jueves, 17 de octubre de 2019

La Impostora: Capítulo 45

—Intenté decirte que las cosas no eran así —dijo Paula en un tono calmado.

—Lo sé, pero mi arrogancia me impidió ver la verdad. Lo que hice es imperdonable. Con Valeria  no jugué limpio porque era lo que me convenía en ese momento y después me atreví a reprocharte que tú tampoco lo hicieras. Una vez me preguntaste si había cumplido con las condiciones de la institutriz. Me preguntaste si me guiaba por los valores de mi familia. Bueno, me avergüenza tener que decir que no. Llevo mucho tiempo sin hacerlo, pero tengo intención de cambiar eso, si tú me dejas.

Se frotó los ojos con la mano y volvió a mirarla a los ojos. Paula pudo ver el brillo húmedo que cubría su mirada. Sus ojos color miel se habían vuelto más verdes de repente.

—¿Si te dejo? Eso depende de tí.

Él asintió.

—Depende de mí, pero de vez en cuando conviene que me recuerden lo imbécil que puedo llegar a ser a veces. Necesito a alguien que me guie, que me recuerde lo que es importante en la vida. No quiero volver a caer en la trampa en la que he pasado tantos años. Me dijiste que me amabas. ¿Me estabas diciendo la verdad?

Paula miró a su hermana y entonces asintió.

—Sí, te estaba diciendo la verdad.

De repente él se hincó de rodillas sobre el polvoriento camino y se sacó un anillo del bolsillo; un nuevo anillo, totalmente distinto del que una vez le había dado a Valeria.

—No he entendido lo que es el amor hasta esta misma mañana, cuando eché de mi lado a lo más preciado que había en mi vida. ¿Me dejarás que pase el resto de mi vida intentando compensarte por todas las tonterías que he hecho y dicho? Te quiero, Paula Chaves. ¿Te casarás conmigo?

Por segunda vez ese día, Paula le oyó pronunciar su verdadero nombre. Sonaba tan dulce en aquellos labios… Su corazón, hecho añicos un momento antes, comenzó a latir con más y más fuerza. De repente todo se había llenado de esperanza, poderosa y apabullante. Todo parecía un sueño; un sueño maravilloso. Dió un paso adelante y se arrodilló junto a él. Lágrimas de felicidad corrían por sus mejillas.

—Sí, me casaré contigo. Te quiero, Pedro Alfonso y no lo olvides nunca.

—No lo haré —dijo él, secándole las lágrimas y sujetándole las mejillas con ambas manos—. Te quiero. A tí y solo a tí. Te querré siempre y te lo recordaré cada día durante el resto de nuestras vidas.

Tomó su mano y le puso el anillo, que encajaba a la perfección. Después la ayudó a ponerse en pie y la colmó de besos. De pronto oyeron suspirar a alguien. Era Valeria.

—Pau… ¿Estás segura? —le preguntó a su hermana, entre lágrimas.

—Nunca he estado tan segura de algo en toda mi vida.

—Entonces les deseo lo mejor —Valeria dió un paso adelante. Abrazó a su hermana con cariño y después a Pedro—. Ya puedes hacerla feliz —le advirtió—. Trátala bien o te las verás conmigo.

Pedro sonrió y miró a Paula.

—No te preocupes. Ella lo es todo para mí.

Abrazados, Pedro y Paula se despidieron de Valeria y la vieron marchar en el taxi. Después él agarró la maleta y juntos caminaron hacia la casa. Cuando la puerta se cerró por fin detrás de ellos, una extraña joven vestida con un traje de otra época, pareció salir de entre las flores del jardín. Aquella misteriosa muchacha sonrió y entonces se esfumó como un fantasma.






FIN

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