-Puede decírselo usted mismo, reverendo -contestó educada-. No dije que estuviera sordo, sólo que no podía hablar.
-Ah..., es verdad.
-Ha venido en viaje de negocios. Es agente inmobiliario. Le estaba enseñando los alrededores. -Ah... muy bien. Me alegro mucho de que hayas vuelto, Paula. Hay muchos jóvenes que sucumben a las tentaciones y a los vicios de la gran ciudad. He estado rezando por ti, y ya veo que no ha sido en vano. El pecado siempre deja sus huellas, pero tú sigues inmaculada. Eres un orgullo para Kindarroch y para tus padres.
-Es usted muy amable, reverendo -murmuró Paula intentando no ruborizarse-. Lo hago lo mejor que puedo.
Paula respiró aliviada cuando al fin el reverendo se marchó. Pedro sonrió y preguntó:.
-¿Habla siempre de ese modo?
-¿Y qué si lo hace? -lo desafió-. Es nuestro reverendo, no te atrevas a burlarte de él. A nosotros nos gusta como es. Se está haciendo muy mayor, pero es el doble de hombre que tú.
-Está bien, no voy a discutir sobre eso. Pero dime, ¿es que vas a decir que he pillado una laringitis cada vez que nos tropecemos con alguien? Porque si es así será mejor que busquemos un lugar en el que discutir en privado. Podemos ir a mi hotel y colgar el cartel de «no molesten» en la puerta.
Tienes tantas posibilidades de volver a verme a solas en la habitación de un hotel como de que te salgan alas. Podemos seguir discutiendo a la entrada del puerto, allí no nos molestarán.
Seria y en silencio, lo llevó pasando por delante del mercado de pescado desierto y luego a lo largo del muelle hasta llegar a donde las olas rompían contra la pared de granito. El escaso sol que quedaba le daba un tono dorado al mar en calma. Un par de gaviotas volaban en círculo cerca. Cuando era niña, aquél era uno de sus lugares favoritos. Se pasaba los largos días veraniegos descalza, pescando con un sedal. Nunca había logrado pescar nada, pero era una buena excusa para sentarse allí y soñar. Sin embargo nunca había soñado que le ocurriera nada como aquello.
Cuando llegaron al final del muelle, Paula paró y se puso las manos en las caderas.
-Bueno, aquí podemos hablar sin que nos molesten, así que vamos al grano y acabemos de una vez por todas. En lo que a mí concierne estamos en paz. De hecho yo diría que has tenido suerte. Ahora sólo quiero que te marches. Vuelve al coche y sal de mi vida para siempre. Pedro había apoyado una pierna sobre una piedra y la miraba pensativo, con las cejas levantadas y los brazos cruzados. Por fin sacudió la cabeza y dijo:
-No tengo intención de marcharme. Me has causado muchos problemas, Paula, y de un modo u otro estoy dispuesto a arreglar cuentas contigo. No voy a irme de Kindarroch hasta que esto no esté resuelto.
-En ese caso -contestó ella desdeñosa sacudiendo la cabeza- puedes irte preparando para pasar aquí el resto de tu vida.
Pedro sonrió enseñándole dos filas de dientes blancos.
-Puede que lo haga de todos modos. Has arruinado mi reputación en Londres, así que es posible que considere la idea de buscar otro lugar en el que vivir y hacer negocios. Y este pueblo dormido tiene mucho potencial de desarrollo. ¿Te gustaría que fuéramos vecinos? -Paula se quedó horrorizada. Desde luego tenía que estar bromeando, se dijo. Pensar que él pudiera vivir allí para siempre, como recuerdo y amenaza constantes, le resultaba insoportable. Era una fanfarronada, lo había dicho sólo para asustarla, pero no iba a caer en esa trampa-. Podríamos ser amigos... -sugirió sarcástico-. Piénsalo. Podríamos ir a reuniones sociales por las noches en el bar del hotel, y tú entretendrías al público con una representaciónde Tamara Torres. Seguro que no han visto nada semejante por aquí. Estuviste fantástica, ¿sabes? Interpretaste tu papel a la perfección, engañaste a todo el mundo.
Paula reprimió la cólera y le preguntó aquello que le había estado rondando por la mente desde que él había aparecido en el pueblo.
-¿Y si los engañé a todos cómo es posible que al final hayas sabido quién era?
-Eso fue fácil -se encogió de hombros-. El portero de Cardini conocía al taxista que te llevó de vuelta a casa. Sólo tuve que esperar a que volviera al día siguiente y preguntarle a dónde te había llevado. En cuanto dijo que fuiste a Palmerston Court en Chelsea supe que eras tú. Incluso se acordaba de que eras pelirroja, te vió quitarte la peluca -sonrió afable-. Cuando fuí a tu departamento, el portero de tu casa me dijo que te habías ido de vacaciones a Escocia. Por suerte, tengo buena memoria y recordé el nombre de este pueblo.
Entonces toda la culpa era suya, reflexionó Paula. Era cierto que no se había preocupado demasiado por borrar sus huellas. Se mordió el labio y lo miró, desafiante.
-¿Y a qué te refieres exactamente cuando dices que quieres arreglar cuentas? Si lo que pretendes es que te pida disculpas, puedes irte olvidando. No lo siento en absoluto. De hecho volvería a hacerlo si tuviera otra oportunidad.
Pedro torció la boca, pero Paula no supo si aquel gesto era de enfado o de diversión ante su actitud. Sin embargo su voz sonó cortante:
-Las disculpas no me sirven para nada. Podrías ponerte de rodillas y hasta besarme los pies, pero eso no arreglaría la situación. No creas que vas a salir de ésta tan fácilmente.
-Comprendo... Entonces me vas a llevar ante los tribunales, ¿no es eso? .
Pedro volvió a reír y luego sacudió la cabeza.
-Dudo que mereciera la pena. No me sería de mucha utilidad que te pudrieras en la cárcel por impago de la indemnización.
Todo aquello comenzaba a sonar muy mal, se dijo Paula mirándolo suspicaz.
-En ese caso, ¿serías tan amable de decirme qué es lo que pretendes hacer?
Aquellos ojos grises la miraron con insolencia, luego hizo una mueca de rabia enseñándole los dientes y por fin dijo:
-Tamara Torres habría sabido muy bien cómo pagarme.
-¡Estás loco! -contestó ella atónita y sin aliento-. ¡Me estás ofendiendo!
-Escucha, escucha Paula. Sé razonable --hizo una pausa mientras la escrutaba con una mirada dura-. Estoy acostumbrado a los placeres naturales de la vida. Y de un modo regular, debo añadir. Pero gracias a tu pequeña exhibición en el restaurante, esos placeres me han sido negados. Así que lo justo es que hasta que las cosas cambien tú te encargues de complacerme. No te estoy pidiendo demasiado, sabes que lo que digo es cierto, ¿verdad?
Aquel hombre era un caradura, se dijo Paula. Lo miró directamente a los ojos y le contestó: -¡Piérdete!
Pedro sacudió la cabeza como lamentándose, sacó algo del bolsillo de la chaqueta y añadió cansado:
-Esa actitud es muy digna, Paula, pero por supuesto yo ya la había previsto, así que tomé la precaución de traer esto -dijo ofreciéndole un trozo de papel de periódico con una sonrisa lastimera. Paula desdobló el recorte y se sintió enferma. Era el artículo con la fotografía de lo sucedido-. La foto es muy buena, ¿no crees? continuó con naturalidad-. Por supuesto cuando sabes quién es en realidad Tamara Torres es fácil ver el parecido. Aquí en Kindarroch no traen los periódicos de Londres, ¿no? Supongo que entonces la gente no la ha visto -Paula lo miró, se dió la vuelta, y tiró el papel al agua. Pedro miró para abajo y vió cómo su recorte se iba desintegrando. Luego suspiró y se encogió de hombros-. Eso ha estado muy bien, pero tengo más copias. Están en mi maleta, en el hotel.
Paula dejó caer los hombros desilusionada. Luego se volvió hacia él.
-¿Qué pretendes hacer con ellos?
Pedro continuó hablando como si no la hubiera oído.
-Lo llamaremos “La vida secreta de Paula Chaves”. Se marchó de Kindarroch buscando la fama y la fortuna pero, como muchas otras, se hizo una mujer de la calle. ¿Quién hubiera pensado que iba a acabar así? Seguro que no el reverendo McPhee, ni desde luego sus padres, tan amables, trabajadores y temerosos de Dios. Yo diría que esa historia les va a partir el corazón. Puedes negarlo cuanto quieras, pero dudo que alguien te crea. Esta misma tarde tu madre me estaba contando lo contenta que estabas con tu trabajo... con ese piso de lujo... y con tus maravillosos vestidos... Si viera la foto de pronto todo adquiriría un nuevo sentido para ella, ¿no te parece?
-Trabajo en una boutique en Chelsea.
-Por supuesto que sí, yo te creo, Paula. ¿Pero qué pensarán los demás? Tú mejor que nadie en el mundo deberías saber que un escándalo puede arruinar la reputación de cualquiera. A la gente le gusta pensar lo peor sobre sus vecinos, les hace sentirse superiores.
Lo que decía era cierto, reconoció Paula para sí misma desesperada. No podía seguir mirándolo a los ojos. Se mordió el labio y miró hacia las casas y las tiendas allá a lo lejos, más allá del puerto. En Kindarroch se sentía a salvo, entre sus padres y sus amigos. Aquel era su hogar. Todos sus recuerdos de la infancia estaban allí. Pero lo único que podía hacer en ese momento era escurrirse en la noche como un ladrón y buscar otro sitio en el que esconderse. Él, sabría cómo encontrarla en Londres, así que tendría que buscar un lugar en el que nadie la conociera, donde pudiera volver a comenzar. Incluso quizá tendría que cambiar de nombre, quizá...