Pedro volvió al presente cuando se abrió la puerta.
–Hola, Pedro. Llegas a tiempo –saludó Paula. El tono sensual de su voz disparó la imaginación de él.
¿De dónde demonios la había sacado? Su voz había sonado muy diferente al teléfono. Pedro se esforzó por cerrar la boca mientras la miraba. Paula era toda una visión, envuelta en una rica tela verde que realzaba las curvas de su exquisito cuerpo y caía en suaves pliegues hasta las rodillas. Le fue muy difícil apartar la vista del tentador escote que insinuaba la lujuria de sus senos. Se había recogido el pelo en un moño alto y unos rizos sueltos enmarcaban su rostro. En general, a él le disgustaban las mujeres maquilladas, pero ella había utilizado un leve maquillaje para realzar los grandes ojos y la boca de labios llenos. El resultado era asombroso.
–Estás maravillosa –murmuró, sin dejar de notar el rubor que al instante cubrió las mejillas de la joven.
Era un hábito que mantenía desde que era una cría y que a él le encantaba.
–Gracias. ¿Nos marchamos? –preguntó Paula. Él asintió, todavía mudo por la sorpresa, mientras ella se volvía a cerrar la puerta. Unas delicadas medias, ligeramente brillantes, atraían la atención hacia sus largas piernas–. ¿Dónde iremos esta noche?
Paula lo miró esperando su respuesta. El problema era que Pedro no podía recordar la pregunta. Había estado demasiado ocupado con la deliciosa fantasía de deslizar esas medias a lo largo de las piernas para luego besarlas desde los tobillos hacia arriba.
–Lo siento. ¿Qué has dicho?
Afortunadamente, ella se echó a reír, con la misma risa que lo había cautivado todos esos años.
–Baja a la Tierra, Pedro. ¿Te encuentras bien?
–Sí, un poco distraído. La cena de esta noche es importante. Uno de los competidores de la empresa intenta captar a nuestro personal y debo poner fin a esa situación.
Paula alzó una ceja.
–Diría que es poco ético, ¿No es así?
Pedro se encogió de hombros.
–Sí, aunque ya nada me sorprende del mundo corporativo. Es como estar rodeado de un cardumen de pirañas. Un paso en falso y estás muerto.
Paula dejó escapar una risita.
–Pirañas, como algunos de mis clientes. Por lo menos, me solidarizo contigo.
Pedro se unió a su risa mientras le abría la puerta del coche. Había echado de menos la compenetración y la sencilla camaradería que existía antes entre ellos. Si pudieran mantener la amistad a ese nivel durante los próximos seis meses, la tarea iba a ser pan comido.
–Bonito coche. Concuerda con tu personalidad.
Paula miró el moderno interior del vehículo, que olía a nuevo.
–¿Qué quieres decir con eso?
Pedro puso en marcha el motor y luego la miró. Ella no podía pensar cuando la miraba de esa manera, con una mirada intensa, inquisitiva y un tanto escéptica.
–No te pongas a la defensiva. Sólo he querido decir que un coche deportivo plateado es símbolo de prestigio social y eso es lo que has deseado toda tu vida. Por eso estoy aquí, ¿Verdad? Para que puedas convencer a Horacio Alfonso de que mereces asociarte a la firma.
Debió haberse mordido la lengua. Cada vez que le hablaba sus palabras sonaban como si formulara un juicio, lo que iba en contra de su decisión de permanecer imperturbable. Pedro apretó las mandíbulas y sus ojos brillaron un segundo.
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