La cena fue una pesadilla. Paula creía que había sido duro aparentar ser la novia de Pedro en las citas anteriores, pero no había visto nada todavía. Se sentía perdida rodeada de los colegas más cercanos de él, que de hecho eran sus amigos, por no mencionar al padre. Presumir de novia ante los conocidos con los que Pedro se relacionaba sólo profesionalmente había sido bastante más fácil. Le dolía la cara de tanto sonreír y el corazón de tanta decepción. Horacio Alfonso la trató como a una hija que no veía hacía mucho tiempo y se dedicó a presentarla con orgullo a sus empleados. La mirada ardiente de Pedro la seguía a cada paso. Se sentía pendiente de él, estuviera a su lado o en el otro extremo de la habitación. Cada mirada, cada caricia, cada sonrisa casi le hacían perder el control. ¿Cómo podría compartir una habitación, por no hablar de la cama, con ese hombre y mantener la relación en un plano estrictamente platónico? Cuando la velada llegaba a su fin, se sentía al borde de un ataque de nervios. La odiosa Jimena, que se las había ingeniado para dejar sin aliento a todos los hombres, eligió ese momento para acercarse a ella.
–Hola. Tú debes de ser Paula. Soy Jimena –dijo al tiempo que le tendía una mano perfectamente cuidada.
–Encantada de conocerte –contestó al estrechársela, sorprendida de su calidez.
–¿Así que eres la actual novia de Pedro?
–Sí, y me ha hablado de tí –dijo Paula sin rencor al tiempo que se preguntaba si no ardería en el infierno por la pequeña mentira.
Jimena alzó las cejas.
–¿De veras? –preguntó, muy sorprendida–. Entonces espero que no haya resentimientos. No me ha vuelto a hablar desde que rompimos nuestras relaciones.
De pronto Paula sintió lástima por ella, porque era capaz de comprender cómo se sentía una mujer rechazada por un hombre como Pedro.
–No te preocupes por eso. Estoy segura de que volverán a hablar, especialmente ahora que sales con su mejor amigo.
Jimena sonrió.
–Realmente eres muy agradable. Me alegro de que Pedro te haya elegido como su novia formal.
Paula dejó escapar una risita al tiempo que intentaba ignorar los fuertes latidos de su corazón.
–¿Quién te lo ha dicho?
–Agustín, desde luego. Esos dos son inseparables y dice que Pedro está loco por tí, que nunca lo había visto así con otra mujer.
Antes de que Paula pudiera responder, Horacio se unió a ellas.
–Sí que tengo suerte al verme acompañado de las dos mujeres más hermosas del grupo. ¿Disfrutan de la velada, señoras?
Paula asintió con la cabeza, feliz de dejar a Jimena charlando con el padre mientras ella iba en busca de Pedro. Estaba sentado a la mesa, charlando animadamente con Agustín. Le dió un vuelco el corazón al considerar lo que Jimena le había dicho. ¿Era acertada la opinión de Agustín? ¿Pedro se interesaba por ella o simplemente era un maldito buen actor? Agustín trabajaba en la empresa y sin lugar a dudas se llevaba bien con Horacio, así que, ¿No necesitaría Pedro convencerlo de que sus relaciones eran serias, con la esperanza de reforzar las posibilidades de convertirse en socio de la empresa? Tenía que ser eso. Era la única explicación lógica. Antes de atenerse a la dura realidad, por un segundo deseó creer que él la amaba. Tras reunirse con ellos unos minutos, se excusó y salió de la sala, ansiosa por encontrar un sitio tranquilo donde sosegar sus pensamientos. El dormitorio no era adecuado, porque sería el primer lugar donde Pedro iría a buscarla. Casi sin pensarlo se dirigió al recinto de la piscina, unida a la casa por un pasillo acristalado. Varias tumbonas rodeaban la gran piscina de aguas claras en las que se reflejaba la luz. Se tendió en una de ellas y cerró los ojos. Si la cena había sido una pesadilla, el resto de la noche iba a ser un infierno. Había utilizado todas las excusas posibles para convencerse de que no amaba a Pedro: Los abogados ricos y de éxito no eran su tipo, él era un playboy que la amaría y la dejaría, su estilo de vida requería una compañera con una imagen perfecta que ella mostraba a los otros sólo como parte de su quehacer profesional.
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