Ella se encogió de hombros. Demasiados paseos juntos sin la red de seguridad que le proporcionaba el trato podría ir en contra de su bienestar.
–Si tú lo dices…
–Bien, ahora que hemos llegado a un acuerdo, vamos a comer.
–Bueno.
Bajo la mirada de Paula, Pedro desempaquetó una selección de manjares y los dispuso sobre la cubierta. Mientras él se inclinaba sobre la cesta de la merienda, ella notó que estaba hambrienta. Pero no de comida, precisamente.
–Espero que tengas hambre.
Pedro alzó la vista antes de tiempo. Paula bajó los ojos velozmente, pero no con la rapidez suficiente. Una sonrisa diabólica apareció en el rostro masculino.
–Basta ya. Hora de comer, payaso –dijo ella, todavía ruborizada.
Luego llenó su plato con trozos de pollo asado, salmón ahumado, tomate y queso mientras intentaba ignorar la sonrisa satisfecha de Pedro. ¿Se habría acordado de que el merengue de limón era su postre favorito? Comieron en amigable silencio, aunque ella estuvo pendiente de cada gesto, de cada bocado que él se llevaba a la boca.
–¿Te has quedado con hambre? –preguntó Pedro más tarde, mientras retiraba los platos vacíos.
Ella se dió unos golpecitos en el estómago.
–No. Una comida deliciosa.
–¿Te apetece tomar el postre? Es tu favorito.
¡Se había acordado después de tantos años!
–Gracias por todo esto. El almuerzo ha estado fabuloso –dijo ella al cabo de un rato.
Pedro se sentó a su lado y Paula sintió que sus sentidos se revolucionaban. Olía deliciosamente. Una tentadora mezcla de sol, aire marino y la fresca fragancia a limón de la loción del afeitado. En el futuro, cada vez que pasara en su coche por el puerto, recordaría ese día y a ese hombre.
–Tienes una miga aquí –dijo Pedro al tiempo que le alzaba la barbilla y le limpiaba la comisura de la boca con el pulgar. Un suave gemido involuntario escapó de los labios de Paula. Los ojos de él se oscurecieron–. Oye, no soy un santo. Voy a hacer algo que puedes lamentar si no dejas de gemir.
A modo de respuesta, ella se inclinó hacia él. «¿No estará un poco achispada?», pensó Pedro al tiempo que unía sus labios a los de ella. El beso de él sabía a champán, a limón y era dulce. Sus labios se acoplaron mientras sus lenguas se buscaban con ansia y luego se entregaban a una danza sensual.
–Es tan bueno… –murmuró ella al tiempo que se arqueaba hacia él.
–Es tan bueno sentirte a tí… –susurró Pedro recorriéndole el mentón con los labios, hasta posarse en el lóbulo de la oreja.
Paula se retorció contra su cuerpo mientras sus manos le acariciaban la espalda y se deslizaban hasta las nalgas.
–Esto era lo que te apetecía almorzar, ¿Verdad? –murmuró él sin dejar de juguetear la oreja de Paula.
–No estoy segura –susurró ella con una sonrisa mientras continuaba acariciándole la espalda.
Pedro la tendió en la cubierta.
–Eres hermosa –declaró sobre el cuerpo femenino, observando el rubor de sus mejillas, los labios ligeramente hinchados y los luminosos ojos verdes.
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