jueves, 24 de octubre de 2019

Desafío: Capítulo 5

—Ha sido una velada estupenda, Sofi, pero tengo que irme —aseguró Paula mientras bajaba la escalera tras su amiga. No se sentía capaz de hacer frente a Pedro Alfonso ni un segundo más—. Los próximos días estaré muy ocupada —murmuró a modo de excusa.

—Sí, todos esos lavados de pelo deben de ser agotadores —Pedro la esperaba al final de la escalera.

—No te preocupes —Sofía intentó aguantarse la risa—. Iré a buscar tu chaqueta.

Se hizo el silencio y Paula estaba casi segura de que Pedro podría escuchar el errático latido de su corazón. Intentó pensar en algo que decir, pero su cerebro parecía haberse largado y sólo se le ocurrían sandeces que reforzarían la teoría de él de que era una rubia sin cerebro.

—¿De modo que estarás liada toda la semana? Un apretado horario en algún salón de belleza, sin duda —dijo él lentamente, provocando al instante su ira.

—En realidad, tengo que entrenar toda la semana —dijo ella secamente.

Se sentía como una adolescente y era consciente de lo aniñada que sonaba su voz cuando intentaba impresionarle.

—¿Entrenar para qué? —Pedro no podía ocultar su escepticismo.

—El fin de semana que viene corro la media maratón alrededor de Hyde Park. Queremos recaudar fondos para una serie de actos benéficos, y yo corro a favor de un hospital infantil. A lo mejor te gustaría patrocinarme —añadió mientras bajaba ligeramente la guardia. Él era un famoso multimillonario y las obras benéficas requerían todo el apoyo posible. No era momento de mostrarse orgullosa.

—Me encantará. ¿Cuántos kilómetros vas a correr?

—Casi veintiuno —admitió ella, aunque tenía sus dudas. No había entrenado del todo según lo programado y sólo faltaba una semana. Ella era de constitución atlética e iba regularmente al gimnasio, pero veintiún kilómetros de golpe parecían muchos.

—¿Cuánto corres en una sesión de entrenamiento?

—Más o menos la mitad —balbuceó ella.

—Ya —había una mirada divertida en sus oscuros ojos. Estaba claro que no la creía capaz de hacerlo, pero le demostraría que se equivocaba.

—Estoy en bastante buena forma, y no preveo complicaciones —dijo ella fríamente mientras cruzaba los dedos tras la espalda.

—Mauro es un padre devoto y supongo que habrá entregado una generosa cantidad en beneficio de los niños —dijo él tras mirarla fijamente unos minutos—. Igualaré su donativo.

—¿Estás seguro? Se trata de una cifra de seis dígitos —protestó ella ligeramente.

—¿Estás diciendo que la causa no necesita del dinero?

—Por supuesto que sí —el hospital incluso podría abrir antes de lo esperado, admitió ella mientras se mordía el labio inferior—. Pero ¿Seguro que quieres patrocinarme con una cantidad tan elevada? —tenía que ser una trampa. Él nunca ofrecería esa cantidad sin exigir algo a cambio.

Sintió su oscura mirada sobre ella, detenida sobre sus pechos antes de deslizarse por sus finas caderas y las largas piernas. El ardor de su mirada le hizo temblar. Si se atrevía a hacer la canallesca sugerencia de que se acostara con él a cambio de su donativo, ella saldría por la puerta antes de que él pudiese pestañear, tras indicarle por dónde podía meterse su donativo.

—Estoy en posición de hacer donaciones a muchas obras de caridad —dijo él—, pero cuéntame por qué apoyas a ésta en concreto.

—Me parte el alma pensar en los niños enfermos —Paula se encogió de hombros—. Solía visitar a Sofía durante sus sesiones de quimioterapia. Era tan valiente, como los niños enfermos que he conocido desde entonces. Si puedo utilizar mi —soltó una carcajada—, fama para reunir dinero para la causa, haré cualquier cosa.

Bueno, casi cualquier cosa, se corrigió en silencio al ver que él se acercaba y le apartaba un mechón de cabello de la cara. Fue un gesto muy íntimo y ella se puso rígida.

—De acuerdo. Haré una importante donación para tu obra y a cambio tú correrás veintiún kilómetros y… —su repentina sonrisa hizo que ella se quedara sin aliento, incapaz de dejar de mirar su boca.

—¿Y qué? —preguntó recelosamente. Sabía que tenía que haber trampa.

—Y tú cenarás conmigo —sentenció con un brillo en la mirada que indicaba que leía su mente a la perfección—. ¿De qué tienes miedo, Paula? Te prometo no sorber la sopa —aseguró seriamente.

Ella sentía arder sus mejillas con una mezcla de vergüenza y, que Dios la perdonase, desilusión. Debería sentirse aliviada porque no había reclamado su derecho a hacer realidad el deseo que reflejaba su mirada. A lo mejor había malinterpretado las señales. Había estado tan concentrada en luchar contra la atracción que sentía que había pensado que esa atracción era mutua.

—¿Trato hecho? —él había aprovechado sus dudas para deslizar la mano bajo su barbilla e inclinar su rostro hacia él de manera que no tuvo más remedio que mirarlo a los ojos.

—Supongo que sí —murmuró ella, tras sonrojarse de nuevo.

—Será una noche memorable.

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