La había deseado tan intensamente y durante tanto tiempo que le costaba creer que todo eso estuviera sucediendo.
–¿Qué estamos haciendo, Pedro? –preguntó ella, con incertidumbre.
Pedro no podía pensar con claridad. Si seguía acariciándolo de esa forma, todo acabaría antes de empezar. Entonces se apartó un poco sin dejar de rodearle la cintura con el brazo.
–Me parece obvio, cariño.
Las manos de Paula se detuvieron al instante.
–No quiero que esto sea sólo sexo.
–¿Qué quieres que sea? –preguntó al tiempo que deslizaba un dedo por la mejilla, maravillado de su suavidad.
La sensación era asombrosa: Suave piel, curvas sensuales, pechos generosos. Todavía recordaba una antigua imagen: Los pezones oscurecidos bajo la empapada camiseta blanca. Desde entonces se sentía hechizado. Paula lo miró directamente a los ojos.
–No lo sé bien –dijo mientras se pasaba la mano por los cabellos rubios, que brillaban al sol como doradas hebras de seda–. Sólo sé que no quiero ser otra de tus conquistas. Las cosas serían muy difíciles cuando tuviera que marcharme.
La amargura se apoderó de Pedro, como si le hubieran derramado un cubo de agua fría en la cabeza.
–¿Quién dijo que tendrías que marcharte cuando finalizara el trato? – preguntó al tiempo que dejaba caer la mano.
Paula se sentó.
–Ambos sabemos que esto no conduce a ninguna parte. El trato finaliza en menos de cuatro meses y tú reanudarás alegremente tu antiguo estilo de vida. No estoy a favor del sexo casual, así que es mejor continuar con la comedia y dejar las cosas como están.
Había alzado la voz y sus palabras destrozaron el corazón de Pedro.
–Siempre volvemos al maldito contrato, ¿No es cierto? ¿El dinero es tan importante para tí? –preguntó en un tono deliberadamente bajo.
Pedro podría haber jurado que los ojos de Paula se habían empañado antes de volver la cabeza.
–Sí, lo es.
Esas tres pequeñas palabras le hicieron daño. Unas breves palabras, afiladas e hirientes. Pedro movió la cabeza de un lado a otro intentando aclarar sus pensamientos.
–Necesito refrescarme –anunció. Se quitó la ropa y se lanzó al agua.
Paula contempló la figura que se alejaba de la embarcación nadando con largas brazadas. Dejó que las lágrimas corrieran libremente por sus mejillas, arrepentida de su interrogatorio. ¡Dios, qué lío! Fue una revelación descubrir que Pedro la deseaba con igual pasión. Tras el beso de la primera «Cita» ante Diego, no se había acercado a ella. Era cierto que le daba un beso rápido delante de los colegas y al final de las citas, pero eso era todo. Hacía unos minutos ella prácticamente había implorado ese beso. Debió de ser a causa del sol. Sí, eso era. Un golpe de calor. Apoyada en la barandilla mientras lo veía nadar cada vez más lejos, supo que el único golpe de calor que la afectaba era a causa de Pedro. Incluso en ese momento una onda cálida recorría su cuerpo al recordar sus labios y sus manos. Había ardido con tal deseo que su intensidad llegó a asustarla. Entonces, ¿Por qué resistirse? Por miedo, pura y simplemente. Había sido sincera con él, al menos en parte. No quería convertirse en otra compañera casual. Quería más. Diablos, lo quería todo. Quería oírle decir que el trato se había acabado, que la amaba tanto que quería que fuese su novia de verdad, que no era una mera adquisición para él. Sin embargo, él no había dicho nada de eso. Sabía que le encantaban las mujeres y ella era eso para él, una mujer que había dejado muy claro que le gustaba. ¿Por qué Pedro no iba a sacar ventaja de una oportunidad como ésa? Gracias a Dios que había recobrado el sentido común sacando a colación el trato que existía entre ellos. Otra vez había utilizado el dinero como una barrera contra el dolor. Mientras él creyera que actuaba por dinero estaría a salvo. Podía manejar a Pedro como amigo. Pero Pedro como amante, como el hombre que ella amaba, era demasiado. Dios, iban a ser cuatro meses muy largos hasta que concluyera el trato que había entre ellos.
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