martes, 22 de octubre de 2019

Desafío: Capítulo 1

Los últimos rayos de sol se reflejaban sobre los muros de Ottesbourne House, que relucía como el oro. Mientras Paula avanzaba por el camino de grava buscó su espejito en el bolso. Su carrera como modelo, y ser el rostro de una compañía cosmética internacional, le exigía estar impecable a todas horas, aunque en privado solía optar por un aspecto más natural. Aquella noche se había esmerado. Su tersa piel de porcelana se estiraba sobre unos altos pómulos. Los ojos, azul oscuro, resaltaban gracias a una sombra de color gris y sus labios estaban cubiertos de un bonito brillo de color escarlata. Normalmente no iba tan arreglada cuando se reunía con su íntima amiga, Sofía Niarchou, y su marido, Mauro, en su casa de campo de Hertforshire. Sobre todo porque siempre acababa sentada en el suelo con su ahijado, Benjamín. Pero aquella noche era diferente y, vestida con el ajustado vestido negro de diseño, estaba arrebatadora. «Adiós Pau y hola Paula Chaves, sofisticada supermodelo», pensó ella con sorna mientras respiraba hondo.  Desde que Kezia había anunciado que Pedro, el primo de Mauro, acudiría a la cena, tenía los nervios a flor de piel. Pedro Alfonso era especial y en esos momentos ella preferiría estar en la otra punta del planeta.

—Elegantemente tarde es una cosa, pero te has pasado —saludó Sofía alegremente—. Por suerte el primer plato es frío, aunque de la cocina llegan murmullos sobre la preocupación de la señora Jessop por su boeuf en croúte.

—Lo siento ¿No recibiste mi mensaje? Tuve un pinchazo —se disculpó Paula—. Por suerte ese chico tan majo del piso de abajo me colocó la rueda de repuesto.

—Menos mal. Con ese vestido no hubieras podido hacerlo tú. Estás estupenda y me gustaría saber a quién pretendes impresionar —murmuró Sofía con ojos de asombro al ver que Paula se sonrojaba—. No será por Pedro, ¿Verdad?

—No, no lo es —contestó Paula mientras intentaba darle un tono divertido a su voz.

Eran como hermanas y su amistad había sobrevivido al amargo divorcio de los padres de Paula y a la leucemia de Sofía. Sus lazos eran irrompibles, pero algunas cosas eran demasiado personales para ser compartidas, entre ellas su inexplicable fascinación por Pedro Alfonso. La fama del primo de Mauro como despiadado empresario era casi tan legendaria como los rumores sobre sus proezas en la cama. Se decía que era un amante activo con un insaciable apetito por las rubias sofisticadas, y Paula no tenía intención de engrosar su lista de conquistas. Pero, para su propia desesperación, ella había sido incapaz de olvidarlo desde hacía dos meses.

—Pau, ¿Qué te apetece beber? —Mauro Niarchou se acercó a saludarla.

Era alto, moreno y muy atractivo, y había dejado atrás sin problemas su papel de playboy para dedicarse a ser esposo y padre. Paula pensó que así debía ser el matrimonio al ver el brillo de la mirada de Mauro cuando miraba a su esposa.  Ningún hombre la había mirado con tan tierna adoración y ella sintió una punzada de envidia que desapareció de inmediato. Sofía se merecía ser feliz, y Paula se alegraba sinceramente. De todos modos, a ella no le entusiasmaba el matrimonio.Sus padres iban por el tercero cada uno y ella no tenía intención de seguir su ejemplo.

—He oído que has tenido problemas con el coche. Tendrías que habernos avisado antes, te habría mandado un coche para que te recogiera —la regañó cariñosamente Mauro—. Eres casi tan cabezota como mi mujer —añadió—. Ven conmigo y saluda a los demás.

Mientras saludaba a las demás parejas, Anna se sentía tensa, a pesar de que no había señales del primo de Mauro. Era evidente que ella era la única persona sin pareja. No era extraño, pues no había nadie en su vida, y para los compromisos sociales solía echar mano de algún modelo masculino o amigo actor para que jugara el papel de su acompañante. Aquella noche había ido sola, pero en esos momentos deseó haber llevado a alguien con ella. Rezó para que Pedro fuese acompañado por alguna de sus numerosas amantes, porque la perspectiva de ser su pareja le provocaba una extraña sensación en la boca del estómago. Estuvo a punto de pedir un enorme gin tonic para relajarse, pero mientras seguía a Mauro hasta el bar, se sintió ridícula y pidió su habitual agua fría. Desde que Sofía se casó, Ottesbourne se había convertido en su segundo hogar y esperaba disfrutar de una agradable velada. El sexy primo de Mauro no iba a alterarla. Se relajó un poco y empezó a conversar con los demás invitados. «Puede que Pedro no venga», pensó, irritada por la desilusión que sintió. Como jefe de Alfonso Construction, se dedicaba personalmente a cada aspecto del negocio, y llevaba un alocado estilo de vida, repleto de viajes de negocios. A lo mejor había sido requerido para ocuparse de algún problema, como sucedió el día que se conocieron en Zathos, la isla privada que Mauro tenía en el Egeo, hacía dos meses.

La conversación era entretenida y distendida, pero un repentino cosquilleo en la piel le puso de punta el vello de la nuca. Su sexto sentido le advirtió de que era observada y, al girarse, vio aparecer una figura en la puerta de la terraza. ¡Pedro! De inmediato ella quedó maravillada ante su imponente estatura y la envergadura de sus hombros. Fuerte y musculoso, con el sol del atardecer al fondo, casi hubiera pasado por algún personaje de la mitología griega. Ella se enfadó consigo misma mientras intentaba no mirarlo, pero él había atrapado su mirada y ella tragó con dificultad ante la sexualidad reflejada en sus oscuros ojos.

—Pedro, ahí estás —dijo Mauro con una sonrisa—. Conociste a Paula en Zathos, durante el bautizo de Benjamín, ¿Te acuerdas?

—No me he olvidado —contestó secamente—. Me alegro de verte, Paula.

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