martes, 1 de octubre de 2019

La Impostora: Capítulo 24

Pedro no dijo ni una palabra durante todo el trayecto. Su cuerpo la deseaba con locura y todavía tenía el sabor de su piel en los labios. Había querido ponerla a prueba para ver hasta dónde era capaz de llegar, pero ese juego era un arma de doble filo. La miró de reojo. Su rostro no revelaba agitación alguna, pero había tensión en sus ojos. Tenía las manos cruzadas sobre el regazo y, a pesar de la oscuridad que reinaba en el habitáculo del coche, él sabía que tenía los puños cerrados. ¿Acaso huiría de él? ¿Estaría dispuesta a terminar con aquella farsa? Una parte de él deseaba terminar con aquella amenaza de una vez, pero, por otro lado, estaba deseando averiguar hasta dónde sería capaz de llegar Paula Chaves. Además, tampoco podía dejarla ir así como así. El abuelo estaba recuperándose y no quería darle un disgusto más, no con Marcos todavía en el hospital. De repente pensó que no debería haberle dado un coche. Así gozaría de demasiada libertad y no podría tenerla controlada en todo momento. A lo mejor, haciendo uso de sus poderes de persuasión, conseguiría convencerla para que se quedara en su departamento; en habitaciones separadas, si ella insistía. Sí. Tenía que andarse con pies de plomo. No obstante, mantener aquella farsa ya le estaba pasando factura y solo era cuestión de tiempo que cometiera un error. De hecho, esa misma noche había estado a punto de revelarle su verdadera identidad. Sería interesante trabajar con ella, verla desenvolverse en la maquinaria publicitaria de la empresa. Paula se había convertido en un desafío que resultaba de lo más estimulante. Tenerla cerca, en su mismo despacho, en la estancia donde un rato antes había estado a punto de capitular… Con solo pensar en ello, sentía un excitante escalofrío. Sí. Todavía estaba al mando de aquella situación. Era él quien llevaba la voz cantante en aquella función, aunque ella no lo supiera. Estiró una mano y la puso sobre la de ella. Ella se sobresaltó.

—No muerdo, ¿Sabes? —le dijo suavemente, esbozando una media sonrisa—. Lo que ha ocurrido esta noche es culpa mía. Todo. Me pasé de la raya y no cumplí con las condiciones que pusimos cuando nos comprometimos. Sería injusto por mi parte esperar más de ti de lo que puedes darme.

—Gracias —dijo ella suavemente, sin apartar la vista de la ventanilla.

No obstante, Pedro notó que sus palabras habían hecho efecto. Ella se estaba relajando un poco. Cuando llegaron a la casa de campo, la acompañó a la puerta y le dió un beso fugaz en la mejilla.

—Te veo mañana, ¿A las ocho y media?

—Sí. A la hora que me necesites.

—A las ocho y media está bien —bajó las escaleras—. ¿Seguro que podrás ir sola mañana por la mañana? El centro es un caos a esa hora.

—Me las arreglaré. Pero si me pierdo, te llamo.

—No dejes de hacerlo. No quiero perderte, querida.

No podía llamarla Valeria después de haber descubierto que era otra persona.

—Y no me perderás —dijo ella—. Buenas noches.

Él levantó un dedo y le acarició la mejilla.

—Que tengas dulces sueños.

Esperó a que ella cerrara la puerta y entonces regresó al coche. Se abrochó el cinturón de seguridad y salió a toda velocidad. El deportivo voló de regreso a Puerto Seguro. Sin embargo, el placer de correr por la autopista no le dió la satisfacción que deseaba esa noche. Lujuria. Lo que sentía por ella no era más que lujuria. Nunca sería nada más que eso.



Paula salió del ascensor y avanzó hacia la puerta del despacho de Pedro. Lo único que quería en ese momento era dar media vuelta y salir corriendo, pero no podía hacerlo. La noche anterior había cometido muchos errores estúpidos y, después de pasar una horrible noche en vela, no estaba en las mejores condiciones para empezar en un nuevo empleo, por mucho que fuera temporal. Al entrar en el despacho principal, se encontró con la afable sonrisa de la recepcionista.

—Buenos días, señorita Chaves. ¿Cómo se encuentra esta mañana?

—Muy… Muy bien. Gracias. ¿Voy al despacho del señor Alfonso directamente?

—Sí, adelante. ¿Le apetece un café?

—Un té, por favor, si no es mucha molestia. Sin leche ni azúcar, por favor.

—Se lo llevo enseguida.

Paula le dedicó una sonrisa y siguió adelante por el pasillo, rumbo al despacho de Pedro. Al llegar junto a la puerta vaciló un instante, llamó con unos leves golpecitos y entró por fin. Él estaba junto a la ventana, en el mismo lugar donde la noche antes se habían acariciado de la forma más íntima. De pronto él se dió la vuelta y esbozó una media sonrisa; una sonrisa de complicidad, recordándole así todo lo ocurrido unas horas antes.

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