Paula entró en la impresionante oficina de Alfonso y Asociados. Echó un vistazo a la zona de recepción con ventanales del suelo al techo que dominaban la ciudad de Sidney. La estancia evidenciaba riqueza y buen gusto: suelos pulidos, sillones de piel en tono crema, pinturas Pro Hart estratégicamente dispuestas en las paredes… Allí no se había reparado en gastos. La recepcionista no desentonaba con el decorado: Pulcra, acicalada y puntiaguda como un alfiler.
–¿Puedo ayudarla?
–Sí, Pedro Alfonso me espera. Soy Paula Chaves.
–Informaré al señor Alfonso que usted ha llegado –dijo con una sonrisa mientras apretaba botones en el teléfono–. La señorita Chaves está aquí, señor Alfonso.
La recepcionista se levantó y le hizo una seña.
–Sígame, por favor.
Paula admiró el corte del caro traje de diseño, contenta de haber escogido el traje que llevaba. Ese día exigía un aspecto impactante, así que había elegido uno rojo de falda y chaqueta, una camisa negra y accesorios del mismo color. Alicia decía que vestida así intimidaba a la gente, especialmente a los hombres. Por lo tanto, reservaba el conjunto para negociaciones decisivas con clientes especialmente difíciles. Y Pedro figuraba en esa categoría. Dió las gracias a la recepcionista mientras llamaba discretamente a la puerta que lucía una placa brillante: «Pedro Alfonso».
–Entra.
Antes de hacerlo, Paula compuso una brillante sonrisa intentando ignorar las mariposas que revoloteaban en su estómago.
–Buenos días, Pedro. ¿Cómo estás?
Él alzó la vista de una montaña de papeles y miró su reloj.
–Las diez en punto. Me gustan las mujeres puntuales.
Mientras se ponía de pie y se acercaba a ella, las mariposas de su estómago echaron a volar. Tenía un aspecto increíble. El traje gris marengo de rayas, la camisa azul oscuro y la corbata a juego le conferían el aire de un profesional que irradiaba poder. La camisa hacía juego con el asombroso tono azul de sus ojos, en ese momento fijos en ella.
–¿Te apetece un café?
–No, gracias. No tengo tiempo. ¿Recuerdas que te dije que tenía una cita a las once?
No quería ser poco amable, sin embargo así sonó su respuesta. Mezquina y desagradable.
–De acuerdo. Entonces, vamos a lo nuestro. Aquí está el contrato. Léelo y dime qué te parece.
Paula tomó el documento que le tendía y se sentó. Luego se alisó la falda para evitar que se le subiera hasta los muslos. Su sexto sentido estaba totalmente alerta. Pedro no volvió a su asiento. En vez de eso la examinó, apoyado contra el escritorio. Aunque mantuvo la vista baja, cada centímetro de su cuerpo podíasentir su mirada. Necesitaba concentrarse para descifrar el contrato. Le asustaban los documentos legales con sus interminables cláusulas y condiciones. Sin embargo, el contrato estaba redactado de forma clara y sencilla. Pedro no había utilizado demasiada jerga legal, así que comprendió lo esencial con bastante facilidad. Compraba sus servicios en calidad de novia por treinta mil dólares. Un pequeño precio que pagar por la tranquilidad mental de Alicia. Y por la suya. No tenía intención de quedarse con el dinero. Ya se le ocurriría algo para salvar su negocio. Destinaría el dinero a saldar su cuenta con Alicia.
–¿Dónde debo firmar? –preguntó al tiempo que arriesgaba una mirada hacia Pedro.
Por su cara cruzaron varias expresiones contradictorias que ella no fue capaz de interpretar.
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