jueves, 17 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 32

 –No puedo creer que haya pasado tanto tiempo desde el accidente.


Pedro se sentó junto a ella en el sofá.


–Seguro que el responsable anda suelto por las calles –murmuró antes de beber un sorbo de café–. La ley apesta cuando se aplica a conductores borrachos. Me alegra no tener que defenderlos. Simplemente no podría, aunque formara parte de mi trabajo.


Paula no quería explayarse sobre la muerte de sus padres ni sobre el conductor ebrio cuyo vehículo había sido el arma mortal. Había tenido que enfrentarse a su propia rabia y superarla, aunque el dolor nunca había desaparecido del todo. Miró a Pedro por encima del borde de la taza. Parecía cansado, con líneas pronunciadas junto a la boca y sombras bajo los ojos. A pesar de los claros signos de fatiga, su aspecto era increíblemente sensual.


–¿De qué querías hablarme?


La curiosidad de Paula aumentó al verlo sacar del bolsillo un sobre con cantos dorados.


–Pensé que esto podría gustarte.


Ella abrió el sobre y una pequeña llave barroca se deslizó en su mano. Paula alzó la vista pero no pudo descifrar la misteriosa intensidad de la mirada de Pedro.


–De acuerdo. Me rindo. ¿De qué se trata?


–¿Recuerdas aquel verano cuando solíamos ir al cobertizo de la barca y encontré la llave de tu diario?


¿Cómo podría olvidarlo? Fue el verano en que se enamoró de él. Su diario guardaba todos sus anhelos secretos.


–Sí, lo recuerdo –respondió con cautela.


–Bueno, te afectó mucho y me exigiste que te devolviera la llave. Y lo hice.


Ella alzó una ceja.


–¿Y?


–Cuando nos encontramos en el Blue Lounge, quisiste saber cuáles eran mis motivaciones. Esta llave te ayudará a averiguarlo.


Ella notó la mirada expectante y el brillo travieso de sus ojos. Seguro que tramaba algo, pensó al tiempo que dejaba la llave sobre la mesita.


–Eres demasiado complejo para mí, Pedro Alfonso. He renunciado a intentar comprenderte.


Pedro se inclinó hacia ella.


–¿No quieres afrontar el desafío? 


Otra vez volvía a hacerlo. Había utilizado los recuerdos comunes como una herramienta persuasiva. Sabía que ella nunca dejaba de aceptar un desafío.


–De acuerdo. Dime qué puedo abrir con esta llave.


Pedro la retiró de la mesa y luego la balanceó ante los ojos de Paula.


–No tan rápido. ¿Estás libre el próximo fin de semana?


–Puede ser. Depende de quién me lo pida –contestó ella al tiempo que le quitaba la llave.


Pedro dejó escapar una risita, un sonido que a Paula siempre le hacía sentirse segura y protegida.


–Bueno, los miembros de la empresa han organizado una excursión para el fin de semana, una especie de retiro anual. Las esposas están invitadas, así que me preguntaba si te gustaría ir conmigo.


Pedro le tomó la mano y Paula sintió que se le aceleraba el pulso. Intentó retirarla, pero él enlazó sus dedos con los suyos.


–¿Y qué hay de la llave? –preguntó al tiempo que echaba una mirada al objeto que había caído de la mano de Pedro y brillaba entre ellos sobre los cojines.


–Forma parte del trato. Si vienes conmigo, utilizarás la llave para saber todo lo que quieras sobre mí.


–No quiero otro maldito pacto –murmuró, incapaz de apartar la vista de la mirada desafiante de Pedro.


Él maldijo en voz baja.


–He escogido mal la palabra, cariño. Este fin de semana significa mucho para mí. Albergo la esperanza de que podamos aclarar algunas cosas y llegar a algún acuerdo –dijo mientras le acariciaba la mejilla.


Paula apenas podía respirar, no sólo por la caricia sino también por la expresión vulnerable mezclada con un encanto infantil que anulaba completamente su propia voluntad.


–Iré contigo –dijo en un murmullo, con el deseo de que la besara.


–Estupendo. Espero con ansiedad que llegue ese día –declaró Pedro con una sonrisa radiante.


Ella se inclinó hacia él, con los labios entreabiertos.


–Yo también.


Pedro la miró fijamente durante un interminable segundo antes de levantarse bruscamente del sofá.


–Gracias por el café. Te daré todos los detalles cuando estén en mi poder.


Paula respiró a fondo y luego exhaló intentando recuperarse. Otra vez casi se había lanzado sobre él. Un gesto que se estaba convirtiendo en una costumbre que tendría que modificar si quería mantener intacta su salud mental.

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