jueves, 31 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 48

Pedro vió el horror en la mirada de su padre y la conmoción en los ojos de Paula.


–Pero yo te apruebo, hijo. Siempre he estado orgulloso de tí.


–No, papá. Ocasionalmente me hablabas de negocios, pero, ¿Cuándo fue la última vez que me prestaste atención para algo más que no fuera censurar mi vida privada? –preguntó. Horacio se mantuvo en silencio. Lo miraba como si fuese un alienígena–. Desde que mamá se marchó, me he sentido como un intruso. Tus esposas eran más importantes que yo. ¿Quieres saber por qué era tan importante para mí convertirme en socio de la firma? Porque cometí la estupidez de pensar que así estaríamos más unidos. Verdaderamente tonto, ¿No es así?


Pedro se dejó caer en la silla más cercana y hundió la cabeza entre las manos. Su padre le puso una mano en el hombro.


–¿Hijo?


–Márchate, papá. Ahora necesito hablar con Paula. A solas.


La mano apretó el hombro con firmeza.


–Lamento haber hecho que te sintieras desplazado, Pedro. Nunca fue mi intención. Sólo quería lo mejor para tí y eso significaba crear una sólida empresa para asegurarte un futuro estable. En cuanto a tu madre, no pasa un solo día que no me reproche haber dejado escapar lo mejor que me ha ocurrido en la vida…


Horacio dejó de hablar y Pedro alzó la vista. Los ojos de su padre brillaban. Por primera vez en su vida vio a su padre conmovido hasta las lágrimas y eso le impactó más que cualquier otra cosa.


–Papá, yo…


–No, déjame terminar. Admito que no he sido el mejor padre del mundo. Lo único que supe hacer fue dedicarme de lleno a los negocios. Si no te dediqué más atención fue porque te pareces mucho a ella. Cada vez que me mirabas veía sus ojos, su dolor, y eso me destrozaba el corazón –dijo al tiempo que se pasaba una mano por el pelo–. Sé que es una excusa pobre, pero es lo que sentía. Cuando creciste ya era demasiado tarde. Se había creado un abismo entre nosotros y no tuve las agallas suficientes para remediarlo. ¿Podrás perdonarme?


Pedro se levantó de un salto y abrió los brazos. Por primera vez desde que tenía seis años, su padre lo abrazó. No fue el gesto habitual del golpecito en la espalda o de revolverle el pelo. No, fue un estrecho abrazo de auténtico amor paternal. Sintió que le quitaban un gran peso de los hombros y tragó saliva para deshacer el nudo que le apretaba la garganta.


–No hay nada que perdonar, papá. Sucede que no hemos sabido comunicarnos, eso es todo –murmuró con voz temblorosa.


Casi había creído que todo estaba solucionado cuando, por encima del hombro de su padre, vió el rostro de Paula que lo miraba fijamente. La carga repentinamente volvió a caer sobre sus hombros, diez veces más pesada. Su padre debió de sentir su rigidez, porque se apartó un poco con una mirada interrogante.


–Podemos continuar más tarde. En este momento hay una joven que merece tus disculpas mucho más que yo.


–Sí.


Pedro vió que su padre la besaba en la mejilla.


–No lo perdones tan pronto, Paula. Se merece todos tus reproches. 


Tras una cariñosa sonrisa dirigida a ambos, se marchó del despacho. Entonces Paula miró a Pedro con una mezcla de sorpresa y desconcierto. No podía creer que no hubiera tenido la suficiente confianza con ella para contarle la verdad sobre su padre. A pesar de todas la citas, las cenas y últimamente las tiernas mañanas en la cama, no le había dicho una sola palabra. Y eso le dolía más que cualquier otra cosa. Sólo había sido un medio para llegar a un fin. Nada más. ¿Y el trato incluía las relaciones sexuales? Bueno, él había aprovechado lo que se le ofrecía, sin arrepentimiento, sin recriminaciones. ¡Y pensar que había ido a contarle la verdad!


Un Trato Arriesgado: Capítulo 47

 -No lo hagas, Paula –pidió Pedro en un tono desprovisto de toda emoción, aunque el miedo amenazaba con hacerle tartamudear.


Era el miedo irracional de enfrentarse a ella en presencia de su padre y de perder a la mujer que lo significaba todo para él.


–No me digas lo que tengo que hacer –replicó Paula con los ojos llenos de ira fijos en él.


–No es lo que parece. Diego y yo hablábamos… –alcanzó a decir antes de vislumbrar las lágrimas en los ojos verdes. 


Incluso en ese momento tan inoportuno no dejó de notar su belleza. Paula había cruzado los brazos sobre el pecho jadeante, y lo miraba con los ojos brillantes de dolor. Se le encogió el corazón al reconocer cuánto significaba para él. En ese instante tan dramático, de pronto supo que realmente podría amarla. «Estupendo» Paula volvió su mirada furiosa hacia Diego, que no había dicho una palabra desde que ella entró en la oficina.


–¿Así que ahora son amigos? ¿Intercambiando confidencias? –preguntó con tanta dureza que Diego se quedó helado.


Pedro movió la cabeza de un lado a otro.


–No seas ridícula. Yo…


–¿Ridícula? Muy gracioso viniendo de tí. No puede haber nada más ridículo que pagar a alguien para que finja ser tu novia a fin de que papi te convierta en socio de su empresa.


Se produjo un silencio total. Pedro miró a Paula horrorizado, casi sin creer que ella acabara de decir esas palabras. Su mirada se desvió a su padre, que estaba junto a la entrada y permanecía en silencio. La cara de Horacio enrojeció al entrar en la habitación y tomar el control de la situación.


–Diego, déjanos solos, por favor. Mi hijo y yo necesitamos aclarar ciertas cuestiones.


Como a cámara lenta, Pedro observó que Diego movía la cabeza de un lado a otro y abandonaba el despacho. Paula también se dirigió a la puerta.


–Deseo que te quedes, Paula.


Aunque su padre habló con suavidad, Pedro conocía bien ese tono. No era una petición, era una orden. Paula se detuvo.


–Yo no tengo nada más que decir –declaró con la mirada fija en Horacio–. Esto queda entre tú y él –añadió indicando a Pedro con un movimiento de cabeza, sin mirarlo siquiera.


–Lo sé, pero tú también estás implicada. Quédate, por favor –pidió Horacio al tiempo que la abrazaba.


Era exactamente lo que Pedro quería hacer en ese momento, pero no podía. Por el modo en que Paula lo había mirado, dudó seriamente si volvería a tener otra oportunidad. ¿Qué había hecho? Horacio movió la cabeza de un lado a otro.


–No puedo creer que un hijo mío haya intentado comprar su promoción en la firma, por no hablar de haber utilizado a una mujer para conseguirlo –dijo con una mirada penetrante–. ¿A qué demonios estás jugando?


Durante un momento, Pedro no pudo hablar. Finalmente, Paula se decidió a mirarlo. La visión de las lágrimas que corrían por sus mejillas, fue como un puñetazo en el estómago que lo dejó sin aliento. Entonces se sentó, observado por dos pares de ojos: unos severos y de un tono azul parecido al suyo y los otros de un verde luminoso, llenos de dolor. Sólo había una manera de afrontar la situación. Como ella había dicho, era la hora de la verdad. De toda la verdad. Se puso de pie y se aproximó a su padre.


–Sé lo que parece todo esto, pero tengo mis razones.


Su padre alzó las manos.


–No sigas. Con razón o sin ella, lo que has hecho es inexcusable. Oh, Dios, ¿En qué estabas pensando? ¿Pagar a Paula para que fingiera ser tu novia, y todo por la maldita sociedad?


Pedro negó con la cabeza.


–No sólo por eso –murmuró.


–¿Qué? –gritó Horacio.


–No fue sólo porque me nombraras socio, papá. Fue por tí y por mí, para que me reconocieras como tu hijo, para que me aceptaras –declaró antes de hacer una pausa de un segundo. Temía que si no hablaba en ese momento, nunca lo haría–. Todo lo que siempre he deseado era conseguir tu aprobación, que reconocieras mis logros… 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 46

Paula alzó la vista al sentir que se ponía rígido. Diego se aproximaba a ellos. Pedro alzó la mano.


–Enhorabuena, Rockwell.


–Sin resentimientos, ¿Eh, Alfonso?


Los hombres se estrecharon la mano.


–Enhorabuena, Diego –dijo ella.


–Gracias, preciosa. Algún día tenemos que reunirnos –dijo. 


Antes de que ella pudiera moverse, Diego le dió un rápido beso en la mejilla y se alejó.


–Por encima de mi cadáver –murmuró Pedro–. Todavía le interesas.


–¿Tú crees? –preguntó ella al tiempo que batía las pestañas para hacerlo reír nuevamente.


Él puso los ojos en blanco.


–¡Mujeres! Déjame ir a hablar unas palabras con mi padre y luego nos reuniremos en el ascensor. ¿De acuerdo?


Con orgullo, Paula lo vió acercarse al grupo donde estaba su padre y unirse a la conversación. Había que ser un gran hombre para hacerlo y sintió que lo quería aún más por eso. Al ver que Lucrecia se integraba al grupo se juró que le diría la verdad. ¿Qué era lo peor que podía suceder? «Nunca más volverá a dirigirte la palabra. Lo perderás. Otra vez», pensó. Luchando contra las lágrimas, Paula se alejó de allí. Lo haría al día siguiente. Seguro que no sería egoísmo por su parte si compartían una noche más, ¿Verdad? Paula respiró hondo varias veces y luego llamó a la puerta.


–Pase –Paula entró en el despacho–. Vaya, la dama en la que estaba pensando –dijo Pedro al tiempo que rodeaba el escritorio y la abrazaba–. ¡Qué bien hueles! –murmuró con los labios en los cabellos de la joven.


Paula se separó para poner distancia entre ellos. De otro modo no sería capaz de seguir adelante.


–¿Tienes un minuto?


–Siempre tengo tiempo para tí. Especialmente en este despacho –contestó mientras palmeaba la mesa que le traía recuerdos de un apasionado encuentro.


Ruborizada, Paula se aclaró la garganta.


–Tenemos que hablar.


La sonrisa desapareció de la cara de Pedro.


–Cuando una mujer dice «Tenemos que hablar», normalmente quiere decir «Yo hablo y tú escuchas». ¿No es cierto?


Ella negó con la cabeza.


–No, aunque no estaría mal que escucharas por una vez.


Pedro alzó una ceja.


–Muy bien. Siéntate, soy todo oídos.


Cuando ella abría la boca, el teléfono empezó a sonar. 


–Perdona –dijo antes de levantar el auricular. Luego habló con evidente enfado.


Ella suspiró. Iba a ser más difícil de lo que pensaba. Había elegido el despacho para confesarle la verdad por una razón específica. Tendrían que hablar en voz baja y había pocas posibilidades de que él la distrajera con sus talentos físicos. Al menos no durante las horas de oficina. Era una cobardía, pero no tenía otra opción. Si hubiera elegido otro lugar y él insistiera en que continuaran con el trato, dudaba si sería capaz de negarse. Después de todo, Pedro podía ser muy persuasivo cuando se lo proponía. Paula dió un brinco en la silla cuando él colgó con brusquedad.


–Lo siento. Necesito ver a alguien un momento. ¿Te importa esperarme?


–No, adelante. Iré a tomar un café.


–Gracias. Esto no debería durar más de diez minutos. Cuando vuelvas entra directamente –dijo al tiempo que se concentraba en unos documentos. Cuando ella abría la puerta, lo oyó decir–: Me alegra que hayas venido. Estoy de acuerdo contigo en que es hora de hablar.


Ella se volvió y lo sorprendió mirándola intensamente. Paula asintió con una sonrisa, repentinamente ansiosa de abandonar la atmósfera sofocante del despacho. Con la esperanza de que una fuerte dosis de cafeína le calmara los nervios, se las ingenió para hojear una revista mientras tomaba el café. De pronto miró el reloj y se sorprendió al ver que habían pasado los diez minutos. Tras llamar discretamente a la puerta del despacho, Paula la abrió. Pedro estaba muy concentrado en la conversación que mantenía con Diego. Cuando llegaron a sus oídos las palabras «Treinta mil dólares» y «Ella los ganó», supo de qué discutían. Paula dejó escapar un sonido ahogado y al verla, Pedro saltó del asiento. Su mirada afligida le heló el corazón.


–Puedo explicarlo. La verdad es…


–¿La verdad? –exclamó Paula mientras entraba en la habitación y se detenía a dos pasos de la mesa–. Tú no sabes lo que es eso. Déjame decirte unas cuantas verdades –dijo alzando la voz con rabia, sin poderlo evitar.


–Calla ahora mismo –ordenó Pedro con suavidad y ella siguió su mirada, en ese instante fija en su padre, que acababa de entrar. 


–No –Paula cruzó los brazos sobre el pecho como para contener el dolor que sentía en el corazón. Ya no le importaba nada. Toda la incertidumbre, la decepción y el sufrimiento de los últimos meses la empujaban a la confrontación-. ¿Quieres la verdad, Pedro? ¿La verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad? Bien, allá va.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 45

Pedro entornó los ojos.


–Una vez te dije que nunca me hicieras preguntas sobre esto. Tengo mis razones para hacerlo –dijo antes de girar sobre sus talones y alejarse rápidamente de ella.


Paula tomó una copa de champán de la bandeja de un camarero y se la bebió en tres largos sorbos con la esperanza de disolver el nudo que le apretaba la garganta. Al ver a Pedro charlando con su padre al otro extremo de la habitación, se juró confesarle la verdad. Toda la verdad. En ese momento, Horacio se aclaró la garganta.


–Señoras y señores, ¿Me pueden prestar atención?


Las voces se silenciaron y todas las miradas convergieron hacia él.


–Como todos ustedes saben, en los últimos meses se ha producido una vacante en nuestra firma, Alfonso y Asociados. Esta noche tengo el gusto de anunciar que el puesto ha sido cubierto. La persona en cuestión ha aportado muchos clientes a la firma y ha demostrado reunir todas las condiciones requeridas para formar parte de la empresa.


Paula miró a Pedro, de pie junto a la ventana que cubría toda una pared orientada al sorprendente puente del puerto. Más que ver, sintió su ansiedad mientras bebía un sorbo de whisky y luego apretaba los labios en una fina línea.


–Por tanto y sin más, me complace presentarles a nuestro nuevo socio. Por favor, demos la bienvenida a Diego Rockwell.


Aplausos dispersos y sofocadas exclamaciones de sorpresa llenaron la habitación. Paula vió con horror a su ex salir de la cocina, acercarse a Horacio y estrecharle la mano con su acostumbrada sonrisa de cocodrilo. Como a cámara lenta observó que Pedro retrocedía casi tambaleando y, boquiabierto, se apoyaba contra el cristal de la ventana. Ella se aproximó a él cuando los invitados empezaron a cantar Es un muchacho excelente. Tras quitarle la copa de las manos y dejarla en una mesa cercana, se puso de puntillas y acercó los labios a su oído.


–Salgamos de aquí –susurró. Él la miró como si la viera por primera vez–. Sea lo que sea que pienses hacer, no vale la pena –insistió tirándole del brazo.


Pedro la miró con una expresión de ira. Estaba claro que se sentía traicionado y herido.


–Para tí es fácil decirlo. No es tu padre quien te acaba de dar una patada en los dientes sin haber tenido la decencia de avisarte previamente. 


Ella mantuvo un tono de voz deliberadamente suave y tranquilizador.


–Sé que es duro, pero piensa un segundo. Mañana tienes que enfrentarte a estas personas en la oficina y aunque sientas enormes deseos de propinarle un puñetazo a Diego, olvídalo. Tu comportamiento dejará una impresión duradera entre tus colegas, especialmente en tu padre.


Pedro aspiró varias bocanadas de aire que exhaló lentamente. Los músculos de la cara empezaron a relajarse.


–¿Y a quién le importa lo que piense?


–A tí. Si no, no habrías imaginado un plan tan elaborado para asegurarte un puesto como socio. Sabes que lograr manejarme durante seis meses no es cosa fácil.


Pedro la miró con una leve sonrisa.


–No lo sé, pero manejarte ha sido más divertido de lo que esperaba.


Ella le apretó la mano con una sonrisa.


–¿Por qué no te acercas a ellos, felicitas a Diego y le demuestras a tu padre que Pedro Alfonso reúne claramente todas las condiciones para convertirse en socio la próxima vez que se presente la oportunidad?


–No me presiones –gruñó–. Preferiría estrecharle la mano a un cocodrilo antes que a Rockwell.


Paula rompió a reír de buena gana.


–¿Qué te parece tan divertido?


–Estaba pensando lo mismo que tú, eso es todo –dijo mientras se enjugaba los ojos–. ¿No te parece que tiene la sonrisa de un cocodrilo?


Pedro miró en dirección a Diego.


–Claro que sí. Aunque fuiste tú quien salió con él un par de años –comentó con tranquilidad.


El modo en que la ira de Pedro se había disipado maravilló a Paula. No sólo había perdido un sueño, sino que lo había perdido a causa de un hombre que le disgustaba. 


martes, 29 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 44

Luego rebuscó en el bolso de noche en busca de un pañuelo que necesitaba con urgencia. Tenía que enjugarse las lágrimas que amenazaban con derramarse. Afortunadamente, la mención del dinero logró distraer a Pedro del tema de sus relaciones.


–Sí, lo que tú digas. A propósito, ¿Por qué necesitas tanto dinero? – preguntó, evitando tocarla mientras cerraba la puerta y luego la seguía hacia el coche.


–Ahora no es importante, así que olvídalo –dijo luchando por mantener la compostura, a sabiendas de que esa noche sería la más larga de su vida.


Pedro irradiaba una gran tensión y ella se alegró cuando se alejaron en el coche y él puso música para evitar cualquier conversación. Paula se preguntó por qué estaría tan enfadado. Ella se había limitado a establecer los hechos: Habían hecho un pacto ideado por él, habían hecho el amor y su relación terminaría cuando lo nombraran socio de la empresa. Hasta donde ella alcanzaba a comprender, todo jugaba a su favor. No era él quien había cometido la estupidez de enamorarse como un tonto por el camino. Si alguien tendría que estar enfadado, debería ser ella.


–Hemos llegado.


Un anuncio breve, concreto. La suavidad no era necesaria cuando alguien estaba a punto de convertir un sueño en realidad. Afortunado él. Cuando Pedro le abrió la puerta, ella se esforzó por ocultarse tras una máscara de cortesía.


–Buena suerte esta noche.


–Gracias. Espero que ambos consigamos lo que queremos –dijo Pedro con una mirada más prolongada de lo habitual, antes de guiarla hacia el ascensor que los llevaría al ático donde vivía el padre de Matt.


Mientras subían a la última planta, Paula observó que Pedro se había situado al otro lado del ascensor, con las manos en los bolsillos. De inmediato comprendió que no había la menor esperanza de volverse a tocar, por no hablar de hacer el amor. Su voz profunda la sobresaltó.


–Cuando acabe nuestro trato, vamos a…


En ese momento el ascensor se detuvo. Cuando se abrieron las puertas, Horacio apareció ante ellos resplandeciente con su traje de etiqueta.


–Me complace verte, hijo. Y tú estás tan maravillosa como siempre, Paula. ¿Qué hace este tipo para merecer a alguien como tú? –bromeó al tiempo que asestaba a su hijo un ligero golpe en el brazo.


«Intentar comprarme para convencerte de que merece una oportunidad en la empresa», pensó Paula. 


–Creo que es cuestión de suerte, papá. ¿Qué novedades hay por aquí?


–Todo a su debido tiempo, hijo. Entren, están en su casa. Ponganse cómodos –dijo antes de alejarse.


–Yo no diría tanto –murmuró Pedro al ver que Lucrecia cruzaba la estancia en dirección a ellos.


–Bueno, bueno, ha llegado mi querido hijastro. Ven a darle un beso a tu madre –saludó con una voz remilgada que no hacía juego con la fría mirada de sus ojos azules.


Paula casi retrocedió cuando la mujer rubia abrazó a Pedro y lo besó en los labios, un beso quizá demasiado largo para ser maternal. Hacía varios meses la había visto brevemente en una cena. La mujer apenas le había dedicado una mirada. Para su sorpresa, se volvió hacia ella.


–Oh, la pequeña y dulce Paola. Horacio siempre me habla muy bien de tí –dijo al tiempo que extendía una mano enjoyada como esperando que Paula se inclinase ante ella.


–En realidad mi nombre es Paula. ¿Cómo estás? –saludó, decidida a ser amable a pesar de su deseo de apartar la mano que la mujer apoyaba posesivamente en el brazo de Pedro.


–Muy bien, querida. Hoy habrá un gran anuncio. Formidable. Espero que te guste.


Tras enviarle un beso a Pedro, la esbelta mujer, enfundada en un vestido que valía una fortuna, se alejó de ellos.


–Odio a esa mujer –espetó Pedro al tiempo que clavaba una mirada como un puñal en la espalda de su madrastra.


–¿Por qué no fue a King River el fin de semana? –preguntó Paula sin mayor interés.


–Probablemente estaba con su último gigoló. ¿Quién sabe? ¿Y a quién le importa? Sólo deseo que mi padre abra los ojos alguna vez. Si hay algo que no puedo soportar es que una mujer engañe a un hombre.


Paula prestó atención a esas palabras. ¿Qué pensaría si ella le confesara la verdad en ese momento? ¿Si le dijera que no estaba interesada en su dinero, que había aceptado el estúpido trato más que nada por el bien de Alicia?


–¿Y qué me dices de un hombre que engaña a su padre? ¿Eso está bien? – dijo en cambio.


Las palabras quedaron vibrando en el silencio que se produjo a continuación y ella deseó no haberlas pronunciado. Sin embargo, era la verdad y estaba harta de jugar. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 43

Paula no podía seguir con todo aquello. Había planeado confesar la verdad a Pedro a la hora del desayuno. Pero no hubo ocasión porque se dedicaron a repetir lo que habían hecho la noche anterior. Más tarde habían tomado una taza de café alegremente. El recuerdo de Pedro estaba presente no sólo en la cocina, sino en todos los rincones de la casa. Había querido atesorar una pequeña parte de él para cuando pusiera fin a todo aquello. La noche pasada y parte de esa mañana no se habían prestado en absoluto para plantearle el final de la relación. Todavía le costaba creer que la noche anterior hubiera sido capaz de aquella representación en el despacho. Parte de su plan consistía en hacer el amor por última vez, y antes de dar el pacto por finalizado, enloquecerlo de deseo para que la recordara siempre. Cuanto más se prolongara la comedia, más sufriría su corazón. Una vez resuelto el sentimiento de culpa respecto a Alicia, se había lanzado de lleno a interpretar el papel de novia con el deseo egoísta de disfrutar de los momentos junto a Pedro. No hacía nada malo. No tenía intención de aceptar el dinero y tampoco estaba engañando a nadie. Excepto a sí misma. Si era sincera consigo misma tenía que reconocer que todavía albergaba la esperanza de que él pudiera enamorarse de ella y vivir felices, como en los cuentos de hadas. Sin embargo, no era Cenicienta y tenía la clara impresión de que su príncipe azul pronto se marcharía sin ella. Cuando acababa de pintarse los labios, sonó el timbre. Pedro era la puntualidad personificada. Paula abrió con una sonrisa.


–Hola –dijo, y luego enmudeció de la impresión. El aspecto de Pedro era espléndido vestido de esmoquin.


–Hola –saludó Pedro antes de silbar de admiración, tomarle las manos y hacerla girar sobre sí misma–. Estás fantástica –dijo al tiempo que la abrazaba y cerraba la puerta de un puntapié.


–Me alegro de contar con tu aprobación –murmuró mientras le echaba los brazos al cuello y sentía la fragancia embriagadora de la loción del afeitado.


–Maravillosa –murmuró en tanto la ceñía contra sus caderas.


La excitación de Pedro le hizo olvidar la velada que les esperaba mientras entrelazaba una pierna con la suya y la deslizaba de arriba abajo.


–¿Es muy importante ese cóctel? –susurró tentadora, con el corazón latiéndole en los oídos.


Pedro la apoyó contra el espejo del vestíbulo y la besó apasionadamente antes de separarse de ella.


–Lo siento, cariño. Nada me gustaría más que continuar así, pero mi padre tiene algo muy importante que anunciar esta noche. Debo estar allí. Y si es lo que estoy pensando…


–¿Así que hoy es la gran noche? –murmuró Paula al tiempo que se alejaba de él para poder pensar.


–No estoy seguro, pero, ¿Qué otra cosa podría ser? Hace ya unos cuantos meses que hay un puesto vacante para un socio y mi padre ha estado poniéndome a prueba todo el tiempo –dijo mientras se paseaba por el vestíbulo, cada vez más nervioso–. He hecho todo lo que me ha sugerido…


No fue necesario que acabara la frase. Ambos sabían que se refería a la razón que le había llevado a hacer el trato con ella. Y si el anuncio de esa noche coincidía con las expectativas de Pedro, ya no sería necesario continuar con la comedia.


–Seguro que lo has hecho –dijo ella con una fingida ligereza que no engañó a Pedro.


–Lo siento, Paula. Por todo.


–No te disculpes. Ambos lo sabíamos desde el comienzo. Un trato es un trato, ¿No lo recuerdas?


El único modo de ocultar su dolor era adoptar ese tono poco serio.


–Sí, pero no entraba en mis planes… –Pedro hizo una pausa y desvió la mirada–. Me refiero a nosotros… Ya me entiendes…


–Te refieres al sexo. Vamos, Pedro, para ser abogado a veces te fallan las palabras.


–¿No crees que eso complica las cosas?


Ella se encogió de hombros y volvió la cara.


–¿Por qué? Tú te conviertes en socio y yo gano mucho dinero. Trato cumplido. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 42

 –Me has estado evitando –dijo antes de apoyarse en el borde del escritorio–. Así que he decidido remediar la situación –añadió mientras se sentaba.


Él se removió en su asiento, incapaz de apartar la mirada de las piernas cruzadas muy cerca de su cara. Tenía que levantarse y huir de allí si quería evitar abalanzarse sobre ella. Sin embargo, la tentadora visión que se ofrecía ante él había inflamado su ego, así que no había manera de evitar que notara su expresión de deseo y de ardiente ansiedad. Luchando por mantener la compostura, apartó los ojos de las piernas. Desgraciadamente, mirarla a los ojos no fue la solución. Su brillo luminoso hacía juego con la luz de la lámpara, de un profundo color verde.


–¿Has venido a hablar conmigo? –consiguió articular después de tragar saliva.


–Algo así.


Ella se puso de pie frente a él. El corazón se le aceleró al verla juguetear con el cinturón y los grandes botones del impermeable. ¿No iría a quitárselo allí en el despacho, verdad? Pedro aferró los dedos al brazo del sillón con la fuerza con que alguien a punto de ahogarse se agarra a un salvavidas. Porque se estaba ahogando en una ola de sofocante sensualidad, como nunca había experimentado en su vida.


–¿Qué quieres decir con eso?


–Creo que es hora de aclarar unas cuantas cosas, ¿No te parece?


–Sí.


Las manos de Paula se habían tranquilizado, pero no así la imaginación de Pedro. En un segundo se puso de pie y la apoyó contra la mesa sujetándole las manos detrás de la espalda.


–¿A esto le llamas hablar? –murmuró Paula al tiempo que ceñía su cuerpo al suyo e inclinaba la cabeza hacia atrás a la espera de su beso.


Los labios de Pedro devoraron su boca con la ansiedad de un hambriento. No era un beso corriente y no había nada dulce en él. Paula abrió los labios y lo atrajo hacia ella. Más tarde, él se separó de su boca y recorrió con los labios la mejilla de la joven.


–Me encanta el idioma que hablas.


Paula había esperado enloquecerlo y lo único que logró fue arder en sus propias llamas.


–Te he echado de menos –murmuró estrechamente abrazada a él. 


–Yo también –dijo Pedro al tiempo que miraba hacia abajo. Ella se estremeció ante el escrutinio, repentinamente vulnerable–. Sí que llevas una ropa original.


–¿Qué, este impermeable viejo? Lo uso siempre que deseo mostrarles a ciertos hombres tercos lo que se pierden.


–Preferiría que no lo hicieras –murmuró él antes de besarla apasionadamente.


–¿Pedro?


Tras deslizar las manos por su espalda, Paula le aferró las nalgas.


–¿Mmm?


–¿En tu casa o en la mía?


Pedro esbozó una sonrisa y ella se concentró en sus labios mientras se preguntaba si tendría el valor de continuar con el resto del plan.


–Eso es lo que me gusta. Una mujer con iniciativa –dijo Pedro mientras se ponía la chaqueta y luego recogía las llaves–. Tú decides.


–En la mía –contestó rápidamente por temor a perder el control por completo–. Y en cuanto a las iniciativas, no has visto nada todavía. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 41

 –Gracias, cariño. Si no fuera por tí, nada de esto habría sucedido. Los jueces dijeron que habían fallado a mi favor. al enterarse de que había unido a mi milésima pareja. Así que os necesito a tí y a Pedro para hacer un poco de publicidad.


El miedo se apoderó de Paula.


–¿Qué clase de publicidad?


Si iba a confesárselo todo a Pedro, ¿Cómo podría esperar que participara en algún acto publicitario?


Alicia se encogió de hombros.


–No lo sé todavía, aunque los jueces me lo dirán. Como ves, todo ha salido bien. He ganado el DATY, la agencia está a salvo con el dinero del premio y tú has conseguido a tu hombre.


«Tú has conseguido a tu hombre». Las palabras de Alicia resonaron en su mente. Si al menos fueran verdad… En cambio, tendría que cancelar el trato y probablemente él encontraría otra mujer en un abrir y cerrar de ojos. Claro, le molestaría tener que empezar la comedia de nuevo, pero a la larga conseguiría lo que tanto anhelaba: convertirse en socio de la empresa. Y ella se vería desplazada. Al intentar salvar el negocio de Sal, había perdido el corazón. Otra vez. Y con el mismo hombre. ¿Cómo se iba a recuperar de aquello? No le quedaba otra solución y la contemplaba sin la menor ilusión.


Afortunadamente, Alicia no se quedó demasiado tiempo, así que Paula tuvo la oportunidad de pensar seriamente, antes de que llegara la hora de presentarse ante Pedro con la noticia de que el trato había acabado. Lo echaría de menos. Más que eso, ¿Cómo podría soportar verlo con otra mujer cuando se había vuelto a enamorar perdidamente de él? Siempre había sabido que las relaciones físicas sólo contribuirían a reforzar sus sentimientos, sin embargo había optado por dejar a un lado la prudencia. En el mismo momento en que Pedro había vuelto a aparecer en su vida, tendría que haber tomado la única decisión sensata: ¡Marcharse a Perth! En cambio, había obedecido los dictados de su corazón e iba a recibir el justo castigo. Porque no había duda de que quedaría en un segundo plano cuando finalizara el trato: No más cenas, no más llamadas telefónicas, no más intimidad compartida, no más deliciosos momentos en que Pedro había hecho vibrar su cuerpo de placer. De pronto, una idea se insinuó en su mente. Si tenía que decirle la verdad, ¿Por qué no aprovechar la última oportunidad de asir la felicidad? Si lograba que la deseara más que cualquier otra cosa y le hacía saborear lo que podría perder si la dejaba, tal vez la historia tuviera un final feliz, como los cuentos de hadas. Paula reprimió una sonrisa mientras la idea cobraba forma en su mente. Sí, podría llevarla a cabo y sabía lo que necesitaba para hacerlo.



Pedro firmó el último contrato, lo colocó sobre el montón de documentos y se reclinó en el sillón. Había sido una dura quincena de varias negociaciones clave que había llevado a término casi simultáneamente. Estaba cansado aunque estimulado a la vez y saboreaba las mieles del éxito, tan dulces como cuando había ganado su primer caso. Amaba su trabajo y lo amaría aún más cuando se convirtiera en socio de la firma. «Pero no tanto como podrías amar a Paula» Las pocas veces que habían hablado por teléfono esos días, ella lo había tratado con frialdad. ¿Qué había sucedido con la ardiente hechicera que susurraba y gemía bajo su cuerpo? Unos golpecitos en la puerta interrumpieron sus pensamientos.


–Vete, Saunders. No estoy de ánimo para charlas.


Había anticipado la visita de su amigo, siempre resuelto a interrogarlo sobre Paula.


–¿Y no tienes ánimo para algo más?


Sobresaltado, Pedro se enderezó en el sillón completamente asombrado. La mujer que ocupaba sus fantasías acababa de materializarse ante sus ojos. Aún más, su voz era igual a la que resonaba en su mente todavía: Entrecortada y seductora. ¡Y su vestimenta! Sólo Dios sabía lo que ocultaba el largo impermeable, anudado en la cintura.


–¿Qué haces aquí? –preguntó con una voz igual al croar de una rana.


Ella se limitó a guardar silencio mientras echaba el cerrojo a la puerta. Cuando se volvió hacia él, Pedro vislumbró la tentadora banda de encaje de una media. ¡Oh, Señor, no llevaba falda! El corazón dejó de latirle un segundo al pensar que tal vez no llevara nada. Y luego empezó a retumbarle en el pecho. Ella agitó un dedo ante sus ojos. 

jueves, 24 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 40

Paula recibió el cumplido estremecida de placer.


–Estoy segura de que podrás hacerlo. Después de todo, me pareció que anoche podías hacer muchas cosas a la vez.


Por toda respuesta él refunfuñó y luego pasaron la siguiente media hora en amigable silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. Muy pronto llegaron a casa de Paula. Ella temía ese momento y se preguntaba si el fin de semana habría sido producto de su imaginación y si la nueva relación que se había establecido entre ellos se desvanecería al volver a Sidney. El fin de semana no había hecho más que reforzar su amor por él. Esperaba con ansiedad que no la volviera a abandonar.


–¿Tienes las llaves? –preguntó Pedro.


Ella asintió al tiempo que buscaba en el bolso, presa de los nervios.


–Un segundo.


–¿Te ayudo?


En un instante, Pedro encontró las llaves en un bolsillo lateral. Luego abrió la puerta y dejó el bolso de viaje en el umbral.


–Debo marcharme. Tengo trabajo en la oficina –dijo con una sonrisa.


A Paula le dió un vuelco el corazón en el pecho. Había esperado que entraría y hablarían sobre lo que les había sucedido. En cambio, él se mostraba ansioso por escapar de ella para ir a encerrarse en su oficina un domingo.


–Gracias por este fin de semana. Lo he pasado muy bien –dijo Kara, incapaz de mirarlo a los ojos.


Pedro le alzó la barbilla y la besó ligeramente en los labios.


–Te llamaré. ¿De acuerdo?


Ella se esforzó por sonreír mientras él se alejaba por el camino de entrada. Pedro no se volvió a mirarla. Cuando cerraba la puerta con un suspiro, Paula oyó que el coche se ponía en marcha. Fue en ese momento, al dejar las llaves sobre la mesa del vestíbulo, cuando recordó la llave que Pedro le había entregado. En medio de la nebulosa de la pasión, la había olvidado por completo. Aunque no había sido necesario desafiarla con la tentación de aquella llave. El timbre de la puerta la sobresaltó. Tras mirar a su alrededor, se sorprendió al ver que había caído el atardecer. Debía de haberse quedado dormida en el sofá. 


–¿Quién es? –preguntó al tiempo que se frotaba los ojos resecos con el deseo de que el visitante se marchara.


La noche de los domingos la dedicaba a prepararse para el temido lunes.


–Abre, pequeña –dijo Alicia. Cuando Paula abrió la puerta, le dió un fuerte abrazo–. ¿Cómo te encuentras, querida? ¿Cómo ha estado el fin de semana con tu maravilloso novio?


Paula alzó las manos a modo de rendición.


–Una pregunta a la vez, Ali.


Alicia le lanzó una mirada crítica.


–¿Qué te pasa? Pensé que estarías en la luna después de pasar un par de días con ese atractivo novio tuyo.


–No es mío –murmuró Paula, con el deseo de que no fuera cierto.


–Bueno, ¿Entonces cómo se explica esa cara? Parece como si no hubieras pegado ojo últimamente, ¿Eh? –preguntó sonriente al tiempo que cruzaba los brazos sobre el amplio pecho.


Paula se ruborizó.


–No sé de qué hablas. Me he quedado dormida, por eso parezco cansada – dijo al tiempo que se dirigía a la cocina. Sabía que su cara iba a delatar sus secretos.


Mientras Paula llenaba la tetera, la mujer mayor se acercó a ella y la abrazó por detrás.


–No estoy fisgoneando, querida. Sólo que me siento muy feliz de que Pedro y tú se hayan vuelto a encontrar.


–Mm –murmuró Paula.


El abrazo de Alicia la desarmó totalmente. En ese instante deseó volverse, refugiarse en sus brazos y confiarle todo ese sórdido lío: El trato, el dinero, sus sentimientos hacia Pedro. En lugar de eso, Paula se recobró en un instante, se separó de Alicia y metió la cabeza en el frigorífico en busca de leche.


–Tengo una noticia para tí. Una gran noticia –exclamó Alicia con gran excitación–. ¡Gané! ¿Puedes creerlo? He ganado el DATY.


La noticia y todas sus implicaciones impactaron a Paula como si la hubiese atropellado un tren. Matchmaker había ganado el premio.


–Es fantástico. Enhorabuena, Ali. Sabía que lo lograrías –dijo al tiempo que la abrazaba, sorprendida de la semilla de duda que germinaba en su interior a pesar de su alegría.


Si el DATY ya era de Alicia, no había ninguna razón para seguir fingiendo ser la novia de Pedro. Al menos por su parte. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 39

Pedro se refugió en ellos intentando desesperadamente mantener el control. La humedad de su cuerpo se había evaporado, pero sintió que empezaba a sudar al sentir que las manos de ella se deslizaban por el torso y bajo la cintura elástica del bañador. Dejó escapar una especie de gruñido al sentir la mano y los dedos de Paula en su viril intimidad. Fue una caricia ardiente como el fuego que se prolongó hasta casi hacerle perder el control.


–¿Puedo quitarte esto? –preguntó Paula, suavemente.


El tono vacilante de su voz contrastaba con el toque experimentado de su mano. Sus miradas se entrelazaron, la expresión vulnerable de los ojos verdes le llegó al corazón. Pedro se inclinó y le tomó la cabeza con las dos manos mientras le acariciaba las orejas con los pulgares.


–Sí. Aunque no me hago responsable de lo que pueda suceder…


Le dió un vuelco el corazón como respuesta a la trémula sonrisa de la joven.


–Estoy dispuesta a correr el riesgo –contestó ella con la mirada fija en sus ojos. 



Tras haber hecho el amor junto a la piscina, Paula había asumido el papel de novia con renovado entusiasmo, con todas las dudas desterradas de su mente. Más tarde se habían amado toda la noche en la habitación, explorando sus cuerpos hasta el amanecer. Algunas personas habían notado un fulgor especial en ella, especialmente Horacio. Y pensar que había estado tan preocupada al creer que el padre descubriría el engaño. Había sido sorprendentemente fácil olvidar sus temores al ver que Pedro la trataba como si fuera una reina y la tocaba constantemente como para asegurarse de que realmente estaba allí. Esa tarde habían ido a montar a caballo y se habían separado del grupo en busca de un refugio entre los eucaliptus. Allí, junto a la sombreada ribera del río, se habían besado interminablemente como una pareja de adolescentes. La cena había estado muy animada, a pesar de que la mano errante de Pedro bajo el mantel distraía sus intentos de mantener una conversación civilizada con sus compañeros de mesa. El padre sonreía con indulgencia cuando se encontraban sus miradas y ella intentaba reprimir un sentimiento de culpa.


–Te veo muy pensativa –comentó Pedro.


Ella miró su perfil con el pulso acelerado.


–Pensaba en la noche pasada.


–Yo también –dijo al tiempo que desviaba bruscamente el coche para evitar un bache de la carretera–. ¿Ves? Esos pensamientos no son buenos para la salud. Distraen demasiado.


Ella rompió a reír y le puso la mano en el muslo.


–¿Es cierto? Leí en alguna parte que el ejercicio físico en un gimnasio es extremadamente beneficioso para la salud, especialmente para el corazón.


Él le acarició la mano.


–Y otras partes de la anatomía –añadió descaradamente.


Paula le dió unos golpecitos en la mano.


–Concéntrate en el camino.


–Es muy fácil de decir. Pensar que tengo que contentarme con mirar a la mujer más hermosa del mundo sentada a mi lado. ¿Cómo podría un hombre concentrarse en algo más, incluyendo la carretera? 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 38

Por no mencionar la excusa más importante: Una vez ella se le había ofrecido, sólo para obtener un rechazo como respuesta. Todas las razones eran válidas, pero no lograban convencerla. Lo amaba, pura y simplemente. Se había dado cuenta aquella noche en su casa cuando la invitó a que lo acompañara ese fin de semana. Y no fue porque él hubiera dicho o hecho algo especial. Cuando Pedro se marchó, fue consciente de que su vida sencillamente estaba vacía sin él. Lo amaba, tal vez desde siempre. ¿Qué demonios iba a hacer cuando se deslizara en la cama junto a ella esa noche? Y peor que eso, ¿Cuando desapareciera de su vida una vez finalizado el trato? No era estúpida. Había visto la evidencia de su deseo esa misma tarde, y no por primera vez. Pedro no había ocultado que ella le atraía desde que había firmado el estúpido trato. ¿Cuál era la novedad, entonces? ¿No encontraba a todas las mujeres sexualmente atractivas? Posiblemente había pensado que era perfectamente natural que el sexo formara parte del contrato. Después de todo, dudaba seriamente que alguna mujer lo hubiera rechazado en el pasado. Bueno, ella iba a ser la primera. Tenía que serlo si quería sobrevivir los próximos meses con el corazón intacto. Un repentino chapoteo interrumpió sus pensamientos. Paula clavó los ojos en la piscina, pero no pudo ver a nadie. Pasaron varios segundos. Quienquiera que estuviese bajo el agua podía contener la respiración mucho más tiempo que ella. Cuando empezaba a sentir pánico, Pedro apareció ante sus ojos. Sintió la garganta apretada al ver las gotas que se deslizaban por el cuerpo bronceado y caían en las baldosas. El día de la excursión en el yate lo había vislumbrado, pero no había notado su esplendor. En ese momento tenía todo el tiempo del mundo para apreciar que era un cuerpo maravilloso. Perfectamente atlético. Él se acercó a ella, sin nada más que un breve bañador y una sonrisa.


–¿Te apetece un chapuzón? –murmuró mientras le tendía la mano.


Ella lo miró, hipnotizada por la intensidad de esos ojos oscurecidos de deseo.


–No tengo bañador –tartamudeó al tiempo que le tomaba la mano.


–¿Y qué? –murmuró él. La pregunta quedó vibrando entre ellos.


Cuando Pedro la estrechó contra su cuerpo, Paula deseó con urgencia desgarrarse el vestido y quedar desnuda entre sus brazos. La joven dejó escapar un gemido cuando la boca masculina buscó la suya. Entreabrió los labios sin pensar en resistirse y respondió al beso arrollador con la misma intensidad, en tanto las lenguas se buscaban y luego se unían en una frenética danza.


–Te deseo tanto… –murmuró Pedro en la comisura de sus labios mientras sus manos se deslizaban por la espalda de Paula.


Ella respondió retorciéndose contra su cuerpo y sus dedos recorrieron la piel desnuda del torso de Pedro.


–El sentimiento es mutuo –suspiró en tanto él la besaba entre el cuello y la clavícula.


–¿Estás segura? –susurró, todavía acariciándole la espalda.


En medio de la nebulosa de la pasión, Paula experimentó un instante de asombrosa claridad. A pesar de las dudas y miedos, necesitaba hacer el amor con él. Esa noche podría ser la única oportunidad y se iba a aferrar a ella como fuera. Sería un recuerdo precioso que podría atesorar cuando tuvieran que separarse. Deslizó las manos por la cintura de Pedro y lo atrajo hacia su cuerpo.


–Nunca sabrás cómo te deseo –jadeó al tiempo que se inclinaba hacia atrás de modo que sólo las caderas quedaron unidas.


–Dios, qué hermosa eres –susurró Pedro. Paula sintió que se humedecía al notar la mirada fija en sus pezones–. Es hora de quitarte esta ropa.


–¿No deberíamos ir a nuestra habitación? –preguntó débilmente mientras él le retiraba los tirantes de los hombros, el vestido se deslizaba al suelo y se arrodillaba ante ella con los labios en su estómago.


–Todo a su debido tiempo, cariño. Cerré la puerta con llave, así que nadie podrá molestarnos aquí –murmuró. Luego su lengua jugueteó en el ombligo de Paula, que sintió las piernas temblorosas –. Además, no creo poder esperar tanto tiempo.


Ella se abrazó a él y cerró los ojos mientras enredaba los dedos en sus cabellos. Ondas de placer recorrían una y otra vez el cuerpo de Paula mientras él besaba el lugar más íntimo de su cuerpo.


–Oh, Pedro –gimió.


–Un poco temblorosa, ¿Eh? –dijo más tarde con suavidad al tiempo que la acomodaba en la tumbona.


Ella sintió la tela de los cojines en la piel desnuda mientras le hacía una seña con el dedo índice.


–Ya se me ha pasado. Ven aquí. Es hora de devolverte el favor –murmuró mientras abría los brazos. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 37

La cena fue una pesadilla. Paula creía que había sido duro aparentar ser la novia de Pedro en las citas anteriores, pero no había visto nada todavía. Se sentía perdida rodeada de los colegas más cercanos de él, que de hecho eran sus amigos, por no mencionar al padre. Presumir de novia ante los conocidos con los que Pedro se relacionaba sólo profesionalmente había sido bastante más fácil. Le dolía la cara de tanto sonreír y el corazón de tanta decepción. Horacio Alfonso la trató como a una hija que no veía hacía mucho tiempo y se dedicó a presentarla con orgullo a sus empleados. La mirada ardiente de Pedro la seguía a cada paso. Se sentía pendiente de él, estuviera a su lado o en el otro extremo de la habitación. Cada mirada, cada caricia, cada sonrisa casi le hacían perder el control. ¿Cómo podría compartir una habitación, por no hablar de la cama, con ese hombre y mantener la relación en un plano estrictamente platónico? Cuando la velada llegaba a su fin, se sentía al borde de un ataque de nervios. La odiosa Jimena, que se las había ingeniado para dejar sin aliento a todos los hombres, eligió ese momento para acercarse a ella.


–Hola. Tú debes de ser Paula. Soy Jimena –dijo al tiempo que le tendía una mano perfectamente cuidada.


–Encantada de conocerte –contestó al estrechársela, sorprendida de su calidez.


–¿Así que eres la actual novia de Pedro?


–Sí, y me ha hablado de tí –dijo Paula sin rencor al tiempo que se preguntaba si no ardería en el infierno por la pequeña mentira.


Jimena alzó las cejas.


–¿De veras? –preguntó, muy sorprendida–. Entonces espero que no haya resentimientos. No me ha vuelto a hablar desde que rompimos nuestras relaciones.


De pronto Paula sintió lástima por ella, porque era capaz de comprender cómo se sentía una mujer rechazada por un hombre como Pedro. 


–No te preocupes por eso. Estoy segura de que volverán a hablar, especialmente ahora que sales con su mejor amigo.


Jimena sonrió.


–Realmente eres muy agradable. Me alegro de que Pedro te haya elegido como su novia formal.


Paula dejó escapar una risita al tiempo que intentaba ignorar los fuertes latidos de su corazón.


–¿Quién te lo ha dicho?


–Agustín, desde luego. Esos dos son inseparables y dice que Pedro está loco por tí, que nunca lo había visto así con otra mujer.


Antes de que Paula pudiera responder, Horacio se unió a ellas.


–Sí que tengo suerte al verme acompañado de las dos mujeres más hermosas del grupo. ¿Disfrutan de la velada, señoras?


Paula asintió con la cabeza, feliz de dejar a Jimena charlando con el padre mientras ella iba en busca de Pedro. Estaba sentado a la mesa, charlando animadamente con Agustín. Le dió un vuelco el corazón al considerar lo que Jimena le había dicho. ¿Era acertada la opinión de Agustín? ¿Pedro se interesaba por ella o simplemente era un maldito buen actor? Agustín trabajaba en la empresa y sin lugar a dudas se llevaba bien con Horacio, así que, ¿No necesitaría Pedro convencerlo de que sus relaciones eran serias, con la esperanza de reforzar las posibilidades de convertirse en socio de la empresa? Tenía que ser eso. Era la única explicación lógica. Antes de atenerse a la dura realidad, por un segundo deseó creer que él la amaba. Tras reunirse con ellos unos minutos, se excusó y salió de la sala, ansiosa por encontrar un sitio tranquilo donde sosegar sus pensamientos. El dormitorio no era adecuado, porque sería el primer lugar donde Pedro iría a buscarla. Casi sin pensarlo se dirigió al recinto de la piscina, unida a la casa por un pasillo acristalado. Varias tumbonas rodeaban la gran piscina de aguas claras en las que se reflejaba la luz. Se tendió en una de ellas y cerró los ojos. Si la cena había sido una pesadilla, el resto de la noche iba a ser un infierno. Había utilizado todas las excusas posibles para convencerse de que no amaba a Pedro: Los abogados ricos y de éxito no eran su tipo, él era un playboy que la amaría y la dejaría, su estilo de vida requería una compañera con una imagen perfecta que ella mostraba a los otros sólo como parte de su quehacer profesional. 

martes, 22 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 36

Pedro abrió la puerta y entró precipitadamente en la habitación sin siquiera echarle una mirada. No podía creer que sus planes se hubieran arruinado. Ni qué decir de cortejar a la mujer de sus sueños ese fin de semana. En ese momento no sabía si ella se quedaría o se marcharía. Realista como era, pensó en la segunda opción. Había perdido la compostura, pero algo que no podía soportar eran los celos. Muchas veces había observado el modo en que las mujeres de su padre los utilizaban para conseguir lo que querían. Claro que su conducta no había sido ejemplar al ver a Jimena pero, ¿Para qué tanto interrogatorio? «Tal vez le importas más de lo que crees». El repentino pensamiento no contribuyó a tranquilizarlo. Ni tampoco el que le siguió. Para ser un hombre que no podía soportar los celos, algo se había revuelto en su interior al enterarse de que Diego Rockwell era ex novio de Paula. Había deseado darle un puñetazo en plena nariz. Así que, ¿Por qué la juzgaba en lugar de darle una oportunidad? Dios, para ser un abogado inteligente, a veces se comportaba como un estúpido. Ansioso por enmendar la situación, abrió precipitadamente la puerta y casi chocó con Paula.


–¿Puedo entrar? –preguntó con indecisa suavidad.


Con gran alivio, Pedro se hizo a un lado mientras resistía la tentación de estrecharla entre sus brazos y llevarla a la cama.


–Claro que sí. Déjame el bolso.


Paula paseó la mirada por el dormitorio antes de clavar los ojos en la cama con dosel que dominaba la estancia.


–Es una habitación encantadora –murmuró.


Por primera vez, Pedro miró a su alrededor. Observó los suelos pulidos y las alfombras en tono borgoña a juego con la colcha de la inmensa cama. De inmediato ordenó a su mente que no se pusiera a fantasear. Pero la orden no funcionó porque la excitación se apoderó de él en menos de un segundo. Dirigir su atención a Paula tampoco fue de gran ayuda. Iba vestida con unos ceñidos pantalones en tono crema y un ligero jersey de color caqui que realzaba su esbelta figura. Contempló los labios satinados y los ojos de gata fijos en él.


–Siento lo ocurrido –dijo antes de pensarlo dos veces.


Paula esbozó una sonrisa.


–¿Pedro Alfonso disculpándose? Debe de ser la primera vez.


Él se encogió de hombros, un poco más confiado al ver la sonrisa en su rostro.


–Reconozco mi culpa.


–¿Quieres decir que reconoces haberte comportado de forma abominable y que realmente deseas que me quede? –preguntó al tiempo que batía las pestañas con coquetería.


–¡No te aproveches, Paula! –refunfuñó al tiempo que cruzaba la habitación.


Entonces la abrazó estrechamente al tiempo que sentía las curvas del cuerpo femenino contra su cuerpo. El perfume floral que se desprendía de ella embriagó sus sentidos y le hizo recordar aquel cumpleaños en que la rechazó con dureza. Ese fin de semana no sería tan estúpido.


–¿Cuándo podré utilizar la llave?


–¿Llave? ¿Qué llave? –preguntó Pedro con fingida indiferencia al tiempo que intentaba ocultar el deseo de romper a reír al ver su expresión consternada.


Ella lo apartó y luego cruzó los brazos sobre el pecho. El gesto defensivo atrajo la atención de Pedro hacia sus senos y sintió que la sangre se le agolpaba en las venas, presa del deseo de acariciarlos y besarlos.


–No juegues conmigo, Pedro Alfonso. He venido por esa llave misteriosa, y tú lo sabes.


Pedro se llevó la mano al corazón.


–Y yo que creí que había sido por mi encanto arrollador… Tú sí que sabes cómo herir a un tipo, ¿Eh?


–Si estás jugando conmigo alguien va a resultar herido este fin de semana y no será tu ego solamente –replicó al tiempo que su mirada bajaba hasta la entrepierna de Pedro y con un gesto burlón subía la rodilla como si lo fuera a golpear.


–¡Ay! –exclamó él, con una fingida mueca de dolor–. ¡Ni se te ocurra! Por lo demás, me atrevería a pensar en algo más agradable si tus intenciones van por ese camino.


Paula abrió mucho los ojos al tiempo que se ruborizaba intensamente.


–Voy a deshacer mi equipaje –dijo bruscamente mientras se inclinaba y abría su bolso. 


–¿Y qué hay de la llave?


–Estoy segura de que me revelarás su uso en un momento más oportuno. Ahora voy a darme una ducha y a prepararme para la cena.


–¡El secreto de la llave no es todo lo que yo podría desvelar de mi persona!


Al oír su carcajada, ella cerró el cuarto de baño de un portazo. 


Un Trato Arriesgado: Capítulo 35

 –No te preocupes. Seré una novia modélica, ya lo verás. No olvides que un trato es un trato.


Pedro le soltó la mano con una mirada triste.


–Sí, así es. Supongo que ya es hora de empezar la comedia.


Paula no pudo replicar, porque en ese momento Agustín le abría la puerta.


–¿Necesitas ayuda?


Ella sonrió vacilante. ¿Qué demonios hacía allí, interpretando un papel que había codiciado toda su vida? Seguro que durante el fin de semana el padre y los amigos de Pedro llegarían a la conclusión de que era una farsante. Y si era así, ¿Qué posibilidad tendría Pedro de convertirse en socio de la firma? ¿Y qué pasaría con el negocio de Alicia? Paula apenas escuchaba la conversación de los hombres cuando subían la escalinata del porche. De pronto oyó un chirrido de frenos. Todos se volvieron a tiempo de ver que un descapotable amarillo estacionab bruscamente, haciendo volar las piedrecillas del camino de grava. En cuanto el coche se hubo detenido, una escultural morena desplegó sus largas piernas y salió del vehículo.


–Fantástico. Ha llegado mi acompañante –dijo Agustín.


Pedro la miró con fijeza y su tez bronceada palideció repentinamente.


–¿Has invitado a Jimena? ¿Qué estás tramando?


Agustín parpadeó.


–Es el amor de mi vida. Al menos por esta semana.


–Estás loco, ¿Lo sabías?


Paula observó que Pedro apretaba y aflojaba los puños varias veces, con una tensión evidente en los hombros.


–¿La conoces? –se aventuró a preguntar, disgustada por las malas vibraciones que sentía.


Pedro se volvió a ella, como si de repente notara su presencia.


–Podría decirse que sí –contestó mientras se pasaba una mano por el pelo–. Nos veremos dentro –gritó a Agustín, que abrazaba estrechamente a la voluptuosa Jimena.


Pedro, con una expresión de fastidio, la agarró por el codo y subieron los restantes escalones.


–¿Una ex novia?


Él asintió.


–Sí, una ex, pero no una amiga. No puedo creer que Agustín esté liado con ella. ¿Podemos cambiar de tema?


Paula sintió una puñalada de celos. 


–Aunque no sea una amiga parece que algo te ha enfadado.


–Déjalo –murmuró empujando la pesada puerta de roble–. Lo pasado, pasado está. Espero que Jime también lo recuerde.


Jime. El diminutivo no contribuyó a calmar sus celos. Paula intentó borrar la amargura de su voz.


–¿Qué pasa? Creí que te encantaba sentirte adulado por más de una mujer.


–Ese comentario malintencionado no te favorece en nada.


–Como tampoco te favorece a tí exhibir una novia de conveniencia que has comprado para abrirte paso en tu carrera.


Por segunda vez en menos de cinco minutos, el color desapareció de la cara de Pedro. Paula se dió cuenta de que había ido demasiado lejos y dió un paso atrás involuntariamente.


–Voy a deshacer mi maleta –dijo Pedro–. Nuestra habitación es la número ocho. Si quieres venir conmigo, me parece muy bien. Si no, me importa un bledo –afirmó mientras le lanzaba las llaves del coche, que ella atrapó al vuelo por puros reflejos–. Tú decides, de todas maneras a mí no me importa.


Ella lo vió alejarse y sus ojos se empañaron de lágrimas. ¡Maldición, quería que le importara tanto como a ella… y Más! ¿Qué demonios iba a hacer? 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 34

Mientras cerraba la cremallera del bolso de viaje, Paula deseó que con la misma facilidad desaparecieran las miles de mariposas que revoloteaban en su estómago. Luego examinó el dormitorio por si dejaba algo que pudiera necesitar. Había revisado el armario cientos de veces eligiendo y descartando ropa al azar. Ese fin de semana era importante y debía estar presentable. La invitación de Pedro la había intrigado y la misteriosa llave era como un ascua ardiente guardada en el bolso durante las dos últimas semanas. Él sabía qué botones apretar con ella. Con él la vida no era nada aburrida. Era vibrante, amigo de pasarlo bien, adictivo. Unos golpecitos en la puerta interrumpieron sus pensamientos.


–Hola, preciosa. ¿Preparada para partir? –preguntó Pedro sonriente cuando ella salió con el bolso en la mano.


–Preparada como siempre.


Su aspecto era estupendo. Llevaba tejanos, una camiseta blanca que realzaba los músculos del torso y una chaqueta negra de piel.


–En marcha, entonces. Tenemos dos horas de viaje hasta King River y no quiero que nos perdamos la cena. Dicen que la comida es excelente –comentó colgándose del hombro el bolso de Paula y ofreciéndole la mano.


Ella ignoró el gesto, cerró la puerta y luego fue hacia el coche. Charlaron amigablemente durante todo el trayecto. Sin embargo, Paula ansiaba hacerle una pregunta vital que le rondaba por la cabeza desde que había aceptado la invitación. Esperó hasta que la casa de campo apareció ante su vista.


–Qué hermoso lugar. ¿Cómo lo descubriste?


Pedro se encogió de hombros.


–Mi padre estuvo aquí hace tiempo. Es un lugar muy bien equipado. Tiene salas de conferencias y todo tipo de instalaciones deportivas. Aunque creo que lo que más le gustó fue la calidad de la comida.


–Parece fabuloso –comentó Paula al tiempo que contemplaba los altos eucaliptus, las colinas onduladas y los extensos prados–. ¿Cuántas personas pueden alojarse aquí?


Al fin había hecho la pregunta de un millón de dólares.


–Diez parejas. Al menos mi padre reservó diez habitaciones.


Ella jugueteó con la manga de la blusa.


–En cuanto a la distribución de…


–No te preocupes por eso –la interrumpió–. Tendremos que compartir una habitación y una cama sólo por las apariencias, pero creo que puedo controlarme. ¿Y tú?


Paula parpadeó intentando contener su imaginación.


–Ningún problema por mi parte. Sólo quería aclararlo desde el principio. Para evitar situaciones incómodas.


Pedro dejó escapar una risita.


–Bueno, uno puede dormir a la cabecera y el otro a los pies de la cama. 


Ella le dió una fuerte palmada en el brazo justo cuando Pedro estacionaba el coche en el camino de entrada. Él se frotó el brazo mientras se volvía hacia ella.


–Pegas con fuerza.


–Eso no es nada. Espera a ver lo que te va a ocurrir si te pasas de la raya.


Los ojos de Pedro brillaron a la suave luz del atardecer.


–Promesas, promesas… –murmuró al tiempo que le alzaba la barbilla.


Ella lo miró paralizada. No había manera de volver la cara, incluso aunque lo quisiera.


–¿No deberíamos entrar?


–Ya lo haremos.


Cuando él se inclinaba sobre sus labios, se oyó el sonido estridente de un claxon y se separaron como dos colegiales sorprendidos en una falta. Entonces vieron que se les acercaba un descapotable rojo. La ventanilla del conductor bajó lentamente.


–Ustedes dos, ¿Qué hacen todavía en el coche? Pensé que estaban deshaciendo las maletas.


Agustín Saunders guiñó un ojo a Paula. Ella lo había visto algunas veces y le encantaba su humor descarado.


–Buena idea –dijo Pedro entre dientes, sin mucho entusiasmo.


Agustín estacionó cerca de ellos.


–Es un tipo agradable –comentó Paula, confundida ante el prolongado silencio de Pedro.


–¿Tú crees?


Ella no podía comprender su repentina reticencia a entrar.


–¿Qué sucede?


Para su sorpresa, Pedro le tomó la mano con fuerza.


–Aprecio verdaderamente lo que haces por mí, Paula. Sé que fingir que eres mi novia durante una cena profesional es muy diferente a tener que hacerlo todo un fin de semana. Sólo espero que todavía me hables cuando esto acabe.


La conducta de Pedro la ponía cada vez más nerviosa.


–¿Y por qué no te voy a hablar? ¿Hay algo que no me hayas dicho?


–No, aunque muchas personas van a pensar que nuestra relación es mucho más íntima tras este fin de semana, incluyendo a mi padre. Sólo quería advertirte, eso es todo.


Ella le apretó la mano. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 33

 –Gracias por la invitación –dijo mientras recogía la llave–. Espero con ansia poder utilizarla. Va a ser divertido descubrir tus secretos.


–Me atendré a ello.


Luego le dió un casto beso en la mejilla, le guiñó un ojo y se alejó.


–Buenas noches, Pedro.


Ya en la puerta, él se volvió.


–Personalmente, creo que los cerditos son graciosos… ¿O tal vez la mujer que los lleva? –dijo antes de lanzarle un beso con la mano y cerrar la puerta tras de sí.


La sonrisa de Paula se desvaneció en sus labios. En menos de media hora, Pedro nuevamente había derribado las barreras que ella había interpuesto cuidadosamente. Sin embargo, el encuentro de esa noche había sido diferente. Lo percibió apenas él entró en la sala. Se había mostrado más abierto, menos seguro de sí mismo. De hecho, había sido el Pedro que conocía, el de los viejos tiempos. El hombre que amaba. Paula intentó borrar ese pensamiento, pero fue imposible.  Con un nudo en el estómago, abrió la mano y contempló la pequeña llave. ¿Estaba jugando con fuego? ¿Qué abría esa llave? Si abría alguna cosa, esperaba que no fuese la caja de Pandora.



Pedro aceleró bajo una gran tensión. Había tenido que recurrir a toda su fuerza de voluntad para alejarse de Paula. Estaba seguro de que ella había deseado su beso. Y había resistido, a pesar del deseo que se apoderó de él desde que le abrió la puerta con ese pijama tan gracioso. A pesar de que le encantaba la lencería de satén, al verla casi se había derretido. ¿Cómo unos cerditos podían ser tan sensuales? ¡Seguramente se estaba volviendo loco! Se había tenido que contentar con la imagen de ese cuerpo inclinado hacia él y la fugaz visión de los senos bajo la tela. El fin de semana sería diferente. Tal vez tendrían la oportunidad de terminar lo que habían comenzado en el yate. Sin ataduras, desde luego. Las cosas se harían a su manera. No tenía intención de enamorarse de una mujer que consideraba el dinero como un requisito para estar junto a él. Aunque no había pensado en ello las últimas veladas que habían pasado juntos. Había estado demasiado absorto en ella como para pensar en el tema y para ponderar las razones que la habían llevado a pedirle tamaña cantidad de dinero. Gracias a Dios que él no se parecía a su padre. Aunque Horacio Alfonso dijera que admirar a las mujeres era como apreciar una obra de arte, Pedro sabía que ésa había sido la causa de la aflicción de su madre. ¿Por qué otro motivo tuvo que abandonarlo cuando sólo tenía seis años, dejándolo con un padre adicto al trabajo que se había casado con su secretaria al año siguiente? No era estúpido. A muy temprana edad se había dado cuenta de las cosas y había sufrido fuertes rabietas cuando su padre empezó a llevar a casa a «Tía Celia», sólo dos meses después de la partida de su madre. Cuando Celia fue a vivir con ellos, sintió tanta amargura que se negó a aceptarla como su madrastra. Sorprendentemente, el matrimonio duró veinte años y con el tiempo él empezó a quererla. Para él fue una verdadera conmoción cuando Celia abandonó a su padre. Sin embargo, Horacio volvió a casarse tras haber obtenido el divorcio. Y llegó Lucrecia, la esposa número tres, más ávida de dinero que las otras. ¿Cómo podía su padre ser tan crédulo? Tras ese pensamiento, asestó un puñetazo al volante. ¿Cómo podía acusar a su padre de ser estúpido con Lucrecia cuando él se comportaba de la misma forma con Paula? Era cierto que ella lo encontraba atractivo, aunque el dinero era parte importante de esa atracción. Incluso ella misma lo había dado a entender. Sin dinero no habría pacto. Pedro movió la cabeza de un lado a otro mientras aparcaba el coche. Luego entró en su apartamento. De ninguna manera permitiría que una mujer le clavara sus ávidas garras. Incluso aunque fuera la mujer que se adueñaba de todas sus fantasías y que le hacía anhelar mucho más. 

jueves, 17 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 32

 –No puedo creer que haya pasado tanto tiempo desde el accidente.


Pedro se sentó junto a ella en el sofá.


–Seguro que el responsable anda suelto por las calles –murmuró antes de beber un sorbo de café–. La ley apesta cuando se aplica a conductores borrachos. Me alegra no tener que defenderlos. Simplemente no podría, aunque formara parte de mi trabajo.


Paula no quería explayarse sobre la muerte de sus padres ni sobre el conductor ebrio cuyo vehículo había sido el arma mortal. Había tenido que enfrentarse a su propia rabia y superarla, aunque el dolor nunca había desaparecido del todo. Miró a Pedro por encima del borde de la taza. Parecía cansado, con líneas pronunciadas junto a la boca y sombras bajo los ojos. A pesar de los claros signos de fatiga, su aspecto era increíblemente sensual.


–¿De qué querías hablarme?


La curiosidad de Paula aumentó al verlo sacar del bolsillo un sobre con cantos dorados.


–Pensé que esto podría gustarte.


Ella abrió el sobre y una pequeña llave barroca se deslizó en su mano. Paula alzó la vista pero no pudo descifrar la misteriosa intensidad de la mirada de Pedro.


–De acuerdo. Me rindo. ¿De qué se trata?


–¿Recuerdas aquel verano cuando solíamos ir al cobertizo de la barca y encontré la llave de tu diario?


¿Cómo podría olvidarlo? Fue el verano en que se enamoró de él. Su diario guardaba todos sus anhelos secretos.


–Sí, lo recuerdo –respondió con cautela.


–Bueno, te afectó mucho y me exigiste que te devolviera la llave. Y lo hice.


Ella alzó una ceja.


–¿Y?


–Cuando nos encontramos en el Blue Lounge, quisiste saber cuáles eran mis motivaciones. Esta llave te ayudará a averiguarlo.


Ella notó la mirada expectante y el brillo travieso de sus ojos. Seguro que tramaba algo, pensó al tiempo que dejaba la llave sobre la mesita.


–Eres demasiado complejo para mí, Pedro Alfonso. He renunciado a intentar comprenderte.


Pedro se inclinó hacia ella.


–¿No quieres afrontar el desafío? 


Otra vez volvía a hacerlo. Había utilizado los recuerdos comunes como una herramienta persuasiva. Sabía que ella nunca dejaba de aceptar un desafío.


–De acuerdo. Dime qué puedo abrir con esta llave.


Pedro la retiró de la mesa y luego la balanceó ante los ojos de Paula.


–No tan rápido. ¿Estás libre el próximo fin de semana?


–Puede ser. Depende de quién me lo pida –contestó ella al tiempo que le quitaba la llave.


Pedro dejó escapar una risita, un sonido que a Paula siempre le hacía sentirse segura y protegida.


–Bueno, los miembros de la empresa han organizado una excursión para el fin de semana, una especie de retiro anual. Las esposas están invitadas, así que me preguntaba si te gustaría ir conmigo.


Pedro le tomó la mano y Paula sintió que se le aceleraba el pulso. Intentó retirarla, pero él enlazó sus dedos con los suyos.


–¿Y qué hay de la llave? –preguntó al tiempo que echaba una mirada al objeto que había caído de la mano de Pedro y brillaba entre ellos sobre los cojines.


–Forma parte del trato. Si vienes conmigo, utilizarás la llave para saber todo lo que quieras sobre mí.


–No quiero otro maldito pacto –murmuró, incapaz de apartar la vista de la mirada desafiante de Pedro.


Él maldijo en voz baja.


–He escogido mal la palabra, cariño. Este fin de semana significa mucho para mí. Albergo la esperanza de que podamos aclarar algunas cosas y llegar a algún acuerdo –dijo mientras le acariciaba la mejilla.


Paula apenas podía respirar, no sólo por la caricia sino también por la expresión vulnerable mezclada con un encanto infantil que anulaba completamente su propia voluntad.


–Iré contigo –dijo en un murmullo, con el deseo de que la besara.


–Estupendo. Espero con ansiedad que llegue ese día –declaró Pedro con una sonrisa radiante.


Ella se inclinó hacia él, con los labios entreabiertos.


–Yo también.


Pedro la miró fijamente durante un interminable segundo antes de levantarse bruscamente del sofá.


–Gracias por el café. Te daré todos los detalles cuando estén en mi poder.


Paula respiró a fondo y luego exhaló intentando recuperarse. Otra vez casi se había lanzado sobre él. Un gesto que se estaba convirtiendo en una costumbre que tendría que modificar si quería mantener intacta su salud mental.

Un Trato Arriesgado: Capítulo 31

Paula se hundió en el agua caliente de la bañera con un suspiro de alivio. La fragancia a lavanda de la espuma la envolvía ayudándola a relajar la mente. Cerró los ojos y la imagen de las pequeñas llamas de las velas alrededor desaparecieron de su vista. ¡Qué semana! Gracias a Dios que había hecho caso a su instinto ignorando la insistente invitación de Yanina para ir a bailar esa noche. Un baño caliente, una película romántica y un helado de fresa era todo lo que anhelaba. Pensando en anhelos… Una vívida imagen de Pedro cruzó por su mente y puso fin a su tranquilidad. Durante toda la semana se las había arreglado para encerrarlo en el rincón más remoto de su mente mientras se concentraba en su trabajo. Los Normanby, incluso la vieja quisquillosa, habían quedado convenientemente impresionados. Sin embargo, desde el tórrido encuentro en el yate, la imaginación le jugaba malas pasadas. Varias noches se había despertado cubierta de sudor a causa de sus sueños eróticos con Pedro. Afortunadamente, hacía más de una semana que no la llamaba. Las pocas veces que habían hablado por teléfono, se había mostrado amable pero reservado. Paula llegó a pensar que lo hacía más por obligación que por interés en saber cómo se encontraba. Incluso había pensado en la posibilidad de que estuviera con otra mujer, pero de inmediato había desechado la idea. Pedro necesitaba con urgencia asociarse a la empresa de su padre. Después de todo, no habría hecho ese ridículo pacto si no estuviera tan interesado. Sólo tres meses más y quedaría libre… ¿Libre para hacer qué? ¿Para volver a enterarse de su emocionante vida a través de las páginas de sociedad de la prensa? Ella necesitaba una vida propia. Tal vez se decidiría a pedir la ayuda profesional de Alicia, después de todo.


–Debo de estar muy necesitada –murmuró mientras se hundía en el agua.


En esos momentos sólo una cosa podría aligerarle el espíritu, pero tendría que secarse, buscar una cuchara y abrir el frigorífico. Gracias a Dios que tenía helado, el mejor amigo de una chica deprimida. Tras secarse el pelo y ponerse su pijama de algodón con un estampado de cerditos, sacó un bote de helado del frigorífico. Luego eligió uno de sus vídeos favoritos y se hundió entre los cojines de piel del sofá. Cuando empezaba la película, oyó el timbre de la puerta.


–¡Maldición! –murmuró pensando si no sería demasiado tarde para apagar las luces y fingir que no estaba en casa.


No tuvo suerte. El timbre volvió a sonar insistentemente.


–Ya voy. Ya voy.


Paula abrió la puerta unos centímetros con la cadena de seguridad puesta.


–Hola. ¿Puedo entrar?


Era como una pesadilla recurrente. Cada vez que pensaba en Pedro, él se materializaba. ¡Y ella con su pijama de cerditos, por amor de Dios!


–Estoy ocupada en este momento –dijo a sabiendas de que era una disculpa poco convincente.


–Prometo que no me quedaré mucho tiempo. Sólo quiero pedirte algo.


La expresión de Pedro le derritió el corazón: Suave como la de un niño perdido. Paula se sintió picada por la curiosidad.


–Sólo un momento, ¿De acuerdo?


Una cálida sonrisa iluminó el rostro de Pedro.


–Gracias.


Paula abrió la puerta deseando haberse puesto esa noche un camisón de satén.


–Si te permites bromear acerca de mis cerditos, te marchas inmediatamente –amenazó intentando contener la risa. Pedro la miró de arriba abajo con una sonrisa afectada–. Lo digo en serio –exclamó mientras blandía la cuchara como una espada.


Él alzó las manos.


–No te preocupes. De mi boca no saldrá un chillido, ni siquiera una mirada furtiva.


Ambos rompieron a reír mientras entraban en la sala de estar.


–Me alegro de que estés en casa. Necesito hablar contigo.


–De acuerdo. Siéntate. ¿Quieres tomar algo?


–Me apetece un café.


Paula retiró el bote de helado y se marchó a la cocina. Cuando volvió a la sala, lo encontró mirando las fotografías que tenía colocadas en la repisa de mármol de la chimenea.


–Debes de echarlos mucho de menos –murmuró señalando las fotografías de sus padres. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 30

El padre hizo un movimiento con la mano, como un mago.


–Tonterías. Paula es una mujer adorable. Ahí has acertado, hijo. Estoy seguro de que le encantará ir con nosotros. He oído que sus negocios no marchan bien, así que es posible que disponga de tiempo ese fin de semana. Tal vez podrías darle algún consejo profesional, ¿No te parece?


Pedro se quedó sin habla. Su padre lo había llamado «Hijo». ¿Y qué había dicho sobre los negocios de Paula? ¿Por eso necesitaba el dinero?


–De todos modos te enviaré un correo electrónico con los detalles. Y no olvides saludar a Paula de mi parte –dijo antes de hacer una pausa, ya en la puerta–. Estoy orgulloso de tí, hijo.


No podía creerlo. Había vuelto a llamarlo «Hijo». Pedro se reclinó en su sillón de piel y suspiró, aliviado. Había esperado mucho tiempo para oír esa palabra de labios de su padre. Entonces, ¿Por qué sentía que su victoria era más aparente que real? Odiaba engañar a su padre, pero el trato era la única manera de que lo tomara en serio. Y si la visita que acababa de hacerle era un indicio, al parecer empezaba a tener éxito. ¿Pero a qué precio? Cuanto antes resolviera el lío en el que se hallaba, mejor. Tanto su padre como Paula se merecían algo mejor. ¿Pero qué pasaba con el dinero? ¿Por qué no marchaba bien el negocio de Paula? ¿Lo estaría utilizando como las otras mujeres? Mientras hacía girar la estilográfica distraídamente, se fijó en el calendario. ¿Un par de semanas, eh? Resolvió hablar con ella sobre el trato durante la excursión. Si el dinero era tan importante, él se lo daría. Quería que la relación que había entre ellos estuviera libre de obligaciones. No más tratos. ¿Y si no lo quería sin el dinero? Se le encogió el corazón al pensarlo. Después de todo, ella había dejado claro que no quería nada con él. ¿Tal vez lo hacía únicamente por dinero? Sólo había un modo de saberlo. Mientras alargaba la mano hacia el teléfono, el aparato empezó a sonar.


–¿Diga?


–Alfonso, viejo amigo. ¿Me ocultas algo? ¿Qué es eso de que vas a llevar a la bella Paula a nuestra excursión?


–¿Qué quieres, Saunders? Estoy ocupado.


Aunque trabajaban en la misma empresa, hacía semanas que no hablaba con Agustín Saunders, su mejor amigo. Agustín se dedicaba al derecho penal, así que raramente se encontraban esos días.


–Apuesto a que estás demasiado ocupado… –la voz de su amigo se convirtió en una risa disimulada.


–No digas tonterías. He estado trabajando muchas horas en un caso de propiedad intelectual. Sí, he visto a Paula, aunque eso a tí no te importa.


Agustín se rió a carcajadas.


–¿He tocado un punto sensible? No es propio de tí ponerte serio respecto a una mujer. ¿Qué se cuece por ahí?


Ojalá pudiera contarle el secreto a su amigo. Desgraciadamente, Agustín no se caracterizaba por su discreción.


–¿Es que uno no puede cambiar? Resulta que Paula me gusta. Y mucho. 


Al otro lado de la línea se oyó un claro bufido.


–¿Cambiar? ¿Tú? ¿Intentas decir que nuestros días de juerga han terminado?


–Has dado en el clavo, viejo amigo. Te has quedado solo.


–Pero mi agenda está desbordada. ¿No te tienta ir a alguno de nuestros lugares favoritos para recordar los viejos tiempos?


–Debo volver al trabajo. ¿Qué te parece si nos tomamos una copa más tarde?


–Supongo que sí.


–Nos vemos en el pub sobre las siete. Adiós.


Pedro miró el teléfono mientras se preguntaba si debía ponerse en contacto inmediatamente con Paula. La llamada de Agustín lo había distraído y quería estar concentrado cuando la invitara a la excursión. No habían hablado mucho desde el fracasado paseo en el yate y sospechaba que no la atraería en absoluto pasar un fin de semana haciendo el papel de su novia. Se lo diría con gentileza. ¿Tal vez con flores, vino o bombones? Sí, una sutileza como un mazo de hierro. ¿Y una tarjeta de invitación formal? No, eso podría amedrentarla. De pronto decidió que lo mejor sería hablar con ella personalmente. El teléfono no bastaba para algo tan importante. No era propio de él perder la confianza en sí mismo. Ese estúpido trato le ponía los nervios de punta. Le gustaría ser él mismo con Paula y cortejarla debidamente, sin tener que actuar.  De pronto se le iluminó la mente. ¡Eso era! Había estado actuando, no sólo en beneficio de su padre sino en el de Paula también. ¿Por qué no intentar ser él mismo? Ella lo había querido en el pasado. Entonces, ¿Por qué no recobrar la antigua magia que había habido entre ellos y ver qué sucedía? ¿Qué tenía que perder? «Alfonso, eres un genio». 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 29

De acuerdo, el paseo no había sido una de sus mejores ideas, pensó Pedro. No sabía qué demonios se había apoderado de él para invitar a la mujer más sexy del mundo a pasar el día en su yate. Desde la primera cena había deseado estar a solas con ella en la embarcación. Incluso se lo había pedido la primera noche, aunque afortunadamente ella había rehusado.  Pero dos meses más tarde la había vuelto a invitar. Y se lo había pedido a sabiendas de que no iba a ser capaz de mantener las manos lejos de ella. Había sido muy duro actuar como un caballero en las últimas cenas. Había vuelto a repasar la escena en el yate. Ella prácticamente le había implorado que la besara. Sentirla suave y entregada bajo su cuerpo, devolviendo las caricias apasionadamente, había sido como estar en el cielo. Había imaginado esa escena tantas veces… Con frecuencia había fantaseado con la idea de verla entregada a él, gimiendo su nombre. Lleno de frustración, golpeó el escritorio con el puño. Maldito trato. Si no fuera por el dinero no habría puesto barreras a sus sentimientos por Paula. Sin embargo, bastaba con una aventurera en la familia. Lucrecia, su última madrastra, era una maestra en el oficio de sacar dinero a su padre, y que Dios lo ayudara si Paula se le parecía. En ese momento deseaba agarrar a su padre por el cuello. Si no hubiera sido por sus ridículas condiciones para asociarlo a la firma, nunca habría tramado ese estúpido pacto. «Y no hubieras vuelto a tropezar con Paula». Siempre había una espada de doble filo. Pedro suspiró mientras revolvía los contratos que tenía sobre el escritorio. Unos golpecitos en la puerta interrumpieron sus reflexiones.


–Pase.


–Me pregunto si dispones de un minuto, Pedro –dijo su padre al tiempo que entraba en el despacho. 


Pedro esperaba tener tan buen aspecto como él a los cincuenta y ocho años: Fornido, con la piel tersa y una vitalidad que resplandecía en sus ojos azules. No le extrañaba que las mujeres lo encontraran atractivo. Se preguntaba si su madre habría advertido las miradas codiciosas que dirigían a su marido. ¿Sería ésa una de las razones que la hicieron alejarse del hogar?


–Por supuesto. ¿En qué puedo ayudarte?


Odiaba el hecho de no poder llamarlo «Papá» en la oficina. También deseaba que alguna vez Horacio lo llamara «Hijo» en lugar de Pedro.


–Los miembros de la firma hemos decidido hacer una excursión de dos días. Será dentro de un par de semanas, así que tienes tiempo de avisar a Paula.


Pedro se aclaró la garganta.


–Veré qué puedo hacer, aunque es una mujer muy ocupada. Sabes que tiene su propio negocio. Puede que no disponga de tiempo libre. 

martes, 15 de agosto de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 28

La había deseado tan intensamente y durante tanto tiempo que le costaba creer que todo eso estuviera sucediendo.


–¿Qué estamos haciendo, Pedro? –preguntó ella, con incertidumbre.


Pedro no podía pensar con claridad. Si seguía acariciándolo de esa forma, todo acabaría antes de empezar. Entonces se apartó un poco sin dejar de rodearle la cintura con el brazo.


–Me parece obvio, cariño.


Las manos de Paula se detuvieron al instante.


–No quiero que esto sea sólo sexo.


–¿Qué quieres que sea? –preguntó al tiempo que deslizaba un dedo por la mejilla, maravillado de su suavidad.


La sensación era asombrosa: Suave piel, curvas sensuales, pechos generosos. Todavía recordaba una antigua imagen: Los pezones oscurecidos bajo la empapada camiseta blanca. Desde entonces se sentía hechizado. Paula lo miró directamente a los ojos.


–No lo sé bien –dijo mientras se pasaba la mano por los cabellos rubios, que brillaban al sol como doradas hebras de seda–. Sólo sé que no quiero ser otra de tus conquistas. Las cosas serían muy difíciles cuando tuviera que marcharme.


La amargura se apoderó de Pedro, como si le hubieran derramado un cubo de agua fría en la cabeza.


–¿Quién dijo que tendrías que marcharte cuando finalizara el trato? – preguntó al tiempo que dejaba caer la mano.


Paula se sentó.


–Ambos sabemos que esto no conduce a ninguna parte. El trato finaliza en menos de cuatro meses y tú reanudarás alegremente tu antiguo estilo de vida. No estoy a favor del sexo casual, así que es mejor continuar con la comedia y dejar las cosas como están.


Había alzado la voz y sus palabras destrozaron el corazón de Pedro.


–Siempre volvemos al maldito contrato, ¿No es cierto? ¿El dinero es tan importante para tí? –preguntó en un tono deliberadamente bajo.


Pedro podría haber jurado que los ojos de Paula se habían empañado antes de volver la cabeza.


–Sí, lo es.


Esas tres pequeñas palabras le hicieron daño. Unas breves palabras, afiladas e hirientes. Pedro movió la cabeza de un lado a otro intentando aclarar sus pensamientos.


–Necesito refrescarme –anunció. Se quitó la ropa y se lanzó al agua.


Paula contempló la figura que se alejaba de la embarcación nadando con largas brazadas. Dejó que las lágrimas corrieran libremente por sus mejillas, arrepentida de su interrogatorio. ¡Dios, qué lío! Fue una revelación descubrir que Pedro la deseaba con igual pasión. Tras el beso de la primera «Cita» ante Diego, no se había acercado a ella. Era cierto que le daba un beso rápido delante de los colegas y al final de las citas, pero eso era todo. Hacía unos minutos ella prácticamente había implorado ese beso. Debió de ser a causa del sol. Sí, eso era. Un golpe de calor. Apoyada en la barandilla mientras lo veía nadar cada vez más lejos, supo que el único golpe de calor que la afectaba era a causa de Pedro. Incluso en ese momento una onda cálida recorría su cuerpo al recordar sus labios y sus manos. Había ardido con tal deseo que su intensidad llegó a asustarla. Entonces, ¿Por qué resistirse? Por miedo, pura y simplemente. Había sido sincera con él, al menos en parte. No quería convertirse en otra compañera casual. Quería más. Diablos, lo quería todo. Quería oírle decir que el trato se había acabado, que la amaba tanto que quería que fuese su novia de verdad, que no era una mera adquisición para él. Sin embargo, él no había dicho nada de eso. Sabía que le encantaban las mujeres y ella era eso para él, una mujer que había dejado muy claro que le gustaba. ¿Por qué Pedro no iba a sacar ventaja de una oportunidad como ésa? Gracias a Dios que había recobrado el sentido común sacando a colación el trato que existía entre ellos. Otra vez había utilizado el dinero como una barrera contra el dolor. Mientras él creyera que actuaba por dinero estaría a salvo. Podía manejar a Pedro como amigo. Pero Pedro como amante, como el hombre que ella amaba, era demasiado. Dios, iban a ser cuatro meses muy largos hasta que concluyera el trato que había entre ellos. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 27

Ella se encogió de hombros. Demasiados paseos juntos sin la red de seguridad que le proporcionaba el trato podría ir en contra de su bienestar.


–Si tú lo dices…


–Bien, ahora que hemos llegado a un acuerdo, vamos a comer.


–Bueno.


Bajo la mirada de Paula, Pedro desempaquetó una selección de manjares y los dispuso sobre la cubierta. Mientras él se inclinaba sobre la cesta de la merienda, ella notó que estaba hambrienta. Pero no de comida, precisamente.


–Espero que tengas hambre.


Pedro alzó la vista antes de tiempo. Paula bajó los ojos velozmente, pero no con la rapidez suficiente. Una sonrisa diabólica apareció en el rostro masculino.


–Basta ya. Hora de comer, payaso –dijo ella, todavía ruborizada.


Luego llenó su plato con trozos de pollo asado, salmón ahumado, tomate y queso mientras intentaba ignorar la sonrisa satisfecha de Pedro. ¿Se habría acordado de que el merengue de limón era su postre favorito? Comieron en amigable silencio, aunque ella estuvo pendiente de cada gesto, de cada bocado que él se llevaba a la boca.


–¿Te has quedado con hambre? –preguntó Pedro más tarde, mientras retiraba los platos vacíos.


Ella se dió unos golpecitos en el estómago.


–No. Una comida deliciosa.


–¿Te apetece tomar el postre? Es tu favorito.


¡Se había acordado después de tantos años!


–Gracias por todo esto. El almuerzo ha estado fabuloso –dijo ella al cabo de un rato.


Pedro se sentó a su lado y Paula sintió que sus sentidos se revolucionaban. Olía deliciosamente. Una tentadora mezcla de sol, aire marino y la fresca fragancia a limón de la loción del afeitado. En el futuro, cada vez que pasara en su coche por el puerto, recordaría ese día y a ese hombre.


–Tienes una miga aquí –dijo Pedro al tiempo que le alzaba la barbilla y le limpiaba la comisura de la boca con el pulgar. Un suave gemido involuntario escapó de los labios de Paula. Los ojos de él se oscurecieron–. Oye, no soy un santo. Voy a hacer algo que puedes lamentar si no dejas de gemir.


A modo de respuesta, ella se inclinó hacia él. «¿No estará un poco achispada?», pensó Pedro al tiempo que unía sus labios a los de ella. El beso de él sabía a champán, a limón y era dulce. Sus labios se acoplaron mientras sus lenguas se buscaban con ansia y luego se entregaban a una danza sensual.


–Es tan bueno… –murmuró ella al tiempo que se arqueaba hacia él.


–Es tan bueno sentirte a tí… –susurró Pedro recorriéndole el mentón con los labios, hasta posarse en el lóbulo de la oreja.


Paula se retorció contra su cuerpo mientras sus manos le acariciaban la espalda y se deslizaban hasta las nalgas.


–Esto era lo que te apetecía almorzar, ¿Verdad? –murmuró él sin dejar de juguetear la oreja de Paula.


–No estoy segura –susurró ella con una sonrisa mientras continuaba acariciándole la espalda.


Pedro la tendió en la cubierta.


–Eres hermosa –declaró sobre el cuerpo femenino, observando el rubor de sus mejillas, los labios ligeramente hinchados y los luminosos ojos verdes. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 26

Era un perfecto día de verano y el pintoresco Teatro de la Ópera se alzaba contra un límpido cielo, sin nubes. Cientos de embarcaciones salpicaban las aguas del puerto de Sidney, dispuestas a sacarle partido a ese día ideal para los veleros. Paula se reclinó en su asiento al tiempo que alzaba la cara al sol.


–Espero que lleves crema protectora.


Ella echó un vistazo a Pedro, situado tras el timón.


–Desde luego que sí. No soy tonta.


–Y pensar que casi lo creí –bromeó él.


Ella sonrió, sorprendida del avance de sus relaciones en tan corto tiempo. Dos meses antes, le habría echado un rapapolvo por esa observación. Entonces vivía a la defensiva. En la actualidad, tras muchas cenas de negocios y charlas tomando un café, había aprendido a bajar la guardia. Y disfrutaba.


–¿Dónde piensa llevarme, capitán?


Él se quitó la gorra a modo de saludo burlón.


–Al lugar que desee mi dama.


En ese momento el yate se deslizaba bajo el puente del puerto.


–¿Por qué no me sorprendes? –sugirió con un escalofrío de anticipación.


–Creo que puedo hacerlo.


Ella no habló. Se limitó a contemplarlo, contenta al ver que gobernaba la embarcación con la eficacia de un experto. Estaba muy apuesto con sus pantalones cortos blancos y un polo azul marino. Las largas piernas bronceadas sostenían el cuerpo en una posición estable mientras el yate avanzaba velozmente. Paula admiró los musculosos bíceps que controlaban el timón. Siempre estaba atractivo, ya fuera vestido informalmente o con traje de diseño. Pedro dirigió la embarcación hacia un canal cercano y apagó el motor. El silencio los envolvió mientras ella miraba a su alrededor. Majestuosos eucaliptus se alzaban en la orilla arenosa. El verde follaje contrastaba con las aguas azules. A ella le encantaba el paisaje de los canales, pacíficos refugios lejos de las aguas del puerto, atestadas de embarcaciones.


–¿En qué piensas? –preguntó Pedro al tiempo que abría el frigorífico y sacaba dos copas frías y una botella de champán.


–Encantador –murmuró con los ojos puestos en él.


–Gracias.


Ella desvió la mirada rápidamente con la esperanza de que Matt no advirtiera su expresión anhelante. Alicia siempre decía que era un libro abierto.


–Esto debería calmar los ánimos. A la salud de mi maravillosa novia – brindó él mientras le tendía una copa alargada.


Su sonrisa era íntima y cálida, como una caricia. El calor se apoderó de las mejillas de Paula cuando bebió el primer sorbo de champán y las burbujas se deslizaron por su garganta reseca. Ojalá fuera su novia real y ese día no formara parte de una comedia.


–¿Por qué me has invitado a navegar? –dijo finalmente.


Por fin se atrevía a hacer la pregunta que había rondado por su mente toda la semana. Él guardó silencio un instante.


–Porque me gusta tu compañía y porque pensé que te agradaría pasar un día en el mar –contestó finalmente.


–No hay nadie a nuestro alrededor, así que esto no puede ser parte del trato.


Demasiado tarde se dió cuenta de que había hablado en voz alta. Pedro murmuró un juramento.


–Olvidemos el maldito trato al menos por hoy, ¿De acuerdo? Es un hermoso día y somos viejos amigos que disfrutan de la mutua compañía. ¿Por qué no dejarlo así como está? 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 25

 –¿La elección de la pareja ideal fue hecha a propósito, Ali?


–Desde luego que no. Hubo una elección mutua entre ustedes. ¿Cómo podría haber alterado sus cuestionarios? A mí me parece que fue obra del destino.


Paula arrugó la nariz.


–Para mí el destino es sólo una palabra más. La odio. Ha trastocado mi vida.


Alicia se levantó de la mesa y la abrazó.


–Has estado sola demasiado tiempo. Una joven atractiva como tú necesita a un joven agradable en su vida y creo que Pedro Alfonso es perfecto para tí. ¿Qué tiene de malo salir con él?


«Si supieras», pensó Paula.


–No albergues esperanzas. Vamos a salir por un tiempo, pero sólo como amigos, nada más. Tendrás que guardar tu sombrero de las bodas durante largo tiempo, ¿De acuerdo?


Alicia le pellizcó la mejilla. 


–Demasiado tarde, cariño. Ya lo he sacado de la caja con bolas de naftalina. No tardes mucho en fijar la fecha de la boda, ¿Quieres?


Paula le golpeó el trasero con el periódico.


–¡Vete y déjame en paz, vieja incorregible!


–Yo también te quiero, encanto. Nos veremos pronto –dijo Alicia mientras se dirigía a la puerta con el croissant en la mano.


Paula desenrolló el periódico y lo extendió sobre la mesa. Maldición, Pedro era muy fotogénico. Su aspecto era maravilloso tanto en una fotografía impresa como en carne y hueso. ¿Cómo podía expulsarlo de sus pensamientos cuando aparecía dondequiera que mirase? Gracias a Dios que ella tampoco estaba mal. Si toda la ciudad de Sidney tenía que verla, al menos su aspecto era presentable. Ambos parecían felices. Él la miraba sonriente, con el brazo alrededor de su cintura y ella le devolvía la mirada con adoración. Si una imagen valía más que mil palabras, aquélla era un clásico. ¿Podría resurgir la amistad entre ellos? Posiblemente, pero, ¿Estaría satisfecha sólo con su amistad? ¿No había sido ésa la razón por la que se había alejado de él deliberadamente, aparte de sentirse mortificada por su rechazo? Había deseado mucho más por parte del hombre del que se había enamorado. ¿De qué servía sacar a la luz viejos sentimientos que era mejor mantener en el olvido? Mientras contemplaba la fotografía, supo que se engañaba. Sus sentimientos hacia Pedro no estaban olvidados, sólo enterrados. Desgraciadamente, temía que resurgieran al menor estímulo y pasar por su novia podría desencadenar una reacción desastrosa.


–No estoy enamorada de él. Nunca más –dijo entre dientes al tiempo que doblaba el periódico para ocultar la imagen sonriente de Pedro.


Sin embargo, la sonrisa quedó impresa en su mente. De pronto deseó que sus sentimientos quedaran ocultos con la misma facilidad.