sábado, 20 de febrero de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 3

-Ya me has ayudado bastante -sonrió-. Todavía puedo cuidar de mis invitados, no soy tan anciana.

Paula sonrió y observó en silencio a María mientras servía el té. Sus manos estaba hinchadas. Padecía de artritis. ¿Cuántos años tendría en realidad?, se preguntó. Al menos setenta y cinco, pensó. Su rostro estaba arrugado, y sin embargo, a pesar de su aparente fragilidad, se notaba que tenía algo así como una fuerza en su interior.

-Bien -dijo María sentándose en una silla frente a ella-, hacía mucho tiempo que no te veía, Paula. Eres toda una mujer. Tienes veintiún años, ¿no?

-Sí, desde hace un mes.

-Siempre fuiste una niña muy guapa -asintió sonriendo-, pero ahora que eres una jovencita eres aún más hermosa. Tienes los ojos azul cielo de tu madre y el pelo rojizo de tu padre. Eres toda una Chaves, de la cabeza a los pies. ¿Qué tal están tus padres?

-Ah, muy bien, María. Como todos, viven esperando a ver si mejora la pesca y se gana algo más de dinero.

-Lo sé, lo sé -suspiró María mirando por la ventana-. Son tiempos duros, desde luego. Se sentirán muy tristes cuando te vayas.

Paula parpadeó atónita con la taza a medio camino entre el plato y los labios. No le había contado a nadie sus pensamientos, la frustración y la ansiedad que sentía. De hecho había sido precisamente esa misma mañana cuando, mientras hacía cola en la oficina de correos, había decidido marcharse de Kindarroch a probar suerte en el sur.

-¿Cómo... cómo lo has sabido?

-Digamos que me lo he imaginado. Cualquiera se daría cuenta de que una chica como tú no puede pasarse la vida en un lugar como éste, esperando a ver si llegan tiempos mejores. Todos los que tienen un mínimo de ambición se marchan al sur en busca de una oportunidad.

-Es verdad. En Kindarroch apenas hay trabajo para nadie.

-Ni oportunidades de encontrar marido -añadió María inocente.

Una vez más, Paula se sorprendió. Se sintió cohibida y rió tapándose la boca. No había pensado en ello.

-¿No? -preguntó María observándola divertida-, si tú lo dices. Hay por ahí un joven rico y guapo esperando a enamorarse de una chica como tú.

-No me tomes el pelo. No me hace falta que sea rico... ni guapo, siquiera. Me basta con que tenga buen corazón, bonitos dientes y sentido del humor. -Bueno... estoy segura de que sí. ¿Así que a dónde has pensado ir?

No estoy segura aún, a Edimburgo o a Glasgow, supongo. No están muy lejos, así podré venir a ver a mis padres a menudo.

-Lo que buscas está en Londres, y además, estarás demasiado ocupada como para sentir nostalgia de volver.

-¡Londres! -exclamó Paula abriendo mucho los ojos y vacilando. Eso sí que estaba al sur, era casi como el fin del mundo, pensó. Sin embargo María parecía muy segura-. ¿Y por qué Londres? No conozco a nadie allí.

-Daniel puede llevarte a Inverness la próxima vez que lleve una carga de pescado. Desde allí puedes tomar el tren directo a Londres esa misma noche y llegar a la mañana siguiente.

Si María veía algo de su futuro, callaba. Paula vaciló.

-No... no sé.. tengo algo de dinero ahorrado, pero según dicen es una ciudad muy cara. María cerró los ojos un momento, como sumida en grandes cavilaciones. Luego los abrió y dijo en tono de confidencia:

-Te las arreglarás.  Al principio lo pasarás mal, pero ningún Chaves  se deja amedrentar ante ningún desafío. Conocerás a alguien, será una buena amiga. Ella te ayudará.

-¿A qué te refieres exactamente con eso de que al principio lo pasaré mal? -preguntó suspicaz frunciendo el ceño.

María se inclinó sobre la mesa y le dio unas palmaditas cariñosas en la mano.

-Me refiero a que nunca es fácil cuando te encuentras de pronto en un lugar desconocido, entre gente desconocida -volvió a mirar por la ventana, distante-. Recuerdo cómo me sentí yo cuando llegué aquí por primera vez.

Paula se preguntó si debía tomarse aquellas palabras muy en serio. María era una anciana encantadora, pero un poco excéntrica. Quizá no debía darle mayor importancia.

-Bueno, quizá tengas razón. Tampoco sería razonable esperar encontrarse con un lecho de rosas nada más llegar -contestó terminando su té y poniéndose en pie-. Puede que vaya a Londres, y si me encuentro a ese maravilloso hombre que dices, te escribiré para contártelo. -No va a hacer falta, Paula -sonrió extrañamente-. Yo lo sabré. Será mejor que vuelvas a casa y les des la noticia a tus padres.

Paula esperó a después de la cena para hacerlo. De pronto, un silencio llenó la habitación, en la que sólo se oía el tic tac del reloj sobre la chimenea. Sus padres la miraban silenciosos.
Paula suspiró.

-No debería sorprenderos tanto al fin al cabo.

Sus padres se miraron el uno al otro con resignación. Luego, su padre asintió:

-Bueno, no se puede decir que haya sido un verdadera sorpresa -contestó jugando con su pipa y aclarándose la garganta-. ¿Y a dónde piensas ir?

-A Londres.

-¡A Londres! -exclamó su madre horrorizada-. ¡Pero eso está muy lejos! Dile que no se vaya -le suplicó a su marido-. Tú eres su padre. ¡No es más que una niña!

-Soy adulta, mamá -le recordó Paula.

-Apenas. Por lo que a mí respecta sigues siendo una niña.

-¿Sí? -sonrió Paula-. ¿Cuántos años tenías tú cuando te casaste con papá? Apuesto a que la abuela dijo exactamente lo mismo de tí.

-Tiene razón, Alejandra. Tenías dieciocho años, y eras una novia preciosa -aseguró su padre mirándola-. No te preocupes, cariño. Tu madre no está segura de que estés preparada para ir a un lugar como Londres, pero lo que yo me pregunto es si Londres está preparado para recibirte a tí.

-Según dicen, Londres es una ciudad horrible -continuó su madre-. Está llena de gánsters y de drogas. Allí toda precaución es poca. Tú has nacido en Kindarroch, aquí están tu familia y tus amigos. Te perderás en un sitio como ése.

-Sí, y todos mis amigos se embarcan en la misma barca que yo -replicó Paula-. Aquí no hay trabajo. Ya he sido una carga para vosotros durante bastante tiempo. Ahora debo arreglármelas yo sola, no puedo dejar que sigáis manteniéndome para siempre -sonrió mirándolos a los dos-. Además no quiero acabar siendo una vieja solterona. Supongo que querrás tener nietos, ¿no?

-Desde luego... -contestó su madre-, pero yo siempre pensé que Javier Rodríguez y tú...

Paula dejó escapar un bufido como mostrando su opinión.

-Bueno -intervino su padre-, no hay ningún muchacho de aquí que me guste para yerno. Todos se han marchado. En Kindarroch no hay futuro hoy en día. La pesca está cada vez peor. Todos se han marchado a trabajar fuera.

-Es cierto -suspiró su madre-. He oído decir que quieren vender el Harbour Hotel, así de mal van las cosas -comentó mirando a Paula con tristeza-. Además, no serviría de nada que intentara hacerte cambiar de opinión, eres igual que tu padre. Los Chaves siempre han sido unos cabezotas.

Paula la besó en la mejilla y luego la abrazó:

-Por eso es por lo que te casaste con uno de ellos, ¿verdad? Espero tener tanta suerte como tú. María está segura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario