jueves, 24 de octubre de 2019

Desafío: Capítulo 7

Desgraciadamente, el recuerdo del atractivo rostro de Pedro alteró sus sueños hasta el punto de que a la mañana siguiente se despertó con la sensación de no haber dormido apenas. Le esperaba una semana de duro entrenamiento para la mediamaratón, pero la idea de pasar el día en la pista de atletismo no le seducía y se volvió a hundir bajo el edredón. Llegó allí cerca del mediodía, espoleada por el peso de su promesa de ayudar a los niños. Aun sin contar con el generoso donativo de Pedro, ella esperaba recaudar una importante cantidad. El evento iba a ser televisado y muchos famosos participaban con la esperanza de lograr notoriedad, a la vez que recaudaban fondos para la causa elegida. El orgullo le impedía hacer el ridículo ante las cámaras y, aunque odiaba admitirlo, ante él. Una hora después, su orgullo, y sus piernas, temblaban. Hacía un calor inusual y ella se sentía acalorada y sin aliento. Los demás corredores la habían superado sin esfuerzo y suspiró al oír el sonido de pisadas tras ella. ¿Cómo lo hacían?

—¿Qué tal él entrenamiento? ¿Ya has hecho veintiún kilómetros? —el familiar tono almibarado hizo que ella tropezase y estuviese a punto de caer, si él no la hubiese sujetado.

—¿Qué haces aquí? —preguntó irritada por la humillante ansia con que su cuerpo había reaccionado ante Pedro.

Estaba espectacular con pantalones cortos y una camiseta negra. sus ojos recorrieron rápidamente los anchos hombros y el impresionante y atlético pecho, y se detuvieron en sus fuertes muslos y largas y bronceadas piernas. La constitución atlética y espectacular musculatura le provocó un temblor en la boca del estómago.

—¿Cómo has sabido que estaba aquí? —dijo ella tras conseguir apartar la mirada de él.

—Anoche dijiste que ibas a entrenar esta semana, y cuando llamé a tu piso, tu vecino me dijo que te había visto marchar con una bolsa de deporte. No me costó mucho adivinar que seguramente estarías en el polideportivo más cercano —contestó secamente mientras la recorría con la mirada.

Ella supuso que debía de tener un aspecto horrible. Tenía sudor en el labio superior y trató de eliminarlo con la punta de la lengua con la esperanza de que él no notase lo agotada que estaba.

—Eres todo un Sherlock Holmes —le espetó sarcásticamente mientras lo miraba a los ojos—. Y ahora que me has encontrado, ¿Qué quieres? Has interrumpido mi entrenamiento.

—¿Siempre te pones tan gruñona cuando haces ejercicio? —preguntó él entre risas—. Espero que no —añadió divertido ante la furiosa mirada que ella le dedicaba—. Pareces cansada, pedhaki mou. Creo que deberías tomarte un descanso.

—Todavía me quedan unas cuantas vueltas —mintió ella mientras empezaba a correr de nuevo—. ¿Por qué has decidido convertirte en mi niñera?

—Tengo mis razones —murmuró él mientras aguantaba su ritmo con insultante facilidad, a la vez que recorría con la mirada su cuerpo y sus ajustados pantalones de lycra que se pegaban a sus caderas y nalgas—. Aunque preferiría considerarme tu entrenador personal.

—No necesito un entrenador. Lo que necesito es que me dejes en paz —su voz tenía un tono de frustración—. Mira, Pedro, ya me has chantajeado para que cene contigo. Dejémoslo estar. No quiero verte, no quiero pasar tiempo contigo y no salgo.

—¡No sales! ¡Theos! No pasa una semana sin que aparezca en la prensa una foto tuya con tu último y famoso novio —dijo él sarcásticamente, incapaz de disimular su impaciencia—. Los artículos sobre tu vida amorosa llenan más periódicos que la política. ¿De qué va todo esto, Paula? ¿El problema es que yo no soy ningún famoso artista de telenovela? Pues te aseguro que soy mucho más hombre que cualquiera de los muchachitos que parecen gustarte.

—Por el amor de Dios —ella se paró en medio de la pista y se volvió furiosa.

Su arrogancia resultaría divertida si no hubiera sido por la verdad implícita en su última frase. La masculinidad de Pedro la alteraba más que cualquier otro hombre que hubiera conocido. Ella jamás le revelaría que sus supuestos amantes eran sólo amigos que actuaban como pareja suya. Ser famosa era como vivir en una pecera, y con los años había aprendido a hacer caso omiso de la mayor parte de lo que se publicaba sobre ella y su supuestamente alocada vida amorosa.

—¿Cómo te atreves a aparecer por aquí y… acosarme? —ella explotó—. No soy una muñequita rubia y, a pesar de lo que puedas haber leído en la prensa, no soy una chica fácil.

Estaba escandalizada por la fuerza de sus propias emociones y pestañeó para frenar unas estúpidas lágrimas que afloraban a sus ojos. Casi nunca lloraba, y jamás por un hombre. Tras ser testigo de la desastrosa vida amorosa de su madre, y ver cómo caía una y otra vez en la depresión, había aprendido que no merecían la pena. Tras el amargo divorcio de sus padres, ella se había jurado no depender de nadie. Pero la princesa de hielo tenía un corazón de cristal y ella sintió terror ante la capacidad de Pedro para hacerlo añicos.

—¿De verdad pensaste que con chasquear los dedos estaría dispuesta para tí?

—Concédeme algo más de crédito, Paula —contestó él—. Aunque no negaré que esperaba tener la oportunidad de explorar el interés que surgió entre nosotros en Zathos. Somos adultos. ¿Por qué no podríamos embarcarnos en una agradable relación?

—¿Te refieres a sexo sin el inconveniente de los incómodos sentimientos? —dijo ella cáusticamente sin hacer caso a la vocecita interior que preguntaba «¿Y por qué no?».

 Al menos Pedro era sincero. No pretendía conquistarla con gestos y promesas románticas que ambos sabrían que no podrían cumplir. ¿Por qué no seguir por una vez en su vida los dictados de su cuerpo en lugar de hacer caso al sentido común? Ella presentía que Pedro sería un amante apasionado y sensible. También sería el primero. Casi merecía la pena, sólo por ver la cara de espanto que pondría al saber que era virgen. ¿Estaría dispuesto a enseñarla? Ella sintió el calor en sus venas al imaginarse sus manos acariciándola mientras le enseñaba el lenguaje del amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario