jueves, 31 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 45

Pedro entornó los ojos.


–Una vez te dije que nunca me hicieras preguntas sobre esto. Tengo mis razones para hacerlo –dijo antes de girar sobre sus talones y alejarse rápidamente de ella.


Paula tomó una copa de champán de la bandeja de un camarero y se la bebió en tres largos sorbos con la esperanza de disolver el nudo que le apretaba la garganta. Al ver a Pedro charlando con su padre al otro extremo de la habitación, se juró confesarle la verdad. Toda la verdad. En ese momento, Horacio se aclaró la garganta.


–Señoras y señores, ¿Me pueden prestar atención?


Las voces se silenciaron y todas las miradas convergieron hacia él.


–Como todos ustedes saben, en los últimos meses se ha producido una vacante en nuestra firma, Alfonso y Asociados. Esta noche tengo el gusto de anunciar que el puesto ha sido cubierto. La persona en cuestión ha aportado muchos clientes a la firma y ha demostrado reunir todas las condiciones requeridas para formar parte de la empresa.


Paula miró a Pedro, de pie junto a la ventana que cubría toda una pared orientada al sorprendente puente del puerto. Más que ver, sintió su ansiedad mientras bebía un sorbo de whisky y luego apretaba los labios en una fina línea.


–Por tanto y sin más, me complace presentarles a nuestro nuevo socio. Por favor, demos la bienvenida a Diego Rockwell.


Aplausos dispersos y sofocadas exclamaciones de sorpresa llenaron la habitación. Paula vió con horror a su ex salir de la cocina, acercarse a Horacio y estrecharle la mano con su acostumbrada sonrisa de cocodrilo. Como a cámara lenta observó que Pedro retrocedía casi tambaleando y, boquiabierto, se apoyaba contra el cristal de la ventana. Ella se aproximó a él cuando los invitados empezaron a cantar Es un muchacho excelente. Tras quitarle la copa de las manos y dejarla en una mesa cercana, se puso de puntillas y acercó los labios a su oído.


–Salgamos de aquí –susurró. Él la miró como si la viera por primera vez–. Sea lo que sea que pienses hacer, no vale la pena –insistió tirándole del brazo.


Pedro la miró con una expresión de ira. Estaba claro que se sentía traicionado y herido.


–Para tí es fácil decirlo. No es tu padre quien te acaba de dar una patada en los dientes sin haber tenido la decencia de avisarte previamente. 


Ella mantuvo un tono de voz deliberadamente suave y tranquilizador.


–Sé que es duro, pero piensa un segundo. Mañana tienes que enfrentarte a estas personas en la oficina y aunque sientas enormes deseos de propinarle un puñetazo a Diego, olvídalo. Tu comportamiento dejará una impresión duradera entre tus colegas, especialmente en tu padre.


Pedro aspiró varias bocanadas de aire que exhaló lentamente. Los músculos de la cara empezaron a relajarse.


–¿Y a quién le importa lo que piense?


–A tí. Si no, no habrías imaginado un plan tan elaborado para asegurarte un puesto como socio. Sabes que lograr manejarme durante seis meses no es cosa fácil.


Pedro la miró con una leve sonrisa.


–No lo sé, pero manejarte ha sido más divertido de lo que esperaba.


Ella le apretó la mano con una sonrisa.


–¿Por qué no te acercas a ellos, felicitas a Diego y le demuestras a tu padre que Pedro Alfonso reúne claramente todas las condiciones para convertirse en socio la próxima vez que se presente la oportunidad?


–No me presiones –gruñó–. Preferiría estrecharle la mano a un cocodrilo antes que a Rockwell.


Paula rompió a reír de buena gana.


–¿Qué te parece tan divertido?


–Estaba pensando lo mismo que tú, eso es todo –dijo mientras se enjugaba los ojos–. ¿No te parece que tiene la sonrisa de un cocodrilo?


Pedro miró en dirección a Diego.


–Claro que sí. Aunque fuiste tú quien salió con él un par de años –comentó con tranquilidad.


El modo en que la ira de Pedro se había disipado maravilló a Paula. No sólo había perdido un sueño, sino que lo había perdido a causa de un hombre que le disgustaba. 


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