Con la receta en la mano, corrió hacia la entrada de urgencias del hospital. Al verlo, la chica del mostrador le comentó sonriente:
-Creo que ya están listas para marcharse.
Minutos después, Paula salía de la sala con Valentina en brazos. Pedro le mostró la bolsa donde llevaba los medicamentos, indicándole en silencio que ya los había adquirido; de repente se sentía terriblemente cansado, agotado. La pequeña ya no lloraba, pero el sonido de sus gritos aún resonaba en sus oídos. ¿Por qué diablos no se había dado cuenta antes de que estaba sufriendo tanto?
La recepcionista que lo había saludado un momento antes le sostuvo la puerta a Paula y, ruborizándose un poco, le dijo a Pedro:
-Me he enterado de que esta pequeña no es su hija. Es tan bonita...Aquí tiene una tarjeta con el número del hospital para que nos llame cuando necesite ayuda otra vez. Y mi propio número está apuntado en el reverso. Si hay «cualquier» cosa que yo pueda hacer, llámeme sin dudarlo.
Pedro tomó la tarjeta que le ofreció sin apenas mirarla.
-Muchas gracias. Lo tendré en cuenta.
La chica se despidió con una nueva esplendorosa sonrisa, y Pedro siguió a Paula fuera del hospital.
-Sé lo que estás pensando -le comentó-. No ha sido culpa mía. ¿Acaso me has visto guiñándole un ojo a esa chica? -inquirió frustrado, y suspiró profundamente.
Paula se volvió para mirarlo; para su sorpresa, estaba riendo.
-Tú no sabes lo que estaba yo pensando.
-Ya.
-De verdad -insistió ella-. Estaba pensando que yo jamás podría ser tan atrevida como esa chica. Te ha echado el ojo, amigo.
-Es sencillamente lamentable -musitó Pedro. No le veía la gracia a aquel incidente.
-Necesitas dormir. Nunca antes te había visto tan gruñón.
Cuando llegaron ante el coche, esperó a que él le abriera la puerta para sentar a Valen en su asiento trasero; luego se sentó delante. Antes de cerrar, Pedro descubrió asombrado que todavía se estaba riendo.
-Estás muy atractivo cuando te enfadas -le comentó, remedando su tono cuando él le dijo lo mismo.
¿Atractivo? ¿Ella pensaba que él era atractivo? Pedro masticó ese pensamiento una y otra vez mientras se dirigían a su casa. No habría podido sentirse más satisfecho.
Pau observó con sospecha la expresión auto-suficiente y confiada de Pedro mientras abría la puerta de la casa y la hacía pasar. Aquella mirada la ponía nerviosa, y ya había tenido que sufrirla antes.
-Creo que podrás conseguir que duerma después de darle un biberón -le comentó, disimulando su inquietud-. Debe de estar exhausta.
-¿Y si empieza a llorar otra vez? -inquirió alarmado-. ¿No podrías quedarte hasta que se durmiera?
-Pedro, es la una y media de la madrugada. Mañana tendré un día muy ocupado. Debo dormir un poco.
-¿Trabajas el sábado?
-Sí; trabajo todos los días hasta finales de junio, cuando se pase la fiebre colectiva de correr a los altares.
-Siento de verdad haberte molestado. No podía dejar de pensar...
-No te preocupes.
-¿Por qué no te quedas aquí?
-¿Que me quede aquí? -preguntó sorprendida.
-Bueno, tiene sentido. Así podrás dormir, y si Valen y yo necesitamos ayuda, te llamaremos -le tomó una mano-. Por favor, Pau. Te dejaré la cama y yo dormiré en el sofá -de pronto sonrió, y el Pedro que Paula conocía tan bien reapareció nuevamente-. A no ser, por supuesto, que prefieras compartir la cama. Eso tiene todavía más sentido.
-Sólo para tí -se obligó a replicarle Paula. ¿Cómo podía negarse cuando la miraba de esa manera? Incluso aunque sabía que aquel hombre sería capaz de convencer a un francés de que comprara vino de California, se dejaba afectar por él. Y cuando estaba tan cerca, tocándola, seduciéndola con su mera presencia, no tenía la menor oportunidad de resistírsele-. De acuerdo -pensó que, si cedía, al menos tendría que poner una mínima distancia entre ellos-. Pero tú dormirás en el sofá. Así aparentarás que eres un caballero.
-Trato hecho -repuso Pedro, aliviado-. Nunca podré agradecerte lo suficiente todo lo que has hecho esta noche -en vez de soltarle la mano, se la llevó a los labios para besársela con exquisita ternura-. Vamos. Te daré toallas limpias.
Paula no pudo menos que alegrarse de que Pedro no hubiera notado el involuntario estremecimiento que le había provocado aquel ligero contacto. Mientras lo seguía escaleras arriba hasta el segundo piso, intentó decirse que se había tratado simplemente de una reacción física... en vano.
Pedro la llevó al dormitorio principal, al final del pasillo. De camino le enseñó la habitación de invitados, convertida en despacho, y una tercera que había sido transformada en la de Valentina. No parecía una habitación muy adecuada para un bebé, tan austera y desnuda.
-Quiero decorarla una vez que desempaque todas sus cosas -explicó con una sonrisa de arrepentimiento-, pero tengo la sensación de que el día no tiene suficientes horas.
-Pues te seguirán faltando -Paula miró a la niña, que en aquel momento dormitaba en los brazos de Pedro-. Cuanto mayor sea, más ocupado estarás.
-Gracias por el estímulo -repuso irónico mientras depositaba suavemente a la niña en la cuna, y la arropaba con una manta. Luego le enseñó su propio dormitorio-. Aquí es donde dormirás -encendió una luz-. Hay camisetas en el cajón superior de esa cómoda, y otra manta en el armario.
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