¿Un desafío? Paula hubiera querido tragarse las palabras antes de que salieran de su boca. ¿En qué estaba pensando? ¿Trabajar con él? Valeria jamás hubiera hecho algo parecido, y mucho menos cuando se suponía que estaba de vacaciones.
—¿Cuándo empiezo? —le preguntó, consciente de que ya no había vuelta atrás.
—¿Mañana por la mañana? —le dijo Pedro.
Su expresión permanecía inalterable, pero ella vió algo en sus ojos que le decía que en realidad quería que se echara atrás.
—De acuerdo. ¿Cómo voy a la oficina?
—Buena pregunta. Lo mejor sería que te quedaras aquí.
Una vez más Paula tuvo la impresión de que él la estaba observando, preparado para interpretar su respuesta.
—Podría ser, o también podría alquilar un coche.
Él arrugó los párpados.
—¿Estás segura? ¿Seguro que quieres conducir por el centro, en el lado opuesto de la calle?
—Estoy segura de que me acostumbraré pronto. Ya he conducido en otros sitios de Europa.
Él asintió con la cabeza, pero Paula notó que la idea no le hacía mucha gracia.
—No tendrás que alquilar un vehículo. Seguro que hay un coche de sobra en uno de los garajes del castillo. Llamaré a Federico a ver qué hay, si estás decidida a conducir.
—Sí. Gracias.
—Te gusta ser independiente, ¿No?
—Dentro de unos límites.
La idea de quedarse en su casa resultaba de lo más tentadora, pero ella no era su prometida y no podía traicionar la confianza de su hermana. Además, por algún motivo, Valeria había mantenido las distancias entre ellos. Pedro se volvió para mirar el arroz que tenía al fuego.
—Ah, la cena está lista. ¿Quieres sacar la ensalada y el aliño? Yo llevaré los platos.
Paula hizo lo que le pidió y él salió unos segundos después, con los platos en la mano. Comieron en silencio y después contemplaron la hermosa puesta de sol.
—Ahora entiendo por qué escogiste este lugar —comentó ella—. Es como si el cielo reflejara las luces de la ciudad.
—Sí. Nunca me canso de ello. Al principio me preguntaba si vería las estrellas por la noche desde aquí, pero se puede ver todo si lo buscas.
Paula le lanzó una mirada. ¿Acaso había algún doble sentido en aquella frase?
—Por cierto —añadió él—. Me tomé la libertad de llamar a Federico mientras preparaba el café. Te traerán un coche mañana por la mañana.
—Gracias. ¿Me enseñarás adónde tengo que ir antes de llevarme a casa?
—Sí. Y podemos pasarnos por mi despacho un momento. Así te doy una tarjeta para el garaje subterráneo. Bueno, ¿Nos vamos ya?
—Sí. No es buena idea hacer trasnochar a la ayudante —dijo ella, sonriendo.
Pedro soltó una carcajada y sacudió la cabeza.
—¿Eso es lo que eres para mí ahora? ¿Una ayudante? ¿No te basta con ser mi prometida?
—No quería ofenderte.
—No me has ofendido —dijo él, tomándola de la mano y ayudándola a levantarse—. Pero, para que lo sepas, esto lo tengo muy claro. Me encantan los romances en el trabajo.
La tomó en brazos y le dió un beso inesperado. Sus labios sabían al café afrutado que acababa de tomarse. Mientras la besaba, Paula perdió la razón. Le rodeó el cuello con ambos brazos y se apretó contra él. Una ola de deseo abrasador le recorrió el cuerpo, manando de su ser como un aura incandescente. Una agradable sensación húmeda se acumulaba en su entrepierna; su piel se volvía cada vez más sensible, pidiendo más y más, deseando sentir las caricias de Pedro. Como si la hubiera oído, él deslizó las manos sobre ella hasta abarcar sus pechos con ambas manos, y entonces ella gimió, echándose hacia atrás y apretando los pezones contra las palmas de sus manos. Él se movió un poco y, al sentir la presión de su potente miembro viril, ella gimió. Levantó una pierna y la enroscó alrededor de la cintura de Pedro, ladeando la pelvis y frotándose contra él una y otra vez. Entonces él la agarró del muslo con firmeza y un momento después rompió el beso.
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