-¿Cómo ha estado estos días mi diseñadora de interiores favorita? –Diego Rockwell la besó en la mejilla y el primer impulso de Paula fue rechazarlo. En cambio, se ocultó tras una máscara de sonriente amabilidad.
–Muy bien, gracias, Diego. ¿Y tú?
–Mucho mejor al verte aquí. Estás impresionante, como siempre.
El cumplido incomodó a Paula considerando que Pedro estaba junto a ella. Se estremeció ante el escrutinio de Diego. Siempre la había hecho sentirse incómoda y no buena del todo. Su único apoyo era la firme mano de Pedro en la espalda. Ella ignoró el cumplido. Diego no había cambiado nada. El mismo pelo rubio ingobernable, los ojos grises, el traje impecable y las suaves palabras. Su aspecto era tremendamente atractivo y él lo sabía. Lástima que no tuviera corazón. Se produjo un silencio incómodo antes de que ella se apresurara a decir:
–Diego, quiero presentarte a un amigo, Pedro Alfonso.
Diego dirigió a Pedro una mirada feroz.
–¿Qué haces aquí, Alfonso? ¿Te dejas ver nuevamente?
A Paula le dió un vuelco el estómago por la sorpresa. Situada entre ambos hombres, vió que desaparecía la acostumbrada compostura de Pedro mientras apretaba el puño en su espalda.
–Me alegro de verte, Rockwell. Veo que no has perdido tu encanto –saludó con gélida frialdad.
–¿Para qué habría de desperdiciar mi encanto contigo? Más bien lo dedicaría a la encantadora mujer que te acompaña.
Pedro rodeó los hombros de Paula con el brazo y la atrajo hacia sí. Ella no tuvo más alternativa que aceptarlo.
–Es lo más inteligente que has dicho desde hace mucho tiempo, Rockwell. Paula no sólo es encantadora, también es cálida, fabulosa y divertida. Además es mi novia.
Diego dejó escapar un bufido.
–¿Por cuánto tiempo? ¿Hasta que la puedas apuntar como tu centésima conquista? Pobre chica. Está claro que no te conoce bien.
Los dedos de Pedro se hundieron en el hombro de Paula.
–Ve con cuidado, Rockwell…
–Chicos, todavía estoy aquí. Me gustaría quedarme a charlar, pero os dejo discutiendo quién tiene el juguete más grande. Pedro, te veré dentro.
Paula se alejó con la cabeza erguida y con la esperanza de que las rodillas no le flaquearan hasta llegar a la seguridad del restaurante. Estaba furiosa. No era un premio para lucimiento de otros y abominaría de sí misma si alguna vez terminaba en la cama de uno de ellos, como un trofeo.
–¡Espera! –Pedro la agarró del brazo y la volvió hacia él–. ¿A qué ha venido todo eso?
Paula se liberó con brusquedad.
–Verás, no soy tu último objeto de exhibición –dijo ella.
Pedro entornó los ojos.
–¿Has olvidado nuestro pequeño pacto? ¿Necesitas que te lo recuerde?
Antes de que ella pudiera decir una palabra, los labios de Pedro atraparon los suyos en un beso exigente y arrollador. La lengua de él entreabrió sus labios en tanto la estrechaba contra su cuerpo. Paula descartó el pensamiento de resistirse y se abrazó a él mientras sus manos le acariciaban el pecho por debajo de la chaqueta. El calor de su cuerpo atravesaba la tela de la camisa atrayéndola como el océano en un día estival. El beso se hizo más intenso. Ella sintió que ardía de excitación. En ese instante no existía nada más que la lengua de Pedro, sus manos y su cuerpo. El sonido del flojo aplauso de Diego tardó varios segundos en llegar a la mente de Paula.
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