martes, 1 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 9

 –¿Una niña? Tenía dieciocho años. Era lo suficientemente mayor como para saber lo que quería. Y no es que te importara. Al parecer yo era una molestia, una muchachita pegada a tí que jugaba a ser una vampiresa, pero a quien le faltaba mucho para madurar. ¿Te suenan esas palabras? –preguntó al tiempo que pestañeaba furiosamente para evitar las lágrimas.


Pedro se pasó la mano por el pelo, un claro signo de desconcierto.


–Lo siento, Paula. Acababa de terminar la carrera de Derecho y estaba redactando mi memoria. Tenía muchas cosas en la cabeza y no necesitaba la atención de una colegiada muy inclinada a experimentar… –Pedro se calló al ver que ella se levantaba de la mesa.


–¿Quién diablos te crees que eres? No estaba experimentando. Yo estaba…


–Ustedes dos. ¿A qué se debe esta explosión?


Alicia se había materializado junto a ellos y los miraba con las manos en las caderas y el ceño fruncido.


–Ali, necesito hablar contigo –dijo Paula al tiempo que la agarraba del brazo y la alejaba de la mesa–. No puedo hacer esto. Pedro me está volviendo loca. No puedes esperar que pase un segundo más junto a él, por no hablar de los siete minutos.


Alicia sonrió, aunque su serenidad no contribuyó a calmar los nervios de Kara.


–Sé que esta noche es un sufrimiento para tí. Hazlo por mí, te lo ruego.


Paula respiró a fondo y luego exhaló lentamente. No había modo de resistirse a la mirada suplicante de Alicia.


–De acuerdo. Lo haré por tí. Pero juro que tan pronto como haya hablado con el último idiota me largo de aquí.


–¡Ésta es mi chica! Ahora siéntate, sonríe a Pedro, charla un poco con él y la tortura habrá acabado antes de que te des cuenta.


Paula se volvió a mirar a Pedro. No se había movido y, a juzgar por su expresión divertida, había oído la conversación.


–¿Todo solucionado? –preguntó con suavidad.


–Mmm –farfulló Paula–. Vamos a empezar. Buena suerte, Pedro. Espero que encuentres a la persona que andas buscando.


–¿Y si te digo que ya la he encontrado?


–Le desearía buena suerte. La va a necesitar. Gracias a Dios que ha quedado claro que no soy tu tipo.


Pedro la miró con una chispa de inseguridad en los ojos.


–¿Buena suerte? ¿Quién sabe lo que habría sucedido si hace años no te hubiera apartado de mí?



Una hora más tarde, el sufrimiento había concluido. Paula apenas podía recordar su charla con el resto de los candidatos, porque las palabras de un solo hombre resonaban en su mente. Durante los siete minutos Pedro la había mantenido embelesada, coqueteando con ella con la seguridad de un maestro en la materia. Cierto, ella se había resistido, aunque con mucha dificultad. No había remedio. A pesar del enfrentamiento, las acusaciones quedaron olvidadas mientras él le dedicaba toda su atención. Ninguna mujer podía resistirse a Pedro Alfonso: A su brillante sonrisa, a sus ojos magnéticos, a su animada conversación. La había atrapado como una araña atrapa a la mosca en su tela. Sí, estaba atrapada, le gustara o no. Los siete minutos habían pasado en un instante. Ése era su poder. La había envuelto con su voz seductora. El resto de los candidatos no podían compararse con él. Paula no era capaz de recordar ni una palabra de la conversación mantenida con ellos, por muy amable y entretenida que hubiera sido la charla. Sabía que su incapacidad para recordar tenía mucho que ver con su atención puesta en Pedro, dedicado a seducir a otras mujeres con su encanto. Con la tensión enroscada en el estómago, observaba cómo las mujeres caían víctimas de su seducción. ¿Quién podría culparlas? A ella le había sucedido lo mismo a pesar de su decisión de mantener la calma. ¿Quién sería la dama afortunada? Apostaba por la morena de grandes pechos que lo escuchaba atentamente y que le palmeaba el brazo a intervalos regulares. Deseó arrancarle los ojos. La morena era el tipo de mujer que le gustaba a Pedro: Toda silicona y labios que hacían pucheros. En los periódicos había visto a muchas mujeres similares colgadas de su brazo y se enfadaba consigo misma por sentir celos irracionales de todas y cada una de ellas. Miró el impreso que se encontraba encima de la mesa. Aunque era una pura formalidad, le tembló la mano al poner una cruz en la palabra «Sí» junto al nombre de Pedro. Tras la contienda verbal, no había la menor posibilidad de que la eligiera, así que se sintió segura al marcar su nombre. La morena elegiría a Pedro y viceversa. Cuanto antes anunciaran que se había formado la milésima pareja, antes podría escapar. Pedro y la morena. Se le removieron las vísceras al pensarlo. Alicia recogió el impreso, lo agregó al montón que llevaba en la mano y le hizo un guiño.


–No queda mucho, cariño, pronto estarás en casa. Un millón de gracias. Te quiero.


–Y yo también a tí –murmuró Paula, al tiempo que buscaba con la vista a Pedro.


Todavía charlaba con la morena. ¿Es que nadie les había dicho que sus siete minutos habían acabado? 

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