De acuerdo, el paseo no había sido una de sus mejores ideas, pensó Pedro. No sabía qué demonios se había apoderado de él para invitar a la mujer más sexy del mundo a pasar el día en su yate. Desde la primera cena había deseado estar a solas con ella en la embarcación. Incluso se lo había pedido la primera noche, aunque afortunadamente ella había rehusado. Pero dos meses más tarde la había vuelto a invitar. Y se lo había pedido a sabiendas de que no iba a ser capaz de mantener las manos lejos de ella. Había sido muy duro actuar como un caballero en las últimas cenas. Había vuelto a repasar la escena en el yate. Ella prácticamente le había implorado que la besara. Sentirla suave y entregada bajo su cuerpo, devolviendo las caricias apasionadamente, había sido como estar en el cielo. Había imaginado esa escena tantas veces… Con frecuencia había fantaseado con la idea de verla entregada a él, gimiendo su nombre. Lleno de frustración, golpeó el escritorio con el puño. Maldito trato. Si no fuera por el dinero no habría puesto barreras a sus sentimientos por Paula. Sin embargo, bastaba con una aventurera en la familia. Lucrecia, su última madrastra, era una maestra en el oficio de sacar dinero a su padre, y que Dios lo ayudara si Paula se le parecía. En ese momento deseaba agarrar a su padre por el cuello. Si no hubiera sido por sus ridículas condiciones para asociarlo a la firma, nunca habría tramado ese estúpido pacto. «Y no hubieras vuelto a tropezar con Paula». Siempre había una espada de doble filo. Pedro suspiró mientras revolvía los contratos que tenía sobre el escritorio. Unos golpecitos en la puerta interrumpieron sus reflexiones.
–Pase.
–Me pregunto si dispones de un minuto, Pedro –dijo su padre al tiempo que entraba en el despacho.
Pedro esperaba tener tan buen aspecto como él a los cincuenta y ocho años: Fornido, con la piel tersa y una vitalidad que resplandecía en sus ojos azules. No le extrañaba que las mujeres lo encontraran atractivo. Se preguntaba si su madre habría advertido las miradas codiciosas que dirigían a su marido. ¿Sería ésa una de las razones que la hicieron alejarse del hogar?
–Por supuesto. ¿En qué puedo ayudarte?
Odiaba el hecho de no poder llamarlo «Papá» en la oficina. También deseaba que alguna vez Horacio lo llamara «Hijo» en lugar de Pedro.
–Los miembros de la firma hemos decidido hacer una excursión de dos días. Será dentro de un par de semanas, así que tienes tiempo de avisar a Paula.
Pedro se aclaró la garganta.
–Veré qué puedo hacer, aunque es una mujer muy ocupada. Sabes que tiene su propio negocio. Puede que no disponga de tiempo libre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario