-Has llegado tarde -le dijo la anciana cuando la chica entró en el pequeño departamento que compartía con otra mujer. El departamento tenía dos pequeñas habitaciones, una para dormir y otra que servía para sala y cocina. El asilo contaba con un comedor, para el caso de que los ancianos tuvieran invitados y quisieran preparar una comida especial para ellos.
-Lo siento -Paula sonrió y le dió a su tía la planta que le llevaba de regalo. El apartamento estaba lleno de plantas, y la pobre señora Jovis, la mujer que compartía con ella la habitación, tenía que tolerarlo aunque no quisiera. Afortunadamente, a la otra mujer no le importaba, pero, aunque no hubiera sido así, la autoritaria tía Juana no habría cedido. Paula recordaba el rostro de la directora, el día que llegó la tía Juana al asilo con el coche lleno de macetas. Sin embargo, con el tiempo, todos llegaron a acostumbrarse a andar como en la selva cuando entraban en el apartamento. La anciana miró a Paula por encima de las gafas. Sus ojos azules estaban llenos de vivacidad, tenía el pelo completamente blanco, las líneas del rostro conservaban algo de la belleza de otros tiempos y sus movimientos eran ligeros a pesar de que estaba afectada seriamente por el reumatismo.
-¿Qué te pasa, niña? -sus bruscas maneras contrastaban con la mirada afectuosa.
Paula le dirigió una sonrisa. Nadie creería que su tía abuela tenía ochenta años, parecía que iba a vivir mucho tiempo y, conociendo, su decisión, era muy probable.
-¿Bueno? -interrumpió el silencio de Paula.
-Nada -la chica se puso de pie, tomó una maceta del estante y la llevó hasta la ventana-. Huele a pollo.
-Ya has estado espiando en la cocina -le reprochó la tía-. Ahí no. En serio Paula, ¿Es que no piensas? ¡Esa planta necesita más calor del que puede obtener en esa ventana!
La chica puso la planta cerca de la estufa, sin preocuparse por la regañina de su tía, sabía que la quería.
-No he mirado el horno. Pero este olor es inconfundible. Estoy segura de que has preparado un delicioso pollo.
Un leve gesto de la dama le dió a entender que le había complacido el cumplido.
-Todavía estoy esperando, Paula-frunció el ceño. Sus esperanzas se desvanecieron. La tía Juana siempre había sido muy perspicaz. Debió suponer que esta vez no podría engañarla.
-Una amiga se casó ayer -le reveló, con cautela. La tía asintió.
-Recuerdo que me lo dijiste. Espero que ya hayas olvidado a ese joven Judas. ¿Le has olvidado, verdad? -preguntó disgustada.
Paula se ruborizó. Desde el momento en que le presentó a David, la anciana manifestó su desagrado, cosa que disgustó a su prometido.
-Es una vieja entrometida -comentó él días después.
-Es un presuntuoso-dijo la tía Juana cuando la chica le contó la razón por la cual el compromiso se había roto.
La anciana le aseguró que era lo mejor que le podía haber sucedido. Judas, así le llamó entonces y así seguía llamándole.
-Claro que sí.
-¿De verdad? Aunque no quieras admitirlo, nunca fue el hombre adecuado para tí. Si en realidad te hubiese amado, no le habría importado nada, ni siquiera que hubieras sido la acusada del robo. ¡Su padre nunca tomó ni una miserable hoja de papel del banco del que era gerente!
El desfalco había sido descubierto durante la última auditoría y como su padre era el gerente, toda la responsabilidad recayó sobre él. A pesar de su declaración de inocencia fue llevado a juicio. Horacio Alfonso supo convencer al jurado de que su padre era culpable.
-¿Qué pasa? -preguntó la tía Juana con curiosidad mientras se levantaba.
Estaba ya muy gastada a pesar de todos sus esfuerzos por permanecer activa, merecía vivir en paz el resto de sus días. Los acontecimientos de hacía doce años no eran para ella más que una sombra. Si Paula le contaba lo de Pedro Alfonso sólo conseguiría preocuparla.
-Tuviste razón la primera vez -agregó con voz suave-. La boda de mi amiga me ha afectado mucho.
-Olvídate de ese hombre -le aconsejó la anciana-. No merece ni siquiera un pequeño desvelo tuyo, ¿Qué tal estuvo la ceremonia? ¿Estaba guapa tu amiga?
-Sí.
Paula le describió la boda con lujo de detalles, sabía que a su tía le gustaba mucho escuchar esas cosas. Se lo contaría todo a la señora Jovis esa misma noche cuando regresara del paseo con su hijo casado y su familia.
-¿Y quién es Javier? -preguntó la anciana cuando Paula acabó su relato. La chica sonrió.
-Es sólo un amigo, otro de los abogados que trabaja en la oficina.
-Oh -la tía Juana parecía desilusionada-. ¿Te gusta?
-Sí.
-Bueno, ¿Por qué no es algo más que tu amigo? Pensó que su tía se alegraría al saber que sus relaciones con Javier iban por buen camino.
-Voy a salir con él mañana -le confesó.
-Eso está mejor -cruzó los brazos frente al pecho.
Era tan alta como Paula, un poquito más llena, y el parecido familiar resultaba obvio-.
-Ya no eres tan jovencita, ¿Sabes?
-Bueno, considerando que tú nunca te casaste... -dijo Paula. Era una antigua broma que se hacían entre ellas.
-No fue por falta de pretendientes -contestó inmediatamente la anciana-. Nunca quise que un hombre fastidioso estuviera entrometiéndose en mi vida.
-Además, ¿En dónde habría dormido? -preguntó Paula riendo ya que sabía que en la habitación de su tía apenas cabía la cama debido a que las plantas ocupaban el resto del espacio disponible
-¡Boba!
-Hambrienta -corrigió con una carcajada-. ¿Cuándo estar preparada la comida?
La forma más segura de alejar los pensamientos tristes era pasa un día con la tía Juana. su despreocupada forma de contemplar la vida infundía ánimos a Paula y le hacía ver las cosas desde una perspectiva mucho más halagüeña. El inesperado encuentro con Pedro Alfonso dejó de parecerle importante. Pensó que era inevitable. Ella trabajaba con abogados en esos círculos la familia Alfonso era muy conocida. Decidió no concederle importancia; después de todo, no pensaba volver a ver a Pedro Alfonso en su vida.