—No tengo ni la menor... —se interrumpió. ¡El impostor! Ese hombre estaba enviando su curriculum a sitios—. ¡Diablos! —exclamó.
—Parece que necesitas una copa —observó su jefe. Se levantó y se acercó al bar.
—No, gracias —quería conservar la cabeza despejada y encontrar al suplantador antes de que hiciera algo que estropeara de verdad su vida—. Lo que necesito es averiguar cómo empezó el rumor. ¿Lo sabes?
Bruno se encogió de hombros.
— Humberto sólo ha dicho que has enviado tu curriculum a sitios. Quería tomar parte en la puja.
Aquello no sonaba demasiado perjudicial, ¿pero hasta dónde estaba dispuesto a llegar el impostor? ¿Se estaba haciendo pasar por él con más gente?
— Dime una cosa —pidió a Bruno, que se servía un whisky doble—. ¿Ha habido alguien raro por aquí últimamente? ¿En los tres últimos meses?
— ¿Aparte de Woody y el resto de los lunáticos de la revista?
—Sí. Alguien que hiciera preguntas sobre mi trabajo o sobre mí.
El editor negó con la cabeza.
—No que yo sepa. ¿Por qué?
—Por curiosidad —se puso en pie—. Oye, tengo que irme.
—Es cierto. Tienes que prepararte para las fotos de la semana próxima en Nueva Zelanda.
¡Maldición! Había olvidado decirle a su jefe que tenía que posponer el viaje.
—Tengo que retrasar eso.
Bruno frunció el ceño.
—Está en la agenda desde hace meses. Esperamos las fotos para el número de septiembre.
—Lo sé, pero no puedo evitarlo.
Su jefe volvió a mirarlo con recelo, pero Pedro no quería hablarle del impostor hasta que conociera su identidad.
— ¿Cuánto tiempo necesitas? —preguntó Bruno.
— No lo sé de cierto. Una semana, dos como mucho. Créeme, me subiré al primer avión en cuanto me sea posible.
El editor movió la cabeza.
—Espero que tengas un buen motivo para aplazar ese viaje.
—Lo tengo —repuso él—. De hecho, podríamos decir que mi vida depende de ello.
Salió de la estancia antes de que Bruno pudiera hacer más preguntas. Bajó por el pasillo y entró sin llamar en el despacho de Woody.
—Justo a tiempo —dijo éste, sorprendido por su llegada. Le tendió una cámara digital—. Necesito que me hagas una foto.
—Éste no es un buen momento —miró la cámara con el ceño fruncido—. Y no es una buena cámara.
—Lo sé, pero es una emergencia.
— ¿Qué clase de emergencia?
El otro sonrió.
—Acabo de conocer a una chica sensacional en internet y quiere que le envíe una foto. ¿Qué te parece esta pose? —se colocó al lado del ordenador, con una mano apoyada en el monitor.
— La pose está bien, pero la idea es una locura. ¿Y si es una loca?
— Eh, me gusta vivir peligrosamente. Y parece que a ti también, a juzgar por tu cita de anoche.
Woody era la segunda persona que llamaba peligrosa a Paula.
—Has hablado con Lorena.
—No sólo con Lorena. Aquí todo el mundo habla de la mujer que trajiste a la fiesta. No se puede decir que sea tu tipo.
— Yo no tengo un tipo —replicó irritado.
— ¿Y es coincidencia que tus cuatro últimas novias fueran pelirrojas con poco intelecto?
— Y supongo que tu chica de internet es doctorada en Físicas.
—Todavía no es mi chica —sonrió Woody—. Vamos, hazme la foto.
Él suspiró y miró por la lente.
—Dí desesperado.
—Caliente —dijo Woody.
Él hizo la foto y le pasó la cámara.
— No digas que no te lo advertí.
Woody volvió a sentarse ante el ordenador.
— Estoy casi seguro de que no está loca. Y a pesar de la opinión de Lorena, creo que Paula tampoco. Aunque bebe esos tés irlandeses como si fueran agua. Lo que implica que es mucho más valiente que yo.
Pedro había pensado lo mismo cuando la vio tomar de un trago la poción para la resaca. Ella no parecía tener miedo a los retos, sólo a él. O quizá no era miedo, sino otra cosa. Lo mismo que le hacía negarse a acompañarlo al banquete.