—No muerdo, ¿Sabes? —le dijo suavemente, esbozando una media sonrisa—. Lo que ha ocurrido esta noche es culpa mía. Todo. Me pasé de la raya y no cumplí con las condiciones que pusimos cuando nos comprometimos. Sería injusto por mi parte esperar más de ti de lo que puedes darme.
—Gracias —dijo ella suavemente, sin apartar la vista de la ventanilla.
No obstante, Pedro notó que sus palabras habían hecho efecto. Ella se estaba relajando un poco. Cuando llegaron a la casa de campo, la acompañó a la puerta y le dió un beso fugaz en la mejilla.
—Te veo mañana, ¿A las ocho y media?
—Sí. A la hora que me necesites.
—A las ocho y media está bien —bajó las escaleras—. ¿Seguro que podrás ir sola mañana por la mañana? El centro es un caos a esa hora.
—Me las arreglaré. Pero si me pierdo, te llamo.
—No dejes de hacerlo. No quiero perderte, querida.
No podía llamarla Valeria después de haber descubierto que era otra persona.
—Y no me perderás —dijo ella—. Buenas noches.
Él levantó un dedo y le acarició la mejilla.
—Que tengas dulces sueños.
Esperó a que ella cerrara la puerta y entonces regresó al coche. Se abrochó el cinturón de seguridad y salió a toda velocidad. El deportivo voló de regreso a Puerto Seguro. Sin embargo, el placer de correr por la autopista no le dió la satisfacción que deseaba esa noche. Lujuria. Lo que sentía por ella no era más que lujuria. Nunca sería nada más que eso.
Paula salió del ascensor y avanzó hacia la puerta del despacho de Pedro. Lo único que quería en ese momento era dar media vuelta y salir corriendo, pero no podía hacerlo. La noche anterior había cometido muchos errores estúpidos y, después de pasar una horrible noche en vela, no estaba en las mejores condiciones para empezar en un nuevo empleo, por mucho que fuera temporal. Al entrar en el despacho principal, se encontró con la afable sonrisa de la recepcionista.
—Buenos días, señorita Chaves. ¿Cómo se encuentra esta mañana?
—Muy… Muy bien. Gracias. ¿Voy al despacho del señor Alfonso directamente?
—Sí, adelante. ¿Le apetece un café?
—Un té, por favor, si no es mucha molestia. Sin leche ni azúcar, por favor.
—Se lo llevo enseguida.
Paula le dedicó una sonrisa y siguió adelante por el pasillo, rumbo al despacho de Pedro. Al llegar junto a la puerta vaciló un instante, llamó con unos leves golpecitos y entró por fin. Él estaba junto a la ventana, en el mismo lugar donde la noche antes se habían acariciado de la forma más íntima. De pronto él se dió la vuelta y esbozó una media sonrisa; una sonrisa de complicidad, recordándole así todo lo ocurrido unas horas antes.
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