jueves, 17 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 31

Paula se hundió en el agua caliente de la bañera con un suspiro de alivio. La fragancia a lavanda de la espuma la envolvía ayudándola a relajar la mente. Cerró los ojos y la imagen de las pequeñas llamas de las velas alrededor desaparecieron de su vista. ¡Qué semana! Gracias a Dios que había hecho caso a su instinto ignorando la insistente invitación de Yanina para ir a bailar esa noche. Un baño caliente, una película romántica y un helado de fresa era todo lo que anhelaba. Pensando en anhelos… Una vívida imagen de Pedro cruzó por su mente y puso fin a su tranquilidad. Durante toda la semana se las había arreglado para encerrarlo en el rincón más remoto de su mente mientras se concentraba en su trabajo. Los Normanby, incluso la vieja quisquillosa, habían quedado convenientemente impresionados. Sin embargo, desde el tórrido encuentro en el yate, la imaginación le jugaba malas pasadas. Varias noches se había despertado cubierta de sudor a causa de sus sueños eróticos con Pedro. Afortunadamente, hacía más de una semana que no la llamaba. Las pocas veces que habían hablado por teléfono, se había mostrado amable pero reservado. Paula llegó a pensar que lo hacía más por obligación que por interés en saber cómo se encontraba. Incluso había pensado en la posibilidad de que estuviera con otra mujer, pero de inmediato había desechado la idea. Pedro necesitaba con urgencia asociarse a la empresa de su padre. Después de todo, no habría hecho ese ridículo pacto si no estuviera tan interesado. Sólo tres meses más y quedaría libre… ¿Libre para hacer qué? ¿Para volver a enterarse de su emocionante vida a través de las páginas de sociedad de la prensa? Ella necesitaba una vida propia. Tal vez se decidiría a pedir la ayuda profesional de Alicia, después de todo.


–Debo de estar muy necesitada –murmuró mientras se hundía en el agua.


En esos momentos sólo una cosa podría aligerarle el espíritu, pero tendría que secarse, buscar una cuchara y abrir el frigorífico. Gracias a Dios que tenía helado, el mejor amigo de una chica deprimida. Tras secarse el pelo y ponerse su pijama de algodón con un estampado de cerditos, sacó un bote de helado del frigorífico. Luego eligió uno de sus vídeos favoritos y se hundió entre los cojines de piel del sofá. Cuando empezaba la película, oyó el timbre de la puerta.


–¡Maldición! –murmuró pensando si no sería demasiado tarde para apagar las luces y fingir que no estaba en casa.


No tuvo suerte. El timbre volvió a sonar insistentemente.


–Ya voy. Ya voy.


Paula abrió la puerta unos centímetros con la cadena de seguridad puesta.


–Hola. ¿Puedo entrar?


Era como una pesadilla recurrente. Cada vez que pensaba en Pedro, él se materializaba. ¡Y ella con su pijama de cerditos, por amor de Dios!


–Estoy ocupada en este momento –dijo a sabiendas de que era una disculpa poco convincente.


–Prometo que no me quedaré mucho tiempo. Sólo quiero pedirte algo.


La expresión de Pedro le derritió el corazón: Suave como la de un niño perdido. Paula se sintió picada por la curiosidad.


–Sólo un momento, ¿De acuerdo?


Una cálida sonrisa iluminó el rostro de Pedro.


–Gracias.


Paula abrió la puerta deseando haberse puesto esa noche un camisón de satén.


–Si te permites bromear acerca de mis cerditos, te marchas inmediatamente –amenazó intentando contener la risa. Pedro la miró de arriba abajo con una sonrisa afectada–. Lo digo en serio –exclamó mientras blandía la cuchara como una espada.


Él alzó las manos.


–No te preocupes. De mi boca no saldrá un chillido, ni siquiera una mirada furtiva.


Ambos rompieron a reír mientras entraban en la sala de estar.


–Me alegro de que estés en casa. Necesito hablar contigo.


–De acuerdo. Siéntate. ¿Quieres tomar algo?


–Me apetece un café.


Paula retiró el bote de helado y se marchó a la cocina. Cuando volvió a la sala, lo encontró mirando las fotografías que tenía colocadas en la repisa de mármol de la chimenea.


–Debes de echarlos mucho de menos –murmuró señalando las fotografías de sus padres. 

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