jueves, 3 de octubre de 2019

La Impostora: Capítulo 25

—Veo que ayer dormiste tan poco como yo —le dijo él, cruzando la habitación y besándola en la mejilla.

—Anoche tenía muchas cosas en la cabeza —dijo ella.

Él le lanzó una mirada sesgada.

—¿Qué tal está tu secretaria? —le preguntó, recordándole el motivo de su presencia.

—Muy bien. Descansando y tratando de asumir la pérdida de su bebé. No podrá incorporarse de inmediato.

—Lo siento. Perder un hijo debe de ser horrible.

—Sí. Le dije a su marido que no tenga prisa por volver. Él también está muy afectado.

Pedro se quitó la chaqueta del traje gris que llevaba puesto y la arrojó sobre el respaldo del butacón más próximo. Paula trató de no mirarlo y fue a sentarse en otro butacón.

—Bueno, tu primer día de trabajo con nosotros. Creo que en lugar de tenerte aquí encerrada toda la mañana, lo mejor es que te lleve a conocer las bodegas. Después vamos a comer y damos una vuelta por el complejo turístico esta tarde.

Paula sintió un gran alivio. Dar un paseo por las instalaciones era una gran idea, sobre todo porque estarían rodeados de gente.

—Estupendo. Gracias.

De repente se oyó un golpecito en la puerta y entonces entró la recepcionista con una bandeja. En ella había una taza de café para Pedro y el té que Paula le había pedido.

—Gracias, Viviana —le dijo Pedro.

La mujer dejó la bandeja sobre la mesa que estaba junto a la ventana.

—De nada, señor Alfonso. He reorganizado su agenda de hoy y le he dicho al gerente de las bodegas que se pasarán por allí a las diez y media. También le he reservado una mesa en el restaurante del complejo para las dos. Espero que no sea demasiado tarde.

—No, está bien así. Tendremos tiempo suficiente para ver las bodegas y comentar la situación actual.

—¿Necesita algo más?

—No. Gracias, Viviana.

La recepcionista se marchó y los dejó a solas otra vez. Paula se entretuvo sirviéndose el té y bebiendo un sorbo. Al volver a poner la taza sobre el platito, la dejó caer con un pequeño estruendo. Las manos le temblaban demasiado. Pedro la miró fijamente.

—¿Todavía me tienes miedo? —le preguntó, levantando una ceja.

—A decir verdad me da más miedo lo que siento cuando estoy a tu lado.

—Bueno… —dijo él, sorprendido—. Gracias por tu sinceridad —agarró la taza de café y bebió un buen sorbo.

Paula lo observaba, embelesada, deleitándose con el sutil movimiento de los músculos de su cuelo al beber el rico brebaje; la ligera humedad de sus labios.

—Lo que dije anoche lo dije de verdad. Me pasé de la raya.

—No me hiciste nada que yo no quisiera en ese momento —dijo Paula—. Pero sí quiero que nos quede claro a los dos que no deseo explorar lo que hay entre nosotros más allá de lo que siento en este momento. Sé que estamos… prometidos y para la mayoría de las parejas sería perfectamente normal… —gesticuló con la mano, incapaz de plasmar en palabras las imágenes que se sucedían en su memoria—. Bueno, creo que deberíamos tomárnoslo con más calma. ¿No crees?

Pedro la miró fijamente un instante.

—No quiero hacer nada que ponga en peligro nuestro compromiso, así que me parece bien.

—Bien —dijo ella y entonces sonrió, aliviada—. Bueno, ¿Por qué no me hablas de las bodegas? ¿Son muy antiguas? ¿Exportan fuera? ¿Organizáis eventos de cata de vino?

Él se rio y levantó una mano.

—Las preguntas, una a una, por favor. Creía que se te daba bien escribir a máquina y solucionar problemas, pero ahora pareces toda una profesional en el tema.

Paula sintió un escalofrío. Otra vez había estado a punto de delatarse a sí misma. Por mucho que intentara evitarlo, no hacía más que cometer el mismo error una y otra vez. A partir de ese momento tenía que ser más cuidadosa.

—Supongo que se me han pegado más cosas de mi hermana de las que creía — dijo ella, cruzando los dedos.

—De acuerdo. Te pondré al día por el camino. Termínate el té y nos vamos.

Cuando llegó a casa esa noche Paula estaba agotada y encantada. Le había costado mucho esconder los conocimientos de los que estaba tan orgullosa, pero lo había conseguido. Tenía la mente llena de ideas y proyectos innovadores para mejorar el complejo turístico de la familia Alfonso y promocionar sus exquisitos caldos. Ya en el dormitorio, volvió a activar el timbre del teléfono y lo metió en el bolso. Se puso ropa cómoda y trató de refrescarse un poco abriendo ventanas. Después del fresco habitáculo del coche de Pedro, la casa de campo parecía una sauna. Se sirvió una copa del delicioso vino que había probado ese día y salió al porche trasero. A lo lejos se divisaban los acantilados y se oía el susurro de las olas; un susurro que evocaba ecos del pasado. No muy lejos se erigía el flamante castillo de la familia de Pedro. ¿Dónde había ido a parar la institutriz? ¿Acaso había caminado hasta su humilde casa de campo aquel aciago día? De repente un extraño sonido la sacó de su ensoñación. Era su Blackberry, sonando sin parar.

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