jueves, 29 de septiembre de 2016

La Venganza: Capítulo 8

Laura no  regresó  en  toda  la  noche.  A  la  mañana  siguiente  Paula,  preocupada,  se  dispuso a tomar el desayuno antes de ir a visitar a su tía Juana. La anciana tenía ochenta años pero era alegre y muy activa. Se puso uno de sus mejores vestidos, pues sabía que su tía no le perdonaría que no fuera bien arreglada.

-Has llegado tarde -le dijo la anciana cuando la chica entró en el pequeño departamento que compartía con otra mujer. El  departamento  tenía  dos  pequeñas  habitaciones,  una  para  dormir  y otra  que  servía  para  sala  y  cocina.  El  asilo  contaba  con  un  comedor,  para  el  caso  de  que  los  ancianos  tuvieran  invitados  y  quisieran  preparar  una  comida  especial  para  ellos.

 -Lo siento -Paula sonrió y le dió a su tía la planta que le llevaba de regalo. El apartamento estaba lleno de plantas, y la pobre señora Jovis, la mujer que  compartía con ella la   habitación,   tenía  que tolerarlo  aunque  no  quisiera.  Afortunadamente, a la otra mujer no le importaba, pero, aunque no hubiera sido así, la autoritaria tía Juana no habría cedido. Paula  recordaba el rostro de la directora, el día que llegó la tía Juana al asilo con  el  coche  lleno  de  macetas.  Sin  embargo,  con  el  tiempo, todos  llegaron  a  acostumbrarse a andar como en la selva cuando entraban en el apartamento. La anciana miró a Paula por encima de las gafas. Sus ojos azules estaban llenos de  vivacidad,  tenía  el pelo  completamente  blanco,    las líneas   del   rostro   conservaban  algo  de  la  belleza  de  otros tiempos  y  sus  movimientos  eran  ligeros  a  pesar de que estaba afectada seriamente por el reumatismo.

-¿Qué te pasa, niña? -sus bruscas maneras contrastaban con la mirada afectuosa.

Paula le  dirigió  una  sonrisa.  Nadie  creería  que  su  tía  abuela  tenía  ochenta  años,  parecía  que  iba  a  vivir  mucho  tiempo  y,  conociendo,  su  decisión,  era  muy  probable.

-¿Bueno? -interrumpió el silencio de Paula.

-Nada -la chica se puso de pie, tomó una maceta del estante y la llevó hasta la ventana-. Huele a pollo.

 -Ya  has  estado  espiando  en  la  cocina  -le  reprochó  la  tía-.  Ahí  no.  En  serio  Paula,  ¿Es  que  no  piensas?  ¡Esa  planta  necesita  más  calor  del  que  puede obtener en esa ventana!

La chica puso la planta cerca de la estufa, sin preocuparse por la regañina de su tía, sabía que la quería.

-No he mirado el horno. Pero este olor es inconfundible. Estoy segura de que has preparado un delicioso pollo.

Un leve gesto de la dama le dió a entender que le había complacido el cumplido.

-Todavía estoy esperando, Paula-frunció el ceño. Sus esperanzas se desvanecieron. La tía Juana siempre había sido muy perspicaz. Debió suponer que esta vez no podría engañarla.

-Una amiga se casó ayer -le reveló, con cautela. La tía asintió.

-Recuerdo que me lo dijiste. Espero que ya hayas olvidado a ese joven Judas. ¿Le has olvidado, verdad? -preguntó disgustada.

Paula se  ruborizó.  Desde  el  momento  en  que  le  presentó  a  David,  la  anciana manifestó su desagrado, cosa que disgustó a su prometido.

-Es una vieja entrometida -comentó él días después.

-Es un presuntuoso-dijo la tía Juana cuando la chica le contó la razón por la cual el compromiso se había roto.

La anciana le aseguró que era lo mejor que le podía haber sucedido. Judas, así le llamó entonces y así seguía llamándole.

 -Claro que sí.

-¿De verdad? Aunque no quieras admitirlo, nunca fue el hombre adecuado para tí. Si en realidad te hubiese amado, no le habría importado nada, ni siquiera que hubieras sido la acusada del robo. ¡Su padre nunca tomó ni una miserable hoja de papel del banco del que era gerente!

 El desfalco había sido descubierto durante la última auditoría y como su padre era el gerente, toda la responsabilidad recayó sobre él. A pesar de su declaración de inocencia fue llevado a juicio.  Horacio Alfonso supo convencer al jurado de que su padre era culpable.

 -¿Qué pasa? -preguntó la tía Juana con curiosidad mientras se levantaba.

Estaba ya muy  gastada  a  pesar  de  todos  sus  esfuerzos  por  permanecer  activa,  merecía  vivir  en  paz  el  resto  de  sus  días.  Los  acontecimientos  de  hacía  doce años no eran para ella más que una sombra. Si Paula le contaba lo de Pedro Alfonso sólo conseguiría preocuparla.

-Tuviste razón la primera vez -agregó con voz suave-. La boda de mi amiga me ha afectado mucho.

-Olvídate  de  ese  hombre  -le  aconsejó  la  anciana-.  No  merece  ni  siquiera  un pequeño desvelo tuyo, ¿Qué tal estuvo la ceremonia? ¿Estaba guapa tu amiga?

-Sí.

Paula le  describió  la  boda  con  lujo  de  detalles,  sabía  que  a  su  tía  le  gustaba  mucho escuchar esas cosas. Se lo contaría todo a la señora Jovis esa misma noche cuando regresara del paseo con su hijo casado y su familia.

-¿Y quién es Javier? -preguntó la anciana cuando Paula acabó su relato. La chica sonrió.

-Es sólo un amigo, otro de los abogados que trabaja en la oficina.

-Oh -la tía Juana parecía desilusionada-. ¿Te gusta?

-Sí.

-Bueno,  ¿Por qué no es algo más que tu amigo? Pensó que su tía se alegraría al saber que sus relaciones con Javier iban por buen camino.

-Voy a salir con él mañana -le confesó.

-Eso está mejor -cruzó los brazos frente al pecho.

Era tan alta como Paula, un  poquito  más  llena,  y el parecido familiar resultaba  obvio-.

-Ya no eres tan  jovencita, ¿Sabes?

-Bueno, considerando que tú nunca te casaste... -dijo Paula. Era una antigua broma que se hacían entre ellas.

-No fue por falta de pretendientes -contestó inmediatamente la anciana-. Nunca quise que un hombre fastidioso estuviera entrometiéndose en mi vida.

-Además, ¿En dónde habría dormido? -preguntó Paula riendo ya que sabía que en la habitación de su tía apenas cabía la cama debido a que las plantas ocupaban el resto del espacio disponible

-¡Boba!

-Hambrienta -corrigió con una carcajada-. ¿Cuándo estar preparada la comida?

La forma más segura de alejar los pensamientos tristes era pasa un día con la tía Juana. su despreocupada forma de contemplar la  vida infundía ánimos a Paula y le hacía ver las cosas desde una perspectiva mucho más halagüeña. El inesperado encuentro con Pedro Alfonso dejó de parecerle importante. Pensó que  era  inevitable.  Ella trabajaba con abogados  en  esos  círculos la familia Alfonso era muy conocida. Decidió no concederle importancia; después de todo, no pensaba volver a ver a Pedro Alfonso en su vida.

La Venganza: Capítulo 7

-Me pregunto si...

-¡Javier! -le interrumpió-. ¿No crees que podríamos hablar de otra cosa? ¡Estoy harta de Pedro Alfonso! Javier se puso colorado.

-Lo siento, es que... Tienes razón. ¿Por qué estoy hablando de él, cuando te tengo a tí, a solas, por primera vez?

-No tengo la menor idea -se burló ella.

-Yo tampoco -sonrió-. ¿Te puedo invitar a un café?

-Laura...

-Se fue hace horas con su novio. Creo que el ambiente romántico les ha emocionado -agregó con un brillo malicioso en los ojos.

 Paula rió, comenzaba a relajarse de nuevo.

-En ese caso, estás invitado a tomar una taza de café.

-¿Y a qué más? -preguntó con toda intención.

Ella sonrió, preguntándose por qué nunca le había dejado que se acercara a ella. Como amigo era encantador, muy divertido. Y eso era lo que necesitaba en este momento, deseaba borrar de su memoria ese par de ojos grises, junto con todos los malos recuerdos que le traía la presencia de Pedro Alfonso.

-La boda no ha introducido en mí ningún deseo romántico-agregó divertida.

-Qué mala suerte tengo -comentó Javier riendo.

Laura y Lucas no estaban en el departamento cuando llegaron, Paula pensó que se habrían ido al de Lucas. Él era electricista, su amiga le había conocido dos meses antes, en una fiesta. La chica se había enamorado de él; sin embargo, él no parecía tan entusiasmado como ella. Para vergüenza de Paula, ya le había hecho insinuaciones a ella, a espaldas de Laura, pero no quería herir a su amiga contándoselo. Lo único que esperaba era que su amiga no tardara en darse cuenta de su error. Pensaba que esa relación significaba una cosa para Laura y otra muy distinta para Lucas.

-¡Qué bonito! -exclamó Javier mirando a su alrededor-.Tienes muy buen gusto.

Paula vió cómo se acomoda en uno de los sillones.

 -¿En serio? -preguntó, mientras se dirigía hacia la otra habitación para cambiarse el vestido largo por otro más cómodo, que la hacía parecer más alta y más delgada.

-Lo mismo pensó Pedro Alfonso-dijo, en tono burlón-. Le observé, los tipos como él tienen sus propias reglas.

-Yo también tengo las mías -comentó, rígida.

 -¿Sí?

-Sí. Nunca salgo con un hombre al que detesto -los ojos le brillaron llenos de odio.

-¡Oye, cálmate!

-Será mejor que te vayas -le interrumpió-. Ha sido un día agotador.

-Sí, pero... está bien -suspiró al ver la mirada decidida de ella-. Supongo que no te enfadarías si te pido que salgas conmigo.

La  chica  vió  la  expresión  ansiosa  del  joven  y  su  ira  se  desvaneció,  Javier  no  conocía   el   motivo  de su  enfado.   Probablemente   estaba   sorprendido   al  ver  la  vehemencia que la fría Paula Schulz podía desplegar frente a un extraño. Si  Pedro Alfonso fuese  un  extraño  se  habría limitado  a  rechazar  el  acoso,  y  quizá  le  habría  olvidado.  Pero  no  podía  apartarle  de  su mente,  pese  a  lo  mucho que luchaba por conseguirlo.

-Llámame el lunes -sugirió a Javier con desgana, deseando quedarse sola durante  un  buen  rato.  Y  tendría  la  oportunidad  de  hacerlo,  la  cama  de  enfrente  estaría vacía. Él sonrió con tristeza.

 -Ya  he  escuchado  esas  palabras  antes.  Llevas  seis  meses  dándome  largas.  Pensé que hoy, finalmente. iba a conseguir mis propósitos. Me pregunto si...

La conmovió. Sonrió cálidamente.

-¿Qué te parece si cenamos el lunes?

-¿Lo dices en serio? -preguntó, esperanzado.

-Sí.

-¿En serio? Quiero decir, bueno yo...

-Si no quieres...

-¡No te atrevas a cambiar de opinión! ¡No te atrevas! El lunes a las ocho te llamo. ¡No quiero excusas! -se fue silbando, felíz.

Paula se quedó con la mente en blanco, no quería reflexionar, ni preguntarse si hacía bien dando esperanzas a Javier. Decidió no pensar en Pedro. Lo único que le preocupaba en esos momentos era Laura, la cantidad de noches que estaba pasando con Lucas.

La Venganza: Capítulo 6

-¿Gatita? -dijo Pedro interrumpiendo sus pensamientos, tenía los ojos clavados en el pálido rostro de la chica.

Paula levantó la vista para mirarle y volvió a la realidad; el rostro de Pedro Alfonso volvió a convertirse en el centro de su atención.

-No estaba escondida, señor Alfonso-dijo con frialdad-. Ahora si me permite...

-No...

Ella parpadeó.

 -¿No?

-No.

Posó su mano sobre el brazo de ella y una arruga profunda apareció en su frente. La atrajo hacia sí.

-Has estado huyendo de mí todo el día. Te lo he permitido hasta ahora,  pero no voy a dejarte escapar. ¿Por qué no aceptaste la invitación de Rosa para comer mañana?

Paula apretó la boca y buscó a Jonathan por los alrededores, debía aprovechar el ofrecimiento que le había hecho de llevarla a casa.

-Ya tengo un compromiso para mañana -respondió buscando a Javier entre los presentes.

-Cancélalo -ordenó Pedro. Le miró con desprecio.

-No acostumbro a hacer esas cosas, señor Alfonso. Tengo palabra -agregó con vehemencia.

-¡Admirable! Pero me gustaría ver mañana a mi futura esposa. Quizá podríamos discutir sobre la boda.

Ella le miró con desdén.

-Creo que ha bebido usted mucho champán, señor Alfonso.

-Pedro -le dijo dulcemente-. Y cuando decidí casarme contigo no había bebido champán.

-¿Cuándo usted lo decidió,  señor  Alfonso?  -le  volvió  a  tratar  de  usted  con toda intención-. Yo creía que esas decisiones se tomaban entre dos.

-Generalmente sí -respondió encogiéndose de hombros-. Lo que pasa es que eres más indecisa que yo.

-Nos hemos conocido hoy -respondió, pensando que el hijo de Horacio Alfonso era muy arrogante, como su padre.

 -Es todo lo que hace falta.

Paula suspiró,  sabía  que  tenía  que  alejarse  de  allí  rápidamente.  Buscó  a  Javier con desesperación. Tenía miedo de que ese hombre la hiciese perder la paciencia. Pedro notó su preocupación y en su boca se dibujó una sonrisa.

-¡Gati ta, yo...!

-¡No  me  llame  así!  -exclamó  furiosa-.  No  me  gusta...  Javier  -le  gritó  al hombre a quien ya había divisado-. Adiós señor Alfonso.

La  mayoría  de  las  mujeres  debían  encontrarle  terriblemente  atractivo,  sin  embargo,  con  Paula no  tenía  la  menor  posibilidad  de  triunfar.  La  muchacha  sabía  quién  era  él  y  le  odiaba.  Tampoco  creía  que  su  propuesta  matrimonial  fuese  sincera.  Cuando  consiguiese  acostarse  con  ella  se  olvidaría  de  sus  promesas. La  mirada de él  se  posó   furiosa,    sobre    el    hombre    que    estaba    aproximándose a ellos.

-Ahí viene de nuevo tu joven amigo -dijo con fastidio-. ¿Es tu novio?

-Este... sí -mintió, con la esperanza de que Pedro la dejara en paz.

-¿Ese es tu compromiso de mañana? -preguntó él arqueando una ceja.

Tuvo la tentación de decirle que sí; pero pensó que Rosa podía haberle contado que iba a visitar a su tía.

-No.

Él asintió.

-Lo suponía. No me doy por vencido, gatita -le confesó-.Los Javier de este mundo no significan nada para mí. Dudo que signifique algo para tí.

Javier estaba muy cerca de ellos. Era un hombre muy bien parecido, no tanto como Pedro pero tampoco tenía su fría dureza.

-¡Pau! Llegó a su lado y le tomó la mano. -Señor Alfonso.

Era evidente que le habían dicho quién era aquel hombre y de quién era hijo. Por la misma razón que Javier le admiraba, ella le odiaba.

 -Estoy preparada para irme ya, Javi.

-¿Ya?, está bien. Encantado de conocerle, señor -estrechó con fuerza la mano de Pedro.

Paula sintió cierta satisfacción al ver que de repente Pedro Alfonso se puso tenso. La forma respetuosa en que Javier le había tratado no le gustó; le hizo sentirse viejo.

-Muy inteligente --observó Pedro irónicamente, volviéndose hacia Paula-. ¿Nos veremos otra vez?

Se encontró con su mirada durante unos segundos y vió la decisión reflejada en sus ojos. Se había equivocado al pensar que no existía gran similitud entre padre e hijo. Los ojos, aquellos ojos grises eran los mismos que vió años atrás y que nunca olvidaría, y tenían una extraña mezcla de ternura y crueldad.

-Lo dudo -le contestó ella mirando a Javier para que la ayudara a no perder el control-. ¿Nos vamos?

-Claro -contestó el otro inmediatamente.

Paula atravesó el salón y pasó junto a él. Estaba muy elegante con el vestido de color verde pálido y todo el mundo se volvió a mirarla. Parecía  muy  tranquila  cuando  se  despidió  de  los  Hammond e igualmente  cuando  siguió a Javier hasta el coche. Pero una vez dentro del mismo, comenzó a temblar. Javier no se dió cuenta de nada, sus largas piernas se ajust:,ron al automóvil a la perfección.

-¿Sabes quién es? -le preguntó excitado, mientras el coche se mezclaba con el denso tráfico.

Debió  suponer  que  Javier  le  vería  como  a  un  héroe.  Horacio Alfonso estaba  considerado como el mayor ejemplo para cualquier ahogado joven, y con frecuencia su  fama  eclipsaba  el  principal  desacierto  de  su  carrera.  Pedro,   como  hijo  suyo,  heredaba el mismo: prestigio.

-Sí, ya sé -suspiró apoyando el codo en la vantanilla del coche.

-¡Pedro Alfonso! -exclamó incrédulo.

-Estoy segura de que el señor Alfonso-afirmó con desagrado-. llegará más lejos que su padre.

-También es abogado. ¿Sabes? -Javier estaba encantado no parecía notar la aversión de Paula hacia ese hombre. No lo sabía pero no le sorprendió. ¿A qué otra cosa podía  dedicarse el hijo de un  hombre  tan  famoso?  Estaba  segura  de  que  sería  tan  bueno  como  él  y  tendría  la  misma presencia de ánimo del padre en los tribunales, donde se sentiría como pez en el agua. Javier la miró.

-No sabia que tenía un hijo, ¿Tú sí?

-Yo tampoco.

Era cierto. La forma en que Horacio Alfonso había destruido a su familia, le hizo pensar que aquel hombre no podría tener a alguien que le amara.

-El señor Hammond no hace más que elogiarle -continuó Javier.

-Sí -asintió, preguntándose cómo era posible que pudiera en gañar a un hombre tan inteligente.

La Venganza: Capítulo 5

El juicio duró muchos meses. Paula y su madre sufrieron el acoso de los fotógrafos y los periodistas hasta el mismo día en que enterraron a su padre.

-Fue una pena que nunca se llegara a saber la verdad de toda esa historia -continuó  Claudio  Hammond  moviendo  la  cabeza-.  Estoy  seguro  de  que  Horacio se  habría  convencido.  Pero  no  quiero  aburrirte,  querida,  especialmente  en  un  día  como hoy. Los viejos como Horacio  y yo no pueden interesarte mucho. Anda y diviértete. Todavía es temprano.

Paula le miró atontada. Pedro Alfonso era el hijo del hombre al que ella más odiaba. el responsable del suicidio de su padre y de la prematura muerte de su madre, el causante  de  todas  sus  desgracias,  el  culpable  de  que  perdiera  a  David,  el  hombre  que amó. Trató  de  serenarse,  y  lo  consiguió,  nadie  debía  notar  su  sufrimiento.  Necesitaba  estar sola y entró al tocador.

Los recuerdos se apoderaron de ella. Hacía doce años que su madre y ella se habían cambiado el apellido Chaves por el de Schulz. Pero ese cambio no pudo erradicar la vergüenza que la madre sentía. Su esposo había sido acusado de ladrón y su suicidio antes de que fuera sentenciado, lo confirmaba. Durante  los  cinco  años  siguientes,  Paula vió  cómo  su  madre  iba  decayendo  poco a  poco. El rostro se le marchitó y desapareció su aspecto alegre y juvenil. En los últimos meses  ya ni  se tomaba  el  trabajo  de  arreglarse.  Tenía  treinta  y  ocho  años  cuando  sufrió un ataque al corazón; eso diagnosticó el médico, pero Paula sabía cuál había sido la  verdadera  causa  de  su muerte.  A  los  diecisiete  años,  la  chica  juró  vengarse  de  Horacio Alfonso. Decidió ser secretaria para tener algún día la oportunidad de trabajar para él, y desacreditarle. No sabía cómo iba a hacerlo, sólo  sabía  que  si  se  había  equivocado  con  su  padre,  tenía  también   que  haberlo   hecho   en   otros   casos,   casos   en   los   cuales   lo   único   que   le   interesaba era ascender en su carrera. Antes de terminar los estudios supo que Horacio Alfonso se había retirado y sus planes de venganza se vieron frustrados. Pero acababa de enterarse de que Horacio tenía un hijo, y precisamente él, el hijo del hombre  al  que  odiaba,  le  había  dicho  que  quería  casarse  con  ella.  No  le  gustó   desde el  principio,  ni  siquiera  antes  de  saber  quién  era.  Sin  embargo,  después  de tanto tiempo, se le brindaba la oportunidad de vengarse. La idea de la venganza, que había abandonado hacía tiempo, volvió a asaltarla.

-Querida  Paula-Rosa  Hammond  entró  en  el  tocador  para  reunirse  con  ella  frente al espejo-. Por un momento pensé que te habías marchado sin despedirte.

Paula  se sobrepuso con dificultad.

-No haría eso, señora Hammond -trató de sonreír.

En sus ojos se reflejaba una profunda tristeza. Le agradaba la esposa de su jefe, le parecía que tenía un sorprendente sentido del  humor,  a  pesar  de  las  toscas  maneras  de  su  marido,  propias  de  los  hombres  del  norte  del  país.  Rosa,   siendo  originaria  del  sur,  era  más  reservada,  pero  a  su  franco  esposo  le  gustaba  llamar  a  las  cosas  por  su  nombre,  lo  que  a  veces  provocaba  situaciones embarazosas. A Paula le parecía una pareja encantadora.

-A Claudio y a mí nos gustaría que vinieras mañana a comer con nosotros. ¿Podrás? Rosa arqueó las cejas; seguía siendo una mujer atractiva y vigorosa pese a sus sesenta años de edad.
-Sólo estaremos los cuatro.

-¿Los cuatro?

-Tú, Claudio, yo y por supuesto Pedro.

Si lo último pretendía ser un incentivo, tuvo todo el efecto contrario.

-Lo siento -negó Paula con la cabeza-. Tengo que visitar a mi tía.

Rosa hizo un gesto de disgusto, parecía desilusionada.

-¿No podrías ir otro día?

-No, me temo que no.

Juana,   su  tía  abuela,  no  le  perdonaría  que  faltara  a  una  de  sus  visitas.  La  anciana estaba en un asilo desde hacía dos años. A veces Paula pensaba que era su tía la que dirigía el asilo, en lugar de la directora.

 -¡Qué  lástima!  -exclamó  Rosa  contrariada-.  Pedro  sólo  va  a  estar  con  nosotros el fin de semana. después volverá a su casa. ¿Podrías venir a tomar el té?

De nuevo, Paula negó con la cabeza, contenta de tener una excusa real para negarse; de lo contrario. Rosa lo habría notado. No quería volver a ver a Pedro Alfonso jamás. Le odiaba por los amargos recuerdos que le evocaba.

-Suelo pasar el día entero con mi tía -le dijo.

-Bueno. supongo que nada se puede hacer -murmuró Rosa disgustada-. Me hubiera gustado que conocieras a Pedro.

-Ya le conozco -dijo Paula con voz fría.

-Me refiero a conocerle fuera de la confusión de la boda. Estuvo en América varios años y ha perdido contacto con muchos de sus amigos. Por su puesto, hemos sido amigos de la familia desde que Pedro era niño. Pero pensé que quizá tú... bueno, si no se puede, es lo mismo -se detuvo resignada. Regresa a la fiesta, Paula.

 -Dentro de un momento voy. Quiero retocarme el maquillaje.

Rosa sonrió.

 -Tú siempre estás hermosa. Cuando se llega a mi edad, entonces sí se necesita algo más que un retoque.

Paula rió,  pero  su  humor  se  desvaneció  tan  pronto  como  la  dama  se  hubo  retirado.  Sospechaba  que  había  sido  Pedro Alfonso el  que  había  pedido  a  los  Hammond  que  la  invitaran.  Ella  se  llevaba  bien  con  la  pareja,  le  gustaba  hablar  con Rosa cuando iba a la oficina de su esposo, pero nunca había sido invitada a su casa. Pedro Alfonso había   estado   en   América   varios   años.   Paula pensó   con   amargura  que  para  un  hombre  como  él,  cuyo  padre  era famoso  y  respetado,  debían estar abiertas todas las puertas. Durante  mucho  tiempo  estuvo  tratando  de  olvidar  su  odio,  y  lo  consiguió  cuando  se  enamoró  de  David.  Después  de  ser abandonada,  volvió  a  renacer  el  odio por el hombre causante de sus   desdichas.   Tuvo   que   abandonar   su   departamento  y  buscarse  un  nuevo  empleo, tratando siempre de no amargarse la existencia por segunda vez. Y cuando todo parecía olvidado, aparecía Pedro Alfonso en su vida, amenazando su seguridad y destruyendo su confianza en sí misma. No  estaba  dispuesta  a  permitir que  la  destruyeran.  Ella  era  Paula Schulz,   no  Paula Chaves.  Era  la  competente  secretaria  de un  famoso  abogado  de  Londres y ningún ser humano podría reprocharle su pasado. Se excusaría lo más pronto posible y abandonaría la recepción para no volver a ver jamás a Pedro Alfonso.

-Creí que ibas a quedarte ahí toda la noche, gatita.

Allí  estaba  Pedro Alfonso,  apoyado  contra  la  pared  a  una  distancia  prudente.  Evidentemente, la estaba esperando. Paula vio cómo se acercaba a ella. No se parecía a Horacio. Tenía el pelo más oscuro que su padre, era más alto y   no   tenía   tendencia  a  engordar;   sus   facciones   eran   parecidas   aunque   más   definidas en el hijo, la rudeza no estaba oculta bajo una capa de encanto y una expresión agradable. Aquella  rudeza  escondida  se  desató  con  crueldad  una  vez  que  Horacio Alfonso tuvo a su padre en las manos. Era como ver a una serpiente reptando tras un indefenso  ratón.  Su  padre  no  lo  pudo sosportar.  y  acabó  quitándose  la  vida.  Eso era lo que ella le debía a Horacio. Al  día  siguiente  de  la  muerte  del  padre,  alejadas  de  toda  la publicidad,  su  madre  y  ella  leyeron  la  carta  que  él  había  escrito  para  ellas.  Declaraba  su  inocencia a pesar de haber pasado varios meses en una celda de la prisión, supo que no podría cumplir la pena que le esperaba y prefirió morir antes que vivir degradado.

martes, 27 de septiembre de 2016

La Venganza: Capítulo 4

Sintió  que  el  pánico  comenzaba  a  apoderarse  de  ella  pero  lo  desechó.  No  era  posible  que después  de  tanto  tiempo,  alguien  la  pudiese  reconocedor.  Ricardo  Phillips lo habría descubierto porque contrató un detective para espiar su pasado. No era imposible que la hubiera reconocido. Quizá lo único que trataba de hacer era ponerla nerviosa. Desde luego, si era así lo había logrado.

 - Vamos   a  descansar -le pidió a su acompañante.

-Pero...

-Si me pide que baile con él, Javier, simple y sencillamente le digo que no -afirmó enfadada.

-¿Lo harás? -preguntó, no muy convencido.

-Sí, lo haré -se apartó de sus brazos y, al darse la vuelta, tropezó con alguien que estaba junto a ella. Unas enormes manos la agarraron por los hombros.

Paula vió  a  Pedro Alfonso;  no  era  una  sorpresa,  sabía  que  tarde  o  temprano  iba  a  hablarle pero, en ese momento, la había pillado desprevenida. Se dió cuenta de que si ese  hombre  le  pedía que  bailara  con  él,  no  iba  a  tener  fuerzas  para  negarse,  como acababa de asegurar a Javier.

-¿Quieres bailar conmigo? -le pidió él con voz ronca.

-Yo...

-En  este  momento  nos  dirigíamos  hacia  la  mesa  para  comer  -interrumpió  Javier con toda intención, mientras tomaba una mano de Paula para colocarla sobre su antebrazo-. Si nos permite. Le dirigió al otro hombre una sonrisa antes de alejarse.

-Nos ha salvado la campana, o mejor dicho la comida -murmuró siguiendo al grupo de gente que se dirigía a la mesa.

-No has sido muy delicado, Javier -sonrió ante el evidente ataque de celos sentido por el hombre.

-Con ese tipo de hombres, las sutilezas no sirven para nada. Sé cuándo debo ser brusco o educado, agresivo o sutil, querida.

Paula lo  sabía.  En  una  ocasión  tuvo  que  ir  con  él  al  Tribunal  porque  su  secretaria  estaba  de vacaciones.  Quedó  asombrada  ante  el  cambio  experimentado  en  él.  No  tuvo el menor reparo a la hora de atacar al acusado. Paula recordó otro juicio y otro abogado. Horacio Alfonso. Ese nombre la hizo estremecerse. Durante la noche, pudo ver a Pedro  en varias ocasiones, en su mayoría acompañado de  los  Hammond.  una  o  dos  veces  bailando  con  Laura,  quien  se  ruborizaba  cada vez  que  el  hombre  decía  algo.  cosa  que  Lucas contemplaba  con  cinismo.  Paula pensó  que  una dosis de celos no le vendría mal, se sentía demasiado seguro de Laura y la chica temía por la estabilidad de su amiga. Pero  Pedro no  volvió  a  acercarse  a  ella,  por  el  contrario,  parecía evitarla,  siempre tenía la vista clavada en el lugar opuesto al que ella miraba. Sabía lo que estaba haciendo,  por supuesto, y su odio hacia él creció todavía más. No podía creer que fuese tan tonto como para pensar que si la ignoraba, ella iba a prestarle atención. Hacía mucho que no participaba de esos juegos. y no iba a caer en la trampa.

-¿Bailas querida?

Vió frente a ella al viejo Hammond. Tenía el pelo tan oscuro como su hijo y los pies igual  de  ligeros,  aunque  se  cansaba  con  más  facilidad.  Paula era  su  secretaria  desde  hacía dos años y aunque. la ascendieron muy joven, estaba segura de que él nunca se había arrepentido de haberle dado una oportunidad.

-Encantada  -se  deslizó  graciosamente  entre  sus  brazos.

Los  movimientos  que  hacía  su  jefe  al  bailar  eran  rápidos  y  ágiles,  a  pesar  de  su  figura  regordeta-.

-La  boda ha sido maravillosa, señor Hammond.

Se mostró complacido.

-Creo que sí.

Paula sabía  que  tanto  los  Dean  como  los  Hammond  habían  sido  muy  generosos  en los gastos de la boda de sus hijos. Andrea y Gabriel hubiesen sido más felices sin tanto ajetreo. pero con el fin de compla cer a sus padres accedieron a extravagancias como el Rolls Royce y la costosa fiesta.

-Andrea estaba muy hermosa -comentó él orgulloso-. Ni yo mismo habría elegido mejor.

Andrea y Gabriel estaban visiblemente enamorados. No se fijaban en nadie, cada uno de ellos sólo tenía ojos para mirar al otro.

-Y ahora con tu permiso,  te voy a presentar a  mi  joven amigo   -el   señor   Hammond  se  detuvo.

 Paula, confundida,  se  dejó  llevar  -.

- Yo  sé  que  él  está  deseando  conocerte. ¿Pedro...? -se dirigió a él con una sonrisa paternal.

Paula miró furiosa al hombre que la había estado atormentando durante todo el día.  El  señor  Hammond  les  miró  a  los  dos  sonriendo,  obviamente  muy  complacido consigo mismo.

-¿Paula? -se burló Pedro.

La chica reprimió su ira. Era un amigo de los Hammond, no sabía si era íntimo de la familia, pero no podía comportarse de manera incorrecta  delante de  su  jefe.

-Muy  sabio  -ironizó  él  mientras  bailaban  al  compás  de  la  música.  El  viejo  Hammond había ido a reunirse con su esposa a la mesa principal.

-¿Cómo ha dicho? -ella inclinó la cabeza para mirarle, pero se arrepintió al darse cuenta de que habían quedado demasiado cerca.

-Soy un viejo amigo de Claudio -respondió, contestando a su pregunta. Lori se volvió, molesta porque él leía sus pensamientos con facilidad.   ¿Tenía  que decírselo con tanta precisión?

-Sí, así tengo que decirlo -dijo con voz suave. Parpadeó ante sus palabras. ¿Sería posible que supiera con semejante precisión lo que pensaba?

-Más o menos.

Pedro  sonrió y ella contuvo la respiración.

-Es que tienes unos ojos preciosos. Al principio me parecieron de color castaño, pero  después  noté que  tienen  un  círculo  dorado  alrededor,  que  los  hace  cambiar  de  tono  según  tu  estado  de ánimo.  Como  ahora  mismo.  Estás  enfadada.  Parecen  de  color miel. Son como los de un gato, Paula -rió en voz baja-. Como los de uno que tuve cuando era niño. Me encantaba acariciar a aquel animal, Paula.

-¡Fascinante! -exclamó con involuntaria dulzura.

Pedro pasó el dedo por la muñeca de ella.

-No eres tan fría como pareces -aseguró él, palpando con el dedo el rápido pulso de la joven-. Enigmática como un gato. ¿También arañas cuando te enfadas?

Le  miró  con  desdén.  Se  dió  cuenta  de  que  su  físico  y  los  bueno  modales  podrían resultar atractivos para cualquier mujer, pero no para ella.

-No acostumbro a hacerlo, Pedro. Aunque siempre he admirado a los felinos.

-También yo. Y ahora más. Pero creo que disfrutaría más con tus caricias que con tus arañazos.

Paula decidió seguirle la broma.

-Jamás araño. Y ahora, si me disculpa, creo que Andrea y Gabriel ya se van.

Se  alejó  son  aire  altivo.  Se  hubiera  irritado  mucho  si  hubiera  sabido  que  varias  de las personas que la observaban en aquel  momento  pensaron  que  tenía  la  gracia  sensual de un gato.

-Gracias por tu ayuda, Pau -Andrea se acercó para despedirse. el vestido verde que se había comprado para su próximo viaje a Barbados hacía resaltar su belleza-. Ha sido maravilloso, ¿No crees?

-¡Maravilloso! -asintió Paula, besando a su amiga-. Ahora vete con tu impaciente marido. -,

-Qué  vas  a  hacer  con  el  pobre  Pedro?  -Andrea estaba  eufórica  y,  aunque  no  necesitaba el champán para estarlo, se hallaba bajo los efectos de una buena dosis del mismo-. Le tienes impresionado. sabes. Ésta era su oportunidad para saber quién era.

-Pero Andy, ¿Qui...?

-Vámonos  querida  -el  brazo  de  Gabriel rodeó  la  cintura  de  su  esposa-.  Siento  mucho  interrumpir,  Pau,  pero  el  coche  está  esperando  afuera  para  llevarnos  al  aeropuerto.

-Lo siento, querida, hablaremos a mi regreso -le prometió antes de ser casi arrastrada por su marido.

Paula suspiró  con  tristeza.  Los  nuevos  esposos  estarían  ausentes  un  mes,  así  que  Andrea  no le sería de gran ayuda en lo que concernía a Pedro.

-Tiene mucha razón, sabes -dijo una voz suave detrás de ella--. Estoy impresionado ¿Qué vas a hacer conmigo?

 -¡Nada! -contestó, dándole la espalda-. ¡Excepto ignorarle!

-Me temo que no se me puede dar de lado fácilmente.

Paula permaneció  indiferente, observando cómo Andrea, llorosa,  le  entregaba  el  ramo  a  su  madre  y  cómo  se  abrazaban  las  dos  con  fuerza  antes  de  que  llegara  el  coche.

-Si  hubiese  arrojado  el  ramo lo habría tomado para tí--la voz de él sonó muy cerca de su oído-. Porque tú vas a ser la próxima novia, Paula. Mi novia.

No pudo permanecer callada ante aquellas palabras.

-¿Está usted loco? -preguntó furiosa viendo cómo el automóvil se alejaba y los invitados volvían al salón del hotel.

-Comienzo a pensar que lo estoy -pero no parecía muy preocupado por ello-. Tú vas a casarte conmigo, Paula.

-¡Jamás! -gritó, decidida a reunirse con el resto de los invitados.

Tenía la certeza de que aquel hombre no estaba en sus cabales. ¿Cómo iba a casarse con él si ni siquiera le conocía?

-Pau, querida -Claudio Hammond se acercó a ella-. Me alegro de que tú y Pedro se hayan hecho buenos amigos.

-Es que...

-Es un hombre muy brillante.

 Era  un  elogio  importante  viniendo  de  aquel  gran  abogado.  Paula  le  escuchó  con  interés.  Si  Claudio  Hammond  decía  que  aquel  hombre  era  brillante,  debía  serlo.  De  eso no había la menor duda.

-Con un padre como el suyo no es raro -continuó Claudio Hammond-. Estoy orgulloso de conocerle.

-¿Un padre como el suyo? -preguntó Paula.

-Sí. Horacio fue el mejor.

-¿Horacio...? -Paula se puso pálida. Tuvo un terrible presentimiento.

-Horacio Alfonso-explicó Claudio, jovial-. Claro que su único error fue el caso Chaves,   subestimó  a  aquel  hombre.  Pero  eso  fue  hace  tiempo-,  tú  no  puedes  acordarte, eres muy joven.

Pero Paula lo recordaba muy bien. Horacio Alfonso era tan despiadado como una víbora y disfrutaba haciendo sufrir a sus víctimas. También recordaba a Miguel Chaves, su padre.

La Venganza: Capítulo 3

-Se está haciendo terriblemente tarde -expresó Andrea frunciendo el ceño-. Por cierto, dónde estará Laura?

-No te preocupes por ella -la amonestó Paula-. Ya llegará aunque tenga que ir con el pelo mojado.

- Eso es lo que temo.

-No debes preocuparte. Ya verás cómo todo sale bien.

Y así fue. El señor Dean salió del estudio y se puso el traje; su esposa hizo lo mismo y Laura llegó a tiempo para ayudar a Andrea. Las dos damas iban vestidas igual; los trajes eran de manga corta y ajustados a la  cintura.  Las  rosas  blancas  que  adornaban  sus  cabezas  hacían  juego  con  los  pequeños cojines que llevaban.

-Me encantan las bodas -sonrió Laura mientras se dirigían hacia la iglesia, en el Rolls Royce blanco.

-Sí, a mí también -comentó Paula sonriendo con nostalgia.

-A lo mejor Lucas se anima -dijo la otra muchacha refiriéndose al muchacho con el que estaba saliendo.

Paula la miró con atención.

-¿Tú crees?

-No -rió laura-. Pero no pierdo la esperanza.

Hacía un día espléndido. Paula se sintió embargada de felicidad cuando vió que Andrea llegaba a la iglesia acompañada de su padre. Hacía frío dentro de la iglesia y  reprimió un estremecimiento mientras seguía a Andrea y a su padre rumbo al altar.

Tomó el ramo de Andrea y se dispuso a escuchar la misa. Sin embargo, había algo raro en el ambiente, experimentó una extraña sensación, y un estremecimiento le recorrió la espalda. Se  volvió  y  miró  a  su  alrededor,  segura  de  que  alguien  estaba  observándola.  Todos  estaban  mirando  a los  novios  o  al  libro  que  tenían  enfrente.  Sin  embargo,  la  sensación de que unos ojos se encontraban clavados en ella persistía. ¡Y entonces le vió! Inmediatamente apartó la vista,   sin   embargo,   el   rostro   masculino   quedó   impreso  en  su  mente.  Estaba  sentado  junto  a  la  señora  Hammond,  era  un  hombre  alto  y  moreno,  tenía  ojos  grises,  la  nariz  recta,  pómulos pronunciados  y  labios  delgados.  Era  un  hombre  muy  atractivo.  Tendría  aproximadamente treinta  y  ocho  años de edad. Volvió  a mirarle y se encontró con que seguía observándola descaradamente. No quería parecer una colegiala asustada, y sostuvo la mirada durante unos segundos. Esos instantes le dieron la oportunidad de fijarse en algunas otras cosas acerca del hombre: canas en la sien, frialdad en la mirada y sensualidad en los labios. El hombre que la observaba hizo una mueca cuando ella desvió la mirada. Por un  momento,  la  chica  se  asustó.  ¡Cómo  se  atrevía  a  mirarla  con  tanta  insolencia!  Tenía las mejillas rojas cuando se volvió hacia el altar pero era de indignación, no de timidez. ¿Quién sería? ¿Y qué hacía sentado junto al señor Hammond? Gabriel no tenía hermanos, lo sabía. Pero ahí estaba con Rosa y Claudio Hammond, como un invitado especial. ¡Y continuaba mirándola! No necesitaba volver la cabeza para saber que la seguían observando. Podía  adivinar  sus  intenciones.  Desde  hacía  algunos  años  era  una  experta  en  identificar donjuanes  hasta  los  aparentemente  más  temibles.  como  parecía  serlo  éste.  No  la  asustaba,  y  si  se  empeñaba  en  demostrarle  interés,  ella  le  respondería  con total indiferencia. Mientras hacían  las  fotografías,  él  volvió  a  mirarla;  estaba  parado  frente  al  grupo  y  tenía  los  ojos fijos  en  ella.  Parecía  muy  alto,  su  cabello  era  de  color  castaño.

Paula levantó la cabeza, desafiante, su cabellera se mecía bajo la ligera brisa y sus ojos color miel brillaban.

-¡Pedro! -gritó Gabriel-. Ven con nosotros.

 -No -contestó con desgana el hombre de los ojos grises, su voz era profunda y llamaba la atención.

 -Oh, vamos Pedro -rogó Gabriel.

-Sí, ven Pedro -Andrea se unió al ruego,  tomandole de la mano.

-¿Me pongo junto a la madrina? -preguntó burlonamente.

Todos  los  invitados  rieron.  con  excepción  de  Paula y  Javier  Anderson ,   amigo  de  Gabriel. Javier era  uno  de  los  ahogados  más  jóvenes  de  la  firma  Ackroyd.  Hammond  y  Hammond,  y desde  hacía  seis  meses,  trataba  en  vano  de  salir  con  Paula.  Javier le rodeó la cintura mientras se acercaba a ella para salir en la fotografía.

-¿Me permite? -preguntó Pedro  sonriendo.

Paula  respiraba  con  dificultad,  le  molestó  que  la  humillase  frente  a  todos.  No  le  gustaba llamar  la  atención.  nunca  le  perdonaría  a  aquel  hombre  que  la  hubiera hecho pasar un mal rato.

-Claro que sí -rió Andrea.

-Entonces acepto -dió un paso al frente con decisión.

-¿Qué afortunada eres, Pau! -murmuró Laura divertida-. ¿En dónde le escondías, Andrea?

Paula no sabía de dónde había salido, sin embargo, pensó que hubiera  sido  mejor  que  no apareciese.  Había  ocupado  el  lugar  de  Javier y  la  tenía  agarrada  por  la  cintura. Él sonrió burlonamente al notar que ella se ponía tensa;  Paula le miró y vió que la frialdad de sus ojos había desaparecido. Después se puso a mirar al fotógrafo. Javier, disgustado se colocó junto a Laura,  y compartió una sonrisa de disgusto cuando sus ojos se encontraron con los de Paula. Durante todo el tiempo que se estuvieron tirando las fotos, Pedro permaneció a su lado sin quitar la mano de su cintura, aceptando la altivez de la chica sin inmutarse.

-Ahora los novios solamente -pidió el fotógrafo, lo había sugerido tantas veces que ya comenzaba a enfadarse.

Sus  palabras  eran  exactamente  lo  que  ella  necesitaba  para  evadirse  del  brazo  que la atrapaba. Notó con satisfacción cómo el hombre llamado Pedro era acaparado por  Claudio  Hammond.  Había intentado  iniciar  una  conversación,  pero  la  joven  no  quiso intercambiar una sola palabra con él. Sin embargo, la silenciosa admiración continuó durante toda la fiesta; empezaba a ser  muy  molesto sentir  continuamente  los  ojos  de  ese  hombre  clavados  en  su  espalda. No tenía ningún derecho a observarla así, casi desnudándola con los ojos. Además, su mirada era penetrante y enigmática a la vez.

 -¡Qué tipo más pesado! -exclamó Javier.

Paula continuó sonriéndole y tomó la copa de champán que él le ofrecía. El joven parecía muy enfadado, y ella conocía muy bien la causa de su disgusto.

-¿Quién es? -preguntó Javier poniéndose delante de ella para impedirle que la siguiera observando. La chica se encogió de hombros.

-No tengo la menor idea. Un amigo de los Hammond, supongo -trató de aparentar indiferencia, aunque sentía curiosidad.

-Sí, Andrea parece conocerle muy bien.

-Nunca la he oído hablar de él.

-Sí  -dijo  de  nuevo  Javier,  volviéndose  para  mirar  a  Pedro,  quien  en  ese  momento estaba conversando con Gabriel-.

 ¡Un tipo interesante! Peligroso,  habría  dicho  ella,  pese  a  no  haber  cruzado  una  sola  palabra  con  el  hombre   que   tanta   impresión   le   causaba.   No   había   hablado   con   él   pero   tenía   suficiente con lo que le estaban diciendo aquellos ojos.

-¿Bailamos? -propuso Javier.

-Sí, gracias. Javier era  encantador,  sin  embargo,  algo  le  impedía  acercarse  a  él.  Le  recordaba demasiado a David. El mismo pelo rubio y la misma decisión de triunfar. Al igual que David, jamás se casaría con Paula Chaves. Bailaban  bien,  los  dos  eran  altos,  la  cabellera  castaña  de  Paula atraía  la  atención hacia su hermoso rostro, una belleza que tenía fascinado a Javier. Continuaron bailando durante mucho tiempo.

-Supongo que tenemos que cambiar de pareja, o descansar un poco -bromeó ella.

-Lo sé. Pero si te dejo, ese Pedro te va a pedir que bailes con él, y no tengo intención de darle la menor oportunidad.

Preocupada, miró a su alrededor. Sí, allí estaban los grises ojos, amenazadores. De pronto Paula tuvo un presentimiento. ¿La habría reconocido?

La Venganza: Capítulo 2

-Es todo tuyo.

Paula salió  del  baño  con  el  pelo  mojado  y  una  toalla  en  la  cabeza  Andrea  le  había ofrecido llevarla a la peluquería, igual que a Laura pero como sabía que su pelo era muy rebelde, prefirió arreglárselas ella misma.

-Ya he terminado -Laura salió del baño vestida de manera ir formal, las prendas que llevarían esa noche a la casa de los padre de Andrea estaban cuidadosamente colgadas en el armario.

 Paula  se  dirigió  hacia  el  vestíbulo,  su  atuendo  también  era  sencillo

-No  dejes  que  Andrea se  ponga  nerviosa  y  cambie  de  opinión.

-¿Estás  bromeando?  -sonrió -Laura-. Le ha costado muchos meses atrapar al pobre hombre.

Era  cierto.  Andrea  había  estado  enamorada  de  Gabriel durante  sei  meses,  antes   de   que   éste   se   decidiera   a   hablarle.   La   proposición   fue   un   poco   apresurada  y  Andrea organizó  la boda con toda rapidez  ante de que él se arrepintiera.

-Ese  pobre  hombre no sabe lo que se le viene  encima con  Andrea-comentó  Paula-.  Me  parece  increíble  que  los  dos  hayan  estado  enamorados  durante  meses sin decirse ni una palabra.

-Así dices tú que son los ingleses -rió Laura antes de marcharse.

 Paula jamás  se  preocupó  por  ocultar  sus  sentimientos  y  siempre  demostró  estar totalmente enamorada de David. Pero todo eso habi quedado muy atrás. En esos momentos sus únicas amigas eran Andrea y Laura. Las conoció cuando empezó a trabajar para Ackroyd, Hammond y Hammond. Ackroyd hacía mucho que había muerto. el viejo señor Hammond pronto se retiraría y su hijo era Gabriel. El  viejo  Hammond  era  el  jefe  de  Paula, un  hombre  gordo  que  estaba  muy  satisfecho  de  la  boda  de  su  hijo  con  Andrea.

Si  Ricardo Phillips  también  se  hubiera  sentido  satisfecho  por  la  boda  de  su  hijo  con  su  secretaria,  no  habría  ocurrido  ninguna  desgracia.  David y  ella  llevarían  cinco  años  casados  y  hasta  tendrían  hijos.  Ésa era  la  preocupación  de  Ricardo  Phillips,  no  tanto  el  que  ella  fuese su nuera. Sin el hecho de que sus nietos llevasen sangre de los Chaves.

Apoyó  la  cabeza  en  el  espejo,  dejando  que  la  frialdad  del  mismo  la  invadiera.  Quería  alejar  a  David de  sus  pensamientos,  pero  no  podía.  mucho  menos en un día como ese. Recordó, muy a su pesar, aquellos días felices en que David era su jefe. Ella era muy joven y a las pocas semanas de salir, él la pidió en matrimonio. Toda la familia de David se quedó horrorizada por su elección; la madre, el padre  e  incluso  su  hermana  Margarita.  Ricardo Phillips fue casi perverso, jugó su haza oculta una semana antes de la boda. Paula fue  testigo  del  cambio  repentino  de  David.  El  amor desapareció  dando  paso  al  desprecio.  En  ese  momento,  ella  comenzó  a  odiar  a  Ricardo Phillips  y  a  Horacio Alfonso, el  hombre  que  por  venganza  le  había  arruinado  su  vida;  el causante  del  prematuro  fallecimiento  de  su  padre  y  los  posteriores  años  de  infelicidad de su madre, que murió amargada, vencida por el sufrimiento. Observó en el espejo su delgado rostro de pómulos salientes, sin darse cuenta de  que  sus  pronunciadas  ojeras  y  su  aspecto  desamparado  le conferían  una  rara belleza.

Era delgada, toda clase de ropa le quedaba bien, sus caderas y su cintura  estrecha  acentuaban  su esbeltez,  tenía  las  piernas  largas  y  el  busto  erguido. De  todas  maneras,  no  iba  a  ser  ella  el blanco  de  las  miradas  ese  día.  Sería  Andrea.  Y  eso  estaba  bien,  pensaba  que  toda  muchacha merecía  ser  el  centro  de  atención el día de su boda. Lori  acabó  de  peinarse  y  se  maquilló. decidida  a  no  dedicar  ni  un  solo  pensamiento más a David. Tenía que reunirse con Andrea dentro de una hora. En la casa de la novia reinaba el desorden. La madre de Andrea estaba preocupada al ver que no llegaban las flores, el señor Dean se había encerrado en el estudio  debido  al  nerviosismo de  su  esposa.  Paula telefoneó  a  la  floristería  para  preguntar  si  habían enviado  las  flores:  la dependienta  le  aseguró  que  el  muchacho que las llevaba no podría tardar en llegar. La joven se lo comunicó a la madre de la novia para tranquilizarla.

-¡Gracias a Dios que has llegado! -exclamó Andrea preocupada empujándola hasta su habitación-. Haz algo con mi pelo.

Paula frunció el ceño.

-¿Qué tiene tu pelo? Yo lo veo muy bien.

-Ahora no. ¡Pero mira!

Andrea tomó el velo y se lo puso sobre la cabeza, inmediatamente el peinado se aplastó.

-¡Mira qué mal me queda!

-No te preocupes, es cuestión de acomodarlo.

Paula le arregló el cabello de forma tal que no se aplastase.

-Sabía que podía confiar en tí -los ojos de Andrea brillaron de felicidad.

Paula sonrió.

-Bueno para eso somos las damas de honor. Y hablando de damas de honor, ¿En dónde está Laura? -preguntó preocupada.

-Todavía en la peluquería.

-¿Qué le están haciendo, un trasplante? -bromeó Paula.

-No. lo que pasa es que tiene mucho pelo y tarda bastante tiempo en secársele, pensaba esperarla, pero como aquí había mucho trabajo por hacer, decidí regresar antes para ayudar a mamá.

-¡La casa está hecha un caos! ¿No es así?

-Sí,  todo  es  un  desastre.  Ahora  me  arrepiento  de  haber  aceptado  que  se  hiciera fiesta, hubiera sido mejor escapar después de la ceremonia.

Paula sonrió.

-Estoy segura de que eso es lo que piensa toda novia antes de la boda. Pero espera a ver las fotos. Será algo que recordarás siempre.

-Mamá no se cansa de decírmelo -sonrió Andrea-. Pero yo, lo único que quiero es que todo esto termine cuanto antes.

-Disfrútalo -la animó Paula-. Es un día muy especial.

-Tienes razón -asintió-. Sin embargo, me preocupa que no hayan llegado las flores.

-Te advierto que va está resuelto ese problema,  sonrió Paula-. Acabo de ver el coche de la floristería estacionado abajo.

Andrea se acercó a la ventana para mirar.

-¡Gracias a Dios! -suspiró con alivio-. Una preocupación menos. ¿Crees que llegará a tiempo la flor para el ojal de Gabriel?

-La encargaste en la misma tienda ¿No es así? -Paula esperó a que su amiga le contestara-. Bueno, voy a bajar a preguntar si ya han ido a casa de Gabriel.

-¡Cómo no se me ocurrió antes! -exclamó Andrea.

-Porque estás demasiado excitada -respondió, sonriendo.

-Sí -Andrea le dirigió una mirada soñadora-. Estoy muy enamorada de él. Hemos esperado mucho, sabes.

-Lo sé -Paula apretó la mano de su amiga-. Y eso es lo que hace que este día sea  especial  para  ustedes.  Por  eso  estás  tan  nerviosa.  una  novia  virgen  le  da  mucha  más importancia a la noche de bodas, que la que no lo es.

-¿Tú eres...? -Andrea se detuvo apenada-. Lo siento, no he debido hacerte esta pregunta.

 -No importa -dijo Paula-. Lo soy y lo seré hasta que encuentre al hombre adecuado.

-Estoy segura de que lo encontrarás -dijo convencida.

Paula rió.

-Voy a hablar con el muchacho de la floristería antes de que se vaya.

Había  una  mujer  de  mediana  edad  ayudando  a  la  señora  Dean  en  la  cocina.  La  madre de la novia ahogaba sus penas en una copa de jerez. Paula obtuvo la información que deseaba y regresó a la habitación de Andrea.

-Creo que tu madre ha decidido emborracharse y olvidarse de todo -le comentó a su amiga riendo.

-¡Lo único que me faltaba! -gruñó-. Y yo que pensaba que ella sería la más tranquila.

-Las  madres  nunca  están  tranquilas  el  día  de  la  boda  de  sus  hijos,  por  el  contrario,  lloran  mucho  -bromeó  Paula-.  ¿No  te  parece  que  ova  es  hora  de  que  te  pongas el vestido? Creo que no cometerás la crueldad de tener a Gabriel esperando en la iglesia.

La Venganza: Capítulo 1

Paula se  debatió  en  la  oscuridad,  con  los  ojos  muy  abiertos;  no  quería  dormirse.  Sabía que le esperaba otra noche de horribles pesadillas. Sin embargo, el sueño la venció y se quedó dormida. De  repente,  una  misteriosa  luz  gris  inundó  el  cuarto.  Ante  ella  aparecieron  los  rostros de su padre y de su madre, en los que se reflejaba un intenso dolor. Cuando estos rostros se desvanecieron, apareció David, mirándola con desprecio.

-Debiste decírmelo -la acusó, rojo de indignación.

Después, oyó su propia voz suplicándole que no la condenara por su pasado. Él la miró con frialdad. Era rubio y tenía los ojos azules.

-¡Sabes que no puedo casarme contigo!

-¿Por  qué  no?  -exclamó  ella  desesperada  mientras  trataba  de  retener  al  hombre  en  sus  sueños-.  David,  te  amo,  no  me  dejes.  Todos  me  abandonan,  mi  padre, mi madre. ¡No puedes hacerlo tú!

-Claro  que  sí  -le  gritó-.  Te  dejo  para  no  regresar  más.  Y  la  próxima  vez  que  busques  una  posición  respetable,  asegúrate  de  contarle  la  verdad  al  hombre  que escojas. Porque si no lo haces tú,  haré yo.

-¡No!

Trató de aferrarse al brazo de David, pero él se apartó.

-¡David es que tú me amas!

-Yo amé a Paula Schulz, no a Paula Chaves, a ella nunca habría podido amarla. ¡Nunca! -exclamó con vehemencia.

Cayó a sus pies, sollozando, aferrándose a una pierna de él, en un último y desesperado intento por retenerle.

-Nigel no te vayas -suplicó. -Tengo que hacerlo -aseguró, empujándola-. Ningún hombre decente querría hacerte su esposa.

Esas crueles palabras eran como un martillo que golpeara en su cabeza sin cesar. No podía apartarlas de su mente.

-¡Pau, despierta! Entre sueños, notó que alguien la sacudía por los hombros.

-Pau, abre los ojos. Tienes pesadillas. ¡Pau!

La chica abrió los ojos con esfuerzo, la mortecina luz gris se desvaneció y en su lugar apareció el rostro preocupado de Laura, su compañera de habitación.

-¿Estás bien? -preguntó su amiga con el ceño fruncido-. Gritabas de una forma... como si alguien te estuviera atacando.

Paula se incorporó apoyándose en los codos, se apartó un mechón le  pelo  de  la cara y levantó la cabeza para mirar a su amiga.

-No te preocupes -susurró en voz baja-, afortunadamente ólo ha sido una pesadilla.

Laura se volvió y se encogió de hombros antes de sentarse en su gama, que estaba frente a la de Paula.

-A mí me ha parecido muy real.

-Las pesadillas siempre parecen reales, por eso son aterradoras.

Paula retiró las sábanas y se levantó de un salto. Laura  también se incorporó; era de estatura baja y el cabello rubio le caía sobre los hombros.

 -Ésta ha debido ser una verdadera historia de horror -dijo.

-Sí  -aceptó Paula fingiendo  indiferencia-.  Pero  ya  he  olvidalo  de  qué  se  trataba -mintió con la certeza de que aquel temor nun.a la abandonaría.

-¿En serio? -preguntó Laura dudosa.

Paula se dirigió al armario, para  agarrar ropa. Era una muchacha alta. medía un metro setenta  y  cinco  centímetros,  y  el  pijama  masculino  la  hacía  parecer  todavía  más  delgada. Tenía el pelo castaño, siempre lo llevaba suelto, dejándolo caer libremente sobre  sus  hombros.  Sus  pestañas  eran  largas  y  oscuras,  los  ojos  de  color  miel,  la  naríz recta y la boca perfectamente delineada, aunque sonreía poco. A  sus  veinticuatro  años  no  ignoraba  que  los  hombres  se  sentían  traídos  por  su  apariencia, aunque la mayoría de ellos no pasaba de una primera cita.

 -¿No recuerdas quién es David? -preguntó Laura  con voz suave.

-¿David? -repitió sorprendida mientras buscaba en el cajón su ropa interior-. ¿David qué?

-Esperaba que tú me lo dijeras -respondió su amiga mirándola con curiosidad-. Le has estado llamando en sueños.

-No conozco a nadie que se llame así -dijo mientras sacaba de entre sus ropas la prenda que buscaba.

-A lo mejor sí. deberías pensar...

-¡Laura!  -exclamó  cerrando  la  puerta  del  armario  con  fuerza-.  Sé  lo  que  digo;  puedes estar segura de que no conozco a nadie con ese nombre.

-Lo siento -se disculpó su compañera de habitación.

-No, soy yo quien lo siente. Esta pesadilla me ha afectado más de lo que yo creía.

-Estás muy nerviosa, ¿Verdad? -preguntó Laura ansiosa de olvidar el asunto-. Es lógico, la boda de Andrea nos ha alterado.

-Sí -contestó con desgana-. ¿Puedo entrar primero al baño?

-Adelante - aceptó la otra muchacha de buen grado.

Laura no podía imaginar que había dado en el clavo. La boda de Andrea había sido la  causa  de  esa  pesadilla.  Las  tres  muchachas  trabajaban  para  una  firma  de  abogados y siempre pasaban juntas sus ratos libres. Andrea iba a casarse ese mismo día con Gabriel Hammond, el ahogado más joven de la firma. Lo  que  nadie  podía  imaginar  era  que  la  semana  siguiente  se  cumplirían  cinco  años de la boda de Paula. ¡Si David no la hubiese abandonado!

David Phillips,  heredero  de  la  fortuna  Phillips,  era  el  ejecutivo  más  joven  de  la  empresa, dirigida por su padre. Paula había trabajado  allí  cinco  años  atrás.  El señor  Phillips se opuso desde el principio a la boda de su hijo con la joven y fue él mismo quien le dió la información que llevó a su prometido a abandonarla. Paula estaba  relativamente  tranquila.  Había  pasado  mucho  tiempo  y  tenía la esperanza de que su pasado no influyera en David. Pero cuando él supo la verdad,  rompió el compromiso y canceló  la  boda.  Nunca  llegó  a  reponerse  de  ese  duro golpe y aunque habían pasado cinco años, agosto seguía siendo un mes de triste recuerdo para ella. Cuando Andrea le dijo la fecha de su boda y le pidió que fuese su dama de honor, lo primero que pensó fue rechazar el ofrecimiento, pero luego su orgullo la obligó a aceptar.  Su  amiga  no  tenía  la  culpa  de  que  David la  hubiera  abandonado, y Paula no podía hacerle paga las consecuencias de su propia frustración. La decisión  de  aceptar  hizo  que  se  hicieran  más  frecuentes  la  pesadillas  nocturnas  que  llevaba padeciendo  durante  los  últimos  cinco  años.  La  última  había sido la peor, porque no pudo ocultar el nerviosismo como tantas otras veces.

La Venganza: Sinopsis

Paula tenía doce años cuando su padre fue acusado de fraude por un abogado sin escrúpulos: Horacio
Alfonso. Arruinado y sin poder soportar la vergüenza, su padre se suicidó pero declaró hasta el último momento que era inocente.


La sombra del juicio persiguió a Paula durante años y causó la muerte de su madre. También le
impidió rehacer su vida junto al hombre al que amaba.


Pero cuando conoció a Pedro, el hijo de Horacio, se le presentó la oportunidad de vengarse y decidió
destruirle, como habían hecho con su padre.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 44

-Y además tengo el pelo gris, Pedro. Y tengo setenta y cinco. Tenía cuarenta años cuando nació Pedro, Paula; era un niño muy travieso. Me sentiré muy aliviada cuando siente la cabeza. No ha hecho otra cosa que preocuparme durante estos treinta y cinco años.

-¿Cómo has llegado hasta aquí, madre? ¿En autobús? ¿O decidiste traer el Rolls con chofer? Mi madre, Pau, es la viuda de Gerardo Morales. De Congelados Morales.

Paula tenía la cabeza en un torbellino. Aquella cadena alimentaria era una empresa gigantesca.

-¿Quiere eso decir que eres rico?

-Mi padrastro nos dejó a Federico ya mí un buen montón de acciones -admitió con cierta vergüenza.

-Y Pedro y los niños heredarán el resto cuando yo me muera.

-Como podrás ver, eso podría ser en cualquier momento -comentó Pedro con sarcasmo-. Me hiere el orgullo tener que admitir que Belén estaba más enamorada de mi dinero que de mí. Tenía ya muchas ideas de cómo gastarse mi fortuna. Por eso estaba tan deseosa de aceptar la molestia de los niños, por no mencionar el hecho de que yo estaba enamorado de otra persona. ¡No sabes el alivio que sentí cuando comprendí que ella no quería ni mi cuerpo ni mi mente, sino mi cuenta corriente! Intentaré convencer a Anna de que perdone tus maquinaciones. Sólo una mujer sin corazón explotaría la enfermedad de sus nietos.

-Eso ha sido muy rudo -dijo Paula al ver a la madre de Pedro alejarse apoyada en su bastón.

-Cuando llegues a conocer a mi madre comprenderás que la sutileza no funciona con ella. Créeme. Ven a sentarte ahí.

La condujo a uno de los bancos que bordeaban la zona de meta.

-Quiero que no te quede ninguna duda acerca de Belén -dijo con gravedad mirándola con tal ternura que Paula creyó que el mundo explotaría de puro júbilo—. La única razón por la que duramos tanto fue porque nunca descubrimos nada el uno del otro. Nuestra relación fue siempre superficial y egoísta. Yo había dejado de creer en el amor hacía tiempo. Pensaba que Federico y Mariana eran excepciones. Entonces apareciste tú y trastocaste mi mundo por completo. Me sentí perdido en cuanto clavé los ojos en tí. Pensaba que a Belén le importaba de verdad y no quería humillarla. Esperaba que ella tirara la toalla cuando las cosas se pusieran mal. Aquel fin de semana estaba planeado para conseguirlo. Sabía que Belén  cambiaría a los niños por la comodidad.

-Eso es despreciable.

-Gracias. Fue muy frustrante descubrir que todos mis planes no habían servido de nada. Después, ella dejó escapar que estaba muy interesada en mis asuntos financieros. Y entonces, todo me encajó -esbozó una sonrisa cínica-. En ese momento no me costó nada decir adiós.

-¿Y por qué no me contaste lo del dinero?

-Supuse que querrías que lo donara todo a alguna asociación benéfica -esbozó una sonrisa-. Para ser sincero, Pau, no lo suelo pensar mucho. Yo no estoy al nivel de mi padrastro, pero soy financieramente estable. Gerardo era un hombre estupendo, pero a mí no me gusta la ostentación tanto como a él. ¿No me irás a decir que tienes alguna objeción en casarte con un hombre rico?

-¿Y si la tuviera? ¿Lo darías todo? -Pedro captó el brillo de sus ojos al relajarse y cedió a la tentación de sus labios entreabiertos.

-Creo que eres una de esas mujeres que podrían cambiar a un hombre.

-No eres perfecto, pero el caso es que me gustas como eres -ella nunca había sido muy buena en ocultar sus sentimientos y era un enorme alivio dejar que su amor brillara-. He pasado las dos semanas más miserables de mi vida, Pedro-le dijo con franqueza-. ¿Se te ocurre alguna terapia para ayudarme a superar el trauma?

Pedro se levantó ante el reto y la beso con pasión.

-¡Wow! -exclamó ella jadeante cuando él alzó la cabeza pocos minutos después.

-¡Wow! -bromeó él deslizando un dedo por su barbilla.

-¿Alquilaste este disfraz?

Él asintió y pareció confuso.

-Has perdido la cabeza.

-Eso pasó hace dos semanas, pero ahora ya me he acostumbrado a la idea.



FIN

Amor Salvaje: Capítulo 43

-Me estaba aferrando a un hierro al rojo esa mañana, Paula. Nunca había cuestionado mi integridad hasta que apareciste tú. Aprender que el amor es más fuerte que el orgullo fue una dura lección.

-¿Y qué pasó con nuestra noche juntos? Agoté todas las definiciones del diccionario para el amor y tú no dijiste una sola palabra.

-Pensaba que lo decías por el arrebato de la pasión.

-No, lo decía de verdad.

-No estaba seguro. Por eso esperé. No quería que interpretaras mal mis palabras, pero no pude competir con las vacas.

-Yo pensaba que sólo querías una aventura, Pedro. En lo que a mí respectaba, ibas a casarte con Belén. Y no tenía derecho a pedirte nada que no quisieras dar libremente. Pero amarte me pareció tan perfecto. No podía dejar que te casaras con Belén sin demostrarte lo mucho que te amaba. Pensé que había cometido un error terrible porque tú no sentías lo mismo. No quería ser tu amante.

Pedro  le llamó un nombre muy rudo y le apretó con fuerza los brazos.

-Si realmente me amaras, no serías tan rudo.

-No creo que el matrimonio contigo vaya a ser una balsa de aceite.

-¿Es eso una propuesta?

-He aceptado el consejo de mi familia...

-Pedro, no me casaré contigo sólo porque les caiga bien a los niños.

Una nube empañó su alegría.

-Sofía me dice que ni ella ni Marcos son niños. Mi querida Paula, incluso si los niños te odiaran, me importaría un comino aunque la vida puede ser más fácil si no te odian. Todavía no me has dado una respuesta. ¿Es por la familia ya hecha?

-De ninguna manera. Son más fáciles de tratar que tú.

-¡Entonces dime que sí, Paula!  Dí: te quiero, Pedro y me casaré contigo.

-Eso se llama coacción -se burló ella.

-Estas dos semanas han sido un puro infierno, Paula y no pienso dejarte ir hasta saber que eres mía.

-Me he sentido tan miserable -gimió ella rodeándole el cuello con los brazos-. Eres el único hombre al que he seducido y amado en toda mi vida.

Los ojos castaños brillaron al alzar la cara.

-Y tú eres la única mujer por la que me he vestido de conejo. Y no es la primera vez que me pongo en ridículo. Me había jurado no repetir la experiencia desde aquella horrible mañana. Sólo que hay algo contagioso en tu ímpetu. Has hecho que mire al mundo con tu ojos y, ¿Sabes una cosa? Realmente no es un sitio tan malo siempre que estés tú en él.

-No me digas esas cosas. Me vas a hacer llorar.

Pedro miró sus pestañas húmedas con tierno asombro.

-Nunca entenderé a las mujeres.

-Eso es evidente o no te hubieras prometido a Belén. Cuando me advirtió de que me mantuviera al margen...

-¿Advertirte?

-Me hizo un visita que si hubiera sido Valentina, hubiera acabado arrastrada por la alfombra. Tiene un temperamento que le hace ir directa a los puños.

-¿En qué tipo de familia voy a meterme? -sus ojos se inflamaron de pasión cuando Paula se rió al mirarlo-. ¡Dios, cuánto deseo hacerte el amor!

-En ese caso podría ser buena idea acabar esta carrera.

Un rato después, llegaron a la meta con las manos enlazadas.

-No ha sido tu mejor tiempo, Paula -bromearon algunos organizadores sin dejar de mirar a Pedro con curiosidad.

-Me temo que ha sido culpa mía -Pedro sonrió más al verla sonrojarse-. Necesitaba una enfermera.

-¡Ah, ahí estás Pedro!

Una voz familiar, desvió la atención de Paula.

-¡Madre! ¿Qué estás haciendo aquí?

La voz de Pedro contenía un tono de resignación al volverse para mirar a la alta y elegante mujer ante la que la multitud se apartaba.

Paula la miró fijamente. Aquella no podía ser la frágil dama que había hablado con ella por teléfono. Podía ser mayor, pero parecía rebosante de salud.

-He venido a verte competir, cariño. Siempre iba a verlos a Federico y a tí en el día de los deportes.

-Supongo que serás demasiado mayor para escuchar por los agujeros de las cerraduras.

-Nunca he hecho algo tan vulgar, Pedro. ¿No vas a presentarme a tu encantadora amiga? Creo que ya hemos hablado antes. ¿Eres Paula? Me moría de ganas de conocer a la mujer que podía hacer disfrazarse de conejo al serio de mi hijo.

-¿Cómo has…?

Su madre le dirigió una sonrisa de superioridad.

-Cuando una tiene un hijo tan misterioso y poco cooperador tiene que tener sus recursos. -Paula sonrió con timidez.

-¿Señora Alfonso?

La mirada de la señora estaba clavada en la mano de ella en la de Pedro. Paula intentó desenlazar los dedos, pero Pedro se lo impidió.

-Soy la señora Morales, pero puedes llamarme Ana. ¿O madre? -dirigió una mirada retadora en dirección a su hijo-. No me mires con esa cara. ¿Puedes culparme de que sienta alivio de verte con alguien agradable después de esa arpía? Y considerando lo poco que te gusta demostrar tus sentimientos en público, ir de la mano debe ser una declaración de amor. ¿No le encuentras un poco reservado? -le preguntó a Paula con curiosidad-. Iba a decir cerrado, pero... -sonrió cuando Pedro se encogió de hombros con resignación. Los chicos no quisieron cambiarse el apellido cuando me casé con Gerardo -le explicó a Paula.

-Paula está un poco sorprendida porque esperaba encontrarse con una anciana de pelo gris. Creo que hiciste una actuación merecedora del Oscar por teléfono.

-Estaba muy preocupada en ese momento. No puedes culparme de haberme aprovechado de las circunstancias.

-Eso ya lo hace él mismo -comentó Paula.

Amor Salvaje: Capítulo 42

-Eso está bien. Toma fluidos -la animó cuando se llevó la cantimplora a los labios.

Con un gemido de frustración, lanzó la taza medio llena a su cabeza.

-¿Es que no entiendes una indirecta? No te quiero.

-Sí, sí me quieres, pero no voy a irme hasta que lo admitas.

-¿Estás loco?

-Sólo desesperado. Esta era la única forma que se me ocurrió para que hablaras conmigo. Sabía que nunca abandonarías la carrera una vez empezada.

-¿Soy tan previsible?

¿Qué diablos estaba haciendo allí? No podía querer decir lo que sus palabras habían sugerido. Paula no se podía permitir el lujo de la esperanza.

-Tienes algo que me pertenece -le dirigió una mirada fría-. Mi madre no tenía derecho a prestártelo. Es privado. «Ya lo he olvidado. Lo estoy consiguiendo. Esto es una histeria», pensó confusa. «¿A quién estoy engañando?»

Paula casi se cayó cuando Pedro estiró la mano. Pero la ignoró igual que su expresión injuriada. No era el momento de estrecharle la mano. Sólo verle era una tortura.

-¡Te lo contó Alejandra!

-Me lo contó Belén.

-¡Belén!

-Confidencias de chicas -comentó Paula con sarcasmo-. Ya sabes lo que es.

-Me alegra decir que no lo sé.

-Me interesaría saber lo que pensaste de mi actuación -prosiguió Paula jadeante.

-Eso es un bonito cambio. Hasta ahora te has negado a escuchar todo lo que he querido decirte. ¿Cuándo ha sido la última vez que has contestado al teléfono? Tu madre se ha quedado ya sin excusas.

-Mi madre y tú se aprecian mutuamente, así que habla con ella.

-No comprendí lo mucho que habías perdido hasta que ví esa cinta. Y el hecho de que puedas ponerte un traje de baile como una broma, me impresiona. Eres toda una mujer, Paula.

No había duda de la sinceridad de sus palabras.

-¿A qué viene esta pantomima?

-Pensé que estarías contenta de verme dispuesto a hacer el ridículo por tí, por no mencionar por una buena causa.

-¿Has hecho todo esto para impresionarme? ¿Todo este... este circo?

-Sólo estoy entrando en el espíritu del asunto. Para ser sincero, no podía haberme puesto más en ridículo que lo que me puse aquella mañana. Además aquí no podrás huir de mí.

-Eres un tonto, Pedro.

Pedro se estaba disculpando. Eso no lo podía creer, pero si quería decir algo, iba a tener que hacerlo con total claridad.

-Odio que me digan lo que tengo que hacer, Paula.

-¡No me digas!

-Por Dios bendito. Deja que termine, mujer. Pensé que estaba haciendo lo correcto cuando me prometí a Belén. El hecho de que toda mi familia dejara claro que no estaban de acuerdo me hizo meterme más de cabeza. No quería admitir que teman razón. Incluso aunque no te hubiera conocido a tí, no creo que lo hubiera llevado a término -confesó-. ¡Me sentía un auténtico canalla!

Pensaba que Belén era la que estaba dispuesta a hacer sacrificios y yo se los iba a imponer. Fue culpa mía apresurarme con el compromiso. Después de la muerte de Federico y Mariana debería haber reflexionado, pero no lo hice. Alberto significaba mucho para mí y aunque parezca una tontería, sentía que lo iba a traicionar a él. ¡Por Dios bendito, Paula! Si no reduces la marcha, no llegarás a la línea de meta nunca.

-A mí tampoco me gusta que me digan lo que tengo que hacer -el brazo que la asió por la cintura la detuvo en seco-. ¿Cómo te atreves?

El firme beso silenció su protesta y cuando la levantó del suelo, provocó una oleada de aplausos entre los espectadores.

-¡Pedro, la gente nos está mirando!

-Déjalos.

-Pensé que tenías que tener cuidado con tu reputación.

-Tendré la reputación de ser el tonto mayor de la historia si te dejo ir. Te quiero, Paula.

-Pensé que estabas enamorado de Belén.

-Nunca -intervino él con impaciencia-. Tú lo sabías y ella también. Le había dicho mucho antes de que pasáramos la noche juntos que lo nuestro se había acabado. Te lo iba a decir también a tí, pero no me dejaste.

Ella se sonrojó al recordar como había intentado seducirlo.

-Casarse con alguien a quien no se ama es algo horrible.

-Soy un hombre reformado -anunció él-. Pero si te sirve de consuelo, no fueron mis ojos azules lo que cautivó a Belén. Jugó con mi gratitud hacia su padrastro desde el principio y yo estaba demasiado ciego como para verlo. Se enfadó una vez lo suficiente como para decir que Alberto nunca le había importado nada. De hecho, se puso furiosa de que dejara la mitad de su fortuna a una asociación de investigación médica. Yo soy el director de esa asociación y ella debió pensar que yo podría hacer lo que quisiera con ese fondo. En cuanto al trabajo que sacrificó, lo cierto fue que la rechazaron -apretó los labios con cinismo-. Belén es increíblemente ambiciosa y cuando le dieron el trabajo que llevaba persiguiendo dos años a otra persona, decidió dedicar todas sus energías a pescarme a mí. Puede que suene altanero, pero explica por qué fue tan comprensiva cuando le dije lo que sentía por tí.

-Son verdes -le corrigió Paula-. Tus ojos son verdes.

Paula estaba intentando asimilar aquellas revelaciones. La visita de Belén a su casa había sido pura malicia. No podía tener a Pedro y no quería que lo tuviera nadie más.

-Te has dado cuenta -dijo Pedro con una sonrisa de satisfacción.

-Con la furia con que me miraste, hubiera sido difícil no haberlo notado. Me dijiste cosas horribles, Pedro.

-Estaba seguro de que habías dejado mi cama para meterte con otro. Normalmente soy muy pacífico.

-No confiaste en mí.

Pedro se quitó los guantes y le alzó la barbilla.

Amor Salvaje: Capítulo 41

-Ayudame a prender esto, mamá.

Paula se sacó los números de tela de los dientes y se lo dio a su madre junto con los alfileres que tenía en la mano.

-Date la vuelta entonces -Alejandra agarró el largo «66» y lo prendió al tutu rosa que llevaba su hija-. Ya está -se apartó para ver el efecto del tutu rosa con medias blancas y botas de fútbol y calcetines de rayas amarillas-. Muy llamativo, pero poco aerodinámico.

-No estoy en esto para ganar, mamá, sólo para sacar montones de precioso dinero.

-¡Es tan triste que los hospitales necesiten de la caridad para salir a flote!

-Ya discutiremos de política en otro momento, mamá, pero mientras estoy aquí parada, hay docenas de niños que se beneficiarán de esta maratón. Hemos conseguido mucha publicidad.

-Todo el mundo ha trabajado muy duro -afirmó Alejandra.

-Este traje me ha recordado el video que me hizo Javier —dijo Paula casualmente-. No lo he podido encontrar por ninguna parte. ¿No sabrás tú...?

-Estará por cualquier parte. Creo que ya deberías ir a la línea de salida, querida.

-Mamá -dijo Paula con tono de advertencia.

-Bueno, se lo dejé a Pedro. Parecía interesado en tu baile. Pensé que podía gustarle verlo.

-¿Y no se te ocurrió que yo podía no querer que él lo viera?

-La verdad es que no -dijo Alejandra con desafío-. Creo que él podría estar muy bien para tí. Es bastante encantador.

-Él sería el primero en estar de acuerdo contigo -dijo Paula a sus espaldas mientras se acercaba a la línea de salida.

Estaba muy orgullosa de haber tardado sólo dos semanas en haber olvidado a aquel hombre. Él ya pertenecía al pasado, pensó convencida.

Los corredores serios ya habían empezado la carrera. Paula estaba a atrapada entre un octogenario y un hombre de mediana edad vestido sólo con un pañal. El ambiente era suficiente para elevar el ánimo a la gente más lóbrega, aunque ella no necesitaba ánimos.

-La primera milla es la peor -comentó un conejo de pascua al llegar a la primera colina.

-Eso es lo que necesitas, un ilimitado optimismo -se rió Paula sin aliento-. ¿Cómo puedes respirar con ese pellejo? -preguntó cuando media milla más tarde el conejo seguía a su lado.

Miró el disfraz y se preguntó cómo podría ver siquiera el pobre idiota.

-Puede que necesite reanimación -observó la voz ahogada.

-Podrías quitarte la cabeza -sugirió Paula.

-Más tarde.

Paula se encogió de hombros y ofreció la lata de colecta a los espectadores que se alineaban a lo largo de la ruta. Aceptó el zumo que le ofrecieron en el banco siguiente y una vez más se encontró al conejo a su lado.

-¿Has hecho esto antes? -gritó.

Aquel hombre parecía tener problemas.

-¿No. ¿Y tú?

-Dos medios maratones y un maratón entero, pero no estoy muy en forma para hacer nada de eso ahora.

-¡En forma! ¿Quieres decir que te entrenas para estas cosas?

Paula estaba empezando a sentirse preocupada por el conejo. El entusiasmo estaba muy bien, pero con aquel calor y el disfraz, si no estaba muy en forma, podía verse en verdaderos problemas.

-¿No te has entrenado tú?

-Fue una decisión de última hora.

El conejo jadeaba con fuerza.

-Deberías haber tomado líquidos.

-No puedo beber con esto puesto.

-¡Paula! -dos monjas con barbas pasaron y le dieron una palmada en el trasero-. ¡Precioso disfraz, guapa!

-¿Amigos?

-Son jugadores de rugby, a uno de ellos le doy masajes.

-Puede que yo necesite uno en cuanto esto se acabe.

-Siempre puedes abandonar.

-¿Y perder el dinero de mi patrocinador? Yo también estoy corriendo para comprar ese escáner. No esperes por mí. Ya llegaré allí. Recuerda la fábula de la liebre y la tortuga.

-Creo que estás con el disfraz equivocado para esa fábula.

Las siguientes millas pasaron en relativo silencio aparte de los jadeos. Paula acababa de decidir que no estaba en suficiente forma como para mantener aquel ritmo, cuando el conejo se plantó delante de ella y se cayó a sus pies con dramatismo.

-¡Oh, no! -gimió ella deteniéndose para arrodillarse ante la figura caída-. Te quitaré esto ahora mismo. Llamen a los de primeros auxilios -gritó a un pequeño grupo que se había arremolinado a su alrededor-. Creo que esto está atascado -jadeó forcejeando con la cabeza del conejo. «Espero que ese pobre hombre pueda respirar ahí dentro!»

La espesa tela de piel le hacía imposible encontrarle el pulso. La cabeza salió de repente y Paula cayó hacia atrás del impulso.

-¿Te encuentras bi...? ¡Rata! -insultó para asombro de los que se habían parado a ayudar.

Se puso rígida de rabia. ¿Sería aquello una broma macabra?

-Conejo, Paula. Conejo -le corrigió Pedro Alfonso con firmeza.

Ni siquiera tenía la respiración alterada. De hecho, parecía estar en mejores condiciones que ella.

-Ha sido una buena actuación -gritó ella airada-. Es un consuelo que parezcas un completo idiota.

-Estaba esperando que lo notaras. Espera, Paula. ¡Espera por mí!

Por mucho que intentó despegarse, él no se separó de ella.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 40

-Tengo que irme -dijo con suavidad inclinándose para besarle en el hombro.

-No puedes -dijo él con tono decidido. Se estiró hacia ella y Paula se apartó, convencida de que si cedía a su caricia sería incapaz de irse.

-Debo irme, Pedro. Son las cinco y media...

-¡Las cinco y media!

Pedro se incorporó y se pasó los dedos por el pelo.

-Prometí ordeñar esta mañana -admitió ella con pesar-, aunque no me apetece nada.

-¿No puedes quedarte un poco más? —Paula sacudió la cabeza con desgana.

-No puedo.

Con un encogimiento de hombros, Pedro lo aceptó y se dejó caer en la cama con las manos bajo la cabeza. Paula recogió su ropa y se la puso un poco turbada por su mirada fija en ella.

-Puedes utilizar mi cepillo de dientes, si quieres.

-No, ya usaré el mío en casa.

-Tengo que volver a Londres esta mañana y hay algunas cosas...

-¡Que tengas buen viaje! -le interrumpió ella-. Llámame si quieres.

¿Eso era todo? ¿Eso era todo lo que tenía que decirle? ¡Dios, qué idiota había sido! Podía notar por sus ojos que temía que le montara una escena. ¿Y qué esperaba? Él nunca había mencionado el amor. Belén no iba a desaparecer porque él no quería que lo hiciera. A Pedro le iba bien de aquella manera, pero a ella no.

«Por lo menos lo he intentado. Nunca me hubiera perdonado a mí misma no haberlo hecho. No quiero una aventura contigo, Pedro», se lamentó en silencio. «Es demasiado poco y a la vez demasiado para mí».

-¿ Y comeremos juntos ?

Pedro tenía las facciones tensas.

-Como quieras.

-Creo que deberíamos aclarar a donde iremos desde aquí. Tengo que decirte algunas cosas. Anoche...

-¡No! -gritó con voz aguda por el pánico. ¿Querría nombrarla oficialmente como la otra? Ella no quería saber dónde encajaba en su vida si no tenía un sitio en su corazón-. No creo que tengamos que ir a ninguna parte.

-¡Paula!

Ella ignoró su llamada y cerró la puerta a sus espaldas.


-En este momento parecemos barcos que se cruzan en la noche -dijo Miguel Chaves al bajar la maleta de su hija al piso inferior.

Paula sonrió y le abrió la puerta principal.

-No estaré mucho tiempo fuera -dijo mientras se acercaban al coche.

-¿Cuánto?

-Bueno, la señora Morgan volverá la próxima semana, pero no estoy segura de cuando volverá Pablo.

-¿Has estado durmiendo bien mientras hemos estado fuera? -preguntó rozándole la mejilla con su mano callosa.

Paula se sintió a punto de derramar las lágrimas que llevaba conteniendo todo el día.

-Estoy bien -mintió con una sonrisa.

-Gracias por mantener el fuerte hasta hoy. Tu madre intentó llamar para decirte que llegaríamos tarde.

-Debí desconectar el teléfono sin darme cuenta.

Se le estaba empezando a dar bien lo de la mentira, pensó dolida al besar a su padre. Lo había tenido que hacer porque no era capaz de soportar todavía ninguna comunicación con Pedro. Y podía que nunca fuera capaz. Condujo ensimismada en sus pensamientos. No se arrepentía de lo de la noche anterior; había sido una experiencia que atesoraría para siempre porque la había impulsado el verdadero amor. Había sido una estupidez pensar que Pedro  podría sentir lo mismo. Al menos estar a solas en casa de Simón le daría tiempo para pensar sin tener que poner cara animada ante sus padres.

Eran las seis de la mañana cuando escuchó unos fuertes golpes en la puerta del estanco. Apenas se había dormido una hora antes. Con el cerebro abotargado intentó concentrarse. Si no salía enseguida se despertaría media calle. Atándose el cinturón de la bata bajó la escalera hasta la tienda. Incluso a través del cristal glaseado de la puerta supo quién estaba fuera.

-¡Vete, Pedro! -gritó cuando éste volvió a dar otro golpe-. No pienso abrir esta puerta.

-Bien. No me importa mantener la conversación a volumen alto. Ya veo las cortinas correrse en algunas casas. Estoy seguro de que los vecinos lo encontrarán fascinante.

-Con un poco de suerte alguien llamará a la policía -siseó ella corriendo el cierre.

-¿Entonces es verdad?

Ella parpadeó y dio un paso atrás cuando Pedro entró con la cara lívida de rabia.

-Podría confirmarlo o negarlo si me dijeras el qué es verdad.

Él le dirigió una mirada de desdén.

-Cuando tu padre me dijo que estabas aquí, apenas pude creerlo.

-Mi padre raramente miente.

Paula estaba intentando pensar a qué venía aquella rabia. ¡Y pensar que ella lo había calificado de frío y sin emociones!

Aquel comentario pareció inflamarlo aún más.

-Ni siquiera vas a negarlo. ¡Dios, qué estúpido he sido! Un ciego idiota. Yo creía… -se detuvo y la miró con odio-. ¿Dónde está él entonces? ¿Escondido bajo la cama?

¡Pensaba que estaba allí con Simón! Se había imaginado... Paula sacudió la cabeza con incredulidad. No sólo estaba enfadado, sino que estaba loco.

-Pedro, Pablo no está... ¿Me escucharás y dejarás de pasearte como un poseso? Vas a tirar algo.

-¿Escucharte?

-A menos que quieras ponerte en ridículo por completo.

Ella misma estaba empezando a enfadarse. La satisfacción primera al verlo celoso se estaba disipando con rapidez. O sea que estaba allí exudando condena sobre su supuesto lío con Pablo cuando él tenía a Belén esperándole en casa

-Es un poco tarde para eso, ¿no crees? -prosiguió él-. ¿Sabe él que tiene que darme las gracias a mí por esta nueva Paula liberada sexualmente? ¿O se lo digo yo? ¿Le has dicho las mismas cosas que me dijiste a mí? ¡Dios mío, nunca hubiera imaginado que fueras tan barata! ¡Y pensar que había llegado a imaginar que lo de la otra noche significó algo para tí!

¿Barata ella? Sintió una punzada de rabia.

-¿Como te atreves a llamarme barata? ¡Al menos yo no voy a casarme con otra persona. El único que engaña aquí eres tú, Pedro.

-No, yo no engaño a nadie. ¿Hubieras respondido a mis llamadas si hubieras sabido que estoy libre como tu precioso Pablo? Y mucho mejor pieza que él. Te lo hubiera dicho esta mañana si hubieras esperado.

-No sería una fulana barata como yo la que te haría romper una pareja celestial, ¿No crees?

-Digamos sólo que di demasiado por sentado -dijo con frío desdén-, Y pensar que había creído...

Emitió un sonido de disgusto contra sí mismo.

-¿Habías creído que podía merecer la pena para ti? ¿Y se supone que debo estar consumida por el remordimiento? -preguntó ella con frialdad-. He perdido la mejor pieza del siglo. Bueno, pues puede que te interese saber que no estoy arriba en la cama con Pablo ni con nadie. Pablo está en Canadá intentando arreglar su matrimonio y yo estoy cuidando la casa. He intentando decírtelo - musitó cuando vió que él se ponía pálido-. Pero estabas tan ansioso por culparme que ni siquiera me has escuchado. ¡No, Pedro! -levantó la mano cuando él abrió los labios para hablar-. Ahora es mi turno. Tú ya has dicho lo tuyo y ha sido muy instructivo. Para tu información, no ocuparía el lugar de Belén ni aunque fueras el último hombre del planeta. ¡Creo que eres un aburrido, arrogante y estrecho de mente!

La rabia se quemó y Paula sintió deseos de llorar. Sólo deseaba arrojarse a sus brazos, y llorar como un bebé. Pero en vez de hacerlo, se cuadró de hombros y alzó la barbilla con desafío.

-Creo que sólo me resta despedirme. Ya has dicho suficiente -dijo Pedro con austeridad.

Si hubiera sentido algo, no apareció en su gesto cuando se retiró en silencio hacia la puerta. Una ráfaga de emoción la hubiera hecho echar marcha atrás. Bien, pensó Paula al cerrar la puerta. «Estoy mejor sin ti». Entonces, a pesar de sus propias palabras, rompió a llorar con desconsuelo.