Pedro abrió la puerta y entró precipitadamente en la habitación sin siquiera echarle una mirada. No podía creer que sus planes se hubieran arruinado. Ni qué decir de cortejar a la mujer de sus sueños ese fin de semana. En ese momento no sabía si ella se quedaría o se marcharía. Realista como era, pensó en la segunda opción. Había perdido la compostura, pero algo que no podía soportar eran los celos. Muchas veces había observado el modo en que las mujeres de su padre los utilizaban para conseguir lo que querían. Claro que su conducta no había sido ejemplar al ver a Jimena pero, ¿Para qué tanto interrogatorio? «Tal vez le importas más de lo que crees». El repentino pensamiento no contribuyó a tranquilizarlo. Ni tampoco el que le siguió. Para ser un hombre que no podía soportar los celos, algo se había revuelto en su interior al enterarse de que Diego Rockwell era ex novio de Paula. Había deseado darle un puñetazo en plena nariz. Así que, ¿Por qué la juzgaba en lugar de darle una oportunidad? Dios, para ser un abogado inteligente, a veces se comportaba como un estúpido. Ansioso por enmendar la situación, abrió precipitadamente la puerta y casi chocó con Paula.
–¿Puedo entrar? –preguntó con indecisa suavidad.
Con gran alivio, Pedro se hizo a un lado mientras resistía la tentación de estrecharla entre sus brazos y llevarla a la cama.
–Claro que sí. Déjame el bolso.
Paula paseó la mirada por el dormitorio antes de clavar los ojos en la cama con dosel que dominaba la estancia.
–Es una habitación encantadora –murmuró.
Por primera vez, Pedro miró a su alrededor. Observó los suelos pulidos y las alfombras en tono borgoña a juego con la colcha de la inmensa cama. De inmediato ordenó a su mente que no se pusiera a fantasear. Pero la orden no funcionó porque la excitación se apoderó de él en menos de un segundo. Dirigir su atención a Paula tampoco fue de gran ayuda. Iba vestida con unos ceñidos pantalones en tono crema y un ligero jersey de color caqui que realzaba su esbelta figura. Contempló los labios satinados y los ojos de gata fijos en él.
–Siento lo ocurrido –dijo antes de pensarlo dos veces.
Paula esbozó una sonrisa.
–¿Pedro Alfonso disculpándose? Debe de ser la primera vez.
Él se encogió de hombros, un poco más confiado al ver la sonrisa en su rostro.
–Reconozco mi culpa.
–¿Quieres decir que reconoces haberte comportado de forma abominable y que realmente deseas que me quede? –preguntó al tiempo que batía las pestañas con coquetería.
–¡No te aproveches, Paula! –refunfuñó al tiempo que cruzaba la habitación.
Entonces la abrazó estrechamente al tiempo que sentía las curvas del cuerpo femenino contra su cuerpo. El perfume floral que se desprendía de ella embriagó sus sentidos y le hizo recordar aquel cumpleaños en que la rechazó con dureza. Ese fin de semana no sería tan estúpido.
–¿Cuándo podré utilizar la llave?
–¿Llave? ¿Qué llave? –preguntó Pedro con fingida indiferencia al tiempo que intentaba ocultar el deseo de romper a reír al ver su expresión consternada.
Ella lo apartó y luego cruzó los brazos sobre el pecho. El gesto defensivo atrajo la atención de Pedro hacia sus senos y sintió que la sangre se le agolpaba en las venas, presa del deseo de acariciarlos y besarlos.
–No juegues conmigo, Pedro Alfonso. He venido por esa llave misteriosa, y tú lo sabes.
Pedro se llevó la mano al corazón.
–Y yo que creí que había sido por mi encanto arrollador… Tú sí que sabes cómo herir a un tipo, ¿Eh?
–Si estás jugando conmigo alguien va a resultar herido este fin de semana y no será tu ego solamente –replicó al tiempo que su mirada bajaba hasta la entrepierna de Pedro y con un gesto burlón subía la rodilla como si lo fuera a golpear.
–¡Ay! –exclamó él, con una fingida mueca de dolor–. ¡Ni se te ocurra! Por lo demás, me atrevería a pensar en algo más agradable si tus intenciones van por ese camino.
Paula abrió mucho los ojos al tiempo que se ruborizaba intensamente.
–Voy a deshacer mi equipaje –dijo bruscamente mientras se inclinaba y abría su bolso.
–¿Y qué hay de la llave?
–Estoy segura de que me revelarás su uso en un momento más oportuno. Ahora voy a darme una ducha y a prepararme para la cena.
–¡El secreto de la llave no es todo lo que yo podría desvelar de mi persona!
Al oír su carcajada, ella cerró el cuarto de baño de un portazo.
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