martes, 15 de octubre de 2019

La Impostora: Capítulo 39

—Eso no importa. Lo importante es que te pillé a tiempo antes de que pudieras sacar tajada de todo esto.

—¿Tajada? No entiendo nada. Valeria simplemente me pidió que…

—¿Te pidió que me mintieras? ¿Qué me engañaras? ¿Qué me expusieras a mí y a mi familia a un escándalo? —sonrió, aunque en realidad no tenía ganas de reírse—. Ya ves… La familia Alfonso no deja pasar ni una. Vosotras dos no sois las primeras que intentan vendernos a la prensa y a los medios, o peor. No sois las primeras que tratan de extorsionarnos. No somos tan tontos como para dejar que algo así ocurra, por muy agobiados que estemos.

—Pero eso no es cierto —dijo Paula, insistiendo. Tenía la cara pálida y las pupilas increíblemente dilatadas—. No tratamos de extorsionarte. No se trata de eso. Valeria no quería preocuparte…

Él resopló.

—¿Preocuparme? No me preocupan. Siento desprecio por su avaricia y ardides. Sé que Valeria necesita que el patrocinador renueve el contrato para seguir con las exhibiciones. Por lo menos fue lo bastante honesta como para decírmelo mientras estaba aquí. Pero, claramente, quería algo más que eso, y tú también. Dime algo… Cuando tu novio rompió contigo, ¿Fue porque descubrió tus mentiras? ¿O es que decidiste romper el compromiso para buscar un pez más gordo?

—Las cosas no fueron así —gritó Paula, desesperada.

Pedro pensó que era una actriz muy buena. No podía negarlo. Incluso en ese momento, deseaba estrecharla entre sus brazos y consolarla; borrar todo el dolor que había en su rostro. Pero no podía hacerlo. Ella lo estaba manipulando de nuevo y no podía caer en su trampa.

—Pedro, tienes que creerme. Jamás haría algo así. ¡Te quiero!

La rabia que llevaba tiempo acumulándose en su interior estalló en un arrebato de furia. No tenía suficiente con haberle seducido en cuerpo y alma, sino que también se permitía el lujo de jugar con su corazón. Pedro se levantó de la cama, envolviéndose con la sábana. La taza de café, intacta, se cayó al suelo, haciéndose añicos.

—¿Qué me quieres? ¿Te atreves a decirme que me quieres?

—Es cierto. Sí que te quiero. No esperaba… No quería que ocurriera. Estás comprometido con mi hermana.

—Estaba.

—Pero nosotras… No hicimos… Por favor, por lo menos, escucha lo que tiene que decirte.

—Escucharé lo que tenga que decirme y después sandrán pitando de esta isla. Ya no son bienvenidas aquí. Su visado expirará esta misma tarde.

Pedro dejó caer la sábana y se puso los pantalones. Hizo una bola con el resto de la ropa y se la metió debajo del brazo.

—Pedro, por favor. No te vayas. Por favor, no te vayas así. Sé que debería habértelo dicho todo desde el principio, pero no fui capaz de encontrar el momento adecuado.

Estiró la mano izquierda y trató de detenerle, pero él siguió adelante. El anillo de diamantes que le había dado a Valeria todavía brillaba en su dedo, capturando los rayos del sol de la mañana.

—Eso no es tuyo.

—Lo sé. Lo siento —dijo ella, agachando la cabeza.

Se quitó la joya y se la puso en la palma de la mano. Pedro aceptó el anillo y se lo guardó en el bolsillo. No quería volver a verlo en toda su vida.

—Lo arreglaré todo para que te vayas de la isla de inmediato. Uno de mis empleados se pondrá en contacto contigo muy pronto —dijo, yendo hacia la salida.

Al llegar junto a la puerta, se detuvo un instante.

—Oh, y gracias por esta noche. Al final ha merecido la pena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario