Paula no podía seguir con todo aquello. Había planeado confesar la verdad a Pedro a la hora del desayuno. Pero no hubo ocasión porque se dedicaron a repetir lo que habían hecho la noche anterior. Más tarde habían tomado una taza de café alegremente. El recuerdo de Pedro estaba presente no sólo en la cocina, sino en todos los rincones de la casa. Había querido atesorar una pequeña parte de él para cuando pusiera fin a todo aquello. La noche pasada y parte de esa mañana no se habían prestado en absoluto para plantearle el final de la relación. Todavía le costaba creer que la noche anterior hubiera sido capaz de aquella representación en el despacho. Parte de su plan consistía en hacer el amor por última vez, y antes de dar el pacto por finalizado, enloquecerlo de deseo para que la recordara siempre. Cuanto más se prolongara la comedia, más sufriría su corazón. Una vez resuelto el sentimiento de culpa respecto a Alicia, se había lanzado de lleno a interpretar el papel de novia con el deseo egoísta de disfrutar de los momentos junto a Pedro. No hacía nada malo. No tenía intención de aceptar el dinero y tampoco estaba engañando a nadie. Excepto a sí misma. Si era sincera consigo misma tenía que reconocer que todavía albergaba la esperanza de que él pudiera enamorarse de ella y vivir felices, como en los cuentos de hadas. Sin embargo, no era Cenicienta y tenía la clara impresión de que su príncipe azul pronto se marcharía sin ella. Cuando acababa de pintarse los labios, sonó el timbre. Pedro era la puntualidad personificada. Paula abrió con una sonrisa.
–Hola –dijo, y luego enmudeció de la impresión. El aspecto de Pedro era espléndido vestido de esmoquin.
–Hola –saludó Pedro antes de silbar de admiración, tomarle las manos y hacerla girar sobre sí misma–. Estás fantástica –dijo al tiempo que la abrazaba y cerraba la puerta de un puntapié.
–Me alegro de contar con tu aprobación –murmuró mientras le echaba los brazos al cuello y sentía la fragancia embriagadora de la loción del afeitado.
–Maravillosa –murmuró en tanto la ceñía contra sus caderas.
La excitación de Pedro le hizo olvidar la velada que les esperaba mientras entrelazaba una pierna con la suya y la deslizaba de arriba abajo.
–¿Es muy importante ese cóctel? –susurró tentadora, con el corazón latiéndole en los oídos.
Pedro la apoyó contra el espejo del vestíbulo y la besó apasionadamente antes de separarse de ella.
–Lo siento, cariño. Nada me gustaría más que continuar así, pero mi padre tiene algo muy importante que anunciar esta noche. Debo estar allí. Y si es lo que estoy pensando…
–¿Así que hoy es la gran noche? –murmuró Paula al tiempo que se alejaba de él para poder pensar.
–No estoy seguro, pero, ¿Qué otra cosa podría ser? Hace ya unos cuantos meses que hay un puesto vacante para un socio y mi padre ha estado poniéndome a prueba todo el tiempo –dijo mientras se paseaba por el vestíbulo, cada vez más nervioso–. He hecho todo lo que me ha sugerido…
No fue necesario que acabara la frase. Ambos sabían que se refería a la razón que le había llevado a hacer el trato con ella. Y si el anuncio de esa noche coincidía con las expectativas de Pedro, ya no sería necesario continuar con la comedia.
–Seguro que lo has hecho –dijo ella con una fingida ligereza que no engañó a Pedro.
–Lo siento, Paula. Por todo.
–No te disculpes. Ambos lo sabíamos desde el comienzo. Un trato es un trato, ¿No lo recuerdas?
El único modo de ocultar su dolor era adoptar ese tono poco serio.
–Sí, pero no entraba en mis planes… –Pedro hizo una pausa y desvió la mirada–. Me refiero a nosotros… Ya me entiendes…
–Te refieres al sexo. Vamos, Pedro, para ser abogado a veces te fallan las palabras.
–¿No crees que eso complica las cosas?
Ella se encogió de hombros y volvió la cara.
–¿Por qué? Tú te conviertes en socio y yo gano mucho dinero. Trato cumplido.
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