Pedro se refugió en ellos intentando desesperadamente mantener el control. La humedad de su cuerpo se había evaporado, pero sintió que empezaba a sudar al sentir que las manos de ella se deslizaban por el torso y bajo la cintura elástica del bañador. Dejó escapar una especie de gruñido al sentir la mano y los dedos de Paula en su viril intimidad. Fue una caricia ardiente como el fuego que se prolongó hasta casi hacerle perder el control.
–¿Puedo quitarte esto? –preguntó Paula, suavemente.
El tono vacilante de su voz contrastaba con el toque experimentado de su mano. Sus miradas se entrelazaron, la expresión vulnerable de los ojos verdes le llegó al corazón. Pedro se inclinó y le tomó la cabeza con las dos manos mientras le acariciaba las orejas con los pulgares.
–Sí. Aunque no me hago responsable de lo que pueda suceder…
Le dió un vuelco el corazón como respuesta a la trémula sonrisa de la joven.
–Estoy dispuesta a correr el riesgo –contestó ella con la mirada fija en sus ojos.
Tras haber hecho el amor junto a la piscina, Paula había asumido el papel de novia con renovado entusiasmo, con todas las dudas desterradas de su mente. Más tarde se habían amado toda la noche en la habitación, explorando sus cuerpos hasta el amanecer. Algunas personas habían notado un fulgor especial en ella, especialmente Horacio. Y pensar que había estado tan preocupada al creer que el padre descubriría el engaño. Había sido sorprendentemente fácil olvidar sus temores al ver que Pedro la trataba como si fuera una reina y la tocaba constantemente como para asegurarse de que realmente estaba allí. Esa tarde habían ido a montar a caballo y se habían separado del grupo en busca de un refugio entre los eucaliptus. Allí, junto a la sombreada ribera del río, se habían besado interminablemente como una pareja de adolescentes. La cena había estado muy animada, a pesar de que la mano errante de Pedro bajo el mantel distraía sus intentos de mantener una conversación civilizada con sus compañeros de mesa. El padre sonreía con indulgencia cuando se encontraban sus miradas y ella intentaba reprimir un sentimiento de culpa.
–Te veo muy pensativa –comentó Pedro.
Ella miró su perfil con el pulso acelerado.
–Pensaba en la noche pasada.
–Yo también –dijo al tiempo que desviaba bruscamente el coche para evitar un bache de la carretera–. ¿Ves? Esos pensamientos no son buenos para la salud. Distraen demasiado.
Ella rompió a reír y le puso la mano en el muslo.
–¿Es cierto? Leí en alguna parte que el ejercicio físico en un gimnasio es extremadamente beneficioso para la salud, especialmente para el corazón.
Él le acarició la mano.
–Y otras partes de la anatomía –añadió descaradamente.
Paula le dió unos golpecitos en la mano.
–Concéntrate en el camino.
–Es muy fácil de decir. Pensar que tengo que contentarme con mirar a la mujer más hermosa del mundo sentada a mi lado. ¿Cómo podría un hombre concentrarse en algo más, incluyendo la carretera?
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