Luego rebuscó en el bolso de noche en busca de un pañuelo que necesitaba con urgencia. Tenía que enjugarse las lágrimas que amenazaban con derramarse. Afortunadamente, la mención del dinero logró distraer a Pedro del tema de sus relaciones.
–Sí, lo que tú digas. A propósito, ¿Por qué necesitas tanto dinero? – preguntó, evitando tocarla mientras cerraba la puerta y luego la seguía hacia el coche.
–Ahora no es importante, así que olvídalo –dijo luchando por mantener la compostura, a sabiendas de que esa noche sería la más larga de su vida.
Pedro irradiaba una gran tensión y ella se alegró cuando se alejaron en el coche y él puso música para evitar cualquier conversación. Paula se preguntó por qué estaría tan enfadado. Ella se había limitado a establecer los hechos: Habían hecho un pacto ideado por él, habían hecho el amor y su relación terminaría cuando lo nombraran socio de la empresa. Hasta donde ella alcanzaba a comprender, todo jugaba a su favor. No era él quien había cometido la estupidez de enamorarse como un tonto por el camino. Si alguien tendría que estar enfadado, debería ser ella.
–Hemos llegado.
Un anuncio breve, concreto. La suavidad no era necesaria cuando alguien estaba a punto de convertir un sueño en realidad. Afortunado él. Cuando Pedro le abrió la puerta, ella se esforzó por ocultarse tras una máscara de cortesía.
–Buena suerte esta noche.
–Gracias. Espero que ambos consigamos lo que queremos –dijo Pedro con una mirada más prolongada de lo habitual, antes de guiarla hacia el ascensor que los llevaría al ático donde vivía el padre de Matt.
Mientras subían a la última planta, Paula observó que Pedro se había situado al otro lado del ascensor, con las manos en los bolsillos. De inmediato comprendió que no había la menor esperanza de volverse a tocar, por no hablar de hacer el amor. Su voz profunda la sobresaltó.
–Cuando acabe nuestro trato, vamos a…
En ese momento el ascensor se detuvo. Cuando se abrieron las puertas, Horacio apareció ante ellos resplandeciente con su traje de etiqueta.
–Me complace verte, hijo. Y tú estás tan maravillosa como siempre, Paula. ¿Qué hace este tipo para merecer a alguien como tú? –bromeó al tiempo que asestaba a su hijo un ligero golpe en el brazo.
«Intentar comprarme para convencerte de que merece una oportunidad en la empresa», pensó Paula.
–Creo que es cuestión de suerte, papá. ¿Qué novedades hay por aquí?
–Todo a su debido tiempo, hijo. Entren, están en su casa. Ponganse cómodos –dijo antes de alejarse.
–Yo no diría tanto –murmuró Pedro al ver que Lucrecia cruzaba la estancia en dirección a ellos.
–Bueno, bueno, ha llegado mi querido hijastro. Ven a darle un beso a tu madre –saludó con una voz remilgada que no hacía juego con la fría mirada de sus ojos azules.
Paula casi retrocedió cuando la mujer rubia abrazó a Pedro y lo besó en los labios, un beso quizá demasiado largo para ser maternal. Hacía varios meses la había visto brevemente en una cena. La mujer apenas le había dedicado una mirada. Para su sorpresa, se volvió hacia ella.
–Oh, la pequeña y dulce Paola. Horacio siempre me habla muy bien de tí –dijo al tiempo que extendía una mano enjoyada como esperando que Paula se inclinase ante ella.
–En realidad mi nombre es Paula. ¿Cómo estás? –saludó, decidida a ser amable a pesar de su deseo de apartar la mano que la mujer apoyaba posesivamente en el brazo de Pedro.
–Muy bien, querida. Hoy habrá un gran anuncio. Formidable. Espero que te guste.
Tras enviarle un beso a Pedro, la esbelta mujer, enfundada en un vestido que valía una fortuna, se alejó de ellos.
–Odio a esa mujer –espetó Pedro al tiempo que clavaba una mirada como un puñal en la espalda de su madrastra.
–¿Por qué no fue a King River el fin de semana? –preguntó Paula sin mayor interés.
–Probablemente estaba con su último gigoló. ¿Quién sabe? ¿Y a quién le importa? Sólo deseo que mi padre abra los ojos alguna vez. Si hay algo que no puedo soportar es que una mujer engañe a un hombre.
Paula prestó atención a esas palabras. ¿Qué pensaría si ella le confesara la verdad en ese momento? ¿Si le dijera que no estaba interesada en su dinero, que había aceptado el estúpido trato más que nada por el bien de Alicia?
–¿Y qué me dices de un hombre que engaña a su padre? ¿Eso está bien? – dijo en cambio.
Las palabras quedaron vibrando en el silencio que se produjo a continuación y ella deseó no haberlas pronunciado. Sin embargo, era la verdad y estaba harta de jugar.
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