martes, 15 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 26

Era un perfecto día de verano y el pintoresco Teatro de la Ópera se alzaba contra un límpido cielo, sin nubes. Cientos de embarcaciones salpicaban las aguas del puerto de Sidney, dispuestas a sacarle partido a ese día ideal para los veleros. Paula se reclinó en su asiento al tiempo que alzaba la cara al sol.


–Espero que lleves crema protectora.


Ella echó un vistazo a Pedro, situado tras el timón.


–Desde luego que sí. No soy tonta.


–Y pensar que casi lo creí –bromeó él.


Ella sonrió, sorprendida del avance de sus relaciones en tan corto tiempo. Dos meses antes, le habría echado un rapapolvo por esa observación. Entonces vivía a la defensiva. En la actualidad, tras muchas cenas de negocios y charlas tomando un café, había aprendido a bajar la guardia. Y disfrutaba.


–¿Dónde piensa llevarme, capitán?


Él se quitó la gorra a modo de saludo burlón.


–Al lugar que desee mi dama.


En ese momento el yate se deslizaba bajo el puente del puerto.


–¿Por qué no me sorprendes? –sugirió con un escalofrío de anticipación.


–Creo que puedo hacerlo.


Ella no habló. Se limitó a contemplarlo, contenta al ver que gobernaba la embarcación con la eficacia de un experto. Estaba muy apuesto con sus pantalones cortos blancos y un polo azul marino. Las largas piernas bronceadas sostenían el cuerpo en una posición estable mientras el yate avanzaba velozmente. Paula admiró los musculosos bíceps que controlaban el timón. Siempre estaba atractivo, ya fuera vestido informalmente o con traje de diseño. Pedro dirigió la embarcación hacia un canal cercano y apagó el motor. El silencio los envolvió mientras ella miraba a su alrededor. Majestuosos eucaliptus se alzaban en la orilla arenosa. El verde follaje contrastaba con las aguas azules. A ella le encantaba el paisaje de los canales, pacíficos refugios lejos de las aguas del puerto, atestadas de embarcaciones.


–¿En qué piensas? –preguntó Pedro al tiempo que abría el frigorífico y sacaba dos copas frías y una botella de champán.


–Encantador –murmuró con los ojos puestos en él.


–Gracias.


Ella desvió la mirada rápidamente con la esperanza de que Matt no advirtiera su expresión anhelante. Alicia siempre decía que era un libro abierto.


–Esto debería calmar los ánimos. A la salud de mi maravillosa novia – brindó él mientras le tendía una copa alargada.


Su sonrisa era íntima y cálida, como una caricia. El calor se apoderó de las mejillas de Paula cuando bebió el primer sorbo de champán y las burbujas se deslizaron por su garganta reseca. Ojalá fuera su novia real y ese día no formara parte de una comedia.


–¿Por qué me has invitado a navegar? –dijo finalmente.


Por fin se atrevía a hacer la pregunta que había rondado por su mente toda la semana. Él guardó silencio un instante.


–Porque me gusta tu compañía y porque pensé que te agradaría pasar un día en el mar –contestó finalmente.


–No hay nadie a nuestro alrededor, así que esto no puede ser parte del trato.


Demasiado tarde se dió cuenta de que había hablado en voz alta. Pedro murmuró un juramento.


–Olvidemos el maldito trato al menos por hoy, ¿De acuerdo? Es un hermoso día y somos viejos amigos que disfrutan de la mutua compañía. ¿Por qué no dejarlo así como está? 

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