jueves, 4 de febrero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 14

-No me has dejado terminar lo que quería decirte -susurró contra sus labios-. Eres una mujer muy deseable. Cuando entraste por primera vez en mi despacho, sólo pude pensar en lo rápido que ansiaba desnudarte. La belleza es una palabra frívola, superficial -se interrumpió, y los rasgos de su rostro parecieron relajarse-. Y no hay nada frívolo en tí.

Con un nudo en la garganta, Paula buscó en su mirada la veracidad de sus palabras. Si aquello era una táctica de seducción por su parte. Pedro era incluso más hábil de lo que había creído. Y si no lo era... ¿Por qué tenía que ser tan condenadamente tierno? Podía sentir cómo su propio cuerpo se le rendía, cómo desaparecía, la furia que había fortalecido su decisión de resistírsele.

-Tengo que irme -murmuró, desviando la mirada-. Hoy tengo mucho trabajo.

-De acuerdo -ágilmente bajó de la cama; luego la levantó en brazos y la bajó al suelo lentamente, deslizándola todo a lo largo de su cuerpo. De inmediato, mientras ella estaba demasiado asombrada y excitada para pensar incluso en protestar, la tomó por los hombros y la besó con infinita pasión.

Paula lo abrazó involuntariamente, derretida de placer, hasta que de repente él se apartó. Respiraba aceleradamente, al igual que ella, pero en sus ojos ardía un brillo de perversa complacencia.

-Piensa en esto mientras trabajas -y salió de la habitación sin mirar atrás.

Paula se lavó la cara y se arregló el cabello todo lo que pudo. Luego, lentamente, bajó las escaleras. Pedro estaba sentado en el salón, dándole el biberón a Valen. Como siempre, la conmovió la imagen de aquel hombre tan grande con aquella criatura tan diminuta en los brazos. Él levantó la mirada, sonriendo.

-Estás invitada a desayunar antes de irte. No tengo gran cosa, pero hay cereales y fruta.

-No, gracias -vaciló por un momento-. Pedro, siento lo de... que yo no...

-Yo también siento que tú no... -esbozó una sonrisa de arrepentimiento, pero luego se puso serio-. Pau... me gusta estar contigo. Y no sólo porque me hayas ayudado con Valen. No sólo porque, a un simple chasqueo de tus dedos, me acostaría de inmediato contigo. Es una mezcla de un montón de cosas. Pero tengo que ser sincero contigo. Yo no busco una relación. Al menos, no busco nada más allá de una amistad y unos buenos ratos en la cama -se encogió de hombros, y miró por la ventana-. Sé que suena fatal, pero eso es lo único que soy capaz de dar. Y si tú no estás interesada en nada más que en la parte de la amistad, por mí estupendo. Me encantaría ser tu amigo.

-A mí también me gustaría ser tu amiga -repuso Pau en voz baja-. Pero ahora mismo no necesito las complicaciones que cualquier otra cosa podría crearme.

-Puedo vivir con eso -sonrió de nuevo.

Paula  estaba empezando a odiar aquella sonrisa; parecía pegársela en el rostro como si llevara años haciéndolo. Incluso su reacción de impaciencia de la noche anterior había sido más sincera, más real. ¿Dónde se escondía el verdadero Pedro Alfonso?

-Me encantaría que siguiéramos en contacto -le dijo, acercándosele y mirando a Valen-. Estoy empezando a sentir una especial preocupación por el futuro de esta pequeña.

-Va a necesitar gente que la quiera -repuso él-. ¿Qué te parece si te llamo dentro de unos días? Podríamos salir a comer fuera o comer incluso aquí, en función de lo que haga con Valen. En plan de amigos -pero había un brillo en sus ojos que la hizo sentirse aliviada de que, en aquel instante, tuviera las manos ocupadas sosteniendo al bebé.

Paula aspiró profundamente y las palabras salieron de sus labios casi sin darse cuenta, incluso mientras se decía que estaba haciendo algo increíblemente estúpido:

-Eso sería estupendo. Pero, en plan de amigos, ¿qué te parecería que vinieras tú a mi casa? Ya estás bastante ocupado. ¿Te viene bien el jueves por la noche?

-El jueves por la noche me vendría maravillosamente bien.

Pedro giró su sillón para quedar frente al ventanal del despacho, observando cómo la reverberación del calor distorsionaba el paisaje urbano. El sol de comienzos del verano parecía asarlo todo. Baltimore estaba sumida en una ola de altísimas temperaturas.

«Como yo», pensó. Esa noche, Valen y él iban a cenar en casa de Paula. Durante toda aquella semana no había pensado en nada más. Realmente debía respetar su voluntad. Pero una parte de Pedro, la parte que podía mentir sin reparo y prometer cualquier cosa, sabía que era imposible que los dos estuvieran destinados a ser «simplemente amigos». No, a no ser que hasta entonces una guerra nuclear acabara con el mundo, estaba dispuesto a acostarse con ella.

El simple pensamiento le hacía apretar los dientes, entre otros variados efectos, lo cual no dejaba de molestarlo. Un hombre adulto como él debería mostrar un mayor control de sí mismo. Pero temía que esa palabra no existiera en el vocabulario de sus reacciones físicas ante Paula Chaves. ¿Cómo podía ignorar ella la corriente de deseo que reverberaba entre los dos?

Pedro sabía que Pau lo sentía, que él no era el único afectado, pero no podía presionarla. Casi podía ver la lucha que con toda seguridad se libraría en su interior cuando le confesara su deseo. Parecía absolutamente inconsciente del tipo de desafío que significaba para cualquier hombre. O quizá quería de manera deliberada pasar por alto aquel efecto. Daba la impresión de estar a la defensiva, dispuesta a sospechar de cada cumplido y a negarse a aceptarlo.

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