esperar a verla crecer. ¿Sabes? Mi vida era bastante aburrida hasta que llegó Valen... Y recientemente ha mejorado mucho -entrelazó los dedos con los suyos.
Paula sonrió, pero se levantó lentamente para sentarse en un sillón, al otro lado de la manta. No era un rechazo, pero sí un aviso de que no siguiera adelante.
-Me gustaría que pensaras sobre una idea que he tenido -le comentó él. Paula arqueó las cejas, intrigada.
-De acuerdo.
-Verás, sé que no quieres que te pague por cuidar de Valentina, pero me gustaría hacer algo por tí... -levantó una mano cuando vio que se disponía a protestar-. Tengo un amigo fotógrafo, Ramiro, que me ofreció sus servicios a cambio de un favor que le hice yo hace algunos meses. Y he pensado que quizá tú podrías utilizar algunas fotografías profesionales suyas para que las exhibieras en la tienda.
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