El padre hizo un movimiento con la mano, como un mago.
–Tonterías. Paula es una mujer adorable. Ahí has acertado, hijo. Estoy seguro de que le encantará ir con nosotros. He oído que sus negocios no marchan bien, así que es posible que disponga de tiempo ese fin de semana. Tal vez podrías darle algún consejo profesional, ¿No te parece?
Pedro se quedó sin habla. Su padre lo había llamado «Hijo». ¿Y qué había dicho sobre los negocios de Paula? ¿Por eso necesitaba el dinero?
–De todos modos te enviaré un correo electrónico con los detalles. Y no olvides saludar a Paula de mi parte –dijo antes de hacer una pausa, ya en la puerta–. Estoy orgulloso de tí, hijo.
No podía creerlo. Había vuelto a llamarlo «Hijo». Pedro se reclinó en su sillón de piel y suspiró, aliviado. Había esperado mucho tiempo para oír esa palabra de labios de su padre. Entonces, ¿Por qué sentía que su victoria era más aparente que real? Odiaba engañar a su padre, pero el trato era la única manera de que lo tomara en serio. Y si la visita que acababa de hacerle era un indicio, al parecer empezaba a tener éxito. ¿Pero a qué precio? Cuanto antes resolviera el lío en el que se hallaba, mejor. Tanto su padre como Paula se merecían algo mejor. ¿Pero qué pasaba con el dinero? ¿Por qué no marchaba bien el negocio de Paula? ¿Lo estaría utilizando como las otras mujeres? Mientras hacía girar la estilográfica distraídamente, se fijó en el calendario. ¿Un par de semanas, eh? Resolvió hablar con ella sobre el trato durante la excursión. Si el dinero era tan importante, él se lo daría. Quería que la relación que había entre ellos estuviera libre de obligaciones. No más tratos. ¿Y si no lo quería sin el dinero? Se le encogió el corazón al pensarlo. Después de todo, ella había dejado claro que no quería nada con él. ¿Tal vez lo hacía únicamente por dinero? Sólo había un modo de saberlo. Mientras alargaba la mano hacia el teléfono, el aparato empezó a sonar.
–¿Diga?
–Alfonso, viejo amigo. ¿Me ocultas algo? ¿Qué es eso de que vas a llevar a la bella Paula a nuestra excursión?
–¿Qué quieres, Saunders? Estoy ocupado.
Aunque trabajaban en la misma empresa, hacía semanas que no hablaba con Agustín Saunders, su mejor amigo. Agustín se dedicaba al derecho penal, así que raramente se encontraban esos días.
–Apuesto a que estás demasiado ocupado… –la voz de su amigo se convirtió en una risa disimulada.
–No digas tonterías. He estado trabajando muchas horas en un caso de propiedad intelectual. Sí, he visto a Paula, aunque eso a tí no te importa.
Agustín se rió a carcajadas.
–¿He tocado un punto sensible? No es propio de tí ponerte serio respecto a una mujer. ¿Qué se cuece por ahí?
Ojalá pudiera contarle el secreto a su amigo. Desgraciadamente, Agustín no se caracterizaba por su discreción.
–¿Es que uno no puede cambiar? Resulta que Paula me gusta. Y mucho.
Al otro lado de la línea se oyó un claro bufido.
–¿Cambiar? ¿Tú? ¿Intentas decir que nuestros días de juerga han terminado?
–Has dado en el clavo, viejo amigo. Te has quedado solo.
–Pero mi agenda está desbordada. ¿No te tienta ir a alguno de nuestros lugares favoritos para recordar los viejos tiempos?
–Debo volver al trabajo. ¿Qué te parece si nos tomamos una copa más tarde?
–Supongo que sí.
–Nos vemos en el pub sobre las siete. Adiós.
Pedro miró el teléfono mientras se preguntaba si debía ponerse en contacto inmediatamente con Paula. La llamada de Agustín lo había distraído y quería estar concentrado cuando la invitara a la excursión. No habían hablado mucho desde el fracasado paseo en el yate y sospechaba que no la atraería en absoluto pasar un fin de semana haciendo el papel de su novia. Se lo diría con gentileza. ¿Tal vez con flores, vino o bombones? Sí, una sutileza como un mazo de hierro. ¿Y una tarjeta de invitación formal? No, eso podría amedrentarla. De pronto decidió que lo mejor sería hablar con ella personalmente. El teléfono no bastaba para algo tan importante. No era propio de él perder la confianza en sí mismo. Ese estúpido trato le ponía los nervios de punta. Le gustaría ser él mismo con Paula y cortejarla debidamente, sin tener que actuar. De pronto se le iluminó la mente. ¡Eso era! Había estado actuando, no sólo en beneficio de su padre sino en el de Paula también. ¿Por qué no intentar ser él mismo? Ella lo había querido en el pasado. Entonces, ¿Por qué no recobrar la antigua magia que había habido entre ellos y ver qué sucedía? ¿Qué tenía que perder? «Alfonso, eres un genio».
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