martes, 29 de octubre de 2019

Desafío: Capítulo 9

Paula corrió hasta que sintió el corazón a punto de reventar. Aun así se obligó a continuar mientras dirigía la mirada hacia su bolsa y rezaba para que Pedro se hubiese marchado. Pero él seguía allí, tumbado en el césped, con sus bronceados hombros y fuertes y atléticos muslos al sol. No había corrido casi nada, simplemente se había sentado a tomar el sol, un semidiós con ropa de diseño que la observaba correr hasta la extenuación. Mientras soltaba un juramento, ella aflojó el paso y cruzó la pista. Si su presencia como espectador era una lucha entre voluntades, ella aceptaba su derrota. Sentía las piernas flojas, pero no tenía nada que ver con él, se dijo mientras se acercaba al lugar donde estaba su bolsa. Con un fingido aire de supremo desinterés, ella lo ignoró y buscó su botella de agua. Los pocos tragos que quedaban no consiguieron saciar su sed, pero no tenía fuerzas para ir hasta el complejo deportivo y llenarla. Se tumbó en el suelo y hundió el rostro en el aromático césped.

—Si pretendes mantener ese ritmo durante toda la carrera, no pasarás de la mitad —dijo Pedro.

—Vete al infierno —el hecho de que él tuviera razón no mejoró su humor, sobre todo cuando se volvió hacia él para verle beber de su cantimplora. Había algo mundano y sensual en su manera de saciar su sed, y ella fijó la mirada en el movimiento de su garganta al tragar.

—Toma —él debió de haber notado su mirada y le pasó la cantimplora, que ella aceptó tras decidir tragarse su orgullo—. Deberías traer más agua, con este calor no basta con una botella pequeña. Aunque de todos modos, va contra el sentido común entrenar durante las horas del día de más calor —añadió, como si hablase con un crío.

—¿Algo más? —preguntó ella con sarcasmo.

Se tumbó de espaldas sobre el césped y cerró los ojos. Era el hombre más arrogante e insufrible que había conocido y quería decirle que se largara, pero estaba demasiado agotada para hablar y, de todos modos, él no la haría caso. La pista de atletismo estaba alejada de la calle y sólo se oía el dulce canto de una alondra. Era el sonido del verano, pensó ella adormilada mientras giraba el rostro hacia el sol. Pero una sombra la obligó a abrir los ojos y se encontró a Pedro inclinado sobre ella.

—No deberías tomar el sol sin protección. Intento que no te quemes —añadió cuando Paula frunció el ceño por lo cerca que estaba de ella.

Él estaba tumbado de lado y apoyado sobre un codo para protegerla del sol con su cuerpo. Se había quitado las gafas de sol y ella pudo ver las finas arrugas alrededor de los ojos, aunque sus pensamientos quedaban ocultos bajo las increíblemente largas pestañas negras. Un mechón de su cabello colgaba sobre una ceja y ella luchó contra la tentación de pasar la mano por esa brillante seda negra. Estaba demasiado cansada para luchar contra él, pensó mientras apartaba la mirada del amplio pecho, apenas cubierto por una camiseta sin mangas. Debía de pasarse horas en el gimnasio trabajando esos músculos, pero tampoco se lo imaginaba levantando pesas.

—¿Qué clase de deporte te gusta? —preguntó ella mientras se sonrojaba por el malicioso brillo de su mirada. No había duda de cuál era su ejercicio físico preferido.

—Me gusta jugar al squash. Me parece más desafiante que el tenis. También me gusta nadar en la piscina de mi mansión y, cuando era más joven, pertenecía a un club de boxeo y fui campeón juvenil nacional durante tres años consecutivos —dijo con cierto orgullo.

—¿Te gustaba pelear? —Paula arrugó la nariz—. Yo odio esa clase de deportes agresivos de contacto.

—En realidad, el boxeo requiere mucha disciplina y agilidad mental, no sólo fuerza bruta —dijo con una sonrisa—. Es ideal para que los chicos liberen el exceso de testosterona.

—Me imagino que tú tenías de sobra —murmuró ella secamente. Seguro que incluso de joven debía de haber atraído a las chicas como la miel a las abejas. Lo imaginaba como un gallito que se pavoneaba y siempre lograba lo que quería—. Debiste de volver locos a tus padres.

—Seguramente —asintió él—, pero mi padre lo solucionó enviándome a trabajar en la construcción. Aunque era el heredero de una fortuna multimillonaria, él pensaba que debía empezar desde abajo y ganarme el puesto en Alfonso Construction. Me enseñó mucho —añadió con dulzura, en un tono afectivo y respetuoso que no le pasó desapercibido a Paula.

—Seguro que tus padres están muy orgullosos de tí —dijo ella al recordar un reciente artículo en la prensa que hablaba del tremendo éxito de Alfonso Construction bajo su dirección—. ¿Dónde están? ¿Viven en Grecia, cerca de tí?

—Por desgracia los dos han fallecido. Mi padre murió hace diez años y mi madre le siguió poco después. Él era su razón para vivir y sencillamente no soportó seguir sin él.

—Lo siento —ella se sentó con una sensación de inquietud.

A lo mejor era por la charla sobre familias felices. Pedro había descrito con gran convicción el amorentre sus padres, pero a ella le infundió inquietud. Ella jamás le concedería tanto poder a un hombre como para convertirle en su razón para vivir. Había sido testigo presencial del daño causado por emociones tan fuertes. Su padre había sido el centro del universo de su madre y sus infidelidades casi la habían destrozado.

—¿Tienes más familia? ¿Hermanos o hermanas? —preguntó, incapaz de ocultar su curiosidad.

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