martes, 29 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 41

 –Gracias, cariño. Si no fuera por tí, nada de esto habría sucedido. Los jueces dijeron que habían fallado a mi favor. al enterarse de que había unido a mi milésima pareja. Así que os necesito a tí y a Pedro para hacer un poco de publicidad.


El miedo se apoderó de Paula.


–¿Qué clase de publicidad?


Si iba a confesárselo todo a Pedro, ¿Cómo podría esperar que participara en algún acto publicitario?


Alicia se encogió de hombros.


–No lo sé todavía, aunque los jueces me lo dirán. Como ves, todo ha salido bien. He ganado el DATY, la agencia está a salvo con el dinero del premio y tú has conseguido a tu hombre.


«Tú has conseguido a tu hombre». Las palabras de Alicia resonaron en su mente. Si al menos fueran verdad… En cambio, tendría que cancelar el trato y probablemente él encontraría otra mujer en un abrir y cerrar de ojos. Claro, le molestaría tener que empezar la comedia de nuevo, pero a la larga conseguiría lo que tanto anhelaba: convertirse en socio de la empresa. Y ella se vería desplazada. Al intentar salvar el negocio de Sal, había perdido el corazón. Otra vez. Y con el mismo hombre. ¿Cómo se iba a recuperar de aquello? No le quedaba otra solución y la contemplaba sin la menor ilusión.


Afortunadamente, Alicia no se quedó demasiado tiempo, así que Paula tuvo la oportunidad de pensar seriamente, antes de que llegara la hora de presentarse ante Pedro con la noticia de que el trato había acabado. Lo echaría de menos. Más que eso, ¿Cómo podría soportar verlo con otra mujer cuando se había vuelto a enamorar perdidamente de él? Siempre había sabido que las relaciones físicas sólo contribuirían a reforzar sus sentimientos, sin embargo había optado por dejar a un lado la prudencia. En el mismo momento en que Pedro había vuelto a aparecer en su vida, tendría que haber tomado la única decisión sensata: ¡Marcharse a Perth! En cambio, había obedecido los dictados de su corazón e iba a recibir el justo castigo. Porque no había duda de que quedaría en un segundo plano cuando finalizara el trato: No más cenas, no más llamadas telefónicas, no más intimidad compartida, no más deliciosos momentos en que Pedro había hecho vibrar su cuerpo de placer. De pronto, una idea se insinuó en su mente. Si tenía que decirle la verdad, ¿Por qué no aprovechar la última oportunidad de asir la felicidad? Si lograba que la deseara más que cualquier otra cosa y le hacía saborear lo que podría perder si la dejaba, tal vez la historia tuviera un final feliz, como los cuentos de hadas. Paula reprimió una sonrisa mientras la idea cobraba forma en su mente. Sí, podría llevarla a cabo y sabía lo que necesitaba para hacerlo.



Pedro firmó el último contrato, lo colocó sobre el montón de documentos y se reclinó en el sillón. Había sido una dura quincena de varias negociaciones clave que había llevado a término casi simultáneamente. Estaba cansado aunque estimulado a la vez y saboreaba las mieles del éxito, tan dulces como cuando había ganado su primer caso. Amaba su trabajo y lo amaría aún más cuando se convirtiera en socio de la firma. «Pero no tanto como podrías amar a Paula» Las pocas veces que habían hablado por teléfono esos días, ella lo había tratado con frialdad. ¿Qué había sucedido con la ardiente hechicera que susurraba y gemía bajo su cuerpo? Unos golpecitos en la puerta interrumpieron sus pensamientos.


–Vete, Saunders. No estoy de ánimo para charlas.


Había anticipado la visita de su amigo, siempre resuelto a interrogarlo sobre Paula.


–¿Y no tienes ánimo para algo más?


Sobresaltado, Pedro se enderezó en el sillón completamente asombrado. La mujer que ocupaba sus fantasías acababa de materializarse ante sus ojos. Aún más, su voz era igual a la que resonaba en su mente todavía: Entrecortada y seductora. ¡Y su vestimenta! Sólo Dios sabía lo que ocultaba el largo impermeable, anudado en la cintura.


–¿Qué haces aquí? –preguntó con una voz igual al croar de una rana.


Ella se limitó a guardar silencio mientras echaba el cerrojo a la puerta. Cuando se volvió hacia él, Pedro vislumbró la tentadora banda de encaje de una media. ¡Oh, Señor, no llevaba falda! El corazón dejó de latirle un segundo al pensar que tal vez no llevara nada. Y luego empezó a retumbarle en el pecho. Ella agitó un dedo ante sus ojos. 

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