sábado, 30 de abril de 2016

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 12

—Ah, ya veo, el amor lo conquista todo —dijo él, sarcástico.

—Tal vez no, pero a pesar de mi aparente falta de autoestima, yo no voy a conformarme con un segundo plato.

Pedro, sorprendido aún por ser llamado «segundo plato», oyó que se abría la puerta y los recuerdos que había estado intentando contener aparecieron en la superficie con impía claridad para torturarlo. Recordaba haberla sentido temblar cuando trazaba la curva de su cadera con los dedos o cuando acariciaba sus delicados pechos con la boca. Y recordaba oírla suplicar que no parase mientras besaba su garganta donde estaba el eco de su pulso…

Qué ironía; la única mujer con la que se había acostado pero a la que no había visto y tenía de ella un recuerdo más vivido que de ninguna otra.

Y estaba a punto de desaparecer otra vez.

Con los dientes apretados, Pedro se levantó de la silla. Estaba a punto de lanzarse hacia la puerta cuando se detuvo. ¿Qué demonios iba a hacer?

La maldita pelirroja volvía a escapar. Que ella saliera corriendo y él la siguiera no era lo más sensato para un hombre que quería mantener cierta ilusión de control.

Con el rostro ensombrecido. Pedro se dió la vuelta para dejarse caer de nuevo sobre la silla.


Empezó a llover justo cuando el taxi se detuvo. Pau tardó sólo unos segundos en subir al coche, pero cuando cerró la puerta estaba empapada.

Mientras miraba por la ventanilla empezó a pensar en aquel fin de semana en Escocia… también había llovido esa noche.

Pau no había leído nada siniestro en las oscuras nubes, no sabía que su vida estaba a punto de cambiar para siempre mientras conducía el Land Rover por el camino de grava que llevaba al castillo de Armuirn.

Sencillamente, le estaba haciendo un favor a su hermano y su cuñada y en lo único que pensaba era en un buen baño caliente. No había anticipado que limpiar las casitas de invitados que rodeaban el castillo sería tan agotador. Y tampoco tenía intención de decirlo en voz alta para confirmar la opinión de su hermano de que la vida en la ciudad la había vuelto blanda.

Cuando llegó al castillo inclinó un poco la cabeza para mirar las altas torres. El edificio, de piedra gris, podía verse desde muchos kilómetros y había sido el hogar de su cuñada cuando era pequeña, pero ahora Gonzalo y Andrea vivían en una granja cercana y habían convertido el edificio, y las casitas que lo rodeaban, en un hotel rural.

Pau sacó una enorme cesta que contenía los productos de limpieza, pensando que usar un plumero no era precisamente su idea de cómo pasar unas buenas vacaciones. Pero no podía irse de excursión por las montañas cuando una violenta epidemia de gripe tenía a su hermano y a la mitad de los empleados en cama.

Aunque había dicho estar dispuesta a hacer lo que fuera, se había alegrado cuando el «lo que fuera» no consistía en cuidar de los gemelos de su hermano. Adoraba a sus sobrinos, pero la responsabilidad de mantener a la pareja entretenida y a salvo de todo peligro no era algo que le apeteciese en aquel momento.

Afortunadamente, Andrea le había pedido que limpiase las casitas de invitados y, si tenía tiempo, que fuera a llevar la compra a la cocina del castillo.

Pero cuando le preguntó si también debía limpiar el polvo, su cuñada le había dicho que no. Por lo visto, el hombre que había alquilado el castillo para el verano no quería que lo limpiasen.

De hecho, no quería nada más que estar solo.

—¿Cómo es ese hombre?

—No me preguntes a mí, yo no lo he visto. Y creo que Gonzalo tampoco. La reserva se hizo por Internet.

—Pero alguien tiene que haberlo visto —dijo Pau.  Aquélla era, después de todo, una comunidad pequeña donde todo el mundo conocía a todo el mundo.

—Carlos lo vió, creo, bajando de un helicóptero.

—¿Bajando de un helicóptero? ¿Y cómo era?

—Me dijo que era alto.

—Ah, cuánta información —rió Pau.

—Nadie lo ha visto desde entonces. Se aloja en el castillo y no va al pueblo para nada. Deja la lista de cosas que necesita en la puerta cuando vamos a cambiar las sábanas, pero nada más.

—A lo mejor es un fugitivo —murmuró Pau—. A lo mejor está huyendo de la ley. O es una estrella de cine en medio de un escándalo.

—No, seguramente será un ejecutivo estresado que ha venido a pescar. Pero sea quien sea ha alquilado el castillo durante seis meses y ha pagado por adelantado, así que puede ser todo lo invisible que quiera —contestó su cuñada.

—¿Y ese hombre misterioso tiene un nombre?

—No me acuerdo… es extranjero, italiano, me parece.

Cuando Pau llegó al castillo para dejar las cosas en la cocina, su interés por el extraño había desaparecido. Estaba agotada. Había hecho veinte camas y pasado la aspiradora por diez habitaciones… por no mencionar los cristales y los cuartos de baño. Lo único que quería era volver a la granja y tumbarse en el sofá.

No había ni rastro del cliente antisocial y ninguna respuesta cuando asomó la cabeza en la cocina. Claro que estaba a oscuras, las persianas bajadas. Pau dejó la bolsa con la compra en el suelo y encendió la luz…

—¡Dios mío! —exclamó, horrorizada. Aquello era un completo desastre, una zona de guerra llena de platos y vasos sucios. No había una sola superficie limpia. Un rápido examen a la nevera, donde Andrea le había dicho que dejase las cosas, reveló que la mayoría de los productos frescos estaban pasados de fecha… algunos criando brotes incluso.

Pau, pensando con pena en el baño caliente y el sofá con los que había soñado, se remangó la blusa. Ella no era una fanática de la limpieza, pero aquello era intolerable.

Si el cliente no quería que limpiasen el castillo, era su problema, pero no iba a dejarlo así. Por higiene.

Media hora después, la cocina no haría sonreír a un inspector de Sanidad, pero había mejorado bastante. Cruzando los brazos, Pau asintió, satisfecha, mientras dejaba la última botella vacía en el contenedor de reciclaje.

—Espero que me lo agradezca.

—¿Quién demonios es usted y qué está haciendo aquí?

Ella dejó escapar un grito cuando dos manos se posaron sobre sus hombros para darle la vuelta.

Encontrándose cara a cara con el botón de una camisa de pana, levantó los ojos para ver a la persona cuyos dedos se clavaban en su carne y que, evidentemente, no le estaba agradecido en absoluto. Y se encontró mirando al hombre más guapo que había visto en toda su vida.
Sabía que estaba mirándolo como una tonta, pero no hubiera podido evitarlo aunque su vida dependiera de ello.


Era alto, mucho más de metro ochenta y cinco, y parecía fuerte; pero no como esos hombres que iban al gimnasio todos los días para presumir de músculos. No, era más bien fibroso. Tenía un color de piel mediterráneo y el pelo negro, ondulado, un poco demasiado largo. La estructura ósea de su cara era perfecta, con pómulos altos, nariz aquilina y una sombra de barba que le daba aspecto de pirata. En resumen, un hombre muy masculino.


Lo menos masculino eran esas pestañas larguísimas y la curva de sus labio inferior, compensada por la firmeza del superior; el efecto tan sensual que le provocó un estremecimiento.


Y cuando lo miró a los ojos tuvo que buscar aire. Eran tan oscuros que parecían negros y, mirándolos, sentía como si estuviera cayendo a un precipicio… Pero se recordó a sí misma el desbarajuste de la cocina.


Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 11

Como si las cosas no fueran ya bastante complicadas, tenía que añadir una idea absurda como ésa a la mezcla… y hacerla pensar en lo diferente que sería todo si lo que habían compartido no fuera sólo sexo.

—¿Ante una situación tan trivial como que vayas a tener un hijo mío? —le espetó él.

—Un hijo nuestro —le recordó Pau. Su repentina actitud posesiva era algo que la hacía sentir incómoda.

—Yo tengo una idea un poco anticuada sobre la familia.

—E imagino que tu novia también la tendrá —dijo ella—. Mira, yo no estoy tratando el asunto como algo trivial, sólo estoy intentando ponértelo fácil. No pienso hacer ninguna demanda, no voy a exigirte nada.

—Deberías hacerlo —murmuró Pedro—. ¿Y a qué novia te refieres?

—A Candela.

—Candela no tiene por qué preocuparte.

—Pero supongo que ella tendrá algo que decir sobre este supuesto matrimonio, ¿no?

Y probablemente en voz alta, además. Para esa gente, la publicidad era una forma de vida. Para Pau, la idea de que su vida personal se convirtiera en moneda de cambio en las columnas de cotilleos era algo impensable.

—¿Qué tiene esto que ver con Candela?

—Más que conmigo, supongo —dijo Pau, sorprendida por el desinterés que mostraba por su ex amante. Aquel hombre era tan despiadado en su vida personal como en los negocios.

—No digas tonterías.

—¿Yo digo tonterías? —rió ella, llevándose una mano al pecho—. No he sido yo quien ha dicho que deberíamos casarnos. ¡Pero si no sabías mi nombre hasta hace diez minutos!

Aquella situación era absolutamente irreal. Pero lo más horrible era que, durante un segundo, casi había empezado a considerar la idea.

—Pero yo sabía otras cosas sobre tí,  Paula.

La inferencia sexual hizo que se ruborizase.

—No me conoces en absoluto.

—¿Tienes miedo de que un hombre ciego no pueda ser un buen padre?

Pensar en las muchas cosas que nunca podría hacer lo atormentaba. Y saber que nunca vería la cara de su hijo era como un cuchillo en su corazón.

—Que seas ciego no tiene nada que ver —dijo Pau—. Dicen que las mujeres se sienten instintivamente atraídas por los machos alfa para tener hijos y como tú eres el macho más alfa del planeta…

—Un hombre que necesita ayuda para cruzar la calle no puede proteger a su hijo del peligro.

El corazón de Pau se encogió al reconocer el miedo y la duda que había bajo esa fachada de seguridad.

—Ser ciego no te convierte en un mal padre o en un mal ejemplo —le dijo. Al contrario que acostarse con actrices rubias de largas piernas, en su opinión—. No tiene nada que ver con la situación… aunque si tú hubieras sido capaz de ver, nada de esto habría pasado.

—Quieres decir que yo no hubiera estado en Escocia esa noche.

—Quiero decir que habrías podido verme y no soy tu tipo.

Por un segundo deseó no haber dicho nada y dejar que Cesare siguiera teniendo una imagen irreal de ella pero, por tentador que fuera, no podía hacerlo.

—Creo que deberías dejar que yo juzgara eso. Además, he visto tu cara con mis dedos.

—Pues entonces podrías hacer lo mismo con tu hijo.

—Sí, es cierto.

—Tengo pecas.

—Ah, muy bien.

—Muchas pecas —insistió Pau.

—Eso, por supuesto, lo cambia todo —sonrió Pedro. Pero luego su expresión se volvió solemne—. ¿Ese prometido tuyo, el que te engañó, te ha dejado tan mala opinión de tí misma?

—¡No! Yo nunca estuve enamorada de Facundo.

¿Y por qué estaba compartiendo con él algo que ella misma había tardado meses en descubrir?

—Es posible que no seas mi tipo, pero no por el aspecto físico. No eres mi tipo porque eres muy complicada.

Esa acusación la dejó sin habla.

—¿Yo, complicada?

—Sí, tú. Y tampoco suelo tener relaciones con mujeres que necesitan que se les diga lo guapas que son.

—¡Yo no…!

—Y no suelo tener relaciones con mujeres que no pierden una oportunidad de señalar mis defectos.

—Y, sin embargo, aún sigues dispuesto a casarte conmigo —replicó Pau, irónica—. Mira, estoy segura de que tú podrías ser un buen padre, ciego o no, pero serías un marido espantoso y yo no quiero estar casada con un hombre que no me quiere.

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 10

Lo recordaba todo con gran detalle: el calor de su aliento, el sensual roce de su barba sobre la sensible piel.

Pero incluso llena de horror y vergüenza por lo que había hecho, no había podido resistir la tentación de pasar una mano por su pelo antes de apartarse.

—¿Entonces estás emparentada con la gente que lleva el castillo Armuirn? — preguntó Pedro.

Pau asintió con la cabeza, pero recordó después que él no podía verla.

—La familia de Andrea, mi cuñada, es la propietaria del castillo. Había una epidemia de gripe en la zona y mi hermano estaba en cama, así que Andrea no te mintió: yo les estaba echando una mano.

—El hombre del que me hablaste esa noche… Gonzalo, ¿es tu hermano?

Pau no recordaba haber mencionado a Gonzalo en absoluto.

—Sí, lo es. Andrea y él tienen dos gemelos… pero bueno, supongo que eso a tí no te interesa.

Si aquel hombre no quería saber nada sobre su propio hijo, no iba a estar interesado en los hijos de un extraño.

—Tal vez deberías sentarte —dijo Pedro.

—No, estoy bien así.

—Entonces me sentaré yo.

Pau lo vió doblar su altísima figura para dejarse caer sobre una silla, como si de repente se hubiera quedado sin fuerzas.

El silencio se alargó durante unos segundos…

—Esto no puede ser una broma… ¿estás embarazada de verdad?

—Sí.

Pedro estaba un poco pálido pero, considerando la bomba que acababa de soltar, parecía tomárselo bastante bien… aparte de la vena que latía en su frente.

—¿Lo habías planeado?

—¿Perdona? —Pau se puso tensa.

La frialdad en su normalmente expresiva voz lo hizo entender que esa pregunta le había parecido un insulto y la frustración de no ver su cara era como un puñal en el pecho. Había habido muchos momentos amargos desde que perdió la vista; momentos en los que incluso tuvo que llorar de impotencia. Pero nunca lo había lamentado tanto como en aquel momento.

—¿Crees que lo tenía planeado?

—Es una posibilidad —dijo él, aunque sin mucha convicción.

—Sólo si tienes una mente retorcida. Pero no te preocupes, no quiero nada de tí.

He venido a decírtelo porque me parecía que era lo que debía hacer.

—¿Lo que debías hacer?

—Si hubiera sabido que ibas a crear una teoría de la conspiración, no me habría molestado. Evidentemente, crees que todas las mujeres quieren quedar embarazadas de un hombre tan importante como tú… bueno, pues deja que te diga una cosa: a mí no me pareces una joya precisamente. A menos que te gusten los hombres cínicos y malvados…

—Ah, ahora soy cínico y malvado.

—Para tu información, si hubiera podido elegir al padre de mi hijo, no serías tú. Pero piensa lo que te dé la gana, me da igual.

Pedro oyó el ruido del picaporte y se dió cuenta de que Pau iba a marcharse. Otra vez. Y la rabia que sintió fue seguida por algo que se negaba a reconocer como pánico.

—Cásate conmigo.

Esa orden, porque no era un ruego, hecha con tono seco, arruinó su perentoria salida.

—Quieres reírte de mí, pero…

Cuando lo miró se dió cuenta de que no estaba riéndose. Ni siquiera estaba sonriendo. Ni un solo músculo de su cara se movía y los preciosos ojos castaños estaban concentrados en su cara.

Pau se dijo a sí misma que el peso que sentía en el pecho era compasión. La clase de compasión que sentiría por alguien que hubiera sufrido una tragedia. —Pensé que habías dicho…

—Me has oído, Paula.

La directora de su instituto era la única que la llamaba Paula, pero ella no hacía que su corazón se acelerase.

—¿Estás proponiéndome que me case contigo?

—¿No era eso lo que tú querías? —Pedro, que se había quedado casi tan sorprendido como ella por la proposición, ahora veía que era la única salida—. ¿No es eso para lo que has venido aquí?

Pau abrió los ojos como platos.

—Nunca en un millón de años hubiera esperado eso… ni lo habría deseado. Mira, no sé si hablas en serio o…

—No es un tema sobre el que esté dispuesto a bromear, te lo aseguro.

A pesar de que se mostraba ofendido, Pau no estaba segura. La personalidad de aquel hombre, y los motivos que lo movían, eran un enigma para ella; algo irónico considerando que la conocía más íntimamente que cualquier otro hombre.

—¿Y no te parece que estás exagerando?

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 9

—Es cierto que siempre ha habido cosas, cara, que prefiero no hacer solo… —la deliberada crudeza hizo que Pau se pusiera colorada—. Es una manía mía. Pero si estamos hablando de necesidades, yo diría que tú me necesitabas al menos tanto como yo a tí. ¿Vas a poner eso en tu artículo? ¿Esta es una visita de cortesía para informarme de la inminente publicación? Cuéntame, ¿desde qué ángulo vas a contar la historia?

—¡Vete al infierno!

—Que es donde estaba cuando tú me sacaste al compartir tu delicioso cuerpo conmigo. Mira, ése podría ser un ángulo interesante: Cómo salvé al millonario compartiendo generosamente mi cuerpo con él. Pero debo decirte que sólo fue una noche de sexo, no fuiste mi salvación eterna.

Eso era algo que se había dicho a sí mismo en más de una ocasión.

—Créeme, no querría serlo —replicó ella.

—¿Por qué has venido entonces?

—Porque estoy embarazada —Pau lo había dicho sin pensar—. Estoy embarazada de doce semanas.

Pedro, que estaba estirándose la corbata de seda, se quedó inmóvil. Durante unos segundos no hizo nada en absoluto, incluyendo, o eso le pareció a Pau, respirar.

—¿Embarazada?

—Fue una sorpresa para mí, te lo aseguro.

El corazón de Pedro, y todo el mundo a su alrededor, parecían haberse detenido.

—¿Estás segura?

—¿Crees que habría venido a verte si no lo estuviera? ¡Pues claro que estoy segura! —exclamó ella, un sollozo escapando de su garganta.

—¿Estás llorando?

—No, no estoy llorando —a través de las pestañas mojadas, Pau vió que él se tapaba la cara con las manos—. Y no sé tú, pero yo no veo ninguna necesidad de hablar sobre cómo o por qué…

—Creo que los dos sabemos cómo y por qué.

—El por qué sigue siendo un misterio para mí, pero estas cosas pasan —Pau se mordió los labios, incómoda.

—No, a mí no.

—Bueno, a mí tampoco me había pasado hasta ahora.

—¿Y crees que no lo sé? —le espetó él. No sólo había dejado embarazada a una mujer, había dejado embarazada a una virgen. En algunas sociedades, ésa sería una ofensa capital.

—Mira, no te preocupes. Yo no espero nada de tí, sólo he venido porque me parecía mi obligación decírtelo… y ahora que te lo he dicho tengo que marcharme — Pau se colocó la bandolera del bolso firmemente al hombro.

—¿Te vas?

—Sí.

—Esto es irreal.

Ella lo entendía porque pensaba lo mismo.

—Sé que no es fácil de aceptar al principio, pero te dejaré mi número de teléfono por si quieres ponerte en contacto conmigo.

Probablemente tiraría el número a la papelera en cuanto se hubiera ido, pensó, pero al menos habría hecho lo que debía hacer.

—¿Quién eres? —le preguntó Pedro entonces.

—Ya te lo he dicho, Paula Chaves.

Él sacudió la cabeza, impaciente.

—No, quiero decir, quién eres… ¿por qué estabas limpiando la habitación esa noche? ¿Qué hacías en un helado castillo en medio de ninguna parte? —Pedro sólo había notado el frío cuando ella se marchó—. La mujer con la que hablé al día siguiente…

—Andrea, mi cuñada. Yo le pedí que no… —Paula  pudiera oír el estridente sonido de un teléfono a lo lejos y le pareció extraño que cosas normales ocurrieran en otros lugares del edificio mientras ella estaba experimentando el momento más extraño de su vida. No volvería a quejarse de cosas mundanas otra vez.

—¿Qué no me dijera dónde estabas?

—Aunque no le hubiese pedido que fuera discreta, mi cuñada no habría dicho nada.

—¿Discreta? Se inventó no sé qué historia sobre una epidemia.

—No se la inventó, era verdad —suspiró Pau—. Mira, ya te he dicho que yo no voy por ahí acostándome con extraños y me marché porque… estaba avergonzada — recordaba la vergüenza que había sentido cuando despertó con la cara de un hombre entre sus pechos.

jueves, 28 de abril de 2016

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 8

—¡Si eso es lo que estás buscando, entiendo que tengas tantos problemas para encontrar una candidata! —replicó ella—. Y también entiendo que tu prometida te dejara.

Pau lo vió inclinar a un lado la cabeza. No parecía herido por el comentario, pero ella se sintió culpable de todas formas.

—Estaba en el artículo que leí —admitió luego. Y, como todo el mundo, ni por un momento había pensado que la separación hubiera ocurrido antes del accidente que lo privó de la vista.

—Yo estaba en el pasillo cuando Candela… ¿han arreglado las cosas entre ustedes?

—¿Lo preguntas por interés profesional?

De nuevo, ese tono sarcástico tan irritante.

—Tu vida amorosa no me interesa ni profesionalmente ni de otra manera, pero lo lamento por tí.

¿Qué clase de mujer abandonaba a un hombre porque se hubiera quedado ciego?

Una mujer muy guapa, pensó, recordando a la rubia del vestido rojo. Sam había creído que la antipatía que sintió al ver la fotografía de la joven en el periódico era debida a su parecido con la chica con la que encontró a su novio en la cama. Pero ahora que había visto a Candela en persona debía reconocer que no le hacía justicia; en realidad era mucho más guapa y, curiosamente, más real era su antipatía.

La sinceridad que había en la disculpa hizo que Pedro arrugase el ceño.

—¿Qué es lo que lamentas?

—Que te dejase después del accidente —contestó ella—. Aunque lo entiendo, la verdad, porque eres insoportable. ¿Sabes una cosa? Ojalá me hubiera acostado contigo para conseguir un artículo. De ser así me sentiría menos tonta.

—Y si no era por el artículo, ¿por qué te acostaste conmigo?

Paula decidió ignorar la pregunta. Tenía práctica, llevaba ignorando sus propias preguntas durante las últimas doce semanas.

—¿Crees que yo haría público lo que pasó entre nosotros? ¿Crees que querría anunciarle al mundo entero que me acosté contigo? ¿Crees que quiero que mi familia y mis amigos lo sepan? Pues nada podría estar más lejos de la verdad. Me avergüenzo de lo que pasó.

Pedro, que había estado escuchando su diatriba con una expresión cercana al aburrimiento, levantó la cabeza, sorprendido, ante la última frase.

—¿Crees que el sexo es algo de lo que avergonzarse?

—¡El sexo contigo sí! He tenido otras relaciones… estuve prometida.

«No tendría por qué habérselo contado», pensó luego.

—¿Prometida? —repitió Pedro.

—¡Sí, prometida! Y, para tu información, tengo una actitud perfectamente sana con respecto al sexo aunque el día que nos conocimos todavía fuera… —Pau no terminó la frase al darse cuenta de que estaba hablando de más.

Pero no debería haberse molestado.

—¿Virgen? —terminó Pedro la frase por ella. Sam dejó escapar un estrangulado suspiro—. ¿Pensabas que no me habría dado cuenta?

—Lo esperaba, sí —Pau se mordió los labios.

—¿Para creer que no había ocurrido nada? ¿Quieres ser una virgen profesional? —se burló Pedro—. La próxima vez que decidas criticarme, cara, recuerda que tú eres la mujer equilibrada que prefiere el sexo anónimo con un extraño que acostarse con su prometido.

—¡Yo no prefiero el sexo anónimo!

—Entonces sabías quién era yo.

—No tenía ni idea. Y tú tampoco sabías quién era.

—No, desde luego. Y la definición del diccionario de sexo anónimo es: mantener relaciones carnales con alguien a quien no se conoce.

—Mira, no sé por qué le estás dando tanta importancia al asunto. Cualquiera que te oiga pensaría que te drogué o algo parecido —protestó Pau—. Ocurrió y no pienso enfadarme conmigo misma por ello. Y, para tu información, a mí me hubiera gustado mantener relaciones sexuales. Era Facundo quien no… —de nuevo, no terminó la frase, mortificada por haber hablado demasiado.

—¿Tu prometido no quería acostarse contigo? —preguntó Pedro.

Cualquier hombre que no hubiera querido acostarse con ella tenía que ser un imbécil.

—Se enamoró de otra persona y… mi vida personal no es asunto tuyo —replicó Pau.

—Ya, claro, dime qué más debo pensar. Apareciste de repente fingiéndote una chica de la limpieza… dices que no querías acostarte conmigo, pero al final lo hiciste.

—Yo no lo planeé. Fue un accidente… no sé, sexo por compasión.

Se arrepintió inmediatamente de haber dicho eso porque era mezquino, además de una mentira. Pero había veces en las que sólo funcionaba una mentira y ella estaba desesperada.

—Sí, por supuesto, cara —dijo él, irónico.

—Ah, ya. Hace un minuto era capaz de acostarme contigo para conseguir un artículo y ahora, de repente, me acosté contigo porque eres totalmente irresistible, ¿es eso? A lo mejor sólo sentía curiosidad. Nunca me había acostado con un ciego.

—Nunca te habías acostado con un hombre.

—Pues espero que eso te haga sentir especial —dijo ella, enfadada—. Y no entiendo por qué estás tan enfadado conmigo. A menos que sea porque te molesta que viera más allá de tu fachada de machito. No te preocupes, sé que lo que pasó no era nada personal.

—¿No era personal?

—Tú necesitabas a alguien y yo estaba allí.

Pedro arrugó el ceño, apartando de sí el recuerdo de lo que había sentido cuando la tuvo entre sus brazos. Saber que era su primer amante lo había sorprendido, pero también lo había excitado, más de lo que hubiera podido imaginar.

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 7

—No sabía quién eras hasta que ví una fotografía tuya en el periódico.

No podía creer que el hombre descrito como «el genio de las finanzas de su generación» pudiera ser el mismo hombre con el que había pasado la noche. Pero después leyó un breve párrafo en el que mencionaban el accidente que lo había dejado ciego y la consiguiente ruptura con su prometida, una bien conocida actriz.

—¿Y ahora has descubierto que sientes algo por mí?

Pau, sorprendida por la ironía, negó con la cabeza.

—No, yo…

—¿Lamentas haberte marchado mientras dormía?

—Eso fue… yo…

¿Cómo iba a explicarle que estaba demasiado avergonzada como para quedarse, que nunca antes había despertado al lado de un hombre y había sentido miedo?

—No hace falta que me des explicaciones. Entiendo que hayas cambiado de opinión.

—Lo dudo —murmuró ella.

—Pues no lo dudes. Sé por experiencia cómo cambia la actitud de la gente cuando descubren quién soy y el dinero que tengo.

Paula tardó unos segundos en entender el sarcasmo y, con los dientes apretados, lo fulminó con sus ojos de color azul violeta.

Un hombre que tenía una opinión tan triste de la naturaleza humana no iba a recibir la noticia de que iba a ser padre con alegría, evidentemente.

—Para tu información, a mí no me importa nada tu dinero.

Pedro se pasó una mano por el pelo, decepcionado. Aquella chica era igual que los demás, después de todo.

¿Qué querría de él?, se preguntaba.

Él nunca había sido un hombre que disfrutase de un revolcón indiscriminado y consideraba a los que se marchaban en medio de la noche como unos maleducados. Y, por supuesto, no veía razón para aplicar otro criterio a las mujeres.

Por la mañana, al descubrir que se había ido, se puso furioso, pero se le pasó el enfado al darse cuenta de que ella le había dado algo sin pedir nada a cambio, lo cual en su mundo era muy poco frecuente. Por desgracia, ahora parecía ser como las demás.

—Sí, seguro que no te importa —murmuró, desdeñoso.

—Y si fuera tan cínica como tú… —Pau respiró profundamente para controlarse, haciendo un esfuerzo para continuar con más moderación—. No sabía quién eras entonces y la verdad es que me gustaría no haberlo sabido nunca. Pero estaba investigando para un artículo y ví tu foto…

—¿Investigando para un artículo?

—Trabajo para el Chronicle.

—¿Eres periodista?

—Sí… y bastante buena en mi trabajo, además.

—No lo dudo.

Su expresión irónica no dejaba la menor duda de que el comentario no era precisamente un elogio.

—Veo que no te gustan los periodistas.

Pedro sonrió, conteniendo la furia antes de responder con cierto desdén:

—Supongo que es un trabajo estupendo para alguien sin escrúpulos.

El reportero que había entrevistado a la familia de la niña a la que había sacado de un coche en llamas desde luego no tenía ninguno. Porque, sin la menor compasión, y mientras la niña estaba en estado crítico en el hospital, le había preguntado a los padres si se sentían responsables por la ceguera del hombre que la había salvado.

—Pero intento no generalizar y admito que la mayoría de los periodistas que conozco no se acostarían con alguien para conseguir un artículo jugoso —siguió—. Claro que debería haber sabido que no hay nada gratis…

Una bofetada resonó en el despacho, la fuerza del golpe haciendo que Pedro girase a un lado la cabeza.

Pau, avergonzada por lo que había hecho, se llevó una mano al corazón. Lo había visto todo rojo de repente…

Lo que ocurrió esa noche podría no haber significado nada para él, pero no tenía que trivializarlo o hacer que el asunto sonara como un sucio truco porque no lo había sido en absoluto. Y no iba a dejar que la insultara.

Sin embargo, ella nunca había pegado a nadie en toda su vida, no estaba en su naturaleza.

Como no estaba en su naturaleza acostarse con un hombre al que no conocía.

Aquel hombre la sacaba de sus casillas y unas lágrimas de frustración asomaron a sus ojos cuando se echó a reír.

—¿Qué te hace tanta gracia?

Llevándose una mano a la cara, Pedro se encogió de hombros en un expresivo gesto.

—Por fin he encontrado a una mujer que no hace concesión alguna a mi ceguera. Si no fueras una manipuladora y una mentirosa, podrías ser la ayudante personal perfecta. O incluso… —añadió, bajando la voz— la perfecta amante.

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 6

Si no lo supiera, jamás habría imaginado que era ciego.

—Puede que sea ciego, cara, pero no soy idiota.

«Pero yo sí», pensó ella al mirar su boca y recordarla sobre su piel… Temblando, Paula se abrazó a sí misma para protegerse.

—¿Entonces cómo?

—Tienes una voz inolvidable.

Suave y ronca, con un timbre muy sexy. Pedro apretó los labios, crispado. Como una irritante musiquita, no había sido capaz de olvidar esa voz… Ni a ella.

—Mucha gente tiene acento escocés.

Pero sólo ella tenía esa voz.

Ni por segundo había dudado que aquélla fuera la mujer con la que había pasado una noche en Escocia.

—Y tú perfume…

Pedro  tragó saliva.

—Yo no uso perfume —dijo Pau.

Estaba tan cerca que podría alargar la mano para tocarlo… y sentía el deseo de hacerlo, pero se contuvo.

Aquello era una locura. No había ido allí para volver a perder la cabeza, pensó, intentando apartar los ojos de su cara. Pero no lo consiguió, aquel hombre era tan increíblemente atractivo.

—Y ahora la mujer misteriosa tiene un nombre… ¿Pau?

—Paula, pero todo el mundo me llama Pau.

—Yo prefiero Paula.

Estaba preguntándose cómo responder a ese reto cuando, sin previo aviso, él alargó una mano para tocar su cara y tuvo que cerrar los ojos cuando la punta de sus dedos rozó la curva de su mejilla.

—Así que eres real. Estaba empezando a pensar que te había imaginado. De no ser por los arañazos que tenía en la espalda, habría pensado que eras cosa de mi imaginación.

Pau, mortificada, se puso colorada hasta la raíz del pelo.

—Mira, supongo que estarás preguntándote qué hago aquí —ella misma había empezado a preguntarse lo mismo. Aquello era algo que podría haber hecho por correo, o por teléfono, a distancia.

«Pero entonces no lo habrías visto», le dijo una vocecita en su cabeza. «¿Y no era eso lo que querías?».

Pedro sacudió la cabeza.

—Supongo que quieres algo. Me gustaría pensar que es mi cuerpo, pero…

—No eres tan inolvidable —lo interrumpió Pau. Aunque las eróticas imágenes que aparecían en su cabeza le decían que estaba mintiendo.

—No era eso lo que decías entonces… «Perfecto, absolutamente perfecto» fue lo que dijiste, creo recordar. Y parecías tener una gran opinión sobre mis habilidades en la cama.

—Si fueras un hombre decente, no dirías esas cosas.

—No lo soy.

—¿No eres qué?

—Un hombre decente, cara. Claro que tampoco fueron mis elegantes maneras lo que hizo que te metieras en la cama conmigo, ¿verdad?

—¡No puedo creer que sintiera lástima de tí! —le espetó ella.

Pedro echó la cabeza hacia atrás, como si lo hubiera golpeado.

—¿Te acostaste conmigo porque te daba lástima?

Pau arrugó el ceño, volviendo al misterio que no había sido capaz de resolver a su entera satisfacción.

—La verdad es que no sé por qué lo hice. Siempre he sido una persona sensata —le dijo, sacudiendo la cabeza—. Sabía lo que estaba haciendo. Sabía que era una locura, pero era como si…

La expresión hostil de Pedro desapareció.

—Tenías que hacerlo como tenías que respirar.

Pau levantó la mirada, perpleja cuando él expuso de forma tan acertada lo que había sentido.

—¡Eso es! —exclamó. Pero al darse cuenta de lo que había dicho, y a quién se lo había dicho, se puso a la defensiva—. Ya no siento lástima de tí.

La sonrisa de lobo, que dejó al descubierto unos dientes perfectos, hizo que Paula se preguntara si había sido demasiado sutil dándole a entender que la locura había pasado y ya no era tan vulnerable.

—Nos hemos olvidado de las formalidades, Paula—le dijo, pronunciando su nombre como si estuviera saboreándolo—. Soy Pedro Alfonso… pero claro, tú ya sabes eso porque estás aquí. La cuestión es: ¿por qué estás aquí?

El por qué era algo que Pau seguía intentando entender.

—No sabía tu nombre cuando…

—Cuando te acostaste conmigo por compasión —terminó él la frase—. Aunque debo decir que lo escondías muy bien.

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 5

—Déjanos solos, Nan.

El joven lo miró, sorprendido.

—¿Dejarte solo… con ella?

—Sí —sonrió Pedro, al notar su preocupación.

Paula tragó saliva. Se había preparado para el encuentro, pero no era aquello lo que esperaba. No sólo el aspecto de Pedro había cambiado, también sus maneras.

El Pedro Alfonso que conoció en Escocia estaba luchando contra sus propios demonios mientras intentaba acostumbrarse a lo que le había pasado. Estaba furioso, frustrado, sus maneras abrasivas y beligerantes.

Aquel hombre, con su aire de estudiada autoridad, no parecía haber experimentado un momento de duda en toda su vida.

—Te llamaré si estoy en peligro.

«¿Y qué haré yo si estoy en peligro?», se preguntó Paula. Porque ver a Pedro de nuevo había despertado un ejército de mariposas en su estómago.

«Esto es lo que yo quería», se recordó a sí misma. Aunque, de repente, estar a solas con Pedro Alfonso ya no le parecía tan recomendable.

—Espera un momento, Nan —dijo él entonces—. ¿Cómo es?

—¿Perdona?

—¿Es rubia de ojos azules, morena…?

Pedro  ya sabía que era pequeña, de suaves curvas y piel aún más suave. Era una sorpresa para él reconocer cuántas veces había pensado en el rostro que había trazado con los dedos esa noche, ese rostro tan pequeño de barbilla decidida, naríz respingona y labios generosos. Pero era frustrante no saber el color de los sedosos mechones.

—Tiene los ojos azules, muy azules, y es pelirroja —dijo Nan. Aunque luego pareció avergonzado y miró a Pau con gesto de disculpa—. Perdone.

Ella sacudió la cabeza.

—No es usted el maleducado.

No, no lo era. Pero tampoco tenía un aura de sexualidad que hacía imposible que una mujer se relajase en su compañía.

El comentario hizo reír a Nan mientras salía del despacho y cerraba la puerta.

—Soy… —empezó a decir Pau.

Pedro inclinó a un lado la cabeza. El cabello rojo explicaba su temperamento y coincidía con la imagen mental que se había hecho de ella.

—Sé quién eres, cara. Y pareces haber impresionado favorablemente a Nan. Así que pelirroja y de ojos azules…

—No creo que el color de mis ojos sea relevante.

—Posiblemente no, pero como tú y yo nos conocemos íntimamente… claro que nunca hemos sido presentados.

—¿Cómo has sabido que era yo? Tú no podías…

Pau tragó saliva cuando Pedro dió un paso adelante, moviéndose con toda confianza, como si conociera el sitio de memoria. Y así debía de ser.

martes, 26 de abril de 2016

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 4

—Mira, siento mucho lo de Candela, pero…

—No tienes que darme ninguna explicación, Nan. Cuando Candela quiere algo lo consigue sea como sea. Supongo que la noticia de su presencia aquí se filtró a la prensa.

—Me temo que sí. Aunque ya sabes de dónde salió la filtración.

—Ella nunca pierde una oportunidad de salir en las revistas, lo sé.

—Sobre esta chica, Pedro, ha venido de muy lejos para verte… ¿no podrías recibirla un momento? No tienes que darle el trabajo, sólo hablar con ella.

Pau entendió por fin la razón para las puertas abiertas… pensaban que había ido a solicitar un puesto de trabajo.

Aquello podría haberla hecho reír de no ser porque la respuesta de Pedro fue un bufido de desdén.

—Ya te dije claramente que no quería una ayudante, sino un ayudante.

—Pero los de la agencia no podían decir eso, ¿no? Los hubieran acusado de discriminación sexual.

—¿Por eso se incluyó una mujer en la lista? ¿Para quedar bien?

Pedro Alfonso se acercó al escritorio, su rostro reflejando una enorme irritación, para tomar una piedra de color verde con vetas doradas que empezó a pasarse por las manos.

Y, mientras lo observaba, Paula se pasó la lengua por los labios, nerviosa, como si esos dedos estuvieran tocando su piel, dejando un rastro de fuego… —¿Es la roca que trajiste del Himalaya?

—Sí —Pedro miró la piedra que tenía en la mano con expresión indescifrable.

No era difícil para Paula imaginarlo colgando de una pared rocosa porque parecía un hombre al que le gustaba saltarse los límites, probarse a sí mismo.

—Menuda experiencia, ¿eh? —sonrió Nan—. Yo no llegué a la cumbre, pero la próxima vez no pienso acobardarme. Quiero ver el mundo desde arriba.

Pedro dejó caer la piedra sobre el escritorio.

—Pero yo no lo haré más.

En cuanto lo hubo dicho, se arrepintió. Le desagradaba la autocompasión en los demás y mucho más en sí mismo.

—Lo siento. No puedo abrir la boca sin…

—¿Recordarme que soy ciego? El hecho de que tú lo hayas olvidado es lo que te mantiene aquí. Eso y que tu aspecto de niño bueno engaña a la competencia y le da un falsa sensación de seguridad. Tú eres la única persona que no me tiene envuelto entre algodones.

Aunque había habido otra persona.

Pedro cerró los ojos, pero eso no sirvió de nada. A veces pensaba que era un invento de su imaginación, pero su imaginación no sería capaz de conjurar recuerdos tan vividos. Oía su voz diciéndole cosas que nadie más se había atrevido a decir, pero cada palabra y cada acusación habían sido totalmente acertadas.

«Cobarde» quizá había sido un poquito duro pero… una sonrisa iluminó sus facciones. Su respuesta entonces no había sido tan tolerante u objetiva.

Aquella chica se había convertido en el inocente, pero provocativo, foco de toda la rabia e impotencia que lo consumían. Tal vez por culpa de su voz. Tenía una voz suave, ronca, una voz que podía meterse en la piel de un hombre.

Ella le había dicho cosas que nadie más le hubiera dicho, cosas que necesitaba escuchar. Había tirado sus defensas con un par de observaciones y lo había hecho sentir lo que no quería sentir: dolor.

Acostarse con ella había sido increíble; un error, pero la clase de error que le gustaría cometer otra vez.

—Todos te tratan con guantes de seda —estaba diciendo Nan— porque les das miedo. Y eso no ha cambiado desde el accidente.

—¿Sugieres que no soy un hombre justo, que soy un matón? —preguntó Pedro, más interesado que ofendido.

—No, sugiero que eres un hombre que se pone metas muy altas y espera que los demás se esfuercen de igual forma. Pero no todo el mundo tiene tu concentración ni tu capacidad de trabajo.

Había hecho falta algo más que eso para que Pedro superare los terrores que había despertado la ceguera.

Había hecho falta una voluntad de hierro.

—Bueno, sobre esa chica…

Pedro, impaciente, empezó a golpear el escritorio con los dedos.

—Ya sabes cuál es mi opinión sobre estas cosas. ¿Para qué voy a perder el tiempo?

—Fue incluida en la lista por error. Se llama Paula… ¿no podrías verla un momento? —en cuanto lo hubo dicho, Hernán dejó escapar un suspiro—. Bueno, quiero decir…

Él levantó una ceja, irónico.

—Sé lo que has querido decir, Hernán. Y me gustaría que dejaras de preocuparte tanto por no herir mis sentimientos. Pero no, no voy a verla. No creo que se me pueda acusar de discriminación sexual en esta empresa. ¿No tenemos más ejecutivas que cualquier otra compañía?

—Sí, pero…

—Yo no tengo ningún problema para contratar mujeres, al contrario. Pero no quiero una en mi despacho.

La idea de que unos dulces ojos llenos de compasión, unos ojos que no podía ver, lo siguieran por la oficina le parecía intolerable.

—Esta podría ser diferente.

—¿Quieres decir que no sería compasiva, que no intentaría protegerme como una madre? Por muy grosero que fuera con ella… —Y lo serías.

—Eso da igual.

—Se enamoraría de tí, claro. Ojalá me pasara eso a mí —rió Nan.

Pedro hizo un gesto de desdén.

—Por favor, no confundas la sensiblería con el amor.

—No voy a enamorarme de tí —Pau estaba diciendo la verdad aunque, evidentemente, no se habría sentido tan cómoda si estuvieran hablando de sexo.

Había deseado a aquel hombre como no había deseado a ningún otro en cuanto puso sus ojos en él. Y el deseo había hecho que olvidase sus principios en una explosión de descontroladas hormonas…

Pero el amor era algo muy diferente; el amor no tenía nada que ver con ese relámpago que te robaba la capacidad de pensar. El amor no tenía nada que ver con la química, ocurría gradualmente y crecía con el paso del tiempo.

El deseo, por otro lado, estaba hecho de un material más fino. No perduraba y por eso podía mirar a Pedro ahora y sentir nada más que… no, no, mirarlo no era buena idea.

Y cuando los dos hombres se volvieron hacia ella, Pau se vió obligada a revaluar el poder del deseo.

¡Sus hormonas seguían activas!

Sabía que Pedro no podía verla, pero tenía la impresión de que estaba mirando dentro de su alma…

Su corazón latía con tal fuerza que apenas podía llevar aire a sus pulmones.

—No he venido a buscar trabajo.

Sus increíbles ojos, negros y rodeados de unas pestañas absurdamente largas, estaban dirigidos directamente a su cara, pero Paula sentía como si esa penetrante mirada estuviera leyendo sus pensamientos. Y como esos pensamientos incluían a un Pedro desnudo, era una sensación muy turbadora.

Él apretó los puños cuando esa vocecita, con su ronca y sensual resonancia, lo golpeó como una bofetada.

La había buscado, pero no había sido capaz de encontrarla. La mujer que había aparecido en su vida esfumándose y dejando sólo el aroma de su cuerpo en las sábanas para demostrar que no había sido un sueño…

Estaba allí, lo había encontrado. Y, como le pasó la primera vez, el simple sonido de su voz lo excitaba. Después del accidente su apetito sexual estaba en hibernación, pero había sido despertado por la propietaria de esa voz. Y cuando desapareció, inexplicablemente también había desaparecido el deseo.

Había vuelto.

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 3

Sin saber qué decir para consolarlo, incapaz de emitir un sonido que no fuera un suspiro estrangulado, había tomado su cara entre las manos para besarlo…

El gesto había sido absolutamente espontáneo y, se dio cuenta enseguida, un error. Él se había puesto tenso al sentir el roce de sus labios y, durante un segundo, permaneció inmóvil.

Besar a un hombre tan guapo que no quería ser besado podía ser algo que hicieran otras mujeres de su edad sin darle la menor importancia, pero Pau no era así.

Ella sí le daba importancia; de hecho, mortificada, estaba a punto de disculparse cuando él sujetó sus manos.

El corazón de Pau empezó a latir con fuerza al recordar el roce de sus dedos mientras le decía algo en italiano…

Había sentido más que oír el gemido que pareció salir de lo más profundo de su alma antes de que él buscara sus labios.

Pero ella había dado el primer paso.

Y no era excusa pensar que Pedro parecía necesitar ese beso.

Claro que, si él no se lo hubiera devuelto y la tormenta no los hubiera dejado sin luz… no habría habido ningún problema. Ningún problema, ninguna vergüenza, ningún hijo.

Pau se mordió los labios, intentando borrar las gráficas imágenes que aparecían en su cabeza. Había ocurrido y no tenía sentido darle vueltas porque no conseguiría nada con ello.

—¿Está aquí el señor Alfonso? —logró preguntar. Aunque casi deseaba que le dijera que no.

El hombre, mirando hacia la puerta que había tras él, suspiró antes de asentir con la cabeza.

—Soy Hernán Paz, pero llámame Nan.

Después de un segundo de vacilación, Pau estrechó su mano.

—Estás temblando —dijo él, mirándola con cara de preocupación.

Pau metió las manos en los bolsillos de la chaqueta, diciéndose a sí misma que debía relajarse. ¿Qué podía pasar? Que los de Seguridad la echaran de allí con cajas destempladas sería una nueva experiencia. Aunque su última nueva experiencia no había terminado siendo tan buena al final, por muy agradable que le hubiese parecido en el momento.

—He venido desde muy lejos para ver al señor Alfonso —insistió. En realidad, sólo había tenido que hacer trasbordo en el metro, pero no veía nada malo en exagerar un poco dadas las circunstancias—. Y no pienso irme hasta que lo vea, lo digo en serio.

Desearía sentirse tan resuelta como quería aparentar, pero al menos le había salido bien.

—Te creo —dijo Nan—. Y haré lo que pueda, pero… —luego se encogió de hombros, como diciéndole que se preparase para una desilusión—. ¿Quieres sentarte un momento?

Pau, a quien le gustaría estar en cualquier otro sitio, donde fuera, se dejó caer sobre una de las sillas pegadas a la pared.

Después de llamar suavemente a la puerta del despacho del que acababa de salir, Hernán desapareció en el interior. Desde donde estaba, Pau pudo oír la voz de Pedro Alfonso y su corazón, de nuevo, empezó a hacer de las suyas. Su voz le recordaba cosas que quería olvidar… lo cual sería más fácil si él no estuviera al otro lado de la pared.

Tal vez había sido un error ir allí personalmente, pensó. Tal vez una carta, un correo electrónico o algo que no la hubiera puesto en contacto directo con aquel hombre habría sido más acertado.

Pau no se dió cuenta de que se levantaba o que cruzaba la habitación, pero debió hacerlo porque de repente estaba frente a la puerta.

El despacho era grande, pero no se fijó en las paredes forradas de roble o en el ventanal que ofrecía una panorámica del río Támesis. Sólo le pareció ver una mezcla de diseño contemporáneo y muebles antiguos antes de ir directamente a la alta figura de hombros anchos que estaba de espaldas a ella, ligeramente de perfil.

El hombre con el que había pasado una noche llevaba el pelo largo y tenía sombra de barba. Era un ser elemental como la tormenta que retumbaba fuera mientras hacían el amor.

Aquel hombre, sin embargo, iba perfectamente afeitado y llevaba el pelo muy corto. Los vaqueros gastados habían sido reemplazados por un traje de chaqueta gris de diseño italiano… sí, era el epítome de la elegancia y la sofisticación.

De repente, aquello ya no le parecía una obligación o una formalidad, sino un error mayúsculo. Pau sintió el deseo de salir corriendo y se hubiera dejado llevar por ese instinto si sus piernas le respondieran.

—¿Quieres que cierre la puerta? Ella está ahí fuera y—

—No, déjala abierta, Candela no entiende el concepto de «menos es más» cuando se trata del perfume.

Pau, al ver que Pedro arrugaba la naríz con desagrado, se preguntó si aquel gesto tenía que ver con la repugnancia al exótico aroma o con la persona a la que le recordaba.

Desde que leyó aquel artículo en el periódico sobre la relación de Pedro con Candela había estado preguntándose si sería el hermoso rostro de la actriz el que veía mientras hacía el amor con ella esa noche. Las dulces palabras en italiano que la habían derretido podrían ir dirigidas a otra persona, alguien que fuera de verdad bella mía, su preciosa ex prometida, salvo que lo de ex era parte de la cuestión.

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 2

Sólo había tenido quince días para hacerse a la idea y aún no se lo creía del todo; de hecho, la situación le parecía irreal.

Se llevó una mano al abdomen, aún plano bajo la chaqueta, y sus labios se curvaron en una sonrisa. Sin duda, la idea le parecería más real cuando su cintura empezara a ensancharse.

—Soy Paula Chaves y…

La chica, con aspecto aburrido ahora que la estrella de cine y su ruidosa cuadrilla habían desaparecido, se apartó el teléfono de la oreja.

—La primera puerta a la izquierda.

Pau parpadeó. No era así como había imaginado la escena. Los zapatos debían haber funcionado.

Los zapatos en cuestión estaban en ese momento clavados al suelo. No podía moverse, tan sorprendida estaba al no tener que identificarse o explicar los motivos de su visita.

—¿La primera puerta a la izquierda? —repitió, aunque no debería. La recepcionista no parecía saber que no tenía cita y lo mejor sería aprovechar las circunstancias.

¿Por qué no se movía? ¿Eran los inconvenientes escrúpulos, esa horrible compulsión de decir la verdad en momentos en los que una mentira o un silencio serían lo más necesario… o simple miedo?

Con un suspiro de impaciencia, la joven movió una mano de uñas largas y rojas en dirección a la puerta antes de volver a concentrarse en el teléfono.

«Esto es demasiado fácil», persistía la suspicaz vocecita en su cabeza.

—Pero es una suerte —murmuró para sí misma.

Si la habían confundido con alguien, el error estaba funcionando a su favor y sería tonta si no le siguiera la corriente. De modo que, con una sonrisa en los labios, se dió la vuelta y entró por la puerta indicada.

Fue una sorpresa descubrir que era simplemente una habitación con un escritorio en una esquina y varias sillas pegadas a la pared. Pero un segundo después se abrió una puerta y un hombre de pelo rubio y gesto cansado se quedó mirando a Paula con cara de sorpresa.

—Es una mujer.

En circunstancias normales, ella hubiera respondido a tal «acusación», porque era definitivamente una acusación, con algún comentario irónico. Pero el humor y la ironía se le escapaban en ese momento.

—Soy Paula Chaves y me gustaría…

—¡Pau! —el hombre se llevó una mano a la frente—. Eso lo explica todo, claro. Y yo pensando que hoy las cosas no podían ir peor…

—He venido a ver al señor Alfonso…

Al decir su nombre, una imagen mental del hombre apareció en su cabeza… ahora le parecía asombroso no haberse dado cuenta del peligro cuando lo vio por primera vez.

El impacto había sido como un golpe que la dejó sin aliento. Y sintió algo en su interior, como si sus emociones de repente se liberasen, aunque se sentía extrañamente desconectada de lo que le estaba pasando. Su innata habilidad para distanciarse emocionalmente y analizar lo que estaba haciendo la había abandonado. Claro que no se dio cuenta hasta que era demasiado tarde y el daño estaba hecho.

Cuando estaba con él no era capaz de controlar los latidos de su corazón… de hecho, no era capaz de controlarse a sí misma.

No era sólo la simetría de sus facciones o la curva de su boca; no era un rasgo en particular, sino la combinación de todos lo que lo hacía tan increíblemente atractivo.

Incluso ahora, doce semanas después, el recuerdo de su cara la emocionaba. Aunque ahora podía pensar en su reacción y en lo que había pasado después con más objetividad.

No podía negar que era un hombre guapísimo y que poseía una sexualidad arrogante a la que ella no era inmune, pero lo que pasó había sido el resultado de una serie de circunstancias más que otra cosa.

Seguramente resultaría ser un hombre vulgar y corriente, pensó. Seguramente ella lo había engrandecido en su memoria para defender su propio comportamiento porque nadie más que un dios del sexo podía ser responsable de que hubiera perdido la cabeza. Estaba buscando excusas.

Aunque la verdad era que no había excusas; había sido alocada y estúpida. Había tenido un momento de debilidad… en realidad, toda una noche de debilidad, pero eso era algo en lo que no quería pensar. Y, sin embargo, ahora tendría que vivir con las consecuencias.

Probablemente lo vería y descubriría que no se parecía nada a la imagen romántica que se había formado de él: un héroe caído y en necesidad de un consuelo que sólo ella podía darle.

Pau apartó de su mente tales pensamientos y trató de volver al presente. Pero cuando miró al joven rubio que parecía tan sorprendido de verla, él estaba buscando algo entre los papeles que tenía en la mano.

—Esto podría ser un problema… ¡y ahora no encuentro su currículum, por Dios! —exclamó, disgustado—. Perdone, no es culpa suya.

En realidad, sí lo era.

Había sido ella la que dió el primer paso, ella quien besó a Pedro, aunque era un completo extraño.

El recuerdo de ese beso estaba grabado para siempre en su conciencia; cómo su rostro se había iluminado por el repentino relámpago al otro lado de la ventana y cómo se le había encogido el estómago al ver el brillo mate de sus increíbles ojos oscuros y la frustración en sus facciones.

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 1

Paula respiró profundamente, intentando tranquilizarse mientras se acercaba a la joven de la recepción. Con su melena rubia y su figura de guitarra, era una de esas mujeres que siempre atraían la atención de los hombres.

Las pelirrojas diminutas y con pecas, por otro lado, no eran tan buscadas; al menos en su experiencia. Aunque durante un tiempo le había parecido que Facundo era de otra manera… hasta el día que entró en casa y encontró a su ex prometido en la cama con una preciosa rubia.

Normalmente, cuando recordaba aquella memorable ocasión experimentaba una ola de náuseas, pero esta vez no. Esta vez tenía el estómago paralizado de puro terror.

Las pestañas rozaron sus mejillas cuando cerró los ojos para respirar de nuevo, intentando controlar los frenéticos latidos de su corazón, que parecía a punto de salirse de sus costillas. Y luego intentó sonreír. Si una persona actuaba como si esperase que le enseñaran la puerta, en general eso era lo que solía ocurrir.

Se había tomado su tiempo aquel día para tener el aspecto de alguien que entraba todos los días en el cuartel general de una multinacional para hablar con el presidente. Pero al ver su imagen en el espejo de la pared, supo que sus esfuerzos habían sido en vano. No iba a salir bien.

Intentando no ser pesimista, Pau se aclaró la garganta. Y el sonido atrajo la atención de la recepcionista, pero sólo durante un segundo porque, en ese mismo instante, se abrió una puerta y por ella apareció otra rubia impresionante con un ajustado vestido rojo.

La chica que había tras el escritorio se quedó mirando y Paula también; y también los fotógrafos que habían aparecido de repente, como por arte de magia.

La explosiva rubia parecía comodísima con los fogonazos de las cámaras y la tormenta de preguntas que lanzaban los paparazzis. Sencillamente sonrió, mostrando unos dientes perfectos y demostrando que, aunque había hecho la transición de modelo a actríz de Hollywood, sabía cómo manejarse con los periodistas. Flanqueada por dos musculosos guardaespaldas parecía deslizarse por el pasillo, deteniéndose un par de veces para contestar «Sin comentarios» a las preguntas sobre si Pedro Alfonso y ella estaban juntos de nuevo.

Cuando desapareció, dejando sólo el fuerte aroma de su perfume en el aire, Pau estaba haciéndose la misma pregunta. Menudo momento. Lo último que un hombre querría escuchar era la noticia que ella había ido a darle e imaginaba que sería doblemente cierto para un hombre que acababa de reconciliarse con el amor de su vida.

Paula suspiró, intentando apartar la imagen de la actriz de su cabeza; no estaba allí para competir por las atenciones del italiano. Ni siquiera estaba interesada en la vida amorosa de Pedro Alfonso y no tenía ningún deseo de separarlo de ella, algo que pensaba dejarle bien claro.

La razón para que estuviera allí era muy simple; darle la noticia y marcharse. La pelota estaría entonces en su tejado.

Lo único que tenía que hacer era decírselo.

Y era ahora o nunca.

Aunque en aquel momento «nunca» le parecía lo mejor.

Pau hizo una mueca de dolor. Se había comprado unos zapatos en las rebajas y le hacían daño porque eran pequeños. Aunque la confianza que le daban esos tacones merecía la pena.

—Buenos días… —no pudo terminar la frase cuando la recepcionista levantó la cabeza.

¿Qué iba a decirle?

«Soy Pau, pero eso no significa nada para usted, claro. Su jefe no sabe mi nombre, ni siquiera sabe cuál es el color de mis ojos o que tengo pecas y el pelo de color zanahoria. Pero había pensado que, dadas las circunstancias, lo más lógico sería darle la noticia cara a cara: voy a tener un hijo suyo».

Pau pensó entonces en las diferencias que había entre un multimillonario y una chica que tenía que hacer malabarismos para pagar las facturas todos los meses. Seguramente habría ganado menos dinero en toda su vida profesional que Pedro Alfonso un solo minuto. Aunque las cosas estaban empezando a mejorar, afortunadamente. Había trabajado durante cuatro años en el periódico local del pueblo escocés en el que nació, cubriendo bodas y bautizos. Pero su esfuerzo había dado dividendos y, por fin, había conseguido un trabajo en un periódico de tirada nacional en Londres.

—Sí, las cosas son más fáciles ahora que en mis tiempos —le había dicho la madura periodista que la acogió bajo su ala—. Tú tienes talento, Pau. Pero tienes que poner el cien por cien si quieres que la gente te tome en serio. Y debes ser un poquito más… flexible. Ah, y no tengo que decirte que lo último que necesitas en este momento es una relación sentimental exigente o tener familia. Eso sería un suicidio profesional.

Familia.

Pau  tragó saliva al considerar aquel nuevo y francamente aterrador desvío en su, hasta aquel momento, predecible vida. Había tenido miedo y seguía teniéndolo, pero la verdad era que no tuvo que pensarlo, ni siquiera se le había ocurrido la idea de no tener a su hijo.

Además del pánico inicial había algo, una sensación extraña de que todo estaba bien. No esperaba que el padre de su hijo la compartiese, claro, pero que no quisiera saber nada del niño no significaba que no tuviera derecho a saberlo.

Se había preparado para una respuesta airada o las inevitables sospechas que tal vez serían lógicas en una situación así. Pero aquella extraña serenidad que la embargaba era una serenidad que Pau no creía poseer. Aunque bien podía ser a causa de la sorpresa.

Las Tinieblas De Mi Vida: Sinopsis

Cuando pueda verla, ¿seguirá deseándola?


El multimillonario Pedro Alfonso había perdido la vista al rescatar a una niña de un coche en llamas y la única persona que lo trataba sin compasión alguna era la mujer con la que había disfrutado de una noche de pasión. ¡Pero se quedó embarazada!


Y eso provocó la única reacción que Paula no esperaba: una proposición de matrimonio. Él no se creía enamorado, pero Paula sabía que ella sí lo estaba. Y cuando Pedro recuperó la vista, Paula pensó que cambiaría a su diminuta y pelirroja esposa por una de las altas e impresionantes rubias con las que solía salir…

sábado, 23 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 45

—No, no —contestó serio—. Ayuda a los bebés a fijar la vista, pero de todas maneras los puse a la distancia adecuada.

—Hablas como un papá experto —le dijo riendo.

—Conseguí un libro -dijo intimidado-. Pensé que debía saber cómo ser buen padre. Después de todo, no es fácil educar a una hija.

—No —dijo ella con solemnidad, mirándole amorosamente. —Tenemos que hacer las cosas bien.

— Sí, Pedro —le dijo acariciándole la mejilla.

La señora Cáceres entró al cuarto y se extasió al tocar con un dedo la mejilla de la recién nacida.

—¿No es un amor? ¿Y cómo se parece a su papá? ¡Miren ese cabello negro!

—Miren esa naríz —dijo Paula burlona mirando a Pedro—. ¡Pobre criatura!

Pedro le pellizcó la oreja.

—¿Qué tiene de malo su naríz? En mi opinión, es muy bonita.

—Porque se parece a la tuya -dijo burlona Paula-. Lo que está bien en un hombre se va a ver raro en una niña.

La señora Cáceres se fue y Paula se sentó en una silla baja y se desabrochó el vestido.

—Hora de darle de comer. Dámela, Pedro.

Él le llevó la niña, luego se sentó al lado de ellas en el suelo.

—¿Puedo ver?

— ¡No es una diversión!, pero si quieres...

La niña inclinó su pequeña cabeza negra con un movimiento hambriento y mientras, las diminutas manos se movían rítmicas sobre el pecho. Pedro miraba fascinado.

—Buen Dios —dijo al observar que la piel de su hija se ponía rosada de gusto por el alimento—. ¡Es la pequeña más glotona que jamás he visto!

—Lo disfruta-dijo Paula.

-No puedo culparla —contestó Pedro y sus ojos se encontraron. Paula se ruborizó y rió.

—Déjame —le dijo él, cuando cambió a la niña al otro pecho. Tomó su pecho delicadamente y la boca del bebé lo asaltó hambrienta, con los ojos cerrados. Pedro  no quitó la mano. La deslizó con suavidad sobre la blanca piel, acariciándola sin quitarle los ojos a la absorta cara de su hija.

—Qué deseo de supervivencia —murmuró—. Increíble en un objeto tan diminuto.

-¡Es el instinto de la vida!

—Eres necesaria para ella, ¿lo pensaste alguna vez? -luego la miró con ojos apasionados-. Eres necesaria para los dos.

—Y tú para mí.

—¿Lo soy, Paula? -dejó que los ojos grises descansaran sobre su rostro. Su amor se reflejaba en su mirada.

-Sí —dijo tocándole la mejilla con la mano—. Oh, sí, Pedro, ¿no lo sabías?




FIN

Amores Que Matan: Capítulo 44

Al día siguiente regresó al trabajo, pero ordenó que la señora Cáceres la cuidara, no queriendo dejarla sola en la casa.

—Todavía me faltan varios meses —protestó Paula.

—Quiero saber que estás bien cuidada cuando te dejo sola.

Ella paseaba todos los días por el pueblo, se encontraba con amistades, charlaba con ellas y encontraba sus preocupaciones hogareñas más aceptables ahora que ella misma estaba a punto de dar a luz. Hablaban del embarazo y aprendió a poner oídos sordos a lo que podía preocuparla.

—No hagas caso —dijo Juana tranquilizándola—. Estás muy sana. No hay razón para que te vaya mal. Algunas mujeres exageran.

Mientras esperaba tener el niño, los meses le parecieron interminables. Ahora, Pedro se portaba de forma muy diferente. A Paula le gustaba hablarle, como si un enorme obstáculo hubiera desaparecido entre ellos. Lo que ahora la preocupaba era cómo reaccionaría al nacer la criatura. Temía que acusara la aparición de una tercera persona en su hogar.

Lo que David le dijo lo cambió. Estaba más tranquilo, más amoroso. Manifestaba tiernamente sus sentimientos.

Conforme se acercaban los días del nacimiento, encontró que el tiempo pasaba con más lentitud. Comenzó a mirar el reloj, a contar con los dedos los días que faltaban.

—Sólo seis días y luego...

— Podría retrasarse un poco —advirtió Bernardo, el médico.

— No un hijo de Pedro. -Y podría ser niña. Paula movió la cabeza.

-Pedro querrá un niño.

—Querrá lo que venga —dijo Bernardo—. Y tú también.

—¿No se puede devolver si no es del sexo esperado? -se burló ella.

— Definitivamente no.

Por fin el niño llegó un día a medianoche. La despertó de un sueño inquieto con un dolor que le hizo gritar y agarrarse a Pedro.

— ¡Querida! - se sentó él, alarmado. -Bernardo-murmuró-. Busca a Bernardo...

-Llamaré al hospital-dijo Pedro.

Ella se dió cuenta entonces de lo que significaba el dolor.

— ¡Ya viene... Pedro! —él marcaba, pero ella gimió con pánico—. ¡Pedro!

Él regresó a su lado después de terminar la breve conversación y la abrazó por lo que ella pudo apoyarse contra él con un suspiro.

—Quédate conmigo, te necesito.

Pero en el hospital le enviaron a la sala de espera mientras se llevaban a Paula, dejándola en las manos de enfermeras y médicos.

— Una niña —le dijeron horas después, aunque a ella le parecía que habían pasado siglos y estaba agotada.

— Una niña... —murmuró mirando el arrugado y lloroso bulto que le ofrecían. Los pequeños párpados se abrieron de una forma curiosamente familiar y los ojos de Pedro la miraron, azules y profundos en la criatura, pero como los de él, bajo oscuras cejas, y en un rostro idéntico al de su padre.

— Una niña larga y flaca —dijo sonriente la comadrona.

Cuando Pedro entró a verla, estaba medio dormida, con la expresión agotada. Él le sostuvo la mano mirándola con una sonrisa y ella luchó contra el cansancio que la envolvía.

— ¿La viste? —oyó preguntar a su propia voz y trató de sonreír, pero estaba muy cansada.

— Sí —dijo apasionado. Le besó la mano y luego los dedos, uno por uno con mucha ternura—. Amor mío, estás muy cansada.

— Sí —dijo cerrando los ojos porque tenía miedo. Él parecía indiferente al bebé y Paula quería que lo amara. ¿Cómo podía estar tan frío frente a ese pequeño ser que ya llevaba su sello?

—¿Ya pensaste en un nombre? —preguntó sin dejar de jugar con sus dedos—. ¿Qué te parecería Olivia? Es un bonito nombre —rió con suavidad y ella abrió los ojos sorprendida—. Todo ese cabello negro en una cabecita tan pequeña -dijo él—. Tiene un curioso aspecto. ¿Te fijaste en sus uñas? Son perfectas.

Paula se le quedó mirando sin respirar. Él hablaba, acariciándole con un dedo la palma y ella vió que había notado cada detalle de la niña. Habló de sus pestañas, orejas y dedos de los pies, como si estuviera asombrado de encontrar que tenía esas cosas.

Cuando se fue, Paula durmió durante horas, muy complacida. Temía que no quisiera una niña, pensaba que preferiría un hijo, pero ahora veía que toda su naturaleza se inclinaba a ver a una hija con adoración. Iba a ser un padre muy amante.

Al día siguiente su habitación parecía una floristería. Regañó a Pedro cuando entró, y él se rió, encogiéndose de hombros divertido.

—Te lo mereces... ¿Cómo está Olivia hoy? ¿Puedo verla? Ayer salí a comprarle unos juguetes... un conejo de peluche de cuatro pies de altura... espera a verlo.

Ella le observó con ojos sonrientes.

— Pedro, es muy pequeña para juguetes.

—Oh, pero quiero que crezca rodeada de cosas bonitas —dijo con seriedad-. Mientras estás aquí, haré que decoren el cuarto vacío. Pensé que estaría bien con pintura blanca y calcomanías.

La enfermera entró sonriendo de oreja a oreja y llevando una canasta de plata de rosas rojas, docenas de ellas. Parecía que el rocío brillaba sobre las flores. Paula gruñó:

-¡Oh, Pedro! ¡Qué extravagante eres! Ya estoy sumergida en flores.

La enfermera las colocó cerca de la cama y salió, pero Pedro dijo en voz baja.

—No son mis flores, Paula.

Ella le miró y se mordió el labio.

Él se agachó y sacó una tarjeta de entre las rosas y se la entregó con una expresión vacía. Ella la miró lentamente y sus manos temblaron. Pedro recogió de nuevo la tarjeta y la miró. No traía nombre. Sólo tres palabras: «A mi amor». Pedro leyó en voz alta, inexpresivo.

— Debe haberlas mandado por cable. Sigue en España. Paula lo miró nerviosa.

—¿Cómo lo sabes?

— Le telefoneé anoche -dijo Pedro y ella se sorprendió tanto que abrió los ojos de par en par.

Pedro se la quedó mirando, estaba muy calmado.

—Tenía que decirle que estabas bien. Sabía que esperaba oírlo.

Ella bajó la vista, jugueteando con el encaje de su mañanita, le temblaban los dedos.

—Fue muy amable por tu parte.

—Le debía algo —dijo Pedro-. Para ser franco, tenía que hablar con alguien de Olivia... no puedo pensar en otro ser en este mundo que estaría tan interesado en ella como Redway, y yo necesitaba hablar. Se la describí y me dijo que debía ser muy bonita y que no aguantaba las ganas de verla.

Paula no podía apartar los ojos de su rostro.

-Qué bien -dijo con asombro, preguntándose si sus oídos no la engañaban, y si no sería realmente Pedro quien hablaba con tanta naturalidad de David y, aún más, describirle a Olivia.

—Algo muy curioso me sucedió cuando la ví —le dijo suavemente—. Descubrí que el amor es como un virus... divídelo y se multiplica, cuanto más estires el amor, más grande se hace... es algo elástico.

A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas.

-Lo sé, querido, lo sé bien.

Pedro volvió a mirar la tarjeta que todavía tenía en la mano.

—De todas maneras, no voy a darle oportunidad para bombardearte con cartas de amor -y rompió la tarjeta en mil pedazos-. Todo tiene un límite.

Cuando las llevó a casa, la sorprendió con agrado encontrar que se había tomado la molestia de amueblar el cuarto de la niña con un montón de juguetes costosos; había todo tipo de animales de peluche, colocados alrededor de la habitación sobre repisas, y de un cordón blanco, colgaban mariposas multicolores.

—¿Eso no la hará parpadear? —preguntó dudosa.

Amores Que Matan: Capítulo 43

—Te quiero a tí —murmuró con voz apasionada-. ¿Por qué crees que estoy aquí?

—No —protestó—. No podría soportarlo. Quiero que mi hijo esté rodeado de amor, no de celos.

Pedro parpadeó y de pronto se sentó con las manos sobre el rostro.

—Esta vez será diferente -dijo-. Lo juro, querida, deja que te cuide. No puedes pasar por todo esto sola. Me necesitas.

—Siempre te he necesitado —le dijo y él le agarró las manos.

—Te amo. No me eches de tu vida.

Ella lloró. No podía impedir que corrieran las lágrimas porque lo necesitaba y sin embargo, temía el futuro. Pedro se levantó y la rodeó con el brazo, como si temiera que lo fuera a empujar, y luego, cuando ella volvió la cara y la puso en su hombro, la rodeó con el otro brazo efusivamente y entonces enterró el rostro en su cabello, besándola, murmurando suavemente su nombre.

—Haré que todo sea mejor en el futuro.

Ella lo rodeó con ambos brazos, los metió debajo de la chaqueta y sus manos sintieron la calidez de su cuerpo.

—Abrázame —susurró.

Él apretó los brazos y se quedaron así, abrazados, durante mucho tiempo. No hablaron, solamente necesitaban la seguridad de su amor.

— Redway me llamó -le dijo Pedro más tarde, sentado a su lado en el sofá.

Ella se sorprendió.

—¿Eso hizo David?

—Desde España. La comunicación era mala. Apenas si entendí lo que decía, pero capté lo más importante.

—¿Qué te dijo?

—Me dijo que me necesitabas. Cuando dejé de maldecirlo, escuché... me dijo que no estabas bien, que no trabajabas... parecía preocupado.

¿Habría roto Flor su promesa? Eso sospechó Paula. Pedro se la quedó mirando a la cara.

—Tuve que venir. Pero jamás sospeché esto. Creí que tú y él... —se interrumpió y ella estudió su rostro con cuidado, tratando de leer su mente—. Una noche pasé por aquí y supe que se quedó hasta por la mañana... ví su coche fuera.

— Estaba enferma -explicó- David durmió en el sofá. Flor no estaba aquí y no quiso dejarme sola. Creyó que tenía fiebre, llamó a un médico —ella no le contó que lo vió por la ventana. No tenía ganas de largas explicaciones.

Pedro dejó escapar un largo suspiro.

— ¡Ya veo!

—¿Me crees? —la voz le tembló porque temía que dudara de su explicación.

—Oh, sí —le dijo y los ojos de Paula reflejaron su sorpresa.

Él le besó las manos con pasión.

—Paula, cuando Redway me llamó, me dijo algunas cosas que aclararon mis dudas.

—¿Qué te dijo?

—¿Importa algo?

—Si David te dijo algo que tuvo ese efecto, sí, yo diría que sí importa.

—Me aclaró que no tenía ya nada que temer de él.

—Yo te lo dije.

—No me dijiste que me cortaría el cuello si no te hacía felíz.

—¿David dijo eso? —se rió con ganas.

—Eso dijo y yo encontré que teníamos mucho en común.

—¿David y tú? —no podía creerlo. Pero cualquier cosa que hubiera dicho David, fue positiva. Pedro  estaba ahí y ella percibía un cambio, por lo que dijo-: ¡Podría besar a David!

—Por encima de mi cadáver -dijo en broma.

—Tendría que ser. Te amo de una forma ridícula, ¿lo sabías?

—Eso dijo Redway.

—¿Necesitabas esperar que él lo dijera?

—Nunca he podido creer que me querías como yo a tí -pero ya no había amargura, sonreía, sus hermosas facciones estaban suavizadas, los ojos grises brillaban—. Desde el día que nos conocimos, parecías fuera de mi alcance, aún después de casarnos, como una mariposa exquisita que siempre se evadía de mis manos, y temí volverme loco y, al tratar de detenerte, sólo lograba aplastarte.

— Soy más fuerte de lo que parezco.

—Tenías que serlo. Yo te compensaré, querida. Ahora que sé que no suspiras por él en secreto, todo será diferente.

Ella volvió a preguntarse qué sería lo que David le dijo con exactitud, pero decidió que era mejor no hacer demasiadas preguntas. Él estaba allí y ella sabía que era todo lo que necesitaba para ser felíz.

-¿Regresarás a mi lado? -le preguntó quitándole el cabello de la cara con una ternura que jamás mostró antes.

—El niño y yo —le dijo porque quería que se familiarizara con él.

—Tú y mi hijo —le dijo y el pronombre posesivo dejó muy claro que lo aceptaba totalmente.

Ella sonrió con alivio y amor, luego miró a su alrededor cuando Flor los interrumpió.

—¿Estás bien, Paula?-miró agresiva a Pedro.

—Me voy a casa -le dijo Paula, sonriente porque a Flor le preocupaba lo que le sucediera, y eso era lo más importante.

— ¡Oh, Paula! -exclamó Flor incrédula, pero tenía demasiado sentido común para no saber que ahora Paula necesitaba a su esposo más que nunca y que era su hijo, así que sólo se limitó a mirarlos mientras hacían la maleta de Paula y se despedían-. Se lo diré a David -dijo cuando se iban y fue una amenaza. Pedro la miró con calma.

— Ya lo sabe -le dijo y eso dejó callada a Flor.

-¿Qué dijo David? -preguntó muerta de curiosidad.

—Que yo era un tonto -respondió-. ¡Y Dios mío, tenía razón!

Voy a tener que contestar algunas preguntas en el pueblo -le dijo Paula a Pedro a la mañana siguiente mientras desayunaban.

-No veo por qué. Ninguno de los dos había estado aquí. No se darán cuenta que alguna vez estuvimos separados.

Eso la sorprendió.

—¿No lo saben?

—Alquilé un apartamento en Londres - explicó él.

—¿Y cenaste con estrellas de cine?

Pedro se rió divertido.

-¿Te puso furiosa? Silvana se moría de curiosidad, pero fue muy discreta.

Silvana tenía una idea de cómo estaban las cosas, pensó Paula, pero dijo en voz alta:

—¿Te gustaba? -y su tono no fue muy ligero.

—¿Te importaría si así fuera?

—Te sacaría los ojos.

-Es una persona muy especial.

Ella le clavó las uñas en la muñeca y gruñó:

-¡Ten cuidado!

Era la primera vez que se atrevía a hacer una fingida escena de celos y Pedro la miró sonriente.

-Se me ocurrió que un clavo sacaba a otro clavo -admitió.

—¿Y qué quiere decir eso?

—Pensé que debía ampliar un poco mi horizonte — dijo en broma.

-¿Olvidarme con otras mujeres? -ese pensamiento se le ocurrió varias veces en el pasado y no le gustó, lo admitió al decir-: ¿Y lo lograste?

— No. Nunca fue posible. Paula, tú eres como la enredadera... te aterras.

—Aun a tu naturaleza de granito -se burló.

-Especialmente a ésa. No puedo apartarte de mi corazón.

—No me iré ni aunque trates de echarme —prometió y le oyó suspirar.

-Haré que lo cumplas.

Le miró y puso una cara triste.

-¿Aun cuando no me quieras porque parezco un balón?

-Por lo menos ningún otro hombre querrá robarte mientras tienes esa figura. Tal vez debí mantenerte embarazada desde el principio de nuestro matrimonio, ¿por qué no se me habrá ocurrido hacerlo?

Paula se sorprendió de que bromeara al respecto y eso le pareció buena señal.

El haber mantenido sus celos tanto tiempo en secreto y ahora hacer alarde de ellos, era muy significativo.

Amores Que Matan: Capítulo 42

—¿Se lo vas a decir?

—No -dijo Paula de pronto, decidida-. No... podría volver a soportar todo otra vez. Quiero conservar este hijo.

—¿Cómo te las arreglarás? —Flor se mordió el labio—. Oh, a mí no me importaría dejar que te quedaras aquí sin pagar renta, pero los bebés cuestan mucho... necesitarás atención médica, ropa para el bebé. Tienes que vivir, Paula.

-Tengo mi pensión -dijo calculando a toda prisa-. Podría trabajar por algún tiempo.

—No en el teatro.

Paula se rió, pero pronto su cara se quedó seria al pensar en los problemas.

—Pero ya me las arreglaré -dijo con firmeza.

—¿No tienes familia que te pueda ayudar? -Flor suspiró. Los padres de Paula eran de mediana edad cuando nació, murieron durante los años en que estudiaba arte dramático.

—Tengo una tía en Cardiff. Sólo la he visto dos veces. Ni siquiera puedo recordar su nombre.

—¿No tiene familia Pedro?

—Ninguna. Bueno, parientes lejanos como yo... tíos que apenas conocí... eso era lo que teníamos en común, ser huérfanos -pensó que la falta de apoyo familiar contribuyó a su aislamiento.

Flor  se la quedó mirando furtivamente.

—Está David—comenzó y Paula le lanzó una furiosa mirada.

-¡No se lo digas! ¡Te lo prohibo! Flor, promételo... esto no tiene nada que ver con David.

Flor  parecía obstinada.

—Me pidió que le dejara saber cómo seguías. Prometí escribirle.

- Prométeme que no le dirás una palabra acerca del embarazo - le dijo con firmeza.

—Creo que eres una tonta. David querría ayudar... cuando se entere de que le mentí, se pondrá furioso.

-Yo se lo explicaré cuando lo vea. No soy responsabilidad de David, Flor.

—Él cree que sí.

Paula la ignoró, tenía que hacerlo. No debía molestar más a David. Bastante la había ayudado ya.

Una semana después, consiguió otro papel en televisión, unas cuantas líneas en una obra buena de un escritor moderno y Flor se puso felíz.

—Estás teniendo suerte. Ésa es una buena oportunidad. Hasta...

—Hasta que tenga que dejar de trabajar. Pero gracias a Dios, eso no sucederá hasta dentro de unos cuantos meses.

Llevaba diez semanas de embarazo si es que adivinaba correctamente. No notó los primeros síntomas que debieron advertirle su estado. Estaba demasiado preocupada por Pedro, muy entretenida con la serie de televisión. Al reflexionar, supo que sucedió el día en que regresó a su casa a hacer las maletas. Le pareció una ironía que hubiera concebido a consecuencia de esa amarga explosión de celos. Hubiera deseado circunstancias más felices, pero fuera cual fuera la causa, deseaba demasiado al niño para que le importara.

Los días y las semanas pasaron con toda lentitud. Tuvo que abandonar la idea de trabajar cuando su cuerpo cambió de forma y su embarazo fue notorio.

—Una lástima -dijo el agente suspirando-. Comenzábamos a obtener frutos -bajó la vista—. ¿Cuándo regresa David?

Ella se ruborizó al ver que imaginaba que David era el padre.

-No tengo idea -dijo enojada-. ¡Buenos días!

David llamó varias veces, pero ella procuró estar ocupada. Flor trató de persuadirla para que le hablara, pero Paula no quiso.

-Sospecha algo -dijo Flor y Paula movió la cabeza.

—Dile cualquier cosa.

Flor le contó que Paula tenía trabajo y eso le alegró. En el departamento, Paula estudiaba las revistas de moda que Flor le proporcionó las diminutas prendas que trataba de hacer eran demasiado pequeñas para cualquiera, y se rió consigo misma al comenzar las primeras puntadas. El día anterior el doctor le dijo que ya había pasado el período de peligro. Los siguientes meses de su embarazo estarían libres de preocupación y Paula pensó en la dificultad que comenzaba a tener con su ropa y la pesadez de su cuerpo.

Alguien tocó el timbre y ella fue con dificultad a abrir. Le dolían las piernas después de la larga caminata desde la oficina del agente. Había comenzado a caminar para ahorrar gastos de transporte. Ahorraba dinero y además era bueno para ella.

Todavía insistía en pagarle a Flor la renta, pero el dinero la preocupaba.

Abrió la puerta y se quedó atónita.

— ¡Pedro!

Se la quedó mirando como si sus ojos lo engañaran y en ese momento ella sintió temor y alarma. Instintivamente trató de volver a cerrar la puerta y él se lo impidió interponiendo su cuerpo.

Ella se encogió y la palidez de su rostro se acentuó.

—¿Qué imaginas que voy a hacerte, Paula? ¿Qué clase de monstruo crees que soy?

¿Por qué estaba allí?, se preguntó mirándolo.

—¿Qué quieres, Pedro? —le costó trabajo hablar porque sentía seca la garganta por los nervios. Era peor que salir a la escena. Estaba temblando.

-¿Es mío? -le preguntó de forma brusca.

— Sí —le dijo con cara furiosa—. Sí, Pedro. Él cerró los ojos.

—No estaba seguro.

Ella se volvió.

—Será mejor que te vayas... no hay nada que decir.

—¿Y dejarte así? No vas a tener a mi hijo en un pequeño departamento de Londres con unas cuantas libras a la semana.

—El niño es problema mío —dijo enojada.

—Nuestro —corrigió él.

—No. ¡Tú no lo quieres!

Amores Que Matan: Capítulo 41

—¿Pau? — la voz de David sonaba lejos y de pronto la oscuridad la envolvió.

Con lentitud volvió a la realidad y se encontró en el coche de David, el aire de la noche le daba en el rostro. Él conducía a su lado y cuando se movió le dijo con rapidez:

—No te muevas. Te llevo a ver a un médico.

— Ya me siento bien —dijo medio sentándose.

— De todas maneras verás a un médico.

— No, David—insistió—. Sólo fue la impresión.

— Eso me imaginé. Me dieron ganas de darle una bofetada.

— Me hubiera gustado que lo hicieras —dijo riendo. Eso hubiera sacado a Pedro de su frialdad pero podía haber matado a David. No sabía el odio que Pedro le tenía.

— Llévame al departamento —le rogó y David aceptó de mala gana. Sin embargo, no la dejó, entró con ella y la hizo acostarse en el sofá mientras le hacía un té que endulzó demasiado y no estaba bueno.

— ¡Ugh! —dijo ella haciendo un gesto de asco.

-Tómatelo —le ordenó-. Te ayudará a reponerte.

—Cuentos de viejas.

—Tómatelo — insistió y ella lo hizo con lentitud, asqueada. David se arrodilló a su lado y le frotó las frías manos preocupado.

—Estoy bien —dijo forzando una sonrisa—. Me iré a la cama. Gracias por todo, David. Que te diviertas en España.

—No voy a dejarte así.

-Sí vas a hacerlo.

-No, Paula. Esperaré hasta que Flor regrese.

-Podrían ser horas. Tienes que tomar el avión temprano.

-¿Y a quién le importa? Esta noche no voy a dejarte sola.

No pudo hacerlo cambiar de opinión así que lo dejó en la sala y ella se fue a la alcoba. Se preparó para irse a la cama y al acostarse apagó la luz. Estaba preocupada por David. Si no dormía, estaría deshecho por la mañana. Se levantó y volvió a entrar a la sala. Él se levantó y la miró.

—¿Por qué no duermes en el sofá si no quieres irte a tu casa? Así podrías descansar un poco.

— Muy bien —asintió—. Regresa a la cama, Paula, antes que mis instintos animales se apoderen de mí.

Ella se ruborizó ante los burlones ojos y dioóun paso atrás. David se rió pero se le veía preocupado. Cuando cerró la puerta él se tranquilizó.

Ella se dirigió a la ventana y se quedó de pie, mirando la calle oscura, preocupada por David. Lo oyó moverse, luego, la luz se apagó en la sala y escuchó cómo se acomodaba en el sofá y se movía inquieto. Continuó mirando la calle sin ver, pero luego, sus ojos percibieron una figura y observó con atención.
Un hombre surgió de las sombras y se quedó mirando a las ventanas del departamento de Flor.

Con un vuelco en el corazón reconoció a Pedro, y de pronto se sintió esperanzada y dichosa, luego, lo vio girar la cabeza y quedarse mirando el coche de David que estaba estacionado fuera.

— ¡Oh, Dios! —exclamó consternada.

Pedro volvió a levantar la vista, se metió las manos en los bolsillos, se dió la vuelta y se fue.

Paula salió de la habitación y pasó corriendo por donde estaba David, quien la preguntó ansioso:

-¿Qué pasa?

Ella no se detuvo a explicarle. Salió del departamento y bajó a toda prisa la escalera para llegar a la calle, tropezándose con el dobladillo del camisón, temblando con el aire frío de la noche.

Ya en la calle buscó a Pedro ansiosamente pero se había ido. No había señales de su persona. Corrió por el camino, sin darse cuenta de cómo estaba vestida, llamándole por su nombre.

— ¡Paula, por Dios! — David la detuvo, la tomó en sus brazos y con ansiedad en el rostro preguntó-: ¿Qué diablos crees que haces?

—Pedro —balbuceó—. Pedro...

Él maldijo entre dientes.

— Estás delirando... debí llamar al médico.

—No —murmuró luchando contra sus brazos—. Estaba aquí... lo ví. Vió tu coche.

Las luces. Dios, lo que debe estar pensando. Tengo que encontrarlo, decirle...

—Querida, no estás vestida para andar, corriendo por la calle en mitad de la noche. Entra. Estás helada, pescarás una pulmonía.

— ¡No, David, tengo que encontrarlo!

—Más tarde -dijo levantándola en brazos como si fuera una criatura—. Yo lo encontraré por tí,  Paula.

—Es que no entiendes...

—Sí, sí -la tranquilizó-. No te preocupes por él. Yo arreglaré todo.

Paula luchó inútilmente. Él la llevó en brazos al departamento.

—Quédate quieta, cariño -le dijo con suavidad.

El agotamiento la venció y se quedó recostada con los ojos cerrados, una lágrima rodó por sus mejillas.

—Así está mejor. Quédate recostada por un rato y no llores.

Poco tiempo después, un médico se inclinaba sobre ella examinándola con detenimiento.

—Es posible que sea el comienzo de algo — le dijo aparte a David sin que ella pudiera oír—. No sé lo que pueda ser. No hay síntomas especiales de algo en particular. Pero manténgala en cama y obsérvela. Si le entra fiebre, llámeme... tal vez todo lo que necesita es dormir.

Cuando se fue, David regresó a su lado y se sentó en la cama, mirándola con afecto.

—Trata de dormir, querida.

— Busca a Pedro. David, dile que no es cierto.

-¿Que no es cierto qué?

No tenía sentido, se dió cuenta. Pedro no creería una palabra que le dijera David. Evidencia circunstancial.

-¿Qué?

—Nada —dijo ella cerrando los ojos de nuevo y suspiró—. Vete a dormir, David.

— Así está bien —dijo acariciándole el cabello.

Despertó y encontró a Flor mirándola a la luz del día; se mostraba preocupada.

— ¡Hola, Flor!

—¿Cómo te sientes ahora?

-Bien.

—Estás muy mal. David me dijo que te desmayaste, que estabas delirando.

Paula preguntó:

—¿Pudo tomar su avión?

-Quería tomar uno más tarde, pero Pablo insistió en que no cambiara su vuelo.

—Me alegro de que no haya perdido el vuelo.

—¿Qué pasó, Paula? David estaba muy alarmado. Preocupado por tí. No quería irse.

—Estoy bien —dijo Paula sintiéndose muy mal. No quería preocupar a su amiga.

Salió de la cama, se tambaleó, corrió al baño.

Después, Flor le limpió el rostro con una esponja húmeda.

—¿Paula, qué será lo que tienes? Tal vez sea un virus.

—Tal vez una infección estomacal -dijo Paula temblando.

Se metió de nuevo en la cama, pero poco después se le pasó el malestar y se sintió lo suficientemente bien como para levantarse durante el día. Flor protestó, pero en realidad ya no sentía ninguna molestia. Por la tarde se sintió bien, aunque a instancias de la amiga se acostó temprano esa noche.

Por la mañana volvió a sentirse mal. Flor estaba bastante preocupada y llamó al médico. Éste llegó e hizo unas cuantas preguntas breves e impersonales. Paula contestó, pero de pronto tembló por una sospecha completamente nueva.

El médico leyó su expresión.

— ¿Podría ser, señora Alfonso? —preguntó con sequedad.

— Sí —asintió y comenzó a temblar. -¿No está contenta? Parece preocupada. Ella tragó saliva y apartó los ojos.

— Yo... yo estaría muy contenta, doctor, pero mi marido no quiere niños.

—Qué lástima -se la quedó mirando y se avergonzó ligeramente—. ¿Es... es...?

Ella adivinó la pregunta y rió con ironía.

—Oh, si es hijo de mi esposo, sí... eso no tiene importancia.

Cuando el médico se fue, ella se quedó sentada con la mirada en el vacío durante mucho tiempo. Flor entró y se miraron en silencio.

jueves, 21 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 40

Después de eso, Paula encontró que entre ella y David volvía a haber la misma relación amistosa de antes. Desapareció la intimidad perturbadora. David aceptó que jamás habría entre ellos nada más que amistad y como sospechaba Paula, una vez que lo hizo nunca más volvió a exteriorizar ninguna otra emoción.

A veces pensaba que si jamás hubiera conocido a Pedro , hubiera llegado a casarse con David o por lo menos a tener alguna relación amorosa. Y eso, pensó con tristeza, hubiera sido un error, porque aunque se tenían cariño, la profunda emoción que sentía por Pedro no la hubiera sentido por David, ni él por ella.

Cuando la tuvo en sus brazos David la desequilibró por un breve tiempo. Sintió su atracción y era consciente de que la sentía aún. David era un hombre muy atractivo. Sin embargo, comprendió que era sólo un reflejo, una reacción instintivamente femenina a la atracción masculina. Durante esos momentos en sus brazos, tuvo como un espejismo, pero en cuanto vio de nuevo a Pedro, todo su ser volvió a despertar porque estaban unidos su cuerpo y su mente.

Extrañaba mucho a Pedro. Durante la noche suspiraba por él agarrada a la almohada y varias veces estuvo a punto de llamarlo o aparecer en el juzgado, pero cierto instinto la hizo mantenerse lejos.

El novio de Flor regresó. Paula pensó que era un tipo simpático. Era un escocés callado y con sentido del humor y una sonrisa que sustituía las palabras, que como Flor dijo, prefería ahorrar. Al verlo con su amiga, Paula se convenció que la amaba, pero no quería apresurarse al matrimonio. Era precavido y a pesar de que le divertía la actitud de Flor, ella se dió cuenta que Ramiro quería cerciorarse más acerca de la afinidad de su carácter.

Varias veces salieron los cuatro a cenar. Flor no dejaba de hacer de cupido. Paula les dijo con firmeza que entre ella y David sólo había amistad, pero la muchacha era testaruda y David significaba mucho para ella, aunque a veces comentaba molesta que David tenía una opinión demasiado arrogante de sí mismo.

—Si la gran estrella está lista... — le tomaba el pelo y David se reía y burlaba de ella.

—A Flor le molesta mi éxito —le dijo a Paula.

— ¡No! No es nada celosa.

—¿Celosa? —David reflexionó la palabra—. No, eso es cierto, pero el asunto no es tan simple. Flor  siente que puedo dejarla atrás, olvidarla e irme.

Eso podría ser, porque Flor tenía un espíritu de lucha primitiva y quería preservar para siempre el triángulo amistoso, no quería ni pensar que pudiera romperse alguna vez.

—Te tiene mucho cariño —le dijo a Paula.

—A los dos —admitió él.

Ella lo sabía, así como que Flor jamás llegaría a tener mucho éxito. Trabajaba bastante a menudo y se esforzaba por alcanzar la fama pero no tenía eso que hace falta para llegar a la cima, ambición.

—Con el tiempo —dijo David pensativo—, se casará con su Ramiro y se dedicará a crear una familia.

Paula envidió esa posibilidad de Flor. Ella ansiaba aún tener un hijo. Le encantaban los niños. El tierno e indefenso aspecto de los niños se le hacía irresistible.

David  le dirigió una larga mirada.

— Y supongo que tú también ... si tú y tu Pedro se deciden a hacerlo, si tiene tiempo libre para apartarse de su sillón de juez. De nosotros tres yo seré el único que se quede en el negocio.

—Es curioso, porque tú eras el que no lo tomaba en serio, siempre andabas bromeando.

—Sí, lo expresaste muy bien, Paula. Ella se sintió incómoda bajo su mirada.

— Sin embargo, ahora cambiaste... ha sido un placer trabajar contigo, David. Aprendí mucho de tí.

—Encantado de haber podido ayudarte.

Era cierto. Se sintió impresionada por su forma de actuar, por el empeño que ponía para lograr lo que prometía ser una magistral interpretación en la pantalla.

—No dejes tu carrera todavía —le dijo él, serio de pronto-. Tu matrimonio puede esperar un poco. Paula, tienes talento, no lo desperdicies.

-No lo haré -le prometió.

Cuando terminaron las escenas en el estudio, el resto del reparto se fue a España a filmar exteriores. Pablo la llevó a un lado al final para felicitarla y besarla con entusiasmo.

—Me siento satisfecho del trabajo —le dijo y eso era evidente, porque cuando no se sentía satisfecho, sus ojos brillaban de ira y sus palabras eran hirientes—. Me gustaría volver a trabajar contigo. No te pierdas de vista. ¿Quién es tu agente?

—David —dijo ella riendo y Pablo y le dirigió una mirada extraña.

—¿David y tú son...? —terminó con discreción y ella sonrió y movió la cabeza.

—Amigos — corrigió—. Viejos y muy queridos amigos.

Pablo bajó la cabeza y dijo:

— ¡Ah!, vaya — se produjo un leve silencio y luego Pablo continuó diciendo-: Bien, si alguna vez tengo algo para tí, te llamaré-. Ella se lo agradeció.

—Hay que organizar una cena para celebrarlo — dijo Flor felíz.

—No —dijo Ramiro—. Tengo entradas para la obra cuya escenografía hice yo.

—Entonces cenaremos sólo nosotros -dijo David y Flor y Ramiro intercambiaron miradas que Paula comprendió.

David  estaría ausente, filmando la parte principal de la serie.

—Te echaré en falta —le dijo mientras cenaban y le servía el vino, con los ojos en la copa, no en ella.

—Estarás demasiado ocupado.

Sonrió y levantó los ojos con un gesto burlón.

—Está bien, Paula.

Ella se ruborizó y desvió la mirada enseguida, pero él le agarró una mano por encima de la mesa y se puso a jugar con sus dedos.

—¿Todavía no has encontrado otra cosa?

—Todavía no.

—Lo harás. No te desanimes.

—Ví al agente que me recomendaste... tenía esperanzas.

—Eso es bueno —la animó y ella se preguntó cuánto habría tenido que hablar David para recomendarla antes de que ella se entrevistase con él.

— Me pregunto si lo podría lograr por mí misma — expresó con voz alta.

—Por supuesto que sí.

—Entonces déjame hacerlo, David.

—¿A qué te refieres? Yo te conseguí la prueba con Pablo, pero el trabajo lo obtuviste tú sola.

—Después de que lo forzaste un poco.

—Querida —protestó—, Pablo no lo hubiera aceptado.

—Tal vez viniendo de tí sí.

—Cambiemos de tema.

-¿Porqué?

—Porque —dijo cuidadosamente-, si tú no, es posible que yo pierda la cabeza y diga algunas cosas que no querrás oír, Paula.

La mirada que vió en sus ojos la hizo desviar los suyos.

Hubo un silencio y luego él dijo:

—Cuando regrese espero oír que has estado trabajando mucho y labrándote un porvenir.

—Probablemente representando a la mejor dama del celuloide. Muchas veces representé ese papel durante el aprendizaje.

—Flor y yo pensamos que hiciste una preciosa Nina —dijo él y ella suspiró al recordar la producción en la que interpretó la parte de una muchacha perdida y sensible.

—La única parte buena que jamás he tenido.

—Habrá otras - le dijo tranquilizándola.

Después de eso, charlaron de otras cosas y cuando se levantaron para marcharse, David la guió con un brazo alrededor de la cintura.

En ese momento entraba en el restaurante una figura a la que Paula reconoció inmediatamente. David lo vió al mismo tiempo y apartó la mano de su cintura, pero Pedro ya los había visto y la fría expresión de su cara se lo advirtió. Ella trató de hablarle, pero él se volvió y se puso a hablar con alguien. David se había parado, pero en ese momento siguió y volvió a poner la mano alrededor de la cintura, apretándola más.

Paula miró por encima de Pedro y miró a la mujer que estaba con él con ojos furiosos. Cuando se acercaron, los ojos azules de la mujer se dirigieron sorprendidos hacia David.

— ¡Querido, qué casualidad! Hace mucho tiempo que no te veía. ¿Es éste tu restaurante favorito?

—Así es —sonrió David sin soltar a Paula. Silvana la miró y le sonrió divertida.

— ¡Bien, bien, bien! —miró a Paula y a Pedro y arqueó las cejas divertida.

Paula lo miraba obligándolo a que la viera. Él lo hizo de mala gana.

— Hola, Pedro -le dijo.

Él asintió y luego tomó a Silvana del brazo.

—Me temo que se nos hizo tarde... ¿quieren perdonarnos?

Cuando salieron, David miró a Paula. Había salido y estaba inmóvil en la acera.

La noche era fría pero ella no parecía notarlo.

—¿Estás bien? —dijo preocupado, sosteniéndola.

Ella sintió como si se alejara de él con lentitud, y sus manos lo agarraron para aferrarse a algo real.