Mientras cerraba la cremallera del bolso de viaje, Paula deseó que con la misma facilidad desaparecieran las miles de mariposas que revoloteaban en su estómago. Luego examinó el dormitorio por si dejaba algo que pudiera necesitar. Había revisado el armario cientos de veces eligiendo y descartando ropa al azar. Ese fin de semana era importante y debía estar presentable. La invitación de Pedro la había intrigado y la misteriosa llave era como un ascua ardiente guardada en el bolso durante las dos últimas semanas. Él sabía qué botones apretar con ella. Con él la vida no era nada aburrida. Era vibrante, amigo de pasarlo bien, adictivo. Unos golpecitos en la puerta interrumpieron sus pensamientos.
–Hola, preciosa. ¿Preparada para partir? –preguntó Pedro sonriente cuando ella salió con el bolso en la mano.
–Preparada como siempre.
Su aspecto era estupendo. Llevaba tejanos, una camiseta blanca que realzaba los músculos del torso y una chaqueta negra de piel.
–En marcha, entonces. Tenemos dos horas de viaje hasta King River y no quiero que nos perdamos la cena. Dicen que la comida es excelente –comentó colgándose del hombro el bolso de Paula y ofreciéndole la mano.
Ella ignoró el gesto, cerró la puerta y luego fue hacia el coche. Charlaron amigablemente durante todo el trayecto. Sin embargo, Paula ansiaba hacerle una pregunta vital que le rondaba por la cabeza desde que había aceptado la invitación. Esperó hasta que la casa de campo apareció ante su vista.
–Qué hermoso lugar. ¿Cómo lo descubriste?
Pedro se encogió de hombros.
–Mi padre estuvo aquí hace tiempo. Es un lugar muy bien equipado. Tiene salas de conferencias y todo tipo de instalaciones deportivas. Aunque creo que lo que más le gustó fue la calidad de la comida.
–Parece fabuloso –comentó Paula al tiempo que contemplaba los altos eucaliptus, las colinas onduladas y los extensos prados–. ¿Cuántas personas pueden alojarse aquí?
Al fin había hecho la pregunta de un millón de dólares.
–Diez parejas. Al menos mi padre reservó diez habitaciones.
Ella jugueteó con la manga de la blusa.
–En cuanto a la distribución de…
–No te preocupes por eso –la interrumpió–. Tendremos que compartir una habitación y una cama sólo por las apariencias, pero creo que puedo controlarme. ¿Y tú?
Paula parpadeó intentando contener su imaginación.
–Ningún problema por mi parte. Sólo quería aclararlo desde el principio. Para evitar situaciones incómodas.
Pedro dejó escapar una risita.
–Bueno, uno puede dormir a la cabecera y el otro a los pies de la cama.
Ella le dió una fuerte palmada en el brazo justo cuando Pedro estacionaba el coche en el camino de entrada. Él se frotó el brazo mientras se volvía hacia ella.
–Pegas con fuerza.
–Eso no es nada. Espera a ver lo que te va a ocurrir si te pasas de la raya.
Los ojos de Pedro brillaron a la suave luz del atardecer.
–Promesas, promesas… –murmuró al tiempo que le alzaba la barbilla.
Ella lo miró paralizada. No había manera de volver la cara, incluso aunque lo quisiera.
–¿No deberíamos entrar?
–Ya lo haremos.
Cuando él se inclinaba sobre sus labios, se oyó el sonido estridente de un claxon y se separaron como dos colegiales sorprendidos en una falta. Entonces vieron que se les acercaba un descapotable rojo. La ventanilla del conductor bajó lentamente.
–Ustedes dos, ¿Qué hacen todavía en el coche? Pensé que estaban deshaciendo las maletas.
Agustín Saunders guiñó un ojo a Paula. Ella lo había visto algunas veces y le encantaba su humor descarado.
–Buena idea –dijo Pedro entre dientes, sin mucho entusiasmo.
Agustín estacionó cerca de ellos.
–Es un tipo agradable –comentó Paula, confundida ante el prolongado silencio de Pedro.
–¿Tú crees?
Ella no podía comprender su repentina reticencia a entrar.
–¿Qué sucede?
Para su sorpresa, Pedro le tomó la mano con fuerza.
–Aprecio verdaderamente lo que haces por mí, Paula. Sé que fingir que eres mi novia durante una cena profesional es muy diferente a tener que hacerlo todo un fin de semana. Sólo espero que todavía me hables cuando esto acabe.
La conducta de Pedro la ponía cada vez más nerviosa.
–¿Y por qué no te voy a hablar? ¿Hay algo que no me hayas dicho?
–No, aunque muchas personas van a pensar que nuestra relación es mucho más íntima tras este fin de semana, incluyendo a mi padre. Sólo quería advertirte, eso es todo.
Ella le apretó la mano.
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