–Me has estado evitando –dijo antes de apoyarse en el borde del escritorio–. Así que he decidido remediar la situación –añadió mientras se sentaba.
Él se removió en su asiento, incapaz de apartar la mirada de las piernas cruzadas muy cerca de su cara. Tenía que levantarse y huir de allí si quería evitar abalanzarse sobre ella. Sin embargo, la tentadora visión que se ofrecía ante él había inflamado su ego, así que no había manera de evitar que notara su expresión de deseo y de ardiente ansiedad. Luchando por mantener la compostura, apartó los ojos de las piernas. Desgraciadamente, mirarla a los ojos no fue la solución. Su brillo luminoso hacía juego con la luz de la lámpara, de un profundo color verde.
–¿Has venido a hablar conmigo? –consiguió articular después de tragar saliva.
–Algo así.
Ella se puso de pie frente a él. El corazón se le aceleró al verla juguetear con el cinturón y los grandes botones del impermeable. ¿No iría a quitárselo allí en el despacho, verdad? Pedro aferró los dedos al brazo del sillón con la fuerza con que alguien a punto de ahogarse se agarra a un salvavidas. Porque se estaba ahogando en una ola de sofocante sensualidad, como nunca había experimentado en su vida.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Creo que es hora de aclarar unas cuantas cosas, ¿No te parece?
–Sí.
Las manos de Paula se habían tranquilizado, pero no así la imaginación de Pedro. En un segundo se puso de pie y la apoyó contra la mesa sujetándole las manos detrás de la espalda.
–¿A esto le llamas hablar? –murmuró Paula al tiempo que ceñía su cuerpo al suyo e inclinaba la cabeza hacia atrás a la espera de su beso.
Los labios de Pedro devoraron su boca con la ansiedad de un hambriento. No era un beso corriente y no había nada dulce en él. Paula abrió los labios y lo atrajo hacia ella. Más tarde, él se separó de su boca y recorrió con los labios la mejilla de la joven.
–Me encanta el idioma que hablas.
Paula había esperado enloquecerlo y lo único que logró fue arder en sus propias llamas.
–Te he echado de menos –murmuró estrechamente abrazada a él.
–Yo también –dijo Pedro al tiempo que miraba hacia abajo. Ella se estremeció ante el escrutinio, repentinamente vulnerable–. Sí que llevas una ropa original.
–¿Qué, este impermeable viejo? Lo uso siempre que deseo mostrarles a ciertos hombres tercos lo que se pierden.
–Preferiría que no lo hicieras –murmuró él antes de besarla apasionadamente.
–¿Pedro?
Tras deslizar las manos por su espalda, Paula le aferró las nalgas.
–¿Mmm?
–¿En tu casa o en la mía?
Pedro esbozó una sonrisa y ella se concentró en sus labios mientras se preguntaba si tendría el valor de continuar con el resto del plan.
–Eso es lo que me gusta. Una mujer con iniciativa –dijo Pedro mientras se ponía la chaqueta y luego recogía las llaves–. Tú decides.
–En la mía –contestó rápidamente por temor a perder el control por completo–. Y en cuanto a las iniciativas, no has visto nada todavía.
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