domingo, 28 de febrero de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 16

-¿En serio? Bueno, en ese caso dile que lo siento mucho, Paula. Y dile también que espero que pronto se ponga bien. Yo también tengo irritaciones de la garganta muchas veces después del sermón del Sabbath. La leche caliente con miel hace milagros.

-Puede decírselo usted mismo, reverendo -contestó educada-. No dije que estuviera sordo, sólo que no podía hablar.

-Ah..., es verdad.

-Ha venido en viaje de negocios. Es agente inmobiliario. Le estaba enseñando los alrededores. -Ah... muy bien. Me alegro mucho de que hayas vuelto, Paula. Hay muchos jóvenes que sucumben a las tentaciones y a los vicios de la gran ciudad. He estado rezando por ti, y ya veo que no ha sido en vano. El pecado siempre deja sus huellas, pero tú sigues inmaculada. Eres un orgullo para Kindarroch y para tus padres.

-Es usted muy amable, reverendo -murmuró Paula intentando no ruborizarse-. Lo hago lo mejor que puedo.

Paula respiró aliviada cuando al fin el reverendo se marchó. Pedro sonrió y preguntó:.

-¿Habla siempre de ese modo?

-¿Y qué si lo hace? -lo desafió-. Es nuestro reverendo, no te atrevas a burlarte de él. A nosotros nos gusta como es. Se está haciendo muy mayor, pero es el doble de hombre que tú.

-Está bien, no voy a discutir sobre eso. Pero dime, ¿es que vas a decir que he pillado una laringitis cada vez que nos tropecemos con alguien? Porque si es así será mejor que busquemos un lugar en el que discutir en privado. Podemos ir a mi hotel y colgar el cartel de «no molesten» en la puerta.

Tienes tantas posibilidades de volver a verme a solas en la habitación de un hotel como de que te salgan alas. Podemos seguir discutiendo a la entrada del puerto, allí no nos molestarán.

Seria y en silencio, lo llevó pasando por delante del mercado de pescado desierto y luego a lo largo del muelle hasta llegar a donde las olas rompían contra la pared de granito. El escaso sol que quedaba le daba un tono dorado al mar en calma. Un par de gaviotas volaban en círculo cerca. Cuando era niña, aquél era uno de sus lugares favoritos. Se pasaba los largos días veraniegos descalza, pescando con un sedal. Nunca había logrado pescar nada, pero era una buena excusa para sentarse allí y soñar. Sin embargo nunca había soñado que le ocurriera nada como aquello.

Cuando llegaron al final del muelle, Paula paró y se puso las manos en las caderas.

-Bueno, aquí podemos hablar sin que nos molesten, así que vamos al grano y acabemos de una vez por todas. En lo que a mí concierne estamos en paz. De hecho yo diría que has tenido suerte. Ahora sólo quiero que te marches. Vuelve al coche y sal de mi vida para siempre. Pedro había apoyado una pierna sobre una piedra y la miraba pensativo, con las cejas levantadas y los brazos cruzados. Por fin sacudió la cabeza y dijo:

-No tengo intención de marcharme. Me has causado muchos problemas, Paula, y de un modo u otro estoy dispuesto a arreglar cuentas contigo. No voy a irme de Kindarroch hasta que esto no esté resuelto.

-En ese caso -contestó ella desdeñosa sacudiendo la cabeza- puedes irte preparando para pasar aquí el resto de tu vida.

Pedro sonrió enseñándole dos filas de dientes blancos.

-Puede que lo haga de todos modos. Has arruinado mi reputación en Londres, así que es posible que considere la idea de buscar otro lugar en el que vivir y hacer negocios. Y este pueblo dormido tiene mucho potencial de desarrollo. ¿Te gustaría que fuéramos vecinos? -Paula se quedó horrorizada. Desde luego tenía que estar bromeando, se dijo. Pensar que él pudiera vivir allí para siempre, como recuerdo y amenaza constantes, le resultaba insoportable. Era una fanfarronada, lo había dicho sólo para asustarla, pero no iba a caer en esa trampa-. Podríamos ser amigos... -sugirió sarcástico-. Piénsalo. Podríamos ir a reuniones sociales por las noches en el bar del hotel, y tú entretendrías al público con una representaciónde Tamara Torres. Seguro que no han visto nada semejante por aquí. Estuviste fantástica, ¿sabes? Interpretaste tu papel a la perfección, engañaste a todo el mundo.

Paula reprimió la cólera y le preguntó aquello que le había estado rondando por la mente desde que él había aparecido en el pueblo.

-¿Y si los engañé a todos cómo es posible que al final hayas sabido quién era?

-Eso fue fácil -se encogió de hombros-. El portero de Cardini conocía al taxista que te llevó de vuelta a casa. Sólo tuve que esperar a que volviera al día siguiente y preguntarle a dónde te había llevado. En cuanto dijo que fuiste a Palmerston Court en Chelsea supe que eras tú. Incluso se acordaba de que eras pelirroja, te vió quitarte la peluca -sonrió afable-. Cuando fuí a tu departamento, el portero de tu casa me dijo que te habías ido de vacaciones a Escocia. Por suerte, tengo buena memoria y recordé el nombre de este pueblo.

Entonces toda la culpa era suya, reflexionó Paula. Era cierto que no se había preocupado demasiado por borrar sus huellas. Se mordió el labio y lo miró, desafiante.

-¿Y a qué te refieres exactamente cuando dices que quieres arreglar cuentas? Si lo que pretendes es que te pida disculpas, puedes irte olvidando. No lo siento en absoluto. De hecho volvería a hacerlo si tuviera otra oportunidad.

Pedro  torció la boca, pero Paula no supo si aquel gesto era de enfado o de diversión ante su actitud. Sin embargo su voz sonó cortante:

-Las disculpas no me sirven para nada. Podrías ponerte de rodillas y hasta besarme los pies, pero eso no arreglaría la situación. No creas que vas a salir de ésta tan fácilmente.

-Comprendo... Entonces me vas a llevar ante los tribunales, ¿no es eso? .

Pedro volvió a reír y luego sacudió la cabeza.

-Dudo que mereciera la pena. No me sería de mucha utilidad que te pudrieras en la cárcel por impago de la indemnización.

Todo aquello comenzaba a sonar muy mal, se dijo Paula mirándolo suspicaz.

-En ese caso, ¿serías tan amable de decirme qué es lo que pretendes hacer?

Aquellos ojos grises la miraron con insolencia, luego hizo una mueca de rabia enseñándole los dientes y por fin dijo:

-Tamara Torres habría sabido muy bien cómo pagarme.

-¡Estás loco! -contestó ella atónita y sin aliento-. ¡Me estás ofendiendo!

-Escucha, escucha Paula. Sé razonable --hizo una pausa mientras la escrutaba con una mirada dura-. Estoy acostumbrado a los placeres naturales de la vida. Y de un modo regular, debo añadir. Pero gracias a tu pequeña exhibición en el restaurante, esos placeres me han sido negados. Así que lo justo es que hasta que las cosas cambien tú te encargues de complacerme. No te estoy pidiendo demasiado, sabes que lo que digo es cierto, ¿verdad?

Aquel hombre era un caradura, se dijo Paula. Lo miró directamente a los ojos y le contestó: -¡Piérdete!

Pedro sacudió la cabeza como lamentándose, sacó algo del bolsillo de la chaqueta y añadió cansado:

-Esa actitud es muy digna, Paula, pero por supuesto yo ya la había previsto, así que tomé la precaución de traer esto -dijo ofreciéndole un trozo de papel de periódico con una sonrisa lastimera. Paula desdobló el recorte y se sintió enferma. Era el artículo con la fotografía de lo sucedido-. La foto es muy buena, ¿no crees? continuó con naturalidad-. Por supuesto cuando sabes quién es en realidad Tamara Torres  es fácil ver el parecido. Aquí en Kindarroch no traen los periódicos de Londres, ¿no? Supongo que entonces la gente no la ha visto -Paula lo miró, se dió la vuelta, y tiró el papel al agua. Pedro miró para abajo y vió cómo su recorte se iba desintegrando. Luego suspiró y se encogió de hombros-. Eso ha estado muy bien, pero tengo más copias. Están en mi maleta, en el hotel.

Paula dejó caer los hombros desilusionada. Luego se volvió hacia él.

-¿Qué pretendes hacer con ellos?

Pedro  continuó hablando como si no la hubiera oído.

-Lo llamaremos “La vida secreta de Paula Chaves”. Se marchó de Kindarroch buscando la fama y la fortuna pero, como muchas otras, se hizo una mujer de la calle. ¿Quién hubiera pensado que iba a acabar así? Seguro que no el reverendo McPhee, ni desde luego sus padres, tan amables, trabajadores y temerosos de Dios. Yo diría que esa historia les va a partir el corazón. Puedes negarlo cuanto quieras, pero dudo que alguien te crea. Esta misma tarde tu madre me estaba contando lo contenta que estabas con tu trabajo... con ese piso de lujo... y con tus maravillosos vestidos... Si viera la foto de pronto todo adquiriría un nuevo sentido para ella, ¿no te parece?

-Trabajo en una boutique en Chelsea.

-Por supuesto que sí, yo te creo, Paula. ¿Pero qué pensarán los demás? Tú mejor que nadie en el mundo deberías saber que un escándalo puede arruinar la reputación de cualquiera. A la gente le gusta pensar lo peor sobre sus vecinos, les hace sentirse superiores.

Lo que decía era cierto, reconoció Paula para sí misma desesperada. No podía seguir mirándolo a los ojos. Se mordió el labio y miró hacia las casas y las tiendas allá a lo lejos, más allá del puerto. En Kindarroch se sentía a salvo, entre sus padres y sus amigos. Aquel era su hogar. Todos sus recuerdos de la infancia estaban allí. Pero lo único que podía hacer en ese momento era escurrirse en la noche como un ladrón y buscar otro sitio en el que esconderse. Él, sabría cómo encontrarla en Londres, así que tendría que buscar un lugar en el que nadie la conociera, donde pudiera volver a comenzar. Incluso quizá tendría que cambiar de nombre, quizá...

Recuerdo Perdurable: Capítulo 15

Sus ojos azules brillaron de rabia antes de apartar la vista de él, pero consiguió que su voz sonara indiferente al contestar.

-Bueno, al principio me engañó, pero cuando descubrí la verdad supe cubrirme la espalda.

 -¡Bien por tí! -exclamó Pedro con un gesto de aprobación-. Esperemos que nunca más vuelvas a saber nada de él. Algunas personas son muy insistentes, sobre todo cuando opinan que tienen una cuenta pendiente -dijo volviendo la vista hacia su madre con una expresión de inocencia-. ¿Podría usted darme otra taza de su excelente té, señora Chaves?

Paula observó desesperada cómo su madre se volcaba en su deseo de agradarle. ¿Cuánto tiempo había dicho que pensaba quedarse en Kindarroch? ¿Unos cuantos días?, se preguntó. La historia que le había contado a su padre sobre sus motivos para hacer el viaje era otra de sus mentiras, pensó. Sólo ella conocía el motivo real, que era ajustarle las cuentas. Pero si era así, ¿por qué no lo dejaba sencillamente en manos de su abogado? Podría enfrentarse a un abogado, pero a él no. ¿Es que pretendía atormentarla, jugar con ella hasta que estuviera exhausta?

Intentó mantener una sonrisa en el rostro, pero estuvo a punto de fallarle cuando su madre sacó orgullosa el álbum de fotos familiar.

-¡Pero mamá! -exclamó desesperada-. No, por favor. Pedro no tiene tiempo para ver fotos.

-¡Bah! No seas tonta, Paula-la amonestó su madre-. Eras una niña preciosa, a Pedro le va a encantar -dijo abriendo el álbum y poniéndoselo delante-. Mira, aquí está cuando tenía sólo tres años...

Paula gruñó en silencio y se recostó sobre la silla. El álbum no era demasiado grande, pero su madre se lo enseñaba sin dejar pasar un detalle. Discutía y explicaba cada foto: cuándo se tomó, dónde, quién le había hecho el jersey que llevaba puesto, quiénes eran los que salían al fondo... Lo único que la consolaba era pensar que Pedro podía caer muerto del aburrimiento. Pero eso no ocurrió. Y como era el mentiroso más experto del mundo supo causar la impresión de que tenía interés. Por fin su madre cerró el álbum y volvió a guardarlo.

-¿No te irás aún? -protestó su madre volviéndose hacia su padre-. Papá, ¿dónde está tu sentido de la hospitalidad? Ni siquiera le has ofrecido a Pedro un whisky.

Paula volvió a gruñir. Si su padre sacaba la botella, aquello podía durar horas. Se levantó de la silla, miró a su madre y dijo:

-Estoy segura de que Pedro tiene cosas que hacer. Además le he prometido llevarlo de vuelta al hotel, y no quisiera que se nos hiciera muy tarde.

-Paula tiene razón -sonrió Pedro-. Han sido ustedes muy amables. Volveré a verlos antes de marcharme.

Después de despedirse, salieron de la casa y Paula esperó a alejarse un poco para detenerse y preguntar furiosa:

-Muy bien, y ahora dime qué diablos estás haciendo aquí.

Pedro sonrió burlón y aparentó sorpresa.

-¿Es que recibes con esa frialdad a todos los qué vienen a visitarte? ¡Y yo que estaba convencido de que te alegrarías de verme!

-¡No me fastidies! -explotó-. Puede que hayas conseguido engañar a mis padres, pero yo sé qué clase de víbora eres.

En sus ojos grises brilló la ira, pero luego contestó secamente:

-Has cambiado. Yo diría que estás más guapa que nunca, pero tu lengua parece también más afilada. Te sugeriría que bajaras el tono de voz si es que quieres mantener nuestra conversación en privado.

-¡Eres despreciable! No pienses ni,por un momento que te tengo miedo.

-¿No? -preguntó levantando una ceja incrédulo-. ¿Y entonces por qué has huido?

-Eso no es asunto tuyo -dijo señalándolo con un dedo en el pecho-. Te estoy advirtiendo, aléjate de aquí. Mis padres son gente honrada, aunque ya me doy cuenta de que tú no comprendes el significado de esa palabra -antes de que tuviera tiempo de reaccionar, él la había tomado de las muñecas y la tenía prisionera en sus brazos. Paula lo miró furiosa-. ¡Suéltame, bruto! -exclamó intentando darle patadas en las espinillas.

-Eres toda una gata, ¿verdad? -preguntó mofándose-. Debe de ser el aire escocés. Cuando nos conocimos en Londres, te comportaste de un modo muy distinto. No me costó mucho convencerte para llevarte a la cama, si mal no recuerdo.

Paula  trató de liberarse. Hervía de ira y frustración.

-Entonces no sabía lo depravado que eras. Y ahora, o me sueltas en este mismo instante o te voy a...

Paula no pudo terminar la frase. Él la había levantado del suelo atrayéndola a sus brazos y besándola en la boca. Atónita ante aquella audacia, no pudo hacer otra cosa que soportar la embestida hasta que él se apartó, dejándola aturdida y sin aliento.

-Tus labios siguen siendo tan dulces. como antes -observó divertido-. Estoy ansioso por saber qué será del resto de tu cuerpo.

Apenas podía creer lo que estaba oyendo. Apretó con fuerza los dientes y contestó:

-Tendrás que esperar a que se hiele el infierno.

-Bueno -contestó él soltándola-, no creo que me vaya a costar tanto, la verdad. Tengo la sensación de que, lo quieras o no, te vas a mostrar muy complaciente -sonrió-. ¿Quién sabe? Puede que incluso disfrutes tanto como la última vez.

Aquel hombre era insoportable, pensó. Y parecía tan seguro de sí mismo que por un momento Paula se preguntó si...

-Ni en sueños -contestó airada. Luego se sacudió la ropa, como si quisiera limpiarse de su contacto, y por último frunció el ceño y añadió-: Debes de estar loco. Te la estás jugando viniendo aquí, ¿lo sabías? Tengo al menos una docena de primos y tíos entre Kindarroch y Oban. Si se enteran de lo que me has hecho, te usarán de cebo para las langostas.

Pedro ignoró la amenaza encogiéndose de hombros con naturalidad.

-Lo dudo. Si te hubiera poseído en contra de tu voluntad, sería diferente, pero tú estabas más que dispuesta, utilizaste bien tus muchos encantos.

-Me engañaste -contestó Paula  retirándose el pelo de la cara y encaminándose hacia el puerto-. Me hiciste creer deliberadamente que... que... -su voz falló por un momento, pero luego añadió-: Ya sabes a qué me refiero. No intentes negarlo.

-Todavía no he negado nada. Y no vuelvas a amenazarme, ya tienes bastantes problemas tal y como están las cosas. Yo soy la víctima, no tú. Procura recordarlo.

-¡Que tú eres la víctima! Lo dices porque... -de pronto se interrumpió al ver al reverendo McPhee caminando hacia ellos-. Ahí viene el párroco. Tú eres un extraño, así que se estará preguntando quién eres. Tendré que contarle algo. No te atrevas a decir ni una sola palabra. Cierra la boca y déjame a mi.

-¿Por qué? -preguntó con una sonrisa irónica-. ¿Es que tienes miedo de que arruine tu reputación como tú has hecho con la mía? ¿Tienes miedo de que se entere de que una de sus. ovejas se ha descarriado?

Paula se tragó la ira y sonrió amablemente al párroco que se acercaba.

-Buenas noches, reverendo.

-Buenas noches, Paula.

Para el reverendo McPhee no importaba si estaba en un funeral o en un bautizo, su voz permanecía severa en cualquier caso. Miró a Pedro y Paula se apresuró a presentárselo.

 -Éste es el señor Alfonso, ha venido desde Londres. Pero me temo que no puede hablar. El pobre tiene una terrible laringitis. Tiene instrucciones del médico de que deje descansar la voz.

Recuerdo Perdurable: Capítulo 14

En Kindarroch, en donde los vecinos iban a pie o en viejos camiones y furgonetas, un deportivo era una novedad que causaba gran expectación. Y más aún a ella cuando lo vio parado delante de su casa. Se preguntó de quién sería y entró en el salón. La sangre se le heló en las venas. Se quedó boquiabierta e incrédula. Aquello no podía ser, se dijo. Era imposible. -¡Paula! -la llamó su madre sonriendo-. ¿No es un verdadera sorpresa? Ha venido un amigo tuyo desde Londres sólo para verte.

Pedro Afonso se puso en pie sonriendo con aquellos irónicos ojos grises.

-Hola, Paula. No puedes imaginarte cuánto me alegro de verte.

Demasiado sorprendida, Paula se quedó mirándolo de pie hasta que su madre la hizo unirse a ellos en la mesa. Luego oyó hablar a su padre como si estuviera muy lejos.

-Pedro ha estado contándonos la estupenda noche que pasaron juntos en un restaurante.

-En Cardini -intervino Pedro sonriendo con inocencia-. Estoy seguro de que recuerdas esa primera noche, Paula. De hecho volvimos a encontrarnos allí una segunda vez, ¿no es verdad?

Paula había comenzado a reponerse del shock. Recapacitó, cerró los puños bajo la mesa y lo miró poco afable.

-¿En serio?

-Por supuesto -rió Pedro divertido ante su respuesta-. ¿Cómo has podido olvidarlo? Venías de un baile de disfraces y llevabas una peluca rubia y un traje muy seductor, de encaje. Tienes que acordarte.

Bueno, aquello contestaba al menos a una de sus preguntas. Había descubierto quién era Tamara Torres. Dios sabía cómo lo había hecho, pero eso lo averiguaría más tarde, se dijo. Lo principal en ese momento era saber cómo la había encontrado. Magda nunca le hubiera dicho a dónde había ido. ¿Acaso se había delatado ella misma? Recordaba vagamente que él le había preguntado de dónde era, y ella le había respondido... Pero era imposible que se hubiera acordado...

-Pedro nos ha estado contado que es agente inmobiliario -continuó su padre en un intento por darle conversación y riéndose luego-, pero ya le he dicho que aquí no hay ninguna propiedad que merezca la pena. Este lugar ha caído en el olvido.

-Bueno, quizá se sorprenda usted-contestó Pedro con seguridad-. Voy a quedarme en el hotel unos cuantos días -añadió sonriéndole a Paula-, y lo que me hace falta es una persona que me enseñe los alrededores. Estoy seguro de que no te molestará hacerlo, ¿verdad, Paula?

-Claro que no -contestó su madre por ella-, por supuesto que no le molesta, Pedro. Le encantará. ¿No es cierto, Paula?

Era evidente que su madre se estaba preguntando por qué estaba tan seria, pensó Paula. Pedro era joven y guapo, y con dinero, a juzgar por las apariencias. Bien educado, y obviamente interesado por su hija. Y sin embargo, ella no había sonreído ni una sola vez. Paula no comprendía a qué estaba jugando Pedro, pero hasta que lo descubriera tendría que seguir aquella farsa. Se sentía enferma, pero se esforzó en sonreír.

-No me molesta. Estoy de vacaciones, y no hay mucho que hacer por aquí.

Pedro sonrió, pero sólo ella pudo apreciar la forma irónica en que torcía la boca.

-Seguro de que no te aburres, Paula. ¡Una chica con tu talento! De hecho sé que eres muy buena actriz. ¿Es que no hay una compañía de teatro local a la que puedas unirte?

Sus padres no comprendieron aquel comentario, pero Paula supo que iba a tener que sacar a Pedro  de su casa y preguntarle a qué diablos estaba jugando.

-En cuanto termines el té, te acompañaré al hotel -dijo tensa pero educada-. Podremos hablar sobre los lugares que deseas ver.

-Buena idea -sonrió Pedro-, pero no tengo prisa. Tu madre me estaba contando cosas de tí antes de que aparecieras. Según parece de niña eras muy traviesa. Dice que siempre estabas metiéndote en líos.

-No lo creas, no era peor que cualquier otro niño -contestó mirándolo fría con los puños cerrados sobre el regazo y un nudo en el estómago-. Las madres siempre lo exageran todo.

-En tu caso, yo creo que no -sonrió débilmente-. Quizá sea por ese precioso pelo rojizo tuyo.

Ya sabes lo que se dice de las pelirrojas, ¿no?

-No, me temo que no lo sé. ¿Qué es lo que se dice de las pelirrojas?

-Ese pelo lo ha heredado de su padre -intervino su madre-. ¿Quieres tomar otro pastel de mantequilla, Pedro? -añadió tendiendo el plato y mirando a su hija con desaprobación.

Paula ignoró el gesto de su madre y siguió seria.

-Te parecerá raro un lugar como éste viniendo de Londres, ¿no, Pedro? -preguntó su padre. Pedro  sonrió con naturalidad, relajado y a gusto consigo mismo, igual que si estuviera en su propia casa.

-No tan raro, señor Chaves. Estuve seis meses en Assynt al terminar mis estudios en la Universidad.

-Eso está en el condado de MacLeod -lo miró sorprendido-. Creo que el ejército hace entrenamientos secretos allí.

-Sí... eso tengo entendido. Estos pasteles son realmente deliciosos, señora Chaves. Había olvidado lo rica que es la cocina casera. La felicito.

-Paula es muy buena cocinera -se apresuró a decir su madre-. Quizá tengas ocasión de comprobarlo antes de volver a Londres. He oído decir que las comidas del hotel no son demasiado buenas. No se esmeran mucho, como apenas tienen huéspedes...

Paula apretó los dientes. Su madre no tardaría en ofrecerle la habitación de invitados, pensó.

Pedro sonrió burlón, y luego dijo en tono serio:

-Si lo hace tan bien como hace lo demás esperaré -ansioso a probarlo.

-¿Y cómo se conocieron? -preguntó su padre como indagando a un pretendido yerno.

-Nos conocimos por casualidad -declaró Pedro-. Se puede decir que Paula cayó literalmente en mis brazos. Tomamos una copa... y luego la invité a cenar esa misma noche. Nos hicimos... -la miró burlón- ... muy amigos. ¿No es cierto, Paula?

Paula tuvo que reprimir sus deseos de contestar y conformarse con asentir con la cabeza. Pensar que su vida se habla arruinado por culpa de un estúpido chico en patines era como para llorar.

-Bueno, me alegro de saber que fue a ti a quien conoció -intervino su madre-. Se oyen historias terribles sobre chicas que viajan solas a Londres y se ven mezcladas con gente indeseable. Estoy segura de que sabes a qué me refiero, Pedro.

-Desde luego, señora Chaves. Londres, como todas las grandes ciudades, tiene también su lado malo. Siempre hay gente dispuesta a aprovecharse.

Paula se quedó mirándolo. No podía quedarse ahí sentada y soportar aquella conversación en silencio. Pedro se estaba burlando de ella, y quizá pretendiera luego burlarse también de sus padres.

-Es cierto. De hecho conocí a un tipo de esos al poco de llegar a Londres -dijo Paula-. Estoy segura de que sabes a qué tipo me refiero. Era de esos capaces de mentir y engañar con tal de salirse con la suya.

-Espero que lo mandaras a freír espárragos, Paula -intervino su madre.

No creo que tenga usted que preocuparse en ese aspecto, señora Chaves-rió Pedro-. Su hija sabe cuidar muy bien de sí misma. Es una chica de recursos -añadió mirándola-. Lo mandaste a freír espárragos, ¿verdad, Paula?

Recuerdo perdurable: Capítulo 13

La foto  apareció en el periódico de la tarde del día siguiente. Magda la miró contenta y luego leyó el artículo en voz alta:

-«Definitivamente no estaba en el menú de Cardini... Tamara Torres, una chica de la calle que no oculta su profesión, saca a relucir los trapos sucios en uno de los restaurantes más afamados de Londres. Su pretendido cliente, el señor Pedro Alfonso, no quiso hacer ningún comentario cuando le preguntaron si era cierto que le debía dinero por los servicios prestados...

Paula  ya había visto el artículo, y sonrió con amargura desde el otro lado de la mesa.

-Es verdad, no hizo ningún comentario. De todos modos nadie le hubiera creído, ni la chica que estaba con él. Se puso pálida. La última vez que la miré debía de estar apunto de darle un puñetazo. Supongo que debería sentir lástima por ella, pero no pude evitarlo. Puedes creerme, Magda -añadió dando un sorbo de café-, el señor Casanova Alfonso tardará mucho tiempo en volver a Cardini.

Magda seguía estudiando la fotografía en silencio. Finalmente, asintió satisfecha y dejó el periódico a un lado.

-Bueno, parece que has hecho bien el trabajo. ¿Estás completamente segura de que nadie te reconoció?

-Nadie, imposible. ¿Cómo, con ese disfraz? ¡Si hasta tú misma dijiste que no me reconocería ni mi madre!

-¿Y no dijiste nada que...? ¿No se te escaparía nada que pudiera darle la menor pista de quién eras?

Paula dejó la taza sobre el plato y reflexionó. ¿A qué venían todas aquellas preguntas? ¿Y por qué de pronto Magda parecía tan preocupada? De todos modos ya estaba hecho.

-¿Pero qué ocurre? -exigió saber-. Escucha, me importa un rábano si descubre que he sido yo.

No puede hacerme más daño del que ya me ha hecho, ¿no crees?

Magda tomó la taza de café y contestó:

-Escucha, últimamente lo has pasado mal, querida. Cuando hablamos la primera vez sobre este asunto te avisé de que quizá fuera mejor que te marchases hasta que el escándalo hubiera pasado. Creo que eso es lo que deberías de hacer.

-¿Pero qué escándalo? -preguntó suspicaz.

-Tienes que ser prudente -sonrió evasiva-. Te has ganado unas vacaciones. Tómate unas cuantas semanas libres y vete a Escocia a visitar a tus padres. Seguro de que te echan mucho de menos.

-¿Pero a qué escándalo te refieres? -insistió desafiante.

Magda encendió un cigarrillo. Acababa de apagar uno un minuto antes, así que aquello era un signo inequívoco de que algo le rondaba por la mente. Al fin habló:

-Has hecho mucho daño a Pedro Alfonso, lo has sacado de sus casillas, de eso puedes estar segura. Y puedes apostar tu vida a que hará todo lo que esté en su mano para descubrir quién es Tamara. Y si lo descubre...

-¡Al diablo si lo descubre! -exclamó Paula-. Te lo he dicho, no me importa lo más mínimo.

-¿Y si intenta llevarte ante los Tribunales?

Paula  parpadeó. Luego, respiró hondo y miró a Magda sorprendida.

-¿Pero cómo va a hacer eso? No he hecho nada ilegal, ¿no es cierto? Te pregunté antes de hacerlo si...

-Bueno, no, no has hecho nada ilegal estrictamente hablando. No se puede decir que sea ilegal, pero es muy posible que Pedro Alfonso quiera vengarse. Puede que crea que tiene derecho a llevarte ante un tribunal civil por difamación.

Paula se quedó mirando a Magda en silencio y luego hizo un gesto despreciativo.

-Eso no le haría ningún bien a él. Si me lleva ante los Tribunales, yo explicaré alto y claro por qué lo hice, y entonces se descubrirá cómo es él, una rata sin escrúpulos, un seductor de mujeres inocentes.

-La seducción, por desgracia, no es ningún delito civil. Sin embargo difamar a un hombre en público sí lo es. Y no te olvides de que es rico. Puede pagar al mejor abogado. Sé que no es justo, pero así es el mundo en el que vivimos..

Paula se encogió de hombros pensativa. No eran buenas noticias, pero tampoco podía culpar a Magda. Debería haber reflexionado sobre las consecuencias antes de hacer nada. Sin embargo, no se desalentó. Se sentó derecha sobre la silla y dijo:

-Sigue sin importarme un bledo. Que haga lo que quiera.

-Si el asunto llega a los tribunales, saldrá en la prensa nacional. Supongo que tus padres leen los periódicos, ¿no? -preguntó haciendo recapacitar a Paula- Escucha. Lo más probable es que no ocurra nada pero, ¿por qué correr riesgos? Ya te has vengado de él, así que vuelve a tu trinchera y baja la cabeza. De todos modos te vendrá bien cambiar de aires. Piensa en Escocia, tómate un mes de vacaciones. Yo contrataré a una chica mientras tanto -dijo mirando el reloj-. Son sólo las siete y media. Tienes tiempo de hacer la maleta y tomar el tren de esta noche. -
Bueno... -suspiró-, si de verdad opinas que es lo mejor. Pero no pienses que huyo. Él no me asusta, sólo me voy para complacerte.

-Bien -sonrió aliviada-. Tienes un montón de ropa nueva que enseñar en casa, te echaré una mano. Luego llamaremos a un taxi.

En lugar de ir en tren hasta Invemess, donde hubiera tenido que esperar dos días al autobús para Kindarroch, Paula se bajó en Glasgow. Desde allí tomó otro tren hasta Oban, una ciudad con un puerto pesquero importante en la costa oeste. Se dirigió hacia el puerto, y allí alquiló los servicios de una pequeña barca que la llevara a casa, adonde llegó la noche siguiente.

Sus padres, por supuesto, se sorprendieron y alegraron de verla. Pasó la noche contestando a sus preguntas y contándoles lo maravilloso que era su trabajo, lo fantástica que era Magda, y lo lujoso que era el piso en el que vivía... Pero naturalmente no les dijo ni una palabra sobre Pedro Alfonso. Se hubieran escandalizado, y probablemente no la hubieran dejado volver a marcharse.

Al día siguiente, estuvo visitando a sus amigos. Se propuso no volver a dejarse guiar nunca más por María. Desde ese mismo instante, el destino estaría en sus manos, y no permitiría que ninguna adivinadora del futuro la influyera.

A la mañana siguiente el sol brillaba en un cielo límpido. Los pescadores miraban hacia el horizonte y predecían un día caluroso. Lo pasó agradablemente, entre baños y largos ratos tumbada en la arena. El recuerdo de Pedro Alfonso comenzaba lentamente a desaparecer. Magda tenía razón cuando le dio aquel consejo. Cuando volviera a Londres, ya sólo sería un vago recuerdo. A las cinco, se bañó por última vez, se quitó el bañador y se vistió para volver a casa.

jueves, 25 de febrero de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 12

Paula  esperaba tener que hacer el mismo número delante del camarero jefe nada más entrar, pero no fue necesario. Estaba al otro lado del comedor, de espaldas a ella, tomando nota a unos clientes. Sabía exactamente dónde buscar a Pedro, y efectivamente, allí estaba, justo donde esperaba. Hablaba animadamente mientras servía dos copas de vino. Estuvo a punto de abalanzarse hacia él cuando recordó el consejo de Magda:

-No serviría de nada que atravesaras a toda prisa el comedor, tienes que hacer una gran entrada. Tienes que conseguir llamar la atención de todos los comensales, querida. Todos los ojos deben estar fijos en ti cuando llegues hasta él.

-¿Y cómo lo conseguiré? -había preguntado ella.

-Pues desde luego no comportándote como lo haría Paula Chaves, de ese modo no engañarías a nadie. Tienes que convertirte en Tamara Torres, tienes que meterte en su piel y hacer lo que haría ella. Es el único modo de que todos comprendan quién eres.

-¿Pero cómo? -había vuelto a preguntar.

-Eso debes averiguarlo tú, querida, ella será tu creación. Pero recuerda que Tamara no tiene por qué ser una absoluta degenerada sólo porque se gane la vida vendiendo su cuerpo. Esas chicas suelen hacerlo por necesidad, no por placer. Quizá su marido la abandonara con hijos y una madre a la que mantener. Tamara ahorra cada peseta que gana para que sus hijos puedan vivir de un modo distinto a como lo hace ella. Su vida en las calles la ha endurecido, la ha hecho una cínica, pero a pesar de todo, tiene aún tiempo para dar de comer a los gatos que se encuentra por la calle.

Paula recordó ese consejo, puso una mano sobre el bolso y la otra sobre la cadera, sacó pecho y comenzó a caminar sinuosamente entre las mesas. De inmediato comenzó a oír murmullos a su paso y a sentir miradas tras ella. Alguien tosió y se atragantó, otro dejó resbalar un cuchillo al suelo. Un camarero con una bandeja se quedó inmóvil, boquiabierto, mientras ella parpadeaba al pasar.

El murmullo comenzó a crecer. Estaba sólo a unos pasos de Pedro  cuando él la miró. Sus ojos se encontraron. La luz marcaba las líneas de su rostro. Paula se sintió impresionada por su magnetismo. Pero en aquella ocasión podía ignorarlo, se dijo. Sabía qué había detrás de ese rostro falso.

Pedro  se mostraba tranquilo, a gusto con el mundo. Sólo reflejaba cierta curiosidad ante ella. En cambio la chica que lo acompañaba estaba alarmada, pacía consciente de que se dirigía hacia ellos. La gente se volvió en un inmenso silencio expectante. Contenían el aliento esperando a ver qué ocurría.

Paula sintió pánico. Como una actriz en la noche de su debut deseó desaparecer de escena antes que hacer el ridículo, pero luchó contra ese impulso. Algo más fuerte que el miedo la obligaba a seguir adelante. Era un imperativo que la forzaba a terminar aquello que se había propuesto hacer.

Llegó hasta la mesa con movimientos sinuosos y se paró sacando una cadera. Dejó una mano sobre la cintura y con la otra lo señaló con un dedo acusador.


-Pedro Alfonso, eres un chico muy, muy travieso -dijo en voz alta para que la oyeran bien al menos la mitad de los comensales-. Otra vez la misma, ¿verdad? Te has marchado sin pagarme. Cuando me desperté después de estar jugueteando contigo, ví que ya te habías ido. Y ni rastro del cheque ni del sobre habitual en el piso. Vamos a ver... ¿cómo se supone que esperas que pague al casero?

Pedro se quedó mirándola en un silencio sepulcral, pero Paula creyó ver en sus ojos un destello de ira. Fue algo fugaz. Luego, él volvió la cabeza para mirar a otro lado y dió un trago. Aquel despliegue de indiferencia fue una sorpresa desagradable, pero estaba decidida a continuar hasta el final.

Suspiró paciente y se dirigió entonces a su acompañante.

-Siempre me hace lo mismo. Te estoy avisando, querida, no lo pierdas de vista. Y no es porque sea un tacaño, no. Cualquiera de las otras chicas te lo confirmará. Es sólo que... hizo un gesto con la mano-. ¿Tienes idea de lo que te clavan por una cena en un sitio como éste? ¡Dios mío! ¡Ojalá todos mis clientes fueran así de generosos! -lo miró con una sonrisa como perdonándolo-. Bueno, es sólo que se olvida de los pequeños detalles, como por ejemplo pagarme. No es culpa suya. ¡Está siempre tan ocupado trabajando! Siempre tiene que ir a ver a un cliente, consultar a un abogado... ya sabes. Ya le he dicho yo esta tarde, mientras se desvestía, que no sabía cómo lo hacía.

La acompañante de Pedro se quedó horrorizada. Torcía la boca sin hacer ruido alguno, pero por fin miró a Pedro y exclamó:

-¡Pedro! ¿Conoces... conoces a esta... esta persona?

Paula  estuvo a punto de retorcerse de la risa.

-¿Que si me conoce? Ésa ha sido buena, querida. Soy Tamara Torres. Todo el mundo me conoce. Pedro y yo somos buenos amigos desde hace mucho tiempo. ¿No es cierto, Pedro? Cuéntaselo, venga, vamos. Él fue uno de mis primeros clientes, yo sólo tenía dieciséis años. ¿Te acuerdas?

Pedro  la miró airado y en silencio. Luego dijo en voz baja y amenazadora:

-No la conozco, señorita Torres, pero ya se ha divertido usted bastante a mi costa. Ahora váyase como una buena chica y déjenos en paz. Si no, tendrá que lamentarlo.

Paula ignoró la amenaza y se mostró ofendida. Luego se echó a reír.

-Te gusta gastar bromas, ¿verdad, Pedro? Desde luego que sí, siempre has sido un bromista -dijo sacando del bolso un par de calzoncillos y tendiéndoselos-. La semana pasada te dejaste esto, ¿te acuerdas? Cualquier día te vas a dejar los pantalones. Te los he lavado y planchado, como siempre -dijo sosteniéndolos en alto para que todo el mundo los viera-. ¿A que son bonitos? -preguntó dirigiéndose a la acompañante-. Rojos con ositos amarillos. Tiene otro par con delfines y otro más con ranas verdes. Creo que en el fondo no es más que un crío. Entonces el fotógrafo hizo funcionar el flash de su cámara y ella dejó caer los calzoncillos sobre el regazo de Pedro.

-¡Vaya! ¡Demonios! Nos están sacando fotos. ¡Espero que mi madre no me reconozca! Pedro mantuvo la boca cerrada, pero Paula pudo ver el destello de su penetrante mirada, que trataba de reconocerla bajo el disfraz. Sonrió triunfante, pensando en que hubiera deseado poder quitarse la peluca y las pestañas postizas. Hubiera querido ver su rostro cuando al fin descubriera quién era, pero si la reconocía, lo echaría todo a perder. De todos modos, había llegado el momento de marcharse. El camarero jefe se había dado cuenta de su presencia, y se dirigía hacia ella a pasos agigantados. Sonrió burlona mirando a Pedro por última vez y salió ante miles de ojos atónitos.

Una vez fuera, se paró en la calle. El frío de la noche la hizo temblar. El portero la miró. -¿Y bien, señorita? ¿Qué tal le ha ido ahí dentro? ¿Le gustó al señor Alfonso la sorpresa de cumpleaños?

-A decir verdad -sonrió-, no dijo gran cosa. Desde luego se sorprendió, pero creo que estaba demasiado emocionado como para decir nada.

-Mientras le haya gustado... En Cardini siempre hacemos todo lo posible para que nuestros clientes pasen una noche agradable.

-Estoy segura. El señor Alfonso no va a olvidar esta noche. ¿Sería usted tan amable de pedirme un taxi, por favor?

El portero silbó. Un taxi se acercó y él le abrió la puerta haciendo un gesto con el sombrero. Luego, le dijo al taxista la dirección y se sentó satisfecha y sonriendo. Lo había conseguido, se dijo. Estaba impaciente por volver y contárselo a Magda.

Mientras el taxi arrancaba miró al otro lado de la calle. Ahí estaba Freddie, de pie contra la pared delante de la tienda. << ¡Hombres! >> , exclamó para sí misma con desprecio. Todos eran iguales. Bueno, al menos aquella noche les había dado una lección a dos de ellos.

Pedro Alfonso sabría desde ese mismo instante qué significaba sentirse humillado. Cuando las fotos aparecieran en los periódicos al día siguiente, sería el hazmerreír de Londres, y ninguna chica sensata volvería a dejarse ver en su compañía. Se sentía aliviada, se quitó la peluca y dejó que el pelo rojizo le cayera por los hombros y la cara.

Recuerdo Perdurable: Capítulo 11

Lo peor de todo eran las miradas de la gente que pasaba por la calle. Sólo llevaba allí unos diez minutos, pero se le habían acercado ya dos posibles «clientes». Con el primero le costó un rato comprender qué quería. Cuando por fin lo hizo, tuvo que reprimir sus deseos de darle un bofetón en la cara con el bolso.

-Lo siento -le había dicho-, estoy esperando a mi marido.

Al segundo, lo había tratado de un modo parecido, y luego lo había visto escurrirse para probar suerte con otra chica. Era horrible, reflexionó. Nunca hubiera pensado que hombres con un aspecto tan respetable pudieran ser tan rastreros.

Entonces, llegó un taxi a la entrada del restaurante que captó su atención. Vio al portero del Cardini acercarse para abrir la puerta. Un hombre salió. Era él, sonrió triunfante para sí misma.

Su corazón comenzó a latir a gran velocidad. Sintió una extraña mezcla de excitación y nerviosismo. A pesar de la distancia, podía reconocer su figura. Iba inmaculadamente vestido, con chaqueta y pantalones oscuros. Era alto, poderoso, y todos sus movimientos tenían elegancia. Se le secó la boca. Si hubieran sido ciertas las predicciones de María, se lamentó, si él la hubiera amado de corazón, y no sólo con el cuerpo... Pero él no tenía corazón. Era un mentiroso. Era un ser egoísta, egocéntrico, falso, cruel y bajo.

Como el caballero que aparentaba ser le ofreció la mano galante a su acompañante, que salió del taxi. Era una chica alta y delgada de cabello oscuro. Paula intentó reprimir los celos. En el fondo debería sentir lástima por ella, se dijo. Quizá también tuviera sus sueños.

Apretó los labios y pensó que con diez minutos bastaría. Para entonces ambos estarían sentados a la mesa mirándose a los ojos el uno al otro a la luz de la vela. Pero en ese momento aparecería ella, y el señor Pedro Alfonso tendría que despedirse para siempre de su reputación.

-Buenas noches, señorita.

Paula se volvió hacia el hombre que le hablaba. Otro más, pensó molesta.

-¿Se dirige usted a mí?

Aquel hombre estaba demasiado ocupado mirándola como para molestarse ante esa fría contestación. Por el contrario, se acercó y murmuró:

-A la vuelta de la esquina hay un bar muy acogedor. ¿Quieres unirte a mí y tomar unas copas?

Era patético, pensó. Probablemente tendría mujer e hijos, y hasta una sepultura a medio pagar. Bueno, al menos aquello demostraba que daba el pego. ¿Pero sería capaz de interpretar su papel?, se preguntó. Aquél era un momento tan bueno como otro cualquiera para averiguarlo.

Sonrió provocativa, parpadeó con las pestañas falsas y dijo:

-Tengo gustos caros, amigo. ¿Podrás pagar el champán?

El mejor champán sonrió dando unas palmaditas a su bolsillo del pantalón, donde probablemente llevaba la cartera-. Verás que soy muy generoso. Pide lo que quieras.

Paula se puso una mano en la asista, serió y murmuró:

-Bien, eso está bien. Me encantan los hombres a los que les gusta gastar el dinero –comentó pensando que aquello era demasiado fácil. Ni siquiera se sentía cohibida, aquel payaso se lo creía todo-. Me llamo Tamara. Y tú?

-Freddie, llámame Freddie -contestó mirando nervioso a su alrededor-. ¿Nos vamos ya? Debía de estar preocupado de que alguien lo reconociera. Bien, se dijo, en ese caso le haría sudar.

-Bueno... eso depende de en qué otra cosa estés pensando aparte de invitarme a una copa, Freddie -contestó provocativa.

-Conozco un hotel muy cerca de aquí -continuó él sugestivo-, y son muy comprensivos con este tipo de cosas. Podemos subirnos un par de botellas y... disfrutar. -¿A qué te refieres con eso de disfrutar, Freddie? -murmuró sonriendo.

Freddie se sorprendió y miró a su alrededor una vez más. Paula estaba haciendo esas preguntas tal y como las había oído hacer en las películas, y él se estaba poniendo nervioso.

Pero era necesario hacerlas si quería cazarlo, se dijo, necesitaba que dijera lo que quería. Volvió a mirarlo con ojos sugestivos y alentadores y añadió:

-Eres un chico muy travieso, Freddie. Lo que quieres es llevarme a la cama, ¿a que sí? ¿Estás seguro de que tendrás dinero suficiente?

-Por supuesto que sí -insistió él-. Te he dicho que soy muy generoso, ¿recuerdas?

-Sí, Freddie, me lo has dicho -dijo cambiando el tono de voz de pronto y poniéndose seria-. Quizá el juez lo tenga en cuenta, pero lo dudo. Si quieres ver mi placa estaré encantada de enseñártela. Soy el agente Jordan, de la policía metropolitana, y te acuso de importunarme con propósitos deshonestos.

-Pero... pero.. -su rostro, colorado, parecía a punto de explotar-. Yo no... no he... hecho nada.. sólo...

-Es inútil, Freddie, has escogido la noche equivocada. La brigada policial tiene todo el área bajo vigilancia con cámaras de circuito cerrado de televisión -estaba disfrutando, pensó mientras le subía el nivel de adrenalina. Freddie había caído en la trampa. Era una lástima que le hicieran daño los zapatos-. Y ahora voy a decirte algo. Eres el cuarto en media hora. La furgoneta llegará de un momento a otro para recogerte, a tí y a los otros. Te quedarás aquí, de cara a la pared y sin moverte. Yo tengo que ir a informar a mi jefe al otro lado de la calle: Te advierto que si intentas huir serás arrestado y te acusarán de intento de fuga. Recuerda que estás delante de las cámaras.

-¿Y saldrá... en los periódicos? ¿Es una redada? preguntó Freddie casi enfermo.

-No me sorprendería que saliera en las noticias de la televisión. Espero que eso te enseñe a comportarte de otro modo en el futuro.

Paula esperó a que se diera la vuelta y mirara a la pared. Luego, con un último aviso por si intentaba huir, se marchó cruzando la calle hacia el restaurante.

Estaba orgullosa de sí misma, de su interpretación. Le había metido el miedo en el cuerpo, de eso no cabía duda. Con un poco de suerte a las dos de la madrugada seguiría allí esperando a que llegara alguien a arrestarlo.

Algún día, se dijo, volvería la vista atrás y recordaría aquel momento. Y se preguntaría de dónde habría sacado la audacia. La dulce inocencia de su juventud había desaparecido de una vez por todas.  Se la había arrebatado. Sin embargo, aquel triunfo sobre Freddie la daba confianza en sí misma para la tarea que se proponía.

El primer escollo a negociar era el agitador del restaurante, y por la cara de alarma que estaba poniendo al verla acercarse era evidente que no tenía intención de dejarla entrar. Se quedó inmóvil como una muralla impidiéndole el paso.

-Lo siento, señorita, pero no puede pasar... -dijo mirándola de arriba abajo-: No se permite entrar a las mujeres solas. Si quiere usted cenar, le que vaya a la hamburguesería de aquí al lado.

Magda ya le había prevenido de que ocurriría algo así, de modo que llevaba aprendida la lección. Paula suspiró y asintió.

-Lo que me temía. Supongo que voy muy bien disfrazada, ¿no? Bueno, pues es sólo eso, un disfraz. Escucha, soy estudiante y me gano algo de dinerillo trabajando de vez en cuando para una agencia. Creo que el señor Pedro Alfonso está cenando hoy aquí. Es su cumpleaños, y sus colegas han alquilado mis servicios para que le desee un feliz día y le dé un regalo -el portero vaciló, así que Paula volvió a suspirar-. Comprendo perfectamente tu postura, desde luego. Las reglas son las reglas. Bueno, tendré que volver y contarles que me has negado el paso. Se van a enfadar bastante, y el señor Alfonso también se enfadará cuando se entere de lo que ha pasado. ¡Qué le vamos a hacer! Sólo estás obedeciendo órdenes, ¿verdad?

Paula se dió la vuelta para marcharse, pero en ese momento el portero tosió y dijo al fin:

-Disculpe, señorita, quizá haya cometido una equivocación. El señor Alfonso es cliente nuestro, por supuesto. Creo que en su caso podré hacer una excepción -accedió al fin haciendo un gesto con el sombrero y abriéndole la puerta.

Recuerdo Perdurable: Capítulo 10

-¿Cómo iba a olvidarlo? Cuando más pienso en él más rabiosa me pongo. Si hubiera alguna forma dé ponerle las manos encima... –añadió apretando los dientes y frunciendo el ceño-. A veces desearla ser un hombre.

-Como todas, querida. Peso como somos mujeres la lucha será entre la inteligencia y los músculos. Inteligencia superior contra fuera, así fue escrito en el libro de la vida. Y ahora concentrémonos en nuestro problema.

Paula asintió resignada. Hablar sobre la inteligencia superior de las mujeres la deprimía. Estaba comenzando a pensar que se había dejado la cabeza en Kindarroch. Entonces, de pronto, recordó algo y contuvo el aliento. Miró a su alrededor y murmuró nerviosa:

-Sabemos una cosa. Sabemos que cena en Cardini todas las noches. ¿Que te parecería si fuera allí... me dirigiera directamente a su mesa y... y le vaciara una jarra de agua en la cabeza?

Magda no pareció muy impresionada.

-Demasiado soso -contestó pensativa-. Sin embargo es una posibilidad. ¿Estás segura de que quieres humillarlo en público? .

-Desde luego que sí, cuanta más gente haya mejor -dijo con un destello de placer en los ojos ante la perspectiva-. ¿Y qué mejor lugar que un restaurante? No cualquier restaurante, no, date cuenta. A Cardini va la jet set.

-Cardini es un buen sitio -sonrió traviesa Magda-, pero creo que podrías interpretar tu papel ante una audiencia más numerosa, querida. Los periódicos londinenses estarán encantados de hacerle una foto a Pedro Alfonso recibiendo el postre que se merece. Podrían editar medio millón de copias extra.

-Pero... pero ¿cómo...? -preguntó Paula abriendo mucho los ojos.

-Yo me ocuparé de eso, cariño. Será sencillo. Un amigo mío me debe un par de favores. Él mandará a un fotógrafo a la escena del crimen a tomar fotos para la posteridad -rió-. Pero tiene que ser algo original, no simplemente vaciarle una jarra de agua encima. Tiene que ser algo de lo que todo el mundo hable después.

¿Había alguien en Londres a quien Magda no conociera?, se preguntó Paula.

-Bueno, pues a mí no se me ocurre nada.

Magda se quedó pensativa. Luego sonrió.

-En una ocasión conocí a una mujer que tuvo oportunidad de humillar a un hombre en público. Era un miembro del Parlamento, pero después de lo que ella le hizo tuvo que renunciar a su cargo -rió sacudiendo la cabeza-. No obstante no estoy segura de que tú quieras llegar hasta esos extremos.

-¿Y por qué no? -preguntó Paula indignada-. Los Chaves no nos enfadamos fácilmente, pero cuando lo hacemos, no dudamos en utilizar los medios necesarios para devolver el insulto.

-Hmm... -murmuró Magda pensativa-. Sin embargo, es posible que después tengas que abandonar Londres durante un par de semanas hasta que todo esté olvidado. Yo te avisaría cuando la tormenta hubiera pasado.

-No se tratará de nada ilegal, ¿verdad? -la miró cauta-. No quiero tomar parte en nada que...

-No, ilegal no, en realidad... pero requiere una buena dosis de habilidad en la interpretación.

-Bueno -se relajó-, en el colegio interpreté a Ofelia.

-El papel que tendrás que interpretar será el de una mujer con bastante más desparpajo -atestó Magda divertida torciendo la boca.

-Puedo hacerlo.

Magda se quedó mirándola por un unto, y al final dijo:

-Bueno, ya veremos. Por el momento vamos a dejarlo, querida. Dentro de un par de días lo discutiremos a fondo, cuando vuelva de Francia. Brindemos por el naufragio del Golden Alfonso–exclamó elevando el vaso y sonriendo.

Paula se estremeció de frío en medio de la noche. Era molesto tener que estar de pie delante de aquella tienda, y aunque la ropa que llevaba estuviera bien para las busconas de París, estaba pensada para la provocación más que para resistir las inclemencias del tiempo. Cuando Magda volvió de Francia y le explicó su plan Paula la miró con aprensión, pero cuando le enseñó la ropa debería ponerse para llevarlo a cabo estuvo a punto de renunciar. Los zapatos rojos de tacón de aguja podían pasar, y el bolso de piel a juego tampoco estaba mal, pero el pantalón blanco lleno de encaje y el top, que dejaban al descubierto más de la mitad de su cuerpo, le daban escalofríos. Y para coronarlo todo debía llevar la peluca rubio platino más extraña que hubiera visto nunca. Catriona había mirado con recelo a Magda y había protestado:

-¡Esto es ridículo! ¡Si no me muero de una pulmonía, me detendrán por escándalo público! -No, no te ocurrirá nada. En West End abundan las chicas vestidas así, y aún más provocativas. De todos modos cuanto más indecente vayas mejor. Todos en el Cardini deben saber sin ninguna duda a qué te dedicas para ganarte la vida. Y ahora deja de protestar y pruébate la ropa.

Paula tuvo que hacerlo, aunque sin ganas, y el reflejo de su imagen en el espejo la hizo exclamar.

-¡Por Dios! ¡Si yo me voy a la cama con más ropa que esto! ¡Pero si se ve todo a través del encaje! ¡Para eso podría ir desnuda!

-Lo más que se ve es la ropa interior, ¿y a que no dudarías en ponerte en bikini para ir a la playa?

-No, pero no es lo mismo.

Magda ignoró aquel comentario, la miró de arriba abajo, y luego asintió satisfecha.

-Es perfecto. Por supuesto la noche en que te lo pongas irás maquillada y pintada. Mucho maquillaje y mucho lápiz de labios. Entre la pintura y la peluca no te reconocerá ni tu propia madre.

Gracias a Dios, pensó Paula, esperaba que fuera así. Pero entonces cayó en la cuenta de algo y miró a Magda alarmada.

-Pero eso quiere decir que Pedro Alfonso tampoco me reconocerá.

-Será mejor que no te reconozca.

-¿Y por qué? -preguntó molesta frunciendo el ceño-. Quiero que sepa que soy yo. Esconderse detrás de un disfraz me parece... una cobardía.

-Sí... bueno. Según dicen la discreción es una virtud, y créeme, querida, es mucho mejor que no te reconozca. Pedro Alfonso se va a enfadar mucho -añadió levantando su rostro por el mentón con un dedo y sonriendo-. Te llamaremos Tamara Torres. ¿Qué te parece?

-Abominable.

-Bien. Voy a tardar unos cuantos días en prepararlo todo, así que hasta ese momento puedes seguir practicando tu lenguaje de barrio.

Todo estaba preparado. De algún modo Magda había averiguado que Pedro iba a ir a cenar esa noche a Cardini con una acompañante, y el fotógrafo estaba ya sentado en una mesa estratégicamente situada.

Paula había escogido esa esquina de la calle para esperar porque daba justo enfrente de la puerta de Cardini, y desde allí tenía una vista inmejorable de los taxis y de la gente que bajaba de ellos. Tenía un nudo en el estómago. No comprendía cómo se había dejado convencer para hacer una cosa como aquélla. ¿Era sólo su deseo de impresionar a Magda, de hacerla ver que era una persona decidida, o se trataba de probarse a sí misma que tenía todo el coraje y la valentía de un Chaves?, se preguntó.

Recuerdo Perdurable: Capítulo 9

-Lo que me temía -suspiró Magda-. A pesar de ser joven, corres el peligro de convertirte en un alma solitaria y desilusionada. Tendremos que hacer algo al respecto antes de que sea demasiado tarde.

Paula se quedó mirando a Magda en silencio, perpleja y con los ojos muy abiertos. El problema era de ella... todo había sido por su culpa, por su propia estupidez. Comprendía la actitud de Magda, quería mostrarse amable, pero se comportaba como si hubiera sido ella la que hubiera sido traicionada.

-Estás sufriendo una crisis personal -continuó Magda sin descanso-. Estás empezando a perder tu buen humor y tu alegría, y eso no es bueno para el negocio.

Paula la miró largamente, sonriendo, y luego contestó:

-Eres una mentirosa, Magda. Ésa no es la razón por la que te preocupas por mí, ¿verdad?

-Lo sé, pero me resulta muy violento admitir la verdad -sonrió encogiéndose de hombros.

-¡Vaya! Dudo que alguna vez en tu vida te hayas sentido violenta por nada.

-No, supongo que no -admitió-, siempre he sido una egoísta. La única persona que me ha preocupado siempre he sido yo. Pero según dicen toda mujer tiene un instinto maternal. Bueno, el mío llega con veinte años de retraso, así que digamos que estoy tratando de reformarme -hizo una pausa, y de pronto sus ojos estaban llenos de tristeza, de vulnerabilidad. Luego se animó-. Piensa en mí como si fuera tu madrina, odio verte triste. Paula se sintió conmovida al escuchar la confesión de Magda. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

Tienes un alma muy bella, Magda, eres la mejor amiga que ninguna chica podría tener. Pero no quiero que te veas involucrada en esto. Sé solucionar yo sola mis problemas.

-Sí... vengándote de él. Eso fue lo que dijiste, ¿no? Algo así como que ibas a ser la mano de la venganza -dijo dando otro trago a su bebida y encogiéndose de hombros-. He tenido visiones de un clan escocés marchando sobre Londres mientras agitaba la bandera. Espero que no te refirieras a eso.

-Puedes estar segura de que no, tienes mi palabra.

Nadie en casa oiría nunca hablar de lo ocurrido si ella podía evitarlo, pensó Paula. Cuando volviera a Kindarroch lo haría con la cabeza bien alta..

-Yo nunca he creído en la venganza -comentó Magda pensativa-. La vida es demasiado corta como para perder el tiempo con esos sentimientos tan negativos. Yo creo que la gente como Pedro Alfonso al final tiene lo que se merece, sin necesidad de que sus víctimas le ayuden. Aunque debo admitir que en tu caso la idea tiene cierto interés, te ayudaría a olvidarte de él y a recuperar el respeto por ti misma. Así que cuanto antes lo hagas mejor.

-Magda tenía razón, pensó Paula amargamente.

Realmente era una cuestión de orgullo. Tenía que demostrarle a ese hombre que no podía utilizarla y despacharla a su antojo como si no valiera nada.

-No he pensado en otra cosa -admitió Paula cansada-, pero no sé cómo hacerlo. Mi mente no deja de dar vueltas en círculos, no consigo llegar a ninguna parte. Con gusto le tiraría encima una tonelada de basura si estuviera segura de que él iba a pasar por debajo.

-Ahí es precisamente a donde yo quería llegar. Lo primero de todo es conocer a tu enemigo, como solía decir un amigo mío. Tienes que conocer sus debilidades y la manera de aprovecharte de ellas.

-Pero si apenas sé nada de él, Magda -contestó Paula sacudiendo la cabeza llena de frustración-. Ni siquiera recuerdo el nombre del hotel al que me llevó.

-Pero me tienes a mí. Eres una chica afortunada, Paula. Ocurre que me he tomado en serio tu problema y he estado recopilando información sobre nuestro amigo.

-No me habías dicho nada -parpadeó sorprendida Paula.

-Esperaba que finalmente no fuera necesario, querida -añadió dando otro trago-. Pedro Alfonso tiene treinta y dos años y es un agente inmobiliario de gran éxito. Está especializado en locales de ocio y parece saber siempre dónde invertir. O eso, o tiene espías en el gobierno.

-Seguro que tiene espías -murmuró Paula.

-Nunca ha estado casado, ni nunca, según parece, ha tenido ninguna novia estable. La verdad es que es un misterio. Nació en el seno de una familia rica en Surrey, pasó cuatro años en Cambridge University, y luego le dieron el grado de oficial en el Ejército, en uno de esos regimientos que oficialmente no existen. Ganó un par de medallas y, hace cuatro años, renuncio para meterse en los negocios.

-Le pillaron en la cama con la hija de un oficial de alto grado, supongo.

-No. Dicen que fue por que se negó a cumplir ciertas órdenes.

-Bueno, tampoco me sorprende. No puedo imaginármelo aceptando órdenes de nadie. Apuesto que era hijo único. Es imposible que tenga una hermana eso seguro. Si la tuviera trataría a las mujeres con más respeto.

-Sin embargo -asintió Magda  confirmando las suposiciones de Paula-, sí tuvo un hermanastro más pequeño. Cuando su padre murió su madre volvió a casarse. Su hermanastro se llamaba Mariano Gonzalez. Y digo que se llamaba porque murió hace dos años en un accidente de coche. Es irónico, ya ves, porque según dicen era piloto de carreras, y muy prometedor. Podría haber llegado a ser campeón del mundo. Pedro  quedó muy afectado por su muerte.

Paula se mordió el labio. No quería oír ese tipo de cosas. No quería sentir ningún tipo de simpatía o lástima hacia él. De todos modos, pensó, nada de eso tenía relación alguna con la forma en que la había seducido. Toda aquella historia de su vida en realidad no la llevaba a ninguna parte.

-Calma, querida -dijo Magda paciente-. Uno nunca sabe qué información puede llegar a serle útil en el futuro.

-Bueno... quizá tengas razón -suspiró.

Paula bebió un tragó de agua mineral e intentó recordar algo que él le hubiera dicho y que pudiera ayudarla a encontrar un punto débil. Pero era una pérdida de tiempo. La gente como Pedro Alfonso siempre se aseguraba de no tener ningún punto débil, ni tan siquiera una molesta conciencia. Eran los fríos depredadores sin escrúpulos del mar de la vida.

Entonces se preguntó qué haría si él cruzara en ese momento la puerta con una chica agarrada del brazo. Cerró los ojos y dejó que su imaginación volara, como si aquello fuera una película a cámara lenta en el escenario de su mente...

Él haría una pausa nada más atravesar la puerta, y los murmullos de las conversaciones cesarían de repente. Su mera presencia sería suficiente para cargar el ambiente. Las mujeres sentirían acelerarse el ritmo de su respiración ante el poder y carisma de aquel hombre, y sus acompañantes lo mirarían llenos de hostilidad. Sus ojos grises recorrerían indiferentes toda la estancia hasta llegar a ella y entonces... aunque pareciera increíble... sonreiría. Luego, se acercaría lentamente a su mesa. Su corazón comenzaría a latir con fuerza. ¡Lo sabía, no había sido más que un terrible malentendido! Sencillamente había olvidado dónde vivía. Había estado buscándola desesperadamente durante semanas, y por fin, la había encontrado. Pero cuando estuviera a sólo unos pasos de ella, de repente, se quedaría helada. Aquella sonrisa no era más que el leve reconocimiento de que ambos habían estado juntos. Atónita, lo vería pasar por delante de su mesa sin decir palabra. Se sentarían en la de al lado y ella se quedaría observándolos mientras él se inclinaba para decirle algo al oído a la chica, que la miraría y le susurraría algo en respuesta. Luego los dos reirían. Entonces, llena de ira, ella se levantaría y le tiraría una jarra de agua por la cabeza...

-Disculpa... -la interrumpió una voz-. ¿Te has quedado dormida?

-Lo siento -contestó Paula abriendo los ojos y sonriendo sin ganas-, estaba soñando despierta.

-Hmm... Estábamos hablando sobre Pedro Alfonso, ¿recuerdas?

martes, 23 de febrero de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 8

Magda fue a la boutique a buscar a Paula para llevarla a comer, dejando sola a una ayudante durante un par de horas. La comida en el Wheatsheaf siempre era excelente, pero en aquella ocasión estuvo a punto de malograrse, al menos para Paula. La conversación de las dos mujeres de la mesa al lado la molestaba.

-... se lo devolveré, querida. Quiero decir... él sabía lo que yo quería era un Jeep. Hoy en día todo el mundo tiene un coche con tracción a las cuatro ruedas...

-... una silueta preciosa, te lo aseguro. ¿Pero quién demonios es? ¡He oído decir que su padre no es más que...

-... sucio granjero de Essex!

-... no vale nada en la cama, pero tiene un yate magnifico en el Mediterráneo. Así que naturalmente...

Aquellos comentarios la ponían nerviosa. Si uno se quedaba en Chelsea el tiempo suficiente acababa aprendiendo a reconocer a ese tipo de mujeres. Por lo general unos veinte años, eran afectadas y pretenciosas, y se preocupaban de otra cosa en su vida vacía más que la posición social, el dinero y el sexo, por ese orden. Cuando por fin las dos mujeres se marcharon,  Paula miró a Magda y exclamó exasperada:

-¿Las has oído? ¡Ha sido toda una exhibición de elegancia...

-Sí, querida -contestó Magda-. Creo que todo el cedo las ha oído, y ahora te oyen a tí.

-Hmmm... no me importa. Me siento mucho mejor después de haberlo dicho. No vas a creerlo, Magda, pero cuando salí con Pedro Alfonso intenté parecerme a ellas. Pensé que sólo así lo atraería. Intentaba ser elegante y sofisticada.

-Bueno, pues lo conseguiste -contestó Magda fijando una mirada de reprobación en ella y suavizándola luego-. Lo siento. No he debido decir eso, pero hace ya casi un mes que descubriste la verdad. A estas alturas deberías de haberlo superado.

Paula suspiró y se quedó mirando el plato antes de contestar.

-He intentado olvidarlo... puedes pensar que es por mi falta de experiencia, si quieres, pero no puedo. Cuando... cuando me acuesto por las noches él está ahí, en la oscuridad, susurrándome esas mentiras al oído. Cuando cierro los ojos veo su rostro y su sonrisa falsa Y cuando por fin consigo dormir él sigue ahí, invadiendo mis, sueños.

-Parece que aún estás enamorada de ese canalla.

-¡Enamorada! -exclamó Paula elevando la vista atónita-. ¡Después de cómo me ha tratado! -Bueno, te sorprendería saber lo estúpidas que son algunas mujeres -aseguró Magda dando un largo trago de vodka con zumo de tomate-. No pueden resistirse, les gusta jugar con fuego. Cuanto peor es la reputación del caballero, más atraídas se sienten. Están convencidas de que lo único que puede hacerlos cambiar es el amor de una verdadera mujer.

Paula bajó la vista y partió un trozo de pollo figurándose que era el corazón de Pedro. Era gracioso, se dijo. Aún estaba enamorada de él.

-Escucha, si me has invitado a comer no creo que haya sido para escuchar mis lamentos.

-Te equivocas -sonrió Magda-. Ésa es exactamente la razón por la que te he invitado. Pero antes de que comencemos a hablar... -rebuscó en su bolso y sacó de él un pequeño regalo-. Esto es para ti, querida. Es una pequeña muestra de mi agradecimiento -Paula la miró sorprendida y comenzó a abrir curiosa el paquete-.Esta mañana he ido a ver a mi contable, y me ha dicho que las ventas han aumentado un veinte por ciento desde que trabajas para mí. -¿Sí? Bueno, son buenas noticias, pero estoy segura de que no ha sido gracias a mí -afirmó modesta-. Será por esos trajes de chaqueta italianos, son preciosos. Se venden como rosquillas.

Magda desechó la idea con un gesto de la mano y contestó:

-No seas modesta. A las clientas les gustas, querida, te he visto en acción. No las presionas y siempre te muestras agradable. Y lo más importante de todo, tienes instinto y buen gusto. Si una escoge algo que no le sienta bien, se lo dices sin miramientos -rió-. Sí, ya sé -que muchas se van ofendidas con la cabeza alta, no están acostumbradas a que una dependienta las trate así. Pero vuelven, y con el tiempo comprenden que en nuestra tienda se antepone la reputación a las ventas.

-Bueno... si tú lo dices -murmuró Paula encantada. Había desenvuelto el paquete, y al ver en él un brazalete de oro abrió mucho los ojos alborozada-. ¡Es precioso! Debe de haberte costado mucho. ¡No deberías hacerme regalos así! Me siento muy violenta.

-Tú no eres quién para decirme lo que debo hacer con mi dinero, jovencita -la amonestó sonriendo-. Te he comprado esa pequeñez para animarte. Últimamente no has estado muy contenta, ¿verdad? -Bueno... supongo que no.

-Desde luego que no. Y la razón está clara -Magda hizo una pausa. La miró pensativa y luego afirmó-: Aquella noche debió de ser realmente memorable. Dime -añadió inclinándose sobre la mesa y bajando la voz-, de mujer a mujer... ¿es verdad todo lo que dicen de él?

-¿Qué dicen de él?

-¿Es tan bueno en la cama como dicen?

Tiempo atrás una pregunta como ésa la hubiera dejado atónita, lo cual sólo demostraba lo inocentemente que había vivido en Kindarroch. Pero aquello era Londres, y la mujer que tenía enfrente era Magda. Con ella aprendía pronto.

-¿No podríamos hablar de eso en casa? -preguntó en un susurro.

-No, me voy de viaje un par de días. Tomaré el vuelo a París esta noche. Un amigo mío me ha invitado a inaugurar su nueva casa. Se ha comprado una mansión.
Paula sonrió para sí misma. Magda parecía tener un montón de viejos amigos.

-Eso suena excitante. Espero que te lo pases bien.

-Seguro, es encantador. Pero ahora contesta a mi pregunta. Del uno al diez, ¿qué puntuación le darías?

-No tengo ni la menor idea -contestó tensa-. Él ha sido mi primer amante, y posiblemente también sea el último, así que no tengo a nadie con quien compararlo.

-Te pido disculpas -dijo Magda tosiendo delicadamente-, se me había olvidado. Digámoslo entonces de otra manera. ¿Te hizo sentir que la tierra temblaba, tal y como dicen en las novelas? No hace falta que entres en detalles.

No había forma de escapar. Cuando Magda quería algo, podía ser tan insistente como un perro de presa. Paula se ruborizó, pero consiguió mantener la calma a pesar de la pasión y de los recuerdos que la pregunta evocaban. Y el sentimiento más fuerte de todos era el de culpabilidad por haberse rendido tan fácilmente.

Aquellas caricias habían conseguido electrizarla. Sus manos habían explorado cada centímetro de su piel. Ella había cerrado los ojos y se había dejado llevar por el cálido vaivén del placer y del rapto sensual. Había sentido el anhelo de Pedro, su cuerpo tenso y duro contra el de ella, y se había abrazado a él en una fiebre de deseo mientras la llevaba en brazos acunándola hasta la cama.

La había amado lenta y exquisitamente, sin perder su propio control. Había hecho que cada uno de sus nervios se convirtiera en una llama inflamada de pasión que por fin la había penetrado. Luego, profundizo en ella cada vez más, la había llevado a un clímax, le robó el aliento y el corazón. Paula había gritado, había jadeado y le había arañado con las uñas, oyendo sólo a medias su grito de satisfacción.

De pronto la voz divertida de Magda la despertó, devolviéndola a la triste realidad.

-¡Vaya, vaya! Esa expresión ensoñadora de tu rostro dice todo. ¿Puedo concluir que es cierto todo lo que dice de él?

-Yo era la única que no sabía bien qué se hacía aquella noche -contestó Paula después de aclararse la garganta-, él desde luego lo sabía muy bien.
-No te quepa la menor duda -afirmó Magda levantando las cejas-, ¡considerando la práctica que tiene...!

Paula no dijo nada más. Jugaba con el tenedor.

Hubiera deseado poder hablar de otra cosa, pero Magda la empeñada en seguir con lo mismo. -Lo que no comprendo es que te sorprendiera tanto su foto en los periódicos y descubrir que estaba saliendo con otra chica. ¿Es que no sospechaste nada a la a siguiente cuando viste que no estaba y que te dejado dinero para el taxi? Quiero decir... ¿qué pistas necesitabas? Paula se mordió el labio y miró a Magda sintiéndose impotente. Luego sacudió la cabeza asombrada y molesta más que nada ante su propia inocencia.

-No... no sospeché nada. El me había contado que era un hombre de negocios muy ocupado, y como yo estaba dormida, me pareció muy considerado por su parte no despertarme. De todas formas, me dejó una nota prometiéndome ponerse en contacto conmigo -sonrió burlona-. Eso demuestra lo estúpida que fui.

Tu desgracia ha sido enamorarte de él -la miró lamentándose-. Cualquier otra chica se hubiera dado cuenta de que él sólo pretendía pasar un buen rato. Tú no eres culpable, al contrario, eso demuestra tu inocencia. No me gusta tener que decírtelo, querida, pero como sigas así vas a hacer el tonto aún más. Tienes toda una vida por delante. No todos los hombres son como Pedro Alfonso.  Algún día encontrarás a alguien decente, a alguien que te ame de verdad, y te casarás y tendrás tu propia familia.

-¿Y cómo sabré si es decente o... o es una rata como él? -exigió saber con vehemencia-. Ya me he equivocado una vez, la próxima podría volver a hacerlo, ¿no crees? Muy bien, pues no habrá próxima vez, me aseguraré de ello.

Recuerdo Perdurable: Capítulo 7

Pedro  volvió a llenar su copa. Tenía unas manos preciosas, pensó. Bien formadas y arregladas, bonitas, y sin embargo fuertes y capaces. Llevaba un anillo de oro grueso con un rubí en el dedo meñique.

Y había algo más en él de lo que empezaba a ser consciente: su aura de poder y autoridad, su forma relajada de conducirse. Su mera presencia parecía dominar el espacio. Al menor gesto suyo los camareros se apresuraban a servirlo. Y las mujeres no dejaban de mirarlo.

Más tarde, recordando aquella noche, Paula se preguntaba cómo era posible que hubiera acabado en la habitación de su hotel. Era cierto que el vino se le había subido a la cabeza, pero recordaba haber estado de acuerdo, incluso entusiasmada, cuando él le dijo que la noche aún era joven y que sería una lástima que terminara. Esas palabras le habían causado efecto, estaba por completo bajo el influjo de su poder. Se había sentido cautivada... embelesada... Y no se le había ocurrido pensar en las consecuencias.

Sólo al encontrarse a solas en la habitación, viéndole quitarse la chaqueta y la corbata e invitándola a ella a quitarse los zapatos y a ponerse cómoda, había comenzado a dudar. Pero era demasiado tarde. Y de todos modos, se dijo entonces, él era un caballero. Si se ponía demasiado insistente, ella le haría comprender que no era de ese tipo de chicas, y él no insistiría. Al contrario, la respetaría.

Pedro sirvió un par de copas y apretó el botón de un mando a distancia. Las luces rebajaron su intensidad y se escuchó una suave música. Paula miró a su alrededor, se sentía impresionada por la magnificencia y el lujo de la habitación.

-¿Siempre te alojas en hoteles como éste? -preguntó frunciendo el ceño-. Debe de ser terriblemente caro. ¿No sería más barato si alquilaras un piso?

-Más barato sí, pero no tan conveniente -contestó ofreciéndole la copa y levantando una mano para acariciar su cabello-. Un hombre sólo necesita una casa cuando siente que tiene que echar raíces, Paula, y eso sólo ocurre cuando tiene la suerte de encontrar a una mujer muy especial. Una mujer con la que compartir su vida y sus sueños, con la que formar una familia.

Sus dedos le acariciaban la nuca con suavidad. Paula temblaba y con ella el vaso.

-Bueno... seguro que la encontrarás, Pedro -dijo conteniendo el aliento.

De pronto sintió que necesitaba sentarse, lo necesitaba con urgencia, pero sus manos la agarraban con una magnetismo enervante.

-Sí -respiró él-. Quizá ya la haya encontrado, Paula, aunque a decir verdad ya me había rendido.

-¿Sí?

-¿Por qué crees que te pregunté sobre los pisos en Palmerston Court?

-Como... como inversión, dijiste.

-Digamos -sonrió ante su inocencia- que en el instante en que caíste en mis brazos supe que mis sueños no habían sido en vano.

Pedro le quitó el vaso de la temblorosa mano y lo dejó a un lado sobre la mesita del salón. Luego, la agarró por los hombros y la miró fijamente a los ojos azules, muy abiertos. Su mente no era más que un caótico revoltijo de emociones. ¿Le estaba diciendo en serio que ella era esa mujer «especial»?, se preguntó. El amor a primera vista era algo natural, pensó. Podía parecer un sueño romántico o un cuento de hadas, pero de hecho podía ocurrir. A ella le había ocurrido, así que, ¿por qué no iba a ocurrirle también a él? Aquellos ojos grises, limpios y luminosos, llenaban su campo de visión. Toda su sensatez había desaparecido ante el deseo de creer en aquellas palabras. La voz de Pedro, de pronto, se hizo ronca, llena de deseo.

-Eres una hermosa mujer, Paula. Nunca había visto unos labios tan deseables y tentadores como los tuyos. Tienen el poder de hacer que un hombre se deje guiar sólo por el ciego impulso.

Sus brazos la atrajeron más cerca, hasta que de ponto estaba pegada a él con tal fuerza que podía sentir los latidos de su pecho, fuertes y rítmicos. Entonces su propio corazón comenzó a correr mientras él tomaba sus labios. El contacto cálido y dulce de su piel alejó todo pensamiento coherente de su mente. Se abandonó a sí misma a la excitación de aquella provocación. Un largo gemido se ahogó en su garganta mientras él le hacía abrir la boca con la lengua mostrándole una pasión hasta ese momento desconocida e inimaginable.

Aquel beso la dejó aturdida, sin aliento. Apoyó la cabeza contra su hombro intentando recobrarse. El seguía abrazándola con fuerza, haciéndola prisionera, y entonces comenzó a besar y mordisquear su oreja.

-No sería un hombre -susurró- si no te confesara que no hay nada en este mundo que desee más que hacerte el amor, cariño. Ninguna mujer me ha hecho sentirme así. No puedo resistirme a tu belleza. Quiero hacerte el amor lentamente, Paula, quiero ofrecerte todo lo que hay en mí. Podemos darnos tantas cosas el uno al otro... placer, felicidad. Quiero poseerte y no dejarte marchar nunca, nunca.

Paula cerró los ojos y se mordió el labio. ¿Cómo podía ignorar aquel ruego apasionado, hecho de todo corazón, ignorar la promesa implícita en sus palabras? ¿Cómo podía dejar que su razón prevaleciera ante la honestidad de aquel amor, explícitamente declarado?, se preguntó.

La elección era sencilla. Podía rechazarlo, agarrar su abrigo y huir a un lugar seguro como un conejillo tímido, o ser una persona madura y dejar que sucediera lo que todo su cuerpo le reclamaba con ardor.

Sintió el leve tirón de la cremallera de su vestido en la espalda. Luego se deslizó por su cuerpo y cayó con un ligero susurro a sus pies. Entonces, elevó la cabeza buscando sus labios de nuevo. Estaba segura de que todo aquello estaba escrito en las estrellas.

Recuerdo Perdurable: Capítulo 6

-Bien, entonces no vuelvas a llamarme señor Alfonso. Llámame Pedro.

Paula sonrió en respuesta. Estaba muy ruborizada y nerviosa, pero esperaba que él no lo notara.

-Muy bien... Pedro -él volvió a mirar el reloj, así que Paula se bebió el whisky deprisa y añadió-: Yo también tengo que marcharme.

Pedro la escoltó hasta la puerta de salida tomándola del brazo. Al llegar hizo una pausa y dijo:

-Te mandaré un coche a recogerte a las siete y media. ¿Te parece bien?

-Sí... -contestó con voz ronca a causa de la excitación-. Le diré al portero que esté atento. Pedro volvió a sonreír, luego se dio la vuelta y se marchó. Ella lo observó. Se quedó allí inmóvil, incapaz de creer en lo que acababa de suceder. Algo tenía que salir mal, se dijo. Seguramente él cambiaría de opinión. Se sentaría vestida a esperarlo y el coche nunca llegaría.

Aunque a lo mejor no, recapacitó. Quizá mandara el coche. En tal caso más valía que se arreglara. ¿Pero qué podría ponerse?, se preguntó.

Entonces se le ocurrió volver a la tienda. Se dijo a sí misma que Magda lo comprendería. Entró en el rincón donde guardaban la ropa rechazada por tener algún defecto y encontró lo que buscaba. Sujetó el vestido y se preguntó si se atrevería a ponérselo. Tragó saliva. Estaba nerviosa. El vestido no tenía tirantes, era de seda china de color verde pálido y llevaba una etiqueta con el nombre del diseñador y el precio. Por ese dinero se podía comprar incluso un buen coche de segunda mano, pensó.

Para cualquiera que no se fijara mucho aquel vestido era toda una sublime creación. Tenía aspecto de caro. Sin embargo para Magda, que con su vista de águila veía cualquier pequeña imperfección, ese vestido no valía nada. En casos como aquél, Magda se ponía en contacto con el proveedor, que invariablemente le recomendaba que se deshiciera de él como mejor le pareciera. Magda por lo general solía regalarlos a las tiendas de segunda mano de East End. Era gracioso pensar que alguna pobre y respetable anciana pudiera ir a trabajar con un abrigo de quinientas libras que había comprado por nada.

Paula encontró una estola de seda que hacía juego con el vestido, la dobló y salió de la tienda aprisa para volver a casa.

El teléfono sonó a las siete y media en punto. Contestó apenas sin aliento y luego corrió a la ventana. Una enorme limusina negra estaba parada frente a la puerta. Entonces, respirando profundamente e intentando calmarse, aprovechó la última ocasión para mirarse al espejo.

Al hacerlo la primera vez que se probaba el vestido se había sentido desesperada. Nunca se atrevería a salir a la calle de ese modo, se dijo entonces. No podía llevar sujetador, aunque realmente eso era lo de menos. El vestido le sentaba bien, pero dejaba demasiado al descubierto. No obstante el efecto era espectacular. Estuvo dando vueltas de un lado para otro y finalmente fue haciéndose a la idea.

Antes de salir, se puso la estola y un abrigo que tomó prestado de Magda. Tomó el ascensor y bajó al vestíbulo donde Carlos, el portero, la miró dos veces antes de sonreír y desearle una buena noche.

Dentro del coche, en la oscuridad, estuvo mirándose vanidosamente en el espejo. Aunque no llevaba maquillaje sus mejillas estaban encendidas. Sólo se había pintado los labios. Estaba muy nerviosa, y ruborizada.

Tenía que relajarse, reflexionó. Tenía que intentar mostrarse elegante y sofisticada, como las mujeres que iban a comprar a la tienda. Ellas hablaban como arrastrando las palabras, llamaban «cariño» a todo el mundo y... bueno, quizá no hiciera falta ir tan lejos, sólo imitar su «estilo». ¿Lo conseguiría?, se preguntó, ¿o lo estropearía todo? ¿Estaría toda la noche atemorizada y sin decir palabra mientras él se aburría mortalmente de ella?

Paula  hizo un gesto de burla ante su propia imagen en el espejo, y luego sintió como un cosquilleo en la nuca, como si María estuviera susurrándole algo al oído: «Nunca he conocido a ningún Chaves que se amedrante ante un desafío», escuchó. Parpadeó y respiró hondo. Estaba comenzando a escuchar voces en su cabeza. Sólo faltaba eso. Pero María tenía razón, pensó. Aquél era un desafío, y lo consiguiera o no, iba a poner todo de su parte. El tráfico en West End era caótico, como siempre, pero la limusina llegó enseguida al restaurante. El chófer le abrió la puerta y el portero se acercó quitándose la gorra.

-¿Es usted la señorita Chaves?

-Sí.

-El señor Alfonso la está esperando.

La guió hasta el vestíbulo, donde la encargada del guardarropa le guardó el abrigo y la estola, y luego entró en el restaurante, donde un camarero la escoltó hasta una mesa en un rincón reservado.

Mientras miraba a su alrededor se le hizo un nudo en el estómago. Aquel lugar, tan silencioso, refinado y elegante, casi la intimidaba. Estaba decorado al estilo victoriano. Los tonos plateados brillaban a la luz de las velas, y sólo se oía el murmullo de las conversaciones y el tintineo de las botellas contra las copas de vino.

Y de pronto, él estaba allí, resplandeciente y con traje, tal y como lo había imaginado, poniéndose en pie con una sonrisa al verla llegar.

-Paula la miró de arriba abajo con una expresión de aprobación-. ¡Estás magnífica con ese vestido!

-Gracias -murmuró ella ruborizándose de inmediato. Aquella bienvenida la animó, así que se atrevió a sonreír mientras se sentaba-. Me alegro de que te guste, me ha costado bastante decidir qué ponerme. Sólo al final opté por este vestido -Eres una mentirosa, reflexionó. Apenas podía creer que hubiera sido capaz de decir eso. Entonces el camarero le ofreció la carta, pero ella la rechazó-: Elige tú, Pedro. ¿Qué me recomiendas?

Pedro torció la boca divertido.

-Pato a la naranja. Es la especialidad del chef -el camarero se marchó después de tomar nota y él añadió-: Me he tomado la libertad de pedir un buen vino antes de que llegaras, pero si te parece demasiado seco pediré otro.
No le hubiera importado que en vez de vino hubiera pedido agua caliente del grifo, pensó mientras lo observaba servir las copas. Paula la elevó hasta los labios y dio un trago con delicadeza, saboreándolo por un momento. Luego asintió y se limpió ligeramente con la servilleta.

-Muy bueno -murmuró-. Justo como a mí me gusta.

¿Pero sería posible que fuera ella la que estuviera diciendo aquello cuando era incapaz de distinguir entre un clarete y un jerez?, pensó admirada ce sí misma. Trató de justificarse pensando que en el fondo no lo estaba engañando, sólo trataba de ser agradable. Después de todo tenía que mostrarse cortés, tenía que hacer un esfuerzo por mostrarse interesante. Y según parecía estaba teniendo éxito. Al menos él no le quitaba la vista de encima.

Durante la cena hubo un momento de turbación, y fue cuando él le preguntó en qué parte de Escocia vivían sus padres.

-Bueno, no creo que hayas oído hablar del pueblo -contestó con naturalidad-. Se llama Kindarroch. Está al oeste de Highlands. Es un lugar muy tranquilo.

-¿Y es ésa la razón por la que decidiste venir a vivir a Londres? -sugirió él con una sonrisa cómplice-. No tienes aspecto de ser del tipo de chicas a las que les gusta ir de caza o de pesca, no puedo imaginarte con botas y un perro labrador corriendo por la finca.

¿Finca?, se preguntó Paula. ¿Quién había dicho nada de ninguna finca? De todas formas, si él se empeñaba en creer que ella era una aristócrata escocesa, no tenía ningún inconveniente. Cuando se conocieran mejor, se reirían de ello. Después de todo, el hecho de que lo pensara sólo demostraba que ella tenía «estilo».

Recuerdo Perdurable: Capítulo 5

Era perfectamente consciente de la forma en que sus ojos la observaban. Sin embargo un hombre como él nunca se habría fijado en una chica como ella, pensó, si no hubiera sido por la elegancia y el estilo que le confería la ropa de la tienda de Magda. Ésta se la había dado invistiendo en que no era por generosidad, sino por cuestiones de imagen de la tienda. Llevaba una chaqueta de color gris perla y una blusa de seda. Se había arreglado el pelo con estilo, de modo que cayera suelto por los hombros.

Aquellos ojos continuaban escrutándola en silencio. A cada segundo que pasaba se sentía más cohibida. El sentido común parecía haberla abandonado, y de pronto la pierna derecha comenzó a temblarle nerviosa. Dios mío, qué impresión le estaría causando, pensó desesperada. Cualquier colegiala lo habría hecho mejor.

-Se... se está muy bien aquí, ¿verdad? comentó ella intentando darle conversación-. Paso por delante de este bar todos los días, pero nunca había entrado.

Si aquél era el comentario más inteligente que podía hacer, se dijo, más valía que mantuviera la boca cerrada.

El levantó una ceja con interés:

-¿Vives aquí, en Chelsea?

-Sí, en Palmerston Court. Está a sólo unos minutos.

-Lo conozco -asintió-. Es una zona de lujo. Yo también he estado pensando en comprarme un piso aquí. Me lo recomendarías como inversión?

Paula comenzaba a recuperar lentamente el sentido común. ¿Sería posible que aquel atractivo hombre se interesara por ella?, se preguntó. Era increíble, pero... Recordó la escena sucedida minutos antes, en el momento de conocerlo. Ella iba de camino a casa, pensando en sus cosas, y de pronto se había visto arrojada en sus brazos. Era una forma poco frecuente de comenzar una relación, no obstante, se dijo, cosas más raras ocurrían. Él podría haber sonreído cortés y seguir su camino sin decir palabra, pero no había sido así. La había abrazado, la había llevado a un bar a tomar una copa, le había preguntado su nombre, e incluso le había hecho un cumplido. Y además le preguntaba su opinión. Desde luego no cabía duda; ése era el hombre de su destino. Si aquello no era amor a primera vista, ¿por qué se sentía como si estuviera flotando?, se preguntó. Pedro seguía esperando su respuesta, así que sonrió y dijo:

-Yo no sé mucho sobre temas inmobiliarios, sería mejor que le preguntara usted a un experto. -Hoy en día ya no hay expertos inmobiliarios -sonrió-. Yo he llegado a la conclusión de que lo mejor es preguntar a la gente que vive en la zona. Quizá podrías enseñármela tú. ¿Compartes el piso o... vives con tus padres?

-Mis padres viven en Escocia -contestó ella aprisa añadiendo luego a la defensiva-: Ya soy mayorcita para cuidar de mí misma.

-Estoy seguro de que sí, Paula -sonrió divertido-. Admiro tu sentido de la independencia. Así que vives sola en Londres, ¿no es así?

Magda estaba de vacaciones en ese preciso momento, así que en cierto sentido, aunque sólo fuera temporalmente, era cierto que lo estaba. Algo en su interior la impulsaba a aparentar aquella imagen de independencia y madurez, a no hablar de Magda. No obstante, antes de que tuviera que mentir, llegó el camarero con las bebidas. Paula echó agua mineral al vaso de whisky mientras él seguía observándola atento.

-Estoy agradablemente impresionado de ver que no has pedido uno de esos cócteles con sombrillita. Has pedido nada menos que un whisky. Eres toda una dama, y muy inteligente, no cabe duda.

Aquel cumplido la ruborizó. Él sabía decir palabras bonitas... y las decía con sinceridad. Ella era una dama, y una dama inteligente, nada menos. Sus dientes eran muy blancos, observó Paula mientras él sonreía. Seguro que tenía novia. Elevó el vaso procurando olvidarlo y bebió un trago más largo de lo que en principio había pretendido. Enseguida se le subió a la cabeza. Al menos el agua apagaba el fuego que sentía en su interior evitando un ataque de tos.

-¿Tienes muchos amigos en Chelsea? -preguntó él con naturalidad-. Seguro que una chica tan guapa como tú tiene un novio o dos.

-Oh, no -aseguró ella aprisa, quizá demasiado aprisa, pensó. Luego hizo una pausa y asumió un aire de indiferencia-. Al menos ninguno sobre el que escribir en mis cartas a casa.

-¿Así que no hay ningún chico especial en tu vida?

-En realidad no -contestó ella encogiéndose de hombros y sintiendo que su corazón latía veloz dentro del pecho.

-Londres puede ser una ciudad muy solitaria -comentó él-. Seguro que tienes amigos, ¿verdad?

Paula no quería que él pensara que llevaba una vida aburrida, así que mintió:

-Bueno, tengo amigos y voy a las fiestas de Chelsea, siempre hay algo que hacer.

Pedro asintió satisfecho de la respuesta, pero de pronto miró el reloj de oro de su muñeca y ella se sintió defraudada. Él terminaría la bebida, le daría cualquier excusa y se marcharía. Y nunca más volvería a verlo, se dijo. ¿Acaso había dicho algo incorrecto? ¿O era que se había dado cuenta de que mentía, aunque hubiera sido sólo un poco? ¿Qué podía hacer una mujer en una situación como aquélla?, se preguntó desesperada. ¿Aguantarse y dejarlo marchar? ¿Consolarse pensando que a fin de cuentas él no era el hombre adecuado para ella? Quizá el destino le tenía reservado otro hombre, pero era una lástima, se dijo, porque aquél le gustaba. Aunque teniendo en cuenta lo poco que se conocían era una tontería pensar que estaba enamorada. Sin embargo, ¿cómo explicarse entonces el sentimiento que la embargaba?

El seguía observándola con aquella mirada penetrante y crítica, y de pronto preguntó: -¿Estás segura de que te encuentras bien, Paula?

-Sí, estoy bien, gracias.

-Bueno, me alegro de oírlo -suspiró-. Me encantaría quedarme aquí charlando contigo, pero me temo que debo marcharme. Dentro de un cuarto de hora tengo que ver a un cliente. Lo sabía. Sabía que era demasiado bueno como para que fuera cierto. No obstante Paula consiguió esbozar un sonrisa y contestó:

-Por favor, no deje usted que le retenga. Le estoy muy agradecida, señor Alfonso.

-Bien, en ese caso entonces quizá quieras mostrarme tu agradecimiento cenando conmigo esta noche.

Paula dejó el vaso sobre la mesa y se quedó mirándolo estúpidamente por un momento. Luego, levantó la vista para ver si él hablaba en serio.

-¿Esta... esta noche?

-Para ser exactos dentro de dos horas -contestó él amable-. Pero si te parece demasiado precipitado o tienes otra cita podemos dejarlo para otro día.

-¡No! -se apresuró Paula a contestar-. Quiero decir... estoy segura de que podré arreglarlo. -Bien -sonrió con aquellos labios arrebatadores-. Hoy he tenido un día duro, cenar contigo me resarcirá.

Paula sintió de pronto que su mente comenzaba a girar como un torbellino haciéndose preguntas. ¿Qué se pondría para salir con él? ¿Tenía algo que pudiera considerarse apropiado para la ocasión?

-Te dejaré elegir el restaurante -añadió galante-. La verdad es que yo siempre ceno en Cardini, pero quizá prefieras uno francés... o italiano.

-Cardini está bien, señor Alfonso.

No tenía ni idea dónde estaba Cardini, pero si un hombre de su estilo y elegancia cenaba allí con regularidad, tenía que ser un restaurante de primera categoría. Probablemente, él llevara traje y corbata, y Dios sabría qué iba a ponerse ella, pero ya encontraría algo. Pedro volvió a sonreír.

sábado, 20 de febrero de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 4

-¿Y cuándo has visto tú a María? --preguntó su madre-. ¿Es ella la que te ha metido esa idea en la cabeza?

-¡Oh, no! Sólo la ayudé a llevar las bolsas de la compra esta mañana, y cuando llegamos a su casa, me invitó a tomar el té.

De repente se hizo el silencio.

-¿Y entraste?

-Sí, pero de todos modos yo ya me había hecho a la idea de marcharme, y te aseguro que no se lo había contado a nadie. Sin embargo ella lo sabía.

-Bueno... -dijo su padre-, ésa es María. No ocurre nada sin que ella lo sepa.

-Sí, tiene un sexto sentido -susurró su madre respetuosa-. No es de extrañar que el pobre párroco se dé a la bebida cada vez que la ve. ¿Y cómo es su casa?

-Pues... es todo muy antiguo, pero está limpio. Y no tiene ningún gato negro ni ninguna bola de cristal, si es a eso a lo que te refieres.

-¡Oh! -exclamó su madre en cierto modo defraudada-. ¿Pero qué te dijo?

-Sólo me dijo que no tenía de que preocuparme, que yo era una Chaves y que los Chaves siempre han sabido cuidar de sí mismos.

-¿Y eso es todo? -volvió a preguntar su madre defraudada otra vez.

-¿No es suficiente? -preguntó Catriona evadiendo diplomáticamente la pregunta-. ¿No dices tú siempre que tiene un don y que se puede confiar en ella?

-A mí me basta, desde luego -aseguró su padre con firmeza haciendo un gesto ante lo inevitable-. Haremos una fiesta de despedida en el bar del hotel la noche antes de tu marcha.

-Bueno... -sonrió cansada su madre-, tienes razón. Siempre supe que algún día te marcharías.

Pero vendrás a visitarnos, ¿verdad?

-Por supuesto, mamá -contestó besándolos y abrazándolos a los dos.

Paula  se dió la vuelta antes de que sus padres pudieran ver las lágrimas que coman por sus mejillas.

Cuando el piso estuvo limpio, Paula llamó a la puerta de la habitación de Magda. Estaba dormida, así que cerró con cuidado para no despertarla, se puso el abrigo y salió. La boutique estaba a sólo diez minutos de camino. Era domingo, de modo que se vistió con vaqueros y un jersey de algodón.

A pesar del dolor de su corazón, la expresión de su semblante seguía siendo risueña mientras saludaba a los conocidos con los que se iba encontrando.  Al llegar a la tienda se hizo una taza de café y, luego, comenzó a hacer el inventario.

Aquella sonrisa y el pretendido buen humor no eran más que una fachada. Una vez sola, la máscara desapareció. En sus ojos y en su boca se reflejaron la tristeza y la amargura. Lo intentó con todas sus fuerzas, pero pronto comprendió que sería incapaz. En cualquier otro momento habría hecho el inventario en media hora, pero aquella mañana le resultaba imposible concentrarse. Su mente simplemente no estaba preparada, estaba demasiado preocupada con oscuros pensamientos sobre venganzas y engaño.

¿Cómo podía haber sido tan estúpida como para enamorarse de aquel demonio sin corazón?, se preguntó. Se decía que los Chaves podían cuidar de sí mismos, pero era evidente que uno de ellos no. ¿Cómo era posible que se hubiese rendido tan fácilmente? Quizá, se dijo, tras su máscara orgullosa no había más que una simplona chica escocesa de montaña, una campesina que aún seguía creyendo en las historias que se contaban en su pueblo sobre amantes secretos y ancianas que adivinaban el futuro. ¿Es que acaso había querido creer que Pedro Alfonso era el hombre con el que estaba destinada a casarse? ¿Era ella misma su peor enemigo?, se preguntó.


El arma del destino que había hecho que se conocieran había sido un adolescente patinando sobre ruedas y provocando el caos en la acera. Los paseantes habían titubeado y se habían echado a los lados para evitarlo. Paula lo había conseguido justo a tiempo, pero había chocado con un extraño que salía en ese momento de una oficina inmobiliaria.

-¡Ooops! -exclamó apenas sin aliento-. Lo... lo siento.

El extraño la sujetaba con los brazos para evitar que se cayera mientras ella tartamudeaba aquella disculpa. Sólo llegaba a ver el nudo de su corbata.

-Pues yo no -contestó una voz profunda y cálida que pareció resonar dentro de ella-. Encantado de conocerte. Este es mi día de suerte. Puedes caer en mis brazos todas las veces que quieras.

Estuvo a punto de decirle que le bastaba con sus piernas para sostenerse en pie, pero levantó la cabeza y cambió de opinión. Lo primero que le vino a la mente era que aquel hombre era excepcionalmente guapo. Bajo sus cejas negras, levemente inclinadas en un gesto de ironía, sus ojos eran de un gris claro y luminoso sorprendente, y su mirada era viva y observadora. Era un rostro que evocaba de inmediato fantasías sobre encuentros románticos bajo el cielo estrellado de lejanos desiertos. Un rostro que haría vibrar el corazón de cualquier mujer.

-¿Te has hecho daño? -preguntó con aire de preocupación.

El timbre de su voz la hacía estremecerse, pero consiguió sacudir la cabeza en una negativa. Podía oler su fragancia personal, el refrescante olor de su loción de afeitar...

El ruido del tráfico resonó en sus oídos, siendo consciente entonces del resto de la gente, que se apresuraba a subir al autobús de vuelta a casa. Estaba a solas con él en medio del silencio, atónita y muda. Sus ojos seguían fijos en los de ella. Tenía la boca seca.

-Con un poco de suerte, ese chico se partirá una pierna antes de provocar un accidente -dijo él. -Sí -consiguió contestar ella al fin sin aliento-. Sí, no... no es muy seguro andar por las calles en estos días. Algunas personas no tienen la menor consideración, ¿no es cierto?

Aquella había sido una observación brillante, reflexionó Paula irónica. ¿Por qué no habría dicho algo inteligente, algo interesante?, se preguntó. Le resultaba difícil hacer comentarios sofisticados cuando estaba tan nerviosa. Él aún no la había soltado.

-Pareces un poco agitada, y estás muy pálida -observó él-. Lo que necesitas es un brandy. Vamos.

Paula abrió la boca para protestar, pero sus labios no pudieron pronunciar palabra. Se dejó llevar hasta el bar más cercano, a sólo unos metros. Aquel hombre la agarraba con amabilidad, pero también con firmeza. Sólo al verse sentada frente a una mesa en un rincón consiguió decir algo tartamudeando y delatando su estado de nervios:

-No .... no me gusta el brandy. Y la verdad es que no creo que...

-¿Un whisky, entonces? Insisto en que tomes una copa -la miró paternal-. Por razones médicas.

Paula sonrió débilmente. Se sentía abrumada por el encanto y la fuerza de su personalidad.

-Bueno, está bien, un whisky pequeño. Glenlivet... y un poco de agua mineral, por favor. Eso era lo que pedían siempre los turistas ingleses en el bar del puerto de Kindarroch. A los vecinos les hacía gracia que siempre pidieran todos lo mismo. Así que, se dijo, debía de ser muy sofisticado.

El extraño llamó a un camarero, pidió las bebidas y luego se sentó frente a ella. Entonces se presentó y le ofreció su mano:

-Me llamo Pedro Alfonso. ¿Y tú?

-Paula Chaves-murmuró ella cortés tomando su mano fría y firme.

-Paula-repitió él como para sí mismo son. Es un nombre muy bonito. Te va muy bien.