—No puedo creer que no me dijeras nada de él —dijo Paula, tocando el vientre de su hermana—. Ni tampoco del bebé.
—Me resistía a creerlo. Ya sabes cómo crecimos tú y yo.
—Sí. Yo acepté la propuesta de matrimonio de David por las mismas razones. Él era una opción segura. No quería correr el riesgo de… —gesticuló con las manos—. Sentirme así.
—Pobrecita. Pero no te preocupes. Recogeremos nuestras cosas y saldremos de aquí enseguida. Hay un vuelo para Perpignan esta misma tarde. Nos iremos, conocerás a Pablo y todo irá bien. Te lo prometo.
Paula deseó poder compartir el optimismo de su hermana, pero era imposible. Aunque supiera que Valeria había encontrado por fin la felicidad, y por mucho que se alegrara por ella, había un terrible dolor en su pecho que le oprimía el corazón. Jamás podría olvidar lo que había vivido en Isla Sagrado. El dolor viviría con ella para siempre. Después de recoger sus pertenencias, hicieron la cama, vaciaron la nevera y llamaron a un taxi. Mientras esperaban hablaron del embarazo de Valeria, que había sido bastante bueno hasta ese momento. Paula se alegró profundamente de la dicha de su hermana. Por lo menos tendría una nueva ilusión; un sobrino al que querer y consentir.
—¡Ya ha llegado el taxi! —exclamó Valeria un rato después, mirando por la ventana.
Rápidamente sacaron las maletas y, justo antes de meterlas en el maletero, sintieron una violenta nube de polvo que subía por el camino. Una nube de polvo que venía acompañada por el característico sonido de un potente motor…
—Habrá venido para asegurarse de que nos vamos —dijo Valeria, poniéndose delante de su hermana al ver bajar a Pedro del coche—. No tenías que haberte molestado en venir. Nos vamos de Isla Sagrado para siempre.
Pedro se quitó las carísimas gafas de sol que llevaba puestas y dió otro paso adelante.
—Puede que tú te vayas, pero Paula no.
—No tengo ningún motivo para quedarme aquí. De hecho, no me quedaría ni una noche más aunque me pagaras por ello —dijo Paula, abriendo la puerta del taxi— . Vamos, Vale. No queremos perder nuestro vuelo.
Las dos mujeres subieron al vehículo, pero antes de que el conductor cerrara el maletero, oyeron que Pedro le decía algo en su idioma.
—¿Acaba de decirle que saque mi maleta? —le preguntó Paula a su hermana.
Sin esperar una respuesta, bajó del coche.
—¿Qué está haciendo? Ponga la maleta en el maletero.
—El señor me ha pedido que la saque —dijo el taxista, mirando a uno y a otro.
—Bueno, pues vuelva a ponerla dentro.
Dió un paso adelante para hacerlo ella misma, al mismo tiempo que Pedro. Sus dedos se enredaron con los de él sobre el asa de la maleta.
—Por favor, escúchame —le dijo él en un tono pausado, pero intenso.
Paula sintió que algo revoloteaba en su interior. Incluso después de todo lo que le había dicho, su cuerpo reaccionaba como el primer día a sus caricias. Apartó la mano bruscamente, cerró los ojos y tragó en seco. Tenía muchas palabras en la mente, pero ninguna se atrevía a salir.
—¿Pau? —dijo Valeria, bajando del taxi.
—No pasa nada. Que diga lo que tenga que decir y después nos vamos —dijo Paula.
—Gracias —dijo Pedro—. ¿Podemos entrar en la casa un momento?
—No —Paula sacudió la cabeza—. Sea lo que sea lo que tengas que decirme puedes hacerlo aquí, delante de mi hermana.
—Muy bien —Pedro asintió y entonces miró al taxista con cara de pocos amigos.
El hombre subió al taxi de inmediato.
—Te he tratado muy mal.
—Sí. Lo has hecho.
—He venido a pedirte que me perdones.
—No sé si puedo hacer eso. Has jugado conmigo, con mis sentimientos por tí. Me has hecho daño —dijo Paula con la voz entrecortada.
Pedro la miró con un gesto serio y grave.
—Lo sé. Estaba furioso, pero eso no es una excusa. Nunca debí tratarte así. Sabía que eras diferentes, desde del principio, pero me negué a escuchar a mi corazón. Cuando conocí a Valeria me sentí muy atraído por ella, pero eso no fue nada comparado con lo que sentí cuando te conocí a tí. En cuanto te tuve en mis brazos, supe que eras tú. Tú eras lo que siempre había buscado y me diste calma cuando más la necesitaba. Encendiste un fuego dentro de mí que nunca antes se había encendido. Sin embargo, a pesar de eso, seguí adelante con mi plan sin pensar en el daño que podía hacerte, o en el daño que podía hacerme a mí mismo. No trato de disculparme con eso, pero tenía derecho a sospechar. Mi familia tuvo un problema bastante serio hace unos meses con una cazafortunas; una mujer a la que le dí trabajo en mi empresa. Nos vimos amenazados por los planes y las intrigas de una aprovechada. Casi nos costó una fortuna deshacernos del problema, y entonces juré que nunca volvería a pasar. Cuando me dí cuenta de que Valeria y tú se habían intercambiado, inmediatamente pensé que se traían algo entre manos.
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