martes, 22 de octubre de 2019

Desafío: Capítulo 4

Al fijar su mirada en la suave curva de su boca, su cuerpo reaccionó involuntariamente ante los labios escarlata, brillantes y húmedos, y tan malditamente sexys que él sintió una oleada de calor. La había deseado desde la primera vez que la vió en Zathos, pero el bautizo de su ahijado no era momento para ceder a sus deseos carnales. Paula, evidentemente, había pensado igual. Lo había tratado con una fría indiferencia que le había divertido e intrigado, sobre todo porque su pose no había ocultado la feroz atracción que sentía por él.

Él había notado el rubor de sus mejillas cada vez que se acercaba a ella. Sin duda formaba parte de una actuación impecable, pero la inocencia de ese rubor, junto con su aire sensual, le había obligado a contenerse para no tomarla en sus brazos y explorar esos tentadores labios con los suyos. La llamada que lo había requerido en su empresa le había contrariado, sorprendentemente, porque, que él recordara, el trabajo había sido siempre su amante favorita, justo delante de su familia. Pero, por primera vez, había lamentado no poder quedarse más tiempo en Zathos para admirar a esa rubia de piernas torneadas que dominaba sus pensamientos. Gran parte de los últimos dos meses los había pasado en Atenas dedicado a la tarea de reorganizar su vida personal, y sobre todo de terminar con su amante. No quería ninguna complicación en su camino hacia la conquista de Paula y contempló las lágrimas de Rocío con irritación. Rocío nunca había estado enamorada de él, sino más bien de su cartera. Desde el principio había dejado claro, como hacía siempre, que no buscaba amor ni compromiso.  Rocío había terminado por consolarse con algunos regalos caros, de modo que él se encontraba libre y dispuesto a descubrir si la química que había sentido entre Paula y él en Zathos era tan explosiva como prometía. Observó que Paula le hablaba y se esforzó por vaciar su mente de la erótica fantasía de explorar su cuerpo. Dedujo por el tono de ella que la había enfadado y sus labios se curvaron ante la mirada furiosa que ella le dedicó.

—No veo por qué mis hábitos alimentarios pueden ser de tu incumbencia. Llevo una dieta normal y sana —le dijo indignada.

—Me alegra oírlo. Así podrás cenar conmigo mañana. Te recogeré a las siete.

Otro invitado llamó su atención, mientras Paula hervía en silencio y esperaba una oportunidad para dejarle claro que no estaba disponible al día siguiente, ni nunca, para él. ¿Cómo se atrevía a dar por hecho que ella aceptaría alegremente? No era más que otra prueba de que él pensaba que era una rubia tonta, incapaz de pensar por sí misma. Era el hombre más arrogante que había conocido jamás y, en cuanto pudiera, le rechazaría sin más. Para su pesar, Pedro no le hizo ni caso durante el resto de la velada y ella se preguntaba si Sofía se enfadaría si se marchaba con el pretexto de un dolor de cabeza cuando él volvió a dirigirse a ella.

—¿Te apetece ir a algún sitio en especial mañana? —preguntó con toda naturalidad.

—Me temo que voy a rechazar tu amable invitación —Paula le dedicó una de sus sonrisas garantizadas para congelar al más ardiente admirador—. Mañana por la noche estoy ocupada.

—No hay problema —aseguró él—. Lo haremos la noche siguiente.

—También estaré ocupada.

—¿Y la siguiente? —él enarcó las cejas y habló en tono sardónico y aburrido.

—Me temo que no podré.

—No tenía ni idea de que ser modelo te quitaba tanto tiempo.

—No he dicho que fuera a trabajar —le espetó ella acaloradamente. ¿Tan grande era su ego que no aceptaba una negativa por respuesta?—. ¿No has pensado que puedo estar saliendo con alguien?

—¿Lo estás? —preguntó él tras una pausa.

—No —admitió ella, consciente de que habían atraído la atención del resto de los comensales de la mesa, sobre todo de Sofía.

—¿Y qué vas a hacer todas las noches de esta semana? —preguntó Pedro desafiante.

Maldita sea. Había conseguido darle la vuelta a la conversación y hacer que ella se sintiera culpable por rechazar una sencilla cena. Ella no tenía por qué sentirse culpable. Si él era tan engreído como para pensar que estaba disponible para él, se merecía un buen rechazo.

—Me voy a lavar el pelo —soltó sin molestarse en ocultar la acritud en su voz y mientras lo miraba a la espera de su reacción.

—No se puede negar que vives una vida plena —murmuró mientras sonreía divertido.  Luego se volvió hacia otro comensal y dejó a Paula con la sensación de haber perdido el primer punto.

Ella era consciente de las miradas, ligeramente avergonzadas, del resto de la mesa y notaba sus mejillas ardientes. Lo había conseguido ¿No? Pedro había dejado claro que ya no sentía interés por ella. ¿Por qué se sentía tan mal? Ella no quería cenar con él, pero las palabras sonaron tan falsas como cuando Sofía le pidió una explicación.

—Pensé que te gustaba Pedro —dijo su amiga, tras pedirle a Paula que subiera con ella a ver a Benjamín—. Sólo te ha invitado a cenar, Pau, no te ha pedido que te metas en su cama.

—Tuve la impresión de que una cosa no era más que el preludio de la otra — contestó Paula secamente—. Tú misma dijiste que Pedro Alfonso es un famoso mujeriego y no tengo intención de convertirme en otra de sus conquistas.

—Pues es una pena —murmuró Sofía en voz casi inaudible, aunque no lo suficiente.

—¿Qué quieres decir, exactamente?

—Que no puedes pasarte la vida rechazando a la gente por miedo.

—No tengo miedo de Pedro —contestó Paula, aunque no era del todo cierto. El enigmático griego la alteraba más de lo que quería reconocer.

—¿Cuándo aceptarás que los pecados de tu padre no se repetirán en cada hombre que conozcas? —Sofía suspiró—. No todos los hombres son adúlteros en serie.

—¿De verdad sugieres que Pedro podría ser un amante dedicado y fiel? — preguntó Paula—. Su récord es apabullante. Sé cómo es, Sofi. Todos los días conozco a hombres como él y, confía en mí, sólo le interesa una cosa. Y no la conseguirá de mí —salió de la habitación con Sofía y dió un respingo cuando una figura emergió de entre las sombras.

—¡Pedro! Nos has asustado —dijo Sofía mientras Paula rezaba por que se la tragase la tierra.

—Lo siento. Mauri dijo que estaban con Benja y quería echarle un vistazo a mi ahijado. Espero no haberos interrumpido —dijo mientras sonreía sin apartar la mirada de Paula.

—En absoluto, sólo… charlábamos —murmuró ella mientras se ruborizaba.

—Ya lo he oído —dijo él en un tono aburrido.

Paula había estado a la defensiva toda la velada y Pedro supuso que era por hacerse la inaccesible, un juego que a él le divertía para un rato. A menudo, la excitación de la caza era lo mejor de una relación. Pero los retazos de conversación que había oído entre Paula y Sofía le hicieron cambiar de idea. La prensa había exagerado su fama de playboy, pero desde luego no era ningún santo, admitió. No sabía nada sobre la situación familiar de ella, pero si su padre era realmente un adúltero, eso explicaba su resistencia a admitir la atracción que sentía por él. Atracción que, sin embargo, estaba ahí. Ya no le quedaba ninguna duda tras ver cómo ella había sido incapaz de apartar la mirada de él durante toda la velada.

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