jueves, 10 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 22

¿Cómo podría explicarle que el dinero era un factor material y frío que utilizaba para mantenerse libre de emociones? La desolación de su mirada le llegó a lo más hondo de su ser. Duró un segundo y luego fue tan áspera que le desgarró el corazón. Incluso llegó a dudar de haber percibido una expresión de tristeza en sus ojos.


–Muy bien. Al menos ambos somos sinceros. ¿Entramos? Es hora de que empieces a ganarte tus honorarios.


Ella se mordió el labio inferior, luchando contra las lágrimas. Esa noche sólo era el comienzo. Pedro tenía razón. Había comprado su compañía y era hora de empezar a trabajar.


–Creo que la velada ha sido un éxito –comentó Paula con ligereza.


–Depende de lo que tú llames éxito –respondió Pedro enfadado, pero no le importó. 


En ese momento el éxito estaba lejos de su mente ante la mirada inocente de ella. Deseaba concluir lo que habían empezado antes. Aquel beso había sido el preludio de una tentadora aventura y él deseaba alcanzar un final triunfal.


–Bueno, me pareció que tus colegas me aceptaban y además conseguiste la información que deseabas –dijo en un tono suave, indeciso.


Esa voz junto a sus ojos hechiceros le llegaron al corazón. No podía pensar con claridad. Todo lo que podía hacer era sentir, y eso era exactamente lo que no deseaba. Se trataba de una relación de negocios, pura y simplemente. «Concéntrate. Manténte imperturbable».


–¿Te gustaría salir a navegar conmigo mañana?


A Pedro le dió un vuelco el corazón al ver que el rostro de ella se iluminaba.


–Me encantaría. ¿Te acuerdas del verano que fuimos al lago y tu obra maestra hecha a mano me tiró al agua?


Él dejó escapar una risita.


–Sí, me acuerdo. Aquella canoa era un ejemplo de brillantez náutica.


–¡Casi llegué a creerlo! Mi camiseta blanca recién comprada tardó horas en secarse.


–Exactamente –afirmó. Pedro notó que las pupilas se le dilataban y el rubor le teñía las mejillas. Dios, era increíble–. Salgamos de aquí –dijo al tiempo que la agarraba de la mano y luego se despedía de los colegas invitados, con una extraña sensación de orgullo.


Paula había estado extraordinaria esa noche. Casi lo había convencido de que era una mujer enamorada. Si hubiera accedido a ser su novia sin dinero de por medio… Pudo haber pedido otra cosa en lugar de los malditos dólares. No le pegaba ser una aventurera.


–¿Puedo preguntarte algo?


–Desde luego –contestó Pedro mientras le abría la puerta del coche, evitando cuidadosamente mirarle las piernas. 


Ya había visto anteriormente que la falda se le subía hasta los muslos al acomodarse en el asiento del acompañante. Pedro era consciente de sus emociones desbordadas y otra mirada a las piernas le llevaría a hacer una estupidez. Sólo quería un acuerdo de negocios. ¿De dónde había salido la invitación para ir a navegar?


–¿Por qué deseas con tanta urgencia formar parte de la sociedad?


Pedro giró la llave de contacto y el motor empezó a ronronear.


–Necesito probar muchas cosas a muchas personas.


No deseaba tocar el tema, no en ese lugar ni en ese momento. Esperaba que su escueta respuesta impediría a Paula continuar con más preguntas.


–¿Incluso a tu padre?


–Sí.


Pedro puso en marcha el reproductor de discos compactos y de inmediato la suave voz de Ella Fitzgerald inundó el coche, tranquilizándolo como siempre que la escuchaba.


–Me gusta tu padre. Siempre me ha parecido un hombre razonable.


–¿Razonable? Tienes que estar bromeando. Es exigente, duro y miope. Excepto cuando se trata de sus mujeres, desde luego. Para ellas es pan comido. 

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