–¿Y qué te parece la lisonja? ¿Crees que me conducirá a alguna parte?
Con ansias de igualar su ingenio, ella batió las pestañas.
–Descúbrelo por tí mismo.
Los labios de Pedro se curvaron en una lenta y seductora sonrisa capaz de acabar con cualquier resistencia.
–Trato hecho.
Paula se reclinó en la silla, cruzó las piernas y Pedro vislumbró las tentadoras medias. Anheló acariciar cada centímetro de la suave piel hasta hacerle pedir más. Desde que entró en el local apenas había podido apartar la mirada de ella. En ese instante tuvo que convencer a sus manos para que hicieran lo mismo.
–¿Así que sabes cómo funciona esto? –preguntó Paula.
Incluso su preciosa voz parecía estar cargada de promesas sensuales. Si persistía en esos pensamientos, le iba a costar mucho trabajo concentrarse en lo que ella dijera en los próximos siete minutos, así que se esforzó por volver al presente.
–Sí, Alicia me lo explicó. Paso siete minutos con siete mujeres maravillosas y al final elijo a mi pareja perfecta. Con este sistema se acaban las laboriosas citas a ciegas, la pérdida de tiempo en conversaciones triviales y las charlas en cenas que suelen durar una eternidad. Aquí se trata de ir al grano.
Paula le lanzó una mirada furiosa.
–Hay algo que no me dices. Se comenta que te encantan las citas. «Cuantas más citas, más feliz», parece ser tu lema. ¿Así que para qué recurrir a esto? Creí que eras la clase de hombre a quien le encanta la emoción de la caza.
–Seguro, me encanta la caza como a cualquier otro, pero mis prioridades han cambiado.
Pedro esperaba que su respuesta satisficiera a Paula. No estaba preparado para decirle la verdad. Él apenas podía asumirla. Ella alzó las manos en un gesto de rendición. Pedro miró los largos y elegantes dedos al tiempo que se los imaginaba acariciando su cuerpo. Le resultaba cada vez más difícil mantener la compostura.
–Muy bien, digas lo que digas, todavía creo que estás tramando algo. Espero poder arrancarte el secreto, lo quieras o no –dijo entre risas.
Un dulce tintineo que a Pedro le hizo recordar cálidas tardes de verano, cuando ambos compartían sueños y confidencias. Él alargó la mano, capturó la de ella y le acarició la palma con el pulgar.
–Me siento más dispuesto al halago. ¿Te importa si lo intento? –Paula sintió la garganta repentinamente seca y tragó saliva.
El pulgar de Pedro enloquecía sus sentidos. Ondas de placer recorrían su cuerpo. Y saboreó la caricia, ajena a todo pensamiento lógico. Al mirarlo directamente a los ojos sintió un vuelco en el estómago. Lo deseaba más que cualquier otra cosa en la vida. Afortunadamente, sólo lo vería esa vez. Pedro Alfonso era peligroso. En un día había sido capaz de hacerle revivir sentimientos que había enterrado durante años. No podía con él, era demasiado hombre para ella. Paula retiró la mano. Necesitaba restablecer las fronteras entre ellos.
–No he venido aquí buscando tus halagos. ¿Me quieres decir qué mosca te ha picado? Si no lo haces, no creas que me importa. Nuestra amistad terminó hace mucho tiempo, así que, ¿Por qué no seguimos con el asunto que nos ha traído aquí y luego nos separamos?
Él se echó hacia atrás, se cruzó de brazos y le lanzó una mirada furiosa. Paula se sintió como un bicho bajo el microscopio.
–¿Qué te hace pensar que esta noche será el final?
Pedro sonrió. Maldición, siempre le había resultado difícil resistirse a esa sonrisa.
–No fui yo la que cortó la relación, Pedro. Si no recuerdo mal, fuiste tú quien decidió apartarme de tu lado.
El dolor volvió a apoderarse de ella. Había sido su primer amor. Y si era totalmente sincera, su único amor. Y allí estaba, después de todo ese tiempo, como si nada hubiera sucedido. No, no se lo pondría fácil.
–Lo pasado, pasado está. Hay que mirar hacia delante. Además, en aquel entonces eras sólo una niña. ¿Qué esperabas que hiciera?
Para su fastidio, las lágrimas se agolparon en los ojos de Paula. Lágrimas de rabia, de vergüenza y de innegable pesar.
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