martes, 1 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 12

 –Es necesario que aclaremos esta situación. Actualmente no estoy interesada en salir con nadie. La única razón que me ha traído aquí es la de ayudar a Alicia con su empresa –explicó al tiempo que se alisaba la falda para calmar la agitación de las manos–. De todas formas, podemos hablar con Alicia y ella buscará la manera de emparejarte con alguna de las otras mujeres.


–No –respondió Pedro de inmediato. Paula se estremeció bajo el escrutinio de su desconcertante mirada–. Te elegí por una razón, Paula. Eres justamente la clase de mujer que busco.


–¿Y qué clase de mujer es ésa?


Con los codos apoyados en la mesa, Pedro unió las yemas de los dedos y la miró directamente a los ojos.


–Inteligente, independiente, sin ilusiones. Por nuestra conversación anterior deduzco que no te inspiro ningún interés romántico. De hecho, esta tarde rechazaste mi invitación para ir a tomar una copa. Así que eres la elección perfecta para mí.


La confusión se apoderó de la mente de Paula.


–No entiendo.


Él sonrió, aunque la sonrisa no llegó a sus ojos. De hecho, se habían oscurecido hasta alcanzar un frío color azul.


–Tu evidente antipatía hacia mí es exactamente lo que busco. De hecho, no habrá ideas equivocadas por tu parte, como tampoco ningún riesgo de que te enamores de mí y se estropee el trato. Nuestras citas serán sólo eso: Un trato comercial. Nada más. Te presentaré como mi novia durante los próximos seis meses, hasta que me incorpore como socio en la empresa de mi padre. Eso es todo.


Su fría mirada reforzaba la crudeza de su tono. En ese instante, Paula supo cómo podría sentirse la parte contraria en un tribunal. Coaccionados. Derrotados. Devastados. Y había sido tan tonta como para pensar que él todavía albergaba sentimientos no resueltos hacia ella. ¡Vaya broma!


–¿Y qué obtengo yo de dicho pacto? ¿Piensas que puedes comprarme? – preguntó con firmeza.


–Todos podemos ser comprados. Lo único que varía es el precio.


Paula sintió que se encogía.


–¿Desde cuándo te has vuelto tan cínico?


–Cínico, no. Simplemente realista. Todos los días compruebo el poder adquisitivo que tiene el dinero, por no mencionar el ejemplo de primera mano de mi padre –Pedro escupió las palabras como si fueran veneno.


–¿De tu padre?


–Él es el ejemplo perfecto de lo que el dinero puede comprar. Si no, pregúntale a su última mujer. La esposa número tres. Veinte años más joven que él y ávida de dinero. Es triste, ¿Verdad? –preguntó al tiempo que fruncía los labios como si acabara de ver algo repulsivo–. De todos modos, basta de hablar de mi familia. ¿Qué me dices?


Los pensamientos se aceleraron en la mente de Paula. Si aceptaba la estrafalaria propuesta de Pedro por dinero, sus problemas se resolverían. Podría salvar Matchmaker asegurándole el DATY a Alicia y luego podría concentrarse en mejorar su propio negocio. Pensó que la única forma de mantener ese pacto tan concreto, impersonal y absolutamente comercial era por dinero.


–De acuerdo. Acepto, Pedro. Me presentaré como tu novia durante seis meses por treinta mil dólares.


Pedro no pudo evitar un gesto de sorpresa, pero se recuperó de inmediato.


–Trato hecho. Mañana voy a redactar el contrato. ¿Puedes ir a mi oficina sobre las diez?


Paula asintió.


–¿Tardarás mucho? Tengo una cita en Bondi a las once de la mañana.


–Mi oficina está en el centro. Será un trámite breve e indoloro.


Ella se preguntó si se refería a la firma del contrato, al trayecto hasta el centro de la ciudad o al trato mismo. Pedro se acabó el whisky en tres sorbos y se puso de pie.


–¿Quieres que te lleve a casa?


Ella negó con la cabeza.


–No, gracias. He venido en mi coche.


Él abrió su billetero y le tendió una tarjeta comercial.


–En ese caso, aquí tienes la dirección. Nos veremos mañana.


Cuando ella tomó la tarjeta, sus dedos se rozaron. Pedro retiró la mano como si se hubiera quemado, con una mirada indescifrable.


–Hasta mañana, entonces.


Paula lo vió dirigirse hacia la puerta sin volver la cabeza. Luego saboreó el vino que refrescó su garganta reseca. La velada no había resultado como esperaba, pero no pudo hacer otra cosa. Aparte de negarse al pacto. ¿Y dejar a Alicia en la estacada? De ninguna manera. Pagaría sus deudas. Entonces, ¿Por qué se sentía como si hubiera hecho un pacto con el mismísimo diablo? 

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